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dimecres, 4 de maig del 2016

Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas

Article publicat a El Diario.es

Desde el colapso económico hasta el desastre ambiental, pasando por el ascenso de Donald Trump: el neoliberalismo ha desempeñado un papel en todos ellos. ¿Cómo es posible que la izquierda no haya planteado una alternativa?

La exprimera ministra británica Margaret Thatcher y el expresidente estadounidense Ronald Reagan, en una imagen de 1990.
La exprimera ministra británica Margaret Thatcher y el expresidente estadounidense Ronald Reagan, en una imagen de 1990. Fiona Hanson/ZUMA Press
Imaginen que los ciudadanos de la Unión Soviética no hubieran oído hablar del comunismo. Pues bien, la mayoría de la población desconoce el nombre de la ideología que domina nuestras vidas. Si la mencionan en una conversación, se ganarán un encogimiento de hombros; y, aunque su interlocutor haya oído el término con anterioridad, tendrá problemas para definirlo. ¿Saben qué es el neoliberalismo?
Su anonimato es causa y efecto de su poder. Ha sido protagonista en crisis de lo más variadas: el colapso financiero de los años 2007 y 2008, la externalización de dinero y poder a los paraísos fiscales (los "papeles de Panamá" son solo la punta del iceberg), la lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas, el resurgimiento de la pobreza infantil, la epidemia de soledad, el colapso de los ecosistemas y hasta el ascenso de Donald Trump. Sin embargo, esas crisis nos parecen elementos aislados, que no guardan relación. No somos conscientes de que todas ellas son producto directo o indirecto del mismo factor: una filosofía que tiene un nombre; o, más bien, que lo tenía. ¿Y qué da más poder que actuar de incógnito?
El neoliberalismo es tan ubicuo que ni siquiera lo reconocemos como ideología. Aparentemente, hemos asumido el ideal de su fe milenaria como si fuera una fuerza natural; una especie de ley biológica, como la teoría de la evolución de Darwin. Pero nació con la intención deliberada de remodelar la vida humana y cambiar el centro del poder.
Para el neoliberalismo, la competencia es la característica fundamental de las relaciones sociales. Afirma que "el mercado" produce beneficios que no se podrían conseguir mediante la planificación, y convierte a los ciudadanos en consumidores cuyas opciones democráticas se reducen como mucho a comprar y vender, proceso que supuestamente premia el mérito y castiga la ineficacia. Todo lo que limite la competencia es, desde su punto de vista, contrario a la libertad. Hay que bajar los impuestos, reducir los controles y privatizar los servicios públicos. Las organizaciones obreras y la negociación colectiva no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores. La desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos. La pretensión de crear una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva. El mercado se asegura de que todos reciban lo que merecen.
Asumimos y reproducimos su credo. Los ricos se convencen de que son ricos por méritos propios, sin que sus privilegios (educativos, patrimoniales, de clase) hayan tenido nada que ver. Los pobres se culpan de su fracaso, aunque no puedan hacer gran cosa por cambiar las circunstancias que determinan su existencia. ¿Desempleo estructural? Si usted no tiene empleo, es porque carece de iniciativa. ¿Viviendas de precios desorbitados? Si su cuenta está en números rojos, es por su incompetencia y falta de previsión. ¿Qué es eso de que el colegio de sus hijos ya no tiene instalaciones de educación física? Si engordan, es culpa suya. En un mundo gobernado por la competencia, los que caen pasan a ser perdedores ante la sociedad y ante sí mismos.
La epidemia de autolesiones, desórdenes alimentarios, depresión, incomunicación, ansiedad y fobia social es una de las consecuencias de ese proceso, que Paul Verhaeghe documenta en su libro What About Me?. No es sorprendente que Gran Bretaña, el país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor, sea la capital europea de la soledad. Ahora, todos somos neoliberales.

No es sorprendente que Gran Bretaña, el país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor, sea la capital europea de la soledad.

El término neoliberalismo se acuñó en París, en una reunión celebrada en 1938. Su definición ideológica es hija de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, dos exiliados austríacos que rechazaban la democracia social (representada por el New Deal de Franklin Roosevelt y el desarrollo gradual del Estado del bienestar británico) porque la consideraban una expresión colectivista a la altura del comunismo y del movimiento nazi.
En Camino de servidumbre (1944), Hayek afirma que la planificación estatal aplasta el individualismo y conduce inevitablemente al totalitarismo. Su libro, que tuvo tanto éxito como La burocracia de Mises, llegó a ojos de determinados ricos que vieron en su ideología una oportunidad de librarse de los impuestos y las regulaciones. En 1947, cuando Hayek fundó la primera organización encargada de extender su doctrina (la Mont Perelin Society), obtuvo apoyo económico de muchos millonarios y de sus fundaciones.
Gracias a ellos, Hayek empezó a crear lo que Daniel Stedman Jones describe en Amos del universo como "una especie de Internacional Neoliberal", una red interatlántica de académicos, empresarios, periodistas y activistas. Además, sus ricos promotores financiaron una serie de comités de expertos cuya labor consistía en perfeccionar y promover el credo; entre ellas, el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation, el Cato Institute, el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute. También financiaron departamentos y puestos académicos en muchas universidades, sobre todo de Chicago y Virginia.
Cuanto más crecía el neoliberalismo, más estridente era. La idea de Hayek de que los Gobiernos debían regular la competencia para impedir monopolios dio paso entre sus apóstoles estadounidenses −como Milton Friedman− a la idea de que los monopolios venían a ser un premio a la eficacia. Pero aquella evolución tuvo otra consecuencia: que el movimiento perdió el nombre. En 1951, Friedman se definía neoliberal sin tapujo alguno. Poco después, el término empezó a desaparecer. Y por si eso no fuera suficientemente extraño en una ideología cada vez más tajante y en un movimiento cada vez más coherente, no buscaron sustituto para el nombre perdido.

