Resulta sorprendente y un tanto deprimente observar en
la política española la descalificación de comunista como argumento
político, como en tiempos de Franco y de la guerra fría. Muy asustados
deben de estar los partidos acostumbrados a monopolizar el poder para
recurrir a esta bajeza. No sólo es política del miedo, sino del miedo
irracional. Y además no funciona. Porque resulta que el líder político
actualmente más valorado en las encuestas es Alberto Garzón, que se
declara comunista a mucha honra, sin que les importe a los ciudadanos en
un sentido o en otro. Pero esto no quiere decir que ni él ni nadie esté
proponiendo políticas comunistas, a menos que el control público de
bancos ya nacionalizados con dinero público o la fiscalización de la
corrupción política entren en esa categoría.
Como el coro de agoreros va a seguir, merece la pena una
reflexión. El comunismo es a la vez una ideología, una realidad
histórica y una práctica política extraordinariamente diversa según
países y momentos. Como ideología, tuvo y tiene componentes utópicos y
de reivindicación de los trabajadores frente a las injusticias del
capitalismo que cambiaron la conciencia y fueron asumidos por partidos
socialistas y de liberación nacional como derechos sociales. La utopía,
en cambio, en su realidad histórica, derivó a un universo totalitario
que entronizaron la Unión Soviética y China, así como sus satélites.
Pero esa realidad histórica también arrojó un balance de éxito a
condición, como he escrito en mi obra, de olvidar la destrucción de
millones de seres humanos y la dictadura implacable de un partido. Un
olvido inaceptable. La Unión Soviética se industrializó y modernizó en
un tiempo récord y construyó una máquina militar que fue la fuerza
decisiva para derrotar al nazismo. Su crisis económica y luego política
se debió a su incapacidad para transitar a una sociedad de la
información en un sistema que bloqueaba la información, como
demostramos en nuestro libro con Emma Kiselyova. China es hoy la segunda
potencia económica mundial y el pulmón del capitalismo global bajo la
dirección de un partido comunista tan totalitario como el soviético. Y
Cuba, aun estrangulada por el embargo, desarrolló el mejor sistema de
educación y sanidad pública de América Latina. La práctica de los
comunistas fuera del imperio soviético estuvo marcada por la guerra
fría, pero fue extremadamente diversa y en ningún caso en Europa se
plantearon implantar una dictadura. Al contrario, fueron fuerzas
decisivas en la lucha contra las dictaduras. En España, el PCE-PSUC
fueron la vanguardia de la resistencia democrática, incorporando en su
lucha a quienes crearon Comisiones Obreras y a muchos de los mejores
intelectuales de esos tiempos. Fueron un vivero de cuadros políticos
democráticos que han sido claves en todos los partidos, incluidos
dirigentes y exministros del Partido Popular. En ningún momento el PCE
fue una amenaza a la democracia. Al contrario, todos concuerdan en su
papel conciliador decisivo en la transición, en la aceptación de la
monarquía, en los pactos de la Moncloa y en la construcción de la
convivencia constitucional. Era un partido esencialmente democrático
hacia fuera, aunque rígidamente estalinista hacia dentro y eso fue lo
que le perdió.
Lo que es cierto es que la tradición comunista y socialista
siempre han privilegiado el papel del Estado como representante del
bien común frente a la dominación del mercado en la sociedad. Es decir,
diferenciaron entre la economía de mercado, que siempre aceptaron en
Europa, y la sociedad de mercado en donde la apropiación de la ganancia
en el sistema financiero determina no sólo la bolsa, sino también la
vida.
Luego empezó la deriva neoliberal de los partidos
socialistas europeos, lo que los llevó a perder su hegemonía histórica,
como analizó Colin Crouch, gran intelectual inglés heredero del
fabianismo. El PSOE se ha debatido desde mediados de los ochenta entre defender su base social y el Estado de bienestar y satisfacer los requerimientos del sistema financiero y de una
Comisión Europea sesgada en sus po-líticas económicas por la influencia alemana de austeridad fiscal y la influencia inglesa en favor de las finanzas globales. Pudo mantener su cuota de poder porque había poco a su izquierda y los sindicatos se mantuvieron a la defensiva. Pero el 15-M acabó con todo eso.
fabianismo. El PSOE se ha debatido desde mediados de los ochenta entre defender su base social y el Estado de bienestar y satisfacer los requerimientos del sistema financiero y de una
Comisión Europea sesgada en sus po-líticas económicas por la influencia alemana de austeridad fiscal y la influencia inglesa en favor de las finanzas globales. Pudo mantener su cuota de poder porque había poco a su izquierda y los sindicatos se mantuvieron a la defensiva. Pero el 15-M acabó con todo eso.
Las nuevas generaciones se enfrentaron a un capitalismo
salvaje, cada vez más voraz e ineficiente, y no encontraron en el PSOE
un defensor, sino un colaborador de la banca y además casi tan corrupto
como la derecha. Se acabó el privilegio histórico de haber sido el gran
partido de la izquierda. Es ley de vida. Lo que ya no cumple
su función muere más o menos lentamente. Aceleradamente como la URSS, gradualmente como la socialdemocracia europea, conforme la media de edad de sus votantes va acercándose a los 60.
su función muere más o menos lentamente. Aceleradamente como la URSS, gradualmente como la socialdemocracia europea, conforme la media de edad de sus votantes va acercándose a los 60.
Y es que la crisis de legitimidad de los partidos
tradicionales es particularmente grave para los socialistas, porque,
aunque son claramente distintos de la derecha, han ido incumpliendo lo
que esperaban sus votantes. Por eso los emergentes de izquierda, en el
surco abierto por los movimientos sociales, van ganando apoyos con la
esperanza de que reconstruyan el Estado de bienestar, creen empleo
digno, potencien la educación y la sanidad públicas, defiendan los
derechos de las nacionalidades, afirmen la igualdad de sexos y tantas
otras reivindicaciones que han ido siendo desechadas por el
fundamentalismo de mercado y las políticas de austeridad. Y si hay
indignados (una minoría) que son comunistas y anarquistas, es porque su
historia en nuestro país tiene raíces en la indignación contra la
injusticia y la dictadura. Por eso se pueden reinventar en el siglo XXI
mientras el liberalismo trasnochado se va deshilachando en la conciencia
de la gente, conforme se sufren sus consecuencias.
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