Ideología en la sombra

A pesar de su dadivosa financiación, el neoliberalismo permaneció al principio en la sombra. El consenso de posguerra era prácticamente universal: las recetas económicas de John Maynard Keynes se aplicaban en muchos lugares del planeta; el pleno empleo y la reducción de la pobreza eran objetivos comunes de los Estados Unidos y de casi toda Europa occidental; los impuestos al capital eran altos y los Gobiernos no se avergonzaban de buscar objetivos sociales mediante servicios públicos nuevos y nuevas redes de apoyo.
Pero, en la década de 1970, cuando la crisis económica sacudió las dos orillas del Atlántico y el keynesianismo se empezó a derrumbar, los principios neoliberales se empezaron a abrir paso en la cultura dominante. En palabras de Friedman, "se necesitaba un cambio (...) y ya había una alternativa preparada". Con ayuda de periodistas y consejeros políticos adeptos a la causa, consiguieron que los Gobiernos de Jimmy Carter y Jim Callaghan aplicaran elementos del neoliberalismo (sobre todo en materia de política monetaria) en los Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente.
El resto del paquete llegó enseguida, tras los triunfos electorales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan: reducciones masivas de los impuestos de los ricos, destrucción del sindicalismo, desregulación, privatización y tercerización y subcontratación de los servicios públicos. La doctrina neoliberal se impuso en casi todo el mundo −y, frecuentemente, sin consenso democrático de ninguna clase− a través del FMI, el Banco Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del Comercio. Hasta partidos que habían pertenecido a la izquierda adoptaron sus principios; por ejemplo, el Laborista y el Demócrata. Como afirma Stedman Jones, "cuesta encontrar otra utopía que se haya hecho realidad de un modo tan absoluto".

"Me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo", dijo Hayek en una visita al Chile de Pinochet

Puede parecer extraño que un credo que prometía libertad y capacidad de decisión se promoviera con este lema: "No hay alternativa". Pero, como dijo Hayek durante una visita al Chile de Pinochet (uno de los primeros países que aplicaron el programa de forma exhaustiva), "me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo".
La libertad de los neoliberales, que suena tan bien cuando se expresa en términos generales, es libertad para el pez grande, no para el pequeño. Liberarse de los sindicatos y la negociación colectiva significa libertad para reducir los salarios. Liberarse de las regulaciones estatales significa libertad para contaminar los ríos, poner en peligro a los trabajadores, imponer tipos de interés inicuos y diseñar exóticos instrumentos financieros. Liberarse de los impuestos significa liberarse de las políticas redistributivas que sacan a la gente de la pobreza.
La autora canadiense Naomi Klein
La autora canadiense Naomi Klein explica que los neoliberales propugnan el uso de las crisis para imponer políticas impopulares, como se hizo tras el golpe de Pinochet, la guerra de Irak y el huracán Katrina.
En La doctrina del shock, Naomi Klein demuestra que los teóricos neoliberales propugnan el uso de las crisis para imponer políticas impopulares, aprovechando el desconcierto de la gente; por ejemplo, tras el golpe de Pinochet, la guerra de Irak y el huracán Katrina, que Friedman describió como "una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo" de Nueva Orleans. Cuando no pueden imponer sus principios en un país, los imponen a través de tratados de carácter internacional que incluyen "instrumentos de arbitraje entre inversores y Estados", es decir, tribunales externos donde las corporaciones pueden presionar para que se eliminen las protecciones sociales y medioambientales. Cada vez que un Parlamento vota a favor de congelar el precio de la luz, de impedir que las farmacéuticas estafen al Estado, de proteger acuíferos en peligro por culpa de explotaciones mineras o de restringir la venta de tabaco, las corporaciones lo denuncian y, con frecuencia, ganan. Así, la democracia queda reducida a teatro.
La afirmación de que la competencia universal depende de un proceso de cuantificación y comparación universales es otra de las paradojas del neoliberalismo. Provoca que los trabajadores, las personas que buscan empleo y los propios servicios públicos se vean sometidos a un régimen opresivo de evaluación y seguimiento, pensado para identificar a los triunfadores y castigar a los perdedores. Según Von Mises, su doctrina nos iba a liberar de la pesadilla burocrática de la planificación central; y, en lugar de liberarnos de una pesadilla, creó otra.

Menos sindicalismo y más privatizaciones

Los padres del neoliberalismo no lo concibieron como chanchullo de unos pocos, pero se convirtió rápidamente en eso. El crecimiento económico de la era neoliberal (desde 1980 en GB y EEUU) es notablemente más bajo que el de las décadas anteriores; salvo en lo tocante a los más ricos. Las desigualdades de riqueza e ingresos, que se habían reducido a lo largo de 60 años, se dispararon gracias a la demolición del sindicalismo, las reducciones de impuestos, el aumento de los precios de vivienda y alquiler, las privatizaciones y las desregularizaciones.
La privatización total o parcial de los servicios públicos de energía, agua, trenes, salud, educación, carreteras y prisiones permitió que las grandes empresas establecieran peajes en recursos básicos y cobraran rentas por su uso a los ciudadanos o a los Gobiernos. El término renta también se refiere a los ingresos que no son fruto del trabajo. Cuando alguien paga un precio exagerado por un billete de tren, sólo una parte de dicho precio se destina a compensar a los operadores por el dinero gastado en combustible, salarios y materiales, entre otras partidas; el resto es la constatación de que las corporaciones tienen a los ciudadanos contra la pared.
Los dueños y directivos de los servicios públicos privatizados o semiprivatizados de Gran Bretaña ganan fortunas gigantescas mediante el procedimiento de invertir poco y cobrar mucho. En Rusia y la India, los oligarcas adquieren bienes estatales en liquidaciones por incendios. En México, Carlos Slim obtuvo el control de casi toda la red de telefonía fija y móvil y se convirtió en el hombre más rico del mundo.
Carlos Slim se convierte en el mayor accionista individual del New York Times
Carlos Slim se convirtió en el hombre más rico del mundo tras hacerse con el control de casi toda la red de telefonía de México. EFE
Andrew Sayer afirma en Why We Can't Afford the Rich que la financiarización ha tenido consecuencias parecidas: "Como sucede con la renta, los intereses son (...) un ingreso acumulativo que no exige de esfuerzo alguno". Cuanto más se empobrecen los pobres y más se enriquecen los ricos, más control tienen los segundos sobre otro bien crucial: el dinero. Los intereses son, sobre todo, una transferencia de dinero de los pobres a los ricos. Los precios de las propiedades y la negativa de los Estados a ofrecer financiación condenan a la gente a cargarse de deudas (piensen en lo que pasó en Gran Bretaña cuando se cambiaron las becas escolares por créditos escolares), y los bancos y sus ejecutivos hacen el agosto.
Sayer sostiene que las cuatro últimas décadas se han caracterizado por una transferencia de riqueza que no es sólo de pobres a ricos, sino también de unos ricos a otros: de los que ganan dinero produciendo bienes o servicios a los que ganan dinero controlando los activos existentes y recogiendo beneficios de renta, intereses o capital. Los ingresos fruto del trabajo se han visto sustituidos por ingresos que no dependen de este.
El hundimiento de los mercados ha puesto al neoliberalismo en una situación difícil. Por si no fuera suficiente con los bancos demasiado grandes para dejarlos caer, las corporaciones se ven ahora en la tesitura de ofrecer servicios públicos. Como observó Tony Judt en Ill Fares the Land, Hayek olvidó que no se puede permitir que los servicios nacionales de carácter esencial se hundan, lo cual implica que la competencia queda anulada. Las empresas se llevan los beneficios y el Estado corre con los gastos.
A mayor fracaso de una ideología, mayor extremismo en su aplicación. Los Gobiernos utilizan las crisis neoliberales como excusa y oportunidad para reducir impuestos, privatizar los servicios públicos que aún no se habían privatizado, abrir agujeros en la red de protección social, desregularizar a las corporaciones y volver a regular a los ciudadanos. El Estado que se odia a sí mismo se dedica a hundir sus dientes en todos los órganos del sector público.

De la crisis económica a la crisis política

Es posible que la consecuencia más peligrosa del neoliberalismo no sea la crisis económica que ha causado, sino la crisis política. A medida que se reduce el poder del Estado, también se reduce nuestra capacidad para cambiar las cosas mediante el voto. Según la teoría neoliberal, la gente ejerce su libertad a través del gasto; pero algunos pueden gastar más que otros y, en la gran democracia de consumidores o accionistas, los votos no se distribuyen de forma equitativa. El resultado es una pérdida de poder de las clases baja y media. Y, como los partidos de la derecha y de la antigua izquierda adoptan políticas neoliberales parecidas, la pérdida de poder se transforma en pérdida de derechos. Cada vez hay más gente que se ve expulsada de la política.
Chris Hedges puntualiza que "los movimientos fascistas no encontraron su base en las personas políticamente activas, sino en las inactivas; en los 'perdedores' que tenían la sensación, frecuentemente correcta, de que carecían de voz y espacio en el sistema político". Cuando la política deja de dirigirse a los ciudadanos, hay gente que la cambia por consignas, símbolos y sentimientos. Por poner un ejemplo, los admiradores de Trump parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes.
Judt explicó que, si la tupida malla de interacciones entre el Estado y los ciudadanos queda reducida a poco más que autoridad y obediencia, sólo quedará una fuerza que nos una: el poder del propio Estado. Normalmente, el totalitarismo que temía Hayek surge cuando los gobiernos pierden la autoridad ética derivada de la prestación de servicios públicos y se limitan a "engatusar, amenazar y, finalmente, a coaccionar a la gente para que obedezca".
Sarah Palin refuerza las opciones de Trump y propina un golpe a Ted Cruz
Los admiradores de Trump parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes. EFE
El neoliberalismo es un dios que fracasó, como el socialismo real; pero, a diferencia de este, su doctrina se ha convertido en un zombie que sigue adelante, tambaleándose. Y uno de los motivos es su anonimato. O, más exactamente, un racimo de anonimatos.
La doctrina invisible de la mano invisible tiene promotores invisibles. Poco a poco, lentamente, hemos empezado a descubrir los nombres de algunos. Supimos que el Institute of Economic Affairs, que se manifestó rotundamente en los medios contra el aumento de las regulaciones de la industria del tabaco, recibía fondos de British American Tobacco desde 1963. Supimos que Charles y David Koch, dos de los hombres más ricos del mundo, fundaron el instituto del que surgió el Tea Party. Supimos lo que dijo Charles Kock al crear uno de sus laboratorios de ideas: "para evitar críticas indeseables, debemos abstenernos de hacer demasiada publicidad del funcionamiento y sistema directivo de nuestra organización".
Las palabras que usa el neoliberalismo tienden más a ocultar que a esclarecer. "El mercado" suena a sistema natural que se nos impone de forma igualitaria, como la gravedad o la presión atmosférica, pero está cargado de relaciones de poder. "Lo que el mercado quiere" suele ser lo que las corporaciones y sus dueños quieren. La palabra inversión significa dos cosas muy diferentes, como observa Sayer: una es la financiación de actividades productivas y socialmente útiles; otra, la compra de servicios existentes para exprimirlos y obtener rentas, intereses, dividendos y plusvalías. Usar la misma palabra para dos actividades tan distintas sirve para "camuflar las fuentes de riqueza" y empujarnos a confundir su extracción con su creación.

Franquicias, paraísos fiscales y desgravaciones

Hace un siglo, los ricos que habían heredado sus fortunas despreciaban a los nouveau riche; hasta el punto de que los empresarios buscaban aceptación social mediante el procedimiento de hacerse pasar por rentistas. En la actualidad, la relación se ha invertido: los rentistas y herederos se hacen pasar por emprendedores y afirman que sus riquezas son fruto del trabajo.
El anonimato y las confusiones del neoliberalismo se mezclan con la ausencia de nombre y la deslocalización del capitalismo moderno: Modelos de franquicias que aseguran que los trabajadores no sepan para quién trabajan; empresas registradas en redes de paraísos fiscales tan complejas y secretas que ni la policía puede encontrar a sus propietarios; sistemas de desgravación fiscal que confunden a los propios Gobiernos y productos financieros que no entiende nadie.
El neoliberalismo guarda celosamente su anonimato. Los seguidores de Hayek, Mises y Friedman tienden a rechazar el término con el argumento, no exento de razón, de que en la actualidad sólo se usa de forma peyorativa. Algunos se describen como liberales clásicos o incluso libertarios, pero son descripciones tan engañosas como curiosamente modestas, porque implican que no hay nada innovador en Camino de servidumbre, La burocracia o Capitalismo y libertad, el clásico de Friedman.

Cuando las políticas económicas de laissez-faire llevaron a la catástrofe de 1929, Keynes desarrolló una teoría económica completa para sustituirlas. En el año 2008, cuando el neoliberalismo fracasó, no había nada.

A pesar de todo, el proyecto neoliberal tuvo algo admirable; al menos, en su primera época: fue un conjunto de ideas novedosas promovido por una red coherente de pensadores y activistas con una estrategia clara. Fue paciente y persistente. El Camino de servidumbre se convirtió en camino al poder.
El triunfo del neoliberalismo también es un reflejo del fracaso de la izquierda. Cuando las políticas económicas de laissez-faire llevaron a la catástrofe de 1929, Keynes desarrolló una teoría económica completa para sustituirlas. Cuando el keynesianismo encalló en la década de 1970, ya había una alternativa preparada. Pero, en el año 2008, cuando el neoliberalismo fracasó, no había nada. Ese es el motivo de que el zombie siga adelante. La izquierda no ha producido ningún marco económico nuevo de carácter general desde hace ochenta años.
Toda apelación a lord Keynes es un reconocimiento implícito de fracaso. Proponer soluciones keynesianas para crisis del siglo XXI es hacer caso omiso de tres problemas obvios: que movilizar a la gente con ideas viejas es muy difícil; que los defectos que salieron a la luz en la década de 1970 no han desaparecido y, sobre todo, que no tienen nada que decir sobre el peor de nuestros aprietos, la crisis ecológica. El keynesianismo funciona estimulando el consumo y promoviendo el crecimiento económico, pero el consumo y el crecimiento económico son los motores de la destrucción ambiental.
La historia del keynesianismo y el neoliberalismo demuestra que no basta con oponerse a un sistema roto. Hay que proponer una alternativa congruente. Los laboristas, los demócratas y el conjunto de la izquierda se deberían concentrar en el desarrollo de un programa económico Apollo; un intento consciente de diseñar un sistema nuevo, a medida de las exigencias del siglo XXI.
Traducción de Jesús Gómez

dimecres, 27 d’abril del 2016

Una propuesta de futuro

Post publicat a The Oil Crash



Queridos lectores,

Con cierta frecuencia se me reprocha que los análisis que aquí hacemos de los diversos tipos de recursos naturales existentes (fundamentalmente los de tipo energético, tanto renovables como no renovables) acaban concluyendo que ninguna fuente de energía en solitario o en combinación con las demás podrá producir en un futuro (nada lejano) una cantidad de energía semejante a la actual, sino una mucho menor. Se tacha a este blog de derrotista o apocalíptico porque el mero análisis factual y desapasionado de los datos crudos nos muestra que la única ruta posible a día de hoy es la del descenso energético. Por mi formación científica mi propósito es mostrar la realidad de la manera más objetiva posible, dejando al margen mis posibles preferencias o deseos, y por desgracia nada de lo que se propone o se investiga ahora mismo promete ninguna salida del atolladero actual, y para mayor mal el curso de los acontecimientos desde que comencé el blog (Enero de 2010) refrenda que nuestro camino inexorable sigue siendo el del descenso energético. Frecuentemente veo comentados algunos posts en diversos foros y siempre aparece una cierta cantidad de comentarios diciendo que me equivoco porque no he considerado tal o cual milagro energético que en realidad ya se analizó aquí algún otro día mostrando que en realidad era un fiasco. Al final, mi actitud aguafiestas, del "nada vale" es tan molesta que se considera socialmente inaceptable por algunos, y muchas personas acaban concluyendo que si digo lo que digo es porque tengo un sesgo (político) de agenda, una visión torcida de las cosas o que simplemente estoy mal de la cabeza. Cualquier cosa antes de acercarse a los datos y ver qué muestran, o de mirar alrededor y ver que ningún milagro energético o de ningún otro tipo está acudiendo en nuestro rescate después de pasados 7 años de esta crisis que no acabará nunca

Hace poco una persona me pedía un apunte de optimismo, que diera alguna alternativa, que propusiera alguna cosa que pudiera funcionar. Ya hemos discutido que ése no es en realidad mi cometido, aunque también es cierto que en realidad sí que puedo proponer medidas eficaces y que nos proporcionarían un futuro que merecería la pena vivirse (y no el futuro de exclusión y neofeudalismo en el que podríamos acabar si seguimos el camino actual). Puedo proponerlas porque son medidas sencillas, de sentido común, una vez que se acepta el diagnóstico simple de lo que está pasando. Al mismo tiempo, no son medidas realmente técnicas, o al menos no relacionadas con encontrar nuevas fuentes o aumentar la producción de energía. Sin embargo, son medidas inaceptables socialmente porque implican romper con un paradigma social y económico que se considera irreemplazable e inmutable, a pesar de que tiene menos de 200 años. Y es que estas medidas implican la necesaria y prioritaria modificación de nuestro sistema económico y financiero.

Casualmente, los compañeros de Véspera de Nada han estado estos días recabando ideas sobre medidas para aumentar nuestra resiliencia yproponerlas al nuevo Parlamento Europeo que votaremos en unos días. La mayoría de las medidas que se han propuesto son las lógicas proviniendo de asociaciones de carácter técnico centradas en el problema de los recursos: mejorar eficiencia, incentivar renovables, acabar con la obsolescencia programada, evitar la mercantilización del agua... Por mi parte, reflexionando sobre qué se tendría que proponer, he introducido ese elemento de debate, el de que el cambio necesario y que debe producirse primero es el del sistema económico y financiero. Algo inusual pero se se mira con detenimiento es lo más lógico del mundo.

Introducción: el problema del crecimiento

La cosa es simple. Nuestro sistema financiero funciona sobre la base del crédito. Cuando alguien presta hoy 100 euros con un interés del 5% está creyendo (crédito viene del latín credere, creer) que la persona a la que se lo deja será capaz no sólo de producir valor por los 100 euros que ha invertido, sino por otros 5 euros de interés. Es decir, un capital de 100 se convertirá en uno de 105, al margen del beneficio adicional que le pueda dejar al que solicitó el crédito. Todo el mundo considera normal hoy en día que cuando se presta dinero se devuelva ese dinero más un interés porcentual; sin embargo, ésta no era en absoluto la visión dominante hace pocos siglos: por ejemplo, hasta el siglo XVIII la Iglesia católica condenaba el préstamo con interés, al que calificaba genéricamente como usura (pecunia pecuniam parere non potest, el dinero no puede parir dinero, decía Santo Tomás de Aquino). Y es lógico que durante la mayoría de la historia de la Humanidad se haya visto como algo nocivo el crédito con interés. Piensen que si el capital se prestase a un interés de tan "sólo" el 5% anual, y cuando se recuperase se volviese a prestar indefinidamente, este capital tendría que crecer a ese ritmo exponencial. En sólo 14 años el capital se habría duplicado, en 28 años se habría multiplicado por cuatro, en 42 por 8, en 56 por 16... En sólo un siglo ese capital tendría que ser 131 veces mayor, y en doscientos años 17.161 veces. En sólo un milenio el capital tendría que haber aumentado en un astronómico factor con 21 cifras, casi comparable con el número de estrellas que hay en el Universo, y en los 10.000 años de historia de la Humanidad se tendría que haber multiplicado por una cantidad con 211 cifras, mucho mayor que el número de átomos en el Sistema Solar.

Por supuesto tal crecimiento es imposible (no puede haber más euros que átomos) y por supuesto algunas inversiones fracasan y el ritmo de crecimiento no es nunca tan rápido, pero en todo caso la lógica de nuestro sistema es la del crecimiento continuo, ilimitado, el cual tarde o temprano tendrá que detenerse por la simple razón de que el planeta es finito. Durante la mayoría de la Historia de la Humanidad los hombres vivieron con limitaciones: de recursos, de población, de velocidad de transporte... y así el crecimiento era escaso o nulo, y típicamente se producía después de una catástrofe poblacional o algún evento que permitía transgredir los límites previos (alguna mejora social o técnica, o la colonización de nuevos territorios - e.g., la expansión Occidental en América o en África). Los antiguos comprendieron que la lógica del interés compuesto empujaba a los hombres a una búsqueda de más riqueza que era simplemente imposible (en promedio; siempre hay quien se enriquece) en un mundo con limitaciones , y así las diversas iglesias condenaban el préstamo con interés, que en algunos países era perseguido como delito.

Pero llegó la Primera Revolución Industrial, con la introducción del carbón, y después la Segunda, con la introducción de la electricidad y el petróleo, y de repente las posibilidades se multiplicaron. El mundo pudo expandirse, y con él el capital, a ritmos desconocidos durante siglos. En ese momento se sentaron las bases de la teoría económica actualmente vigente, la cual no ha dado el valor económico correcto a los recursos, y en particular a la energía, ese fluido poderoso e invisible que ha hecho posible esta rápida expansión. Han pasado casi dos siglos, no quedan economistas de antigua hornada y se ha perdido prácticamente el recuerdo de una manera diferente de hacer las cosas; todo el mundo acepta acríticamente que para salir de la crisis lo que necesitamos es crecimiento, y no se piensa en otra alternativa. Y ahora que algunas voces dicen que la disponibilidad de energía ha llegado a su máximo, y que la cantidad de energía que consumimos cada año, aunque es grandiosa, ya no va a crecer sensiblemente más, e incluso que algunas fuentes como el petróleo están comenzando a retroceder, a ofrecernos menos cada año, los economistas educados en estas décadas de hiperabundancia insisten en que la energía y los recursos no son ni serán el problema, y dicen eso por convencimiento dogmático, puesto que ni se paran a mirar los datos de manera objetiva en vez de hablar de oídas ni intentan entender la geología, la física y la biología que subyacen a la economía pensando que esta disciplina es reina y soberana en vez de súbdita y subordinada de la Naturaleza. 

Con respecto a lo primero, demasiadas veces me he encontrado con el típico "experto en economía" que hace afirmaciones ridículas y fáciles de refutar, como por ejemplo exagerar la importancia de los movimientos a corto plazo del precio del petróleo (e.g., decir enfáticamente que "el precio del petróleo se acaba de hundir" porque ha bajado dos o tres dólares que recupera al cabo de un par de días) o que la producción de petróleo sigue aumentando sin problemas (como siempre, confundiendo petróleo crudo con los malos sucedáneos con los que completamos la categoría de "todos los líquidos del petróleo"). La realidad es que la producción de todos los líquidos del petróleo apenas crece, la de petróleo crudo convencional decrece desde 2005, y el precio se mantiene de manera bastante estable en máximos históricos, como muestra esta gráfica de un artículo de Gail Tverberg de hace unos meses:



Otras veces, en su intento por negar el problema con el petróleo evocan la quimera de unos EE.UU. energéticamente independientes(tergiversación de una información contenida en la edición de 2012 del informe anual de la Agencia Internacional de la Energía), basándose en la operación mediática que se ha montando para promocionar la burbuja financiera del fracking (y que ya se ha comenzado a desmoronar). Y si eso falla se apoyan en nuevas prospecciones y en otras fuentes milagrosas de las que se habla desde hace años sin que nunca lleguen a materializarse en plenitud. Tal grado de autoengaño es peligroso porque los años van pasando sin que el problema energético mejore sino que, al contrario, va agravándose, y porque a veces incluso lleva a movimientos geopolíticamente absurdos (como los llamamientos en EE.UU. a exportar gas natural a Europa para que superen su dependencia de Rusia, cuando en realidad no pueden ni en sus mejores sueños hacer tal cosa,  y a escala más local los patéticos intentos de España de promocionarse como distribuidor del gas argelino sin tener en cuenta los crecientes problemas de la nación africana que ya ha superado sus particulares peak oil y peak gas). Y eso sin tener en cuenta que el crecimiento a ultranza llevaría también a absurdas y peligrosas consecuencias cuando se transpone en demanda de energía.

Con respecto a lo segundo, para el pensamiento económico dominante la evolución de la producción de cualquier materia es cuestión simplemente de inversión y si es necesario de sustitución, la cual se considera siempre posible. La aceptación acrítica de estos dogmas impide entender que en realidad, como dice el informe de Tullett Prebon, "En última instancia la economía es - y siempre ha sido- una ecuación de excedentes energéticos, gobernada por las leyes de la termodinámica, y no por las del mercado" (página 11). El concepto clave de la rentabilidad energética, cristalizado en la denominada Tasa de Retorno Energético(TRE), es completamente ajeno al economista tradicional, demostrando una perseverante incapacidad para entenderlo. Algunos economistas, sin embargo, se dan cuenta de que efectivamente puede haber un problema con la energía, por lo cual abogan por la desmaterialización de la economía, cuando no hay ninguna evidencia histórica de que la economía pueda crecer sin crecer el consumo de energía, por más que nos autoengañemos con las mejoras en intensidad energética que han conseguido los países occidentales a base de externalizar las actividades industriales más primarias a otros países y luego importar los bienes producidos (aumentando así el consumo energético per cápita en vez de reducirlo, en realidad). De hecho, la evidencia apunta a que no se puede desligar energía de PIB por ningún medio.


Cómo no resolver el problema

Como no se conseguirá absolutamente nada es centrándose en las cuestiones técnicas, buscando nuevas fuentes de energía y mejores métodos de aprovechamiento. Sé que es chocante que diga esto, puesto que sé que al decir de algunos (casualmente, de orientación economicista en su mayoría) el análisis meramente técnico sobre la energía debería ser el único foco de este blog. Sin embargo, mejorar la eficiencia o incentivar el ahorro, cosas de por sí deseables, no llevan a una reducción del consumo de energía, por virtud de la Paradoja de Jevons: el consumo de energía siempre tiene sentido económico (si yo consumo más energía podré producir más bienes o servicios, y por tanto ganar más dinero). En un sistema en el que uno tiene que crecer siempre no se pueden desdeñar oportunidades de inversión y de crecimiento, así que nunca se va a dejar de consumir una energía disponible por poco que nos la podamos permitir. Al contrario: si ahora se reduce el consumo de energía en Occidente es justamente porque no podemos pagarla, con las conocidas consecuencias de contracción económica y paro creciente.

Peor aún: no sirven absolutamente de nada todas las campañas destinadas a incrementar la concienciación ciudadana e incentivar el ahorro de energía (he aquí un enlace que lo explica muy bien). Calman las conciencias inquietas, bien es cierto, pero los ahorros producidos, siempre bastante marginales, son sobre una fracción del consumo de toda la sociedad que es siempre bastante menor que el consumo de la industria. Y la industria no hace ningún esfuerzo en consumir menos energía; puede hacerlo, si le resulta económicamente atractivo, en consumirla más eficientemente, pero no menos, porque tiene que crecer, crecer y crecer e, insisto, si se consume menos es por necesidad, y no por voluntad. Con el esfuerzo de los ciudadanos éstos reducen sus facturas energéticas y dejan más energía disponible para la industria, pero al final el ahorro energético no se traduce en ahorro económico en el largo plazo: fíjense como en el caso de España, en el caso de la energía eléctrica - que aunque sea una fracción minoritaria de toda la energía consumida es significativa -  las compañías eléctricas han modificado las facturas domésticas aumentando la parte fija y disminuyendo la variable, con lo que al final la gente paga más aunque consuma menos. Así que el camino de la concienciación y el ahorro voluntario va empujando a la población hacia una frugalidad necesaria, preámbulo de la Gran Exclusión.

Es esta contradicción entre el objetivo de nuestra industria, nuestro sistema económico y nuestro sistema financiero (el crecimiento indefinido) y la necesidad de capear la escasez creciente de recursos y los efectos ambientales de tanto derroche (no sólo el cambio climático, sino toda la contaminación que se arroja sin más a la Naturaleza) lo que lleva a que no se haga nada o prácticamente nada para resolver estos problemas. Es igual lo que se diga de cara a la galería: no se toman medidas serias porque no se encuentra la manera de evitar su gran impacto económico, y en última instancia la necesidad de acabar con el crecimiento. Fruto de esta contradicción insalvable son discursos absurdos, esquizofrénicos, que son trasversales a nuestra sociedad y evidencian cómo estamos de confundidos. ¿Cómo se explican, si no, todas las campañas financiadas desde multitud de think tanks creados ad hoc para prefabricar y difundir la duda sobre el cambio climático, tirando por tierra el trabajo de miles de científicos especialistas de todo el planeta? ¿De dónde sale el recurrente discurso de que se puede hacer una transición a una economía verde (y se sobreentiende que creciente) basada en las energías renovables, a pesar de la multitud de evidencias (1,2,3,4,5,6,7) de que el aprovechamiento de la energía renovable es mucho menor que lo que actualmente consumimos de energía no renovable? ¿O que la energía nuclear es una energía con futuro, a pesar de que el uranio llega a su límite, el MOX tiene un reaprovechamiento limitado, los reactores comerciales de IV generación no acaban de llegar después de 60 años de experimentación con ellos y el mítico reactor de fusión está en un lejano futuro (si es que está en algún lado)? Por no hablar de las infinitas promesas nunca cumplidas de biocombustibles de 2ª generación, hidratos de gas, nuevos fuentes de hidrocarburos, la transición al gas natural o al coche eléctrico o al hidrógeno, o al carbón limpio o, en el extremos más desquiciado, las absurdas promesas de las energías libres. Mentiras que se repiten año tras año, década tras década, sin ningún avance porque éste no es físicamente posible; autoengaños de una sociedad enferma que se niega a aceptar lo más simple (que no se puede crecer infinitamente en un planeta finito) y para ello pone excusas de lo más complicado (infinidad de soluciones milagro que jamás se materializan).

Nuestra sociedad se parece a un hombre muy obeso que se autoengaña sobre su estado de salud y que no adopta un propósito firme de cambiar de hábitos hasta que no le da un infarto. Ése es por desgracia el camino que hemos adoptado, aceptando la mercantilización de los últimos bienes indispensables (ayer la tierra, hoy el agua, quizá mañana el aire) como una evolución lógica del capitalismo que se niega a cambiar y que nos lleva un paso más cerca de la exclusión social masiva; y ese infarto de la sociedad será una gran disrupción, una interrupción repentina de muchos servicios esenciales, una repentina falta de mercancías que hoy damos por garantizadas, incluyendo los alimentos... Y en eso estamos, esperando el infarto inevitable de este sistema hipertrofiado e inviable, deseando que el daño que cause no sea letal, que después de él podamos hacer borrón y cuenta nueva y por fin ponernos a dieta, por fin aprender a vivir dentro de los límites ecológicos de la biosfera que nos sustenta.


Una propuesta de futuro 

Sentarse a esperar un grave fallo de nuestro sistema productivo con serias consecuencias para la vida de las personas, que son muy dependientes del buen funcionamiento de este sistema, no es, obviamente, la mejor respuesta a nuestros problemas. De hecho es la más necia, la más idiota. Quienes tachan este blog de catastrofista deberían comprender que, si lo enunciado arriba es cierto (y es por eso que he dedicado tanto tiempo a hacer la exposición inicial) entonces la inacción es la actitud catastrofista, la que nos lleva irremediablemente al escenario indeseable, incluso apocalíptico.

Pero yo soy optimista, porque creo que aún podemos cambiar. Y volviendo a lo que me decía la persona que me pedía un apunte optimista: ¿qué podemos hacer para mejorar? He aquí mi propuesta:


  • Anulación de las deudas actuales: Quizá algunas se pudieran devolver, pero en general será imposible repagar la gran mayoría, no digamos ya pagar sus intereses. El mundo está cambiando, se está transformando, y las reglas que lo definen también han de cambiar. No se puede comenzar con una pesada losa que posiblemente no se podría remontar.
  • Reforma radical del sistema financiero: No se puede esperar seguir cobrando intereses por el préstamo de dinero. Si el sector financiero es crítico para el buen funcionamiento de la sociedad (y lo será durante el período de transición), no puede confiarse a la gestión privada (que tiende a privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, que a partir de ahora serán crecientes e inevitables) o como mínimo orientada al crecimiento.
  • Redefinición del dinero: La política monetaria no puede ser expansiva, y en un primer momento será más bien contractiva. El dinero es una representación del valor, no el valor en si mismo, y su gestión tiene que ser controlada por los sectores directamente involucrados: fabricantes, comerciantes, consumidores... La gente tenderá a usar divisas locales antes que la divisa nacional, por la mayor dificultad de garantizar el valor de ésta última en una sociedad que colapsa. Las divisas locales no pueden estar controladas por intereses especulativos foráneos y por tanto no se puede permitir que se atesore o capitalice (el análisis económico clásico nos dirá que de este modo se pierden oportunidades de inversión y de crecimiento). 
  • Reforma de los Estados: Desde su nacimiento los Estados y el capitalismo han compartido objetivos y se han complementado, con gran eficacia social hace décadas en algunos países (el Estado del Bienestar es un buen ejemplo) pero inevitablementeel Estado-nación entra también en crisis al dejar de ser viable el capitalismo. Es necesario relocalizar los centros de decisión y acercar la gestión a los administrados pero de verdad, no de boquilla. La gestión ha de ser antes municipal que comarcal, antes comarcal que regional, antes regional que nacional. La falta de energía llevará a una lógica de relocalización que tenderá gradualmente a hacer los ámbitos administrativos cada vez más locales, pero durante la transición la ineficiencia de un poder administrativo nacional hipertrofiado puede poner demasiadas trabas, sobre todo de tipo legal.
  • Definición de planes de transición locales: Cada población tiene que determinar cuáles son sus mayores problemas y debe invertir recursos en controlarlos. En algunas comunidades faltará el agua, en otras el problema será la falta de suelo fértil, en otras el exceso de población, la contaminación o la escasez de recursos fundamentales... Se ha de analizar cuidadosamente la situación, comprendiendo que no viviremos una continuación del sistema actual sino un cambio radical. Una vez identificados los puntos sensibles se han de invertir recursos y esfuerzos en moldearlos para posibilitar la transición, incluso aunque desde una perspectiva capitalista actual tal inversión no sea rentable Éste será uno de los grandes obstáculos, aunque bastante menor que la cancelación de deudas o del interés compuesto.
  • Preservación de los servicios básicos: Justamente ésta será una de las mayores dificultades de la transición: a la oposición del capital a perder sus privilegios se le unirá la dificultad de mantener un influjo de recursos suficiente para permitirse ciertos privilegios. Según el grado de escasez al que se vea sometida cada localidad se podrán mantener más o menos servicios. Los más fundamentales son la educación, la sanidad y la asistencia a la gente mayor y necesitada. Para poder conservar estos servicios fundamentales cada localidad deberá decidir qué sistema de financiación empleará, si por medio de impuestos o con el trabajo voluntario de los ciudadanos. Poder ofrecer más servicios dependerá de la riqueza relativa de cada lugar.

Ninguna de estas medidas habla explícitamente de energía sino de organización social; sin embargo, todas ellas tienen implicaciones de largo alcance sobre el uso y la disponibilidad de energía; de hecho, son las medidas que más impacto energético tienen, mucho más que las modestas medidas de ahorro y eficiencia que se proponen habitualmente. Más aún: las medidas arriba esbozadas son las únicas que tienen sentido en una situación de descenso energético. 

¿Es lo que propongo factible? No a día de hoy: cualquier economista o político que lo lea lo considerará utópico por excesivamente radical. Quizá lo sea el día de mañana si se hace la suficiente pedagogía, si la gente aprende a aceptar la verdad a la cara. Pero es fundamental hacer esta pedagogía: la alternativa es esperar esa gran disrupción, ese infarto quizá fatal de nuestra sociedad.

Salu2,
AMT

dilluns, 28 de març del 2016

Capitalismo, empleo y naturaleza. Salir del engranaje destructivo

Article publicat a Viento Sur
Enllaç a la RESOLUCIÓ SOBRE EL CANVI CLIMÀTIC (VANCOUVER )DE LA CONFEDERACIÓ SINDICAL INTERNACIONAL 2º CONGRÉS MUNDIAL, 21-25 de junio de 2010    


Daniel Tanuro
Lunes 21 de marzo de 2016
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El mundo sueña con una cosa de la que le bastaría tomar conciencia
para poseerla realmente (Karl Marx, carta a Arnold Ruge)
Existen varias definiciones posibles del capitalismo. Desde el punto de vista de los y las explotadas, el capitalismo es ese sistema en el que los recursos de la tierra que nos aseguran la subsistencia han sido monopolizados por una minoría que posee también los demás medios de producción. Así, para vivir, la mayoría no tiene más remedio que vender su fuerza de trabajo, más remedio que venderse, de hecho. Por tanto, depende completamente de los propietarios, está alienada de la producción de su existencia, es decir, a fin de cuentas, alienada de su humanidad. Los propietarios compran la fuerza de trabajo, o no, por un tiempo determinado a cambio de un salario. Aparentemente, la transacción es justa… salvo por el hecho de que el valor de la fuerza de trabajo (el salario) es inferior al valor del trabajo realizado. La diferencia constituye el beneficio. La eficacia de esta forma de explotación del trabajo carece de precedentes históricos. En particular, es claramente superior a las del vasallaje y del esclavismo, dos modos de producción en los que la explotación era plenamente transparente y saltaba a la vista.
Desde el punto de vista de la riqueza social, el capitalismo se define como una producción generalizada de mercancías destinadas a satisfacer cada vez más necesidades humanas a una escala que se amplía sin cesar. Que esas necesidades sean reales o no, que “tengan su origen en el estómago o en la fantasía”, que esta sea una creación o no del capital para dar salidas al productivismo, todo esto no cambia nada la cuestión. Propia del sistema, la acumulación de bienes de producción y de consumo es fenomenal y carece de precedentes históricos. Su motor es la competencia por el beneficio: so pena de sucumbir económicamente, cada propietario de capital está obligado a tratar continuamente de incrementar la productividad del trabajo explotado, y por tanto a sustituir a los trabajadores y trabajadoras por máquinas.
Desde la invención de la máquina de vapor por James Watt, esta dinámica de mecanización y de acumulación no ha hecho más que acentuarse. No podría ser de otra manera, pues todo avance de la mecanización reduce la parte proporcional del trabajo humano, y por tanto la cantidad de valor creado y la tasa de beneficio. Gran contradicción del capitalismo, la caída tendencial de la tasa de beneficio no puede compensarse con el aumento de la masa de beneficios, es decir, con el incremento de la producción, por un lado, y con el incremento de la tasa de explotación –trabajo no pagado– por otro. Por tanto, el sistema se mueve por sí mismo hacia la regresión social y la destrucción medioambiental.
El capitalismo, un sistema “sin suelo”
Su lógica “crecentista” también permite definir el capitalismo desde el punto de vista de sus relaciones con la naturaleza. Las sociedades anteriores en la historia estuvieron basadas directamente en la productividad natural. En esas sociedades, un eventual traspaso de los límites ecológicos solo podía ser temporal, y se pagaba al contado. Ensanchar esos límites solo era posible mejorando los conocimientos y las técnicas agrícolas (por ejemplo, el descubrimiento de que las leguminosas son un “abono verde” porque fijan el nitrógeno del aire en el suelo). Con el capitalismo, la cosa cambia. Gracias a la industria y la tecnología (la ciencia aplicada a la producción), puede ampliar los límites artificialmente, sustituyendo los recursos naturales por productos químicos.
El capitalismo tiende, por decirlo así, a desarrollarse “al margen del suelo”. Un ejemplo evidente es la ruptura del ciclo de los nutrientes debido a la urbanización capitalista en el siglo XIX: la pérdida de fertilidad resultante pudo compensarse gracias a la invención de los abonos de síntesis, y esto sigue funcionando hoy en día. Sin embargo, está claro que las posibilidades de desarrollo al margen del suelo no son ilimitadas. Pronto o tarde, el sistema se enredará en el antagonismo entre su bulimia de crecimiento y el carácter finito de los recursos. El choque será duro, ya que los problemas se acumulan a fuerza de aplazarlos y torearlos. Una salida capitalista al desafío del calentamiento global es más difícil de encontrar que una solución al agotamiento de los suelos. Máxime cuando la situación es gravísima: se ha tardado tanto que para salvar el clima ya no bastará con reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que, además, habrá que retirar dióxido de carbono de la atmósfera. Deducir de ello que el capitalismo se hunde es un poco precipitado; al contrario, la amenaza de un capitalismo bárbaro es muy real.
Combinar los tres puntos de vista permite calibrar la gran dificultad a que se enfrentan las luchas ecologistas. Ni que decir tiene que estas luchas son por definición sociales: los atentados al medio ambiente afectan más que nada a los explotados y oprimidos, que son los que menos responsabilidades tienen. La catástrofe climática amenaza la existencia de cientos de millones de personas. Algunas son conscientes y pasan a la acción, pero el grado de compromiso varía mucho según los grupos sociales: los campesinos y los pueblos indígenas se encuentran en primera línea y las mujeres son especialmente activas; los trabajadores, en general, se mantienen a la expectativa.
El mundo del trabajo, baza estratégica
Esta actitud de los trabajadores supone una traba enorme: cuando la clase obrera podría paralizar la maquinaria de destrucción capitalista, prestando así un servicio inmenso a la humanidad y a la naturaleza, parece estar, por el contrario, paralizada en su función al servicio de la maquinaria. La explicación es simple: la existencia de los trabajadores depende de su salario, su salario depende de su empleabilidad por el capital y su empleabilidad por el capital depende del crecimiento. Sin crecimiento, la mecanización incrementa el paro, las relaciones de fuerzas se degradan y la capacidad sindical de defender lo salarios o los derechos sociales disminuye. Hoy en día nos encontramos precisamente en esta situación: los sindicatos están a la defensiva, desestabilizados por el paro masivo y por la globalización.
Los campesinos poseen sus medios de producción, en su totalidad o en parte, y los pueblos indígenas producen su sustento en relación directa con la naturaleza; los trabajadores, en cambio, no tienen ninguna posibilidad equivalente. Sería demasiado fácil, y francamente estaría fuera de lugar, deducir de ello que los trabajadores son servidores del productivismo. Consumen, desde luego, y los más aventajados consumen de una manera ecológicamente insostenible, pero ¿es suya la culpa? ¿Acaso el frenesí consumista no es más bien fruto de la ilusión monetaria que hace que todo parezca estar al alcance de todos? ¿Acaso esta no funciona como compensación miserable de la miseria de relaciones humanas en esta sociedad mercantil? Muchos trabajadores son conscientes y están inquietos ante las amenazas ecológicas que planean sobre sus cabezas y de las de sus hijos. Muchos aspiran a un cambio que les permita vivir bien y cuidando el medio ambiente. Pero ¿qué hacer? Y ¿cómo hacerlo? Esta es la cuestión.
En un mundo cada vez más urbanizado, si queremos ganar la batalla ecológica, es estratégicamente importante ayudar al mundo del trabajo a responder a estas preguntas. No se trata solamente de que los trabajadores participen en las movilizaciones por el medio ambiente. Para que esta participación tenga la máxima repercusión, es preciso que estén presentes colectivamente, en su calidad de productores. También es necesario que los trabajadores planteen la cuestión ecológica en las fábricas, las oficinas y los demás lugares de trabajo, como productores. Como hacen los campesinos y los pueblos indígenas. Esto solamente es posible en el marco de una estrategia que unifique las luchas medioambientales y sociales para que confluyen en un mismo combate. Esto exige, 1º) una comprensión correcta de la fuerza destructiva del capitalismo; 2º) la perspectiva de una sociedad distinta, ecosocialista; y 3°) un programa de luchas y de reivindicaciones que responda tanto a las necesidades medioambientales como a las necesidades sociales, dando a cada uno y cada una la posibilidad de vivir dignamente desempeñando una actividad útil para la colectividad.
¿Un compromiso con el capitalismo verde?
Con algunas excepciones, el movimiento sindical ha comprendido la necesidad de afrontar la cuestión ecológica. La Confederación Sindical Internacional (CSI) se esfuerza por concienciar a sus miembros. En su segundo congreso (Vancouver 2010) adoptó una resolución sobre el cambio climático. Este texto afirma que la lucha contra el calentamiento del planeta es un asunto sindical, reclama un acuerdo internacional para no sobrepasar los 2 °C, respalda el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, del Norte y del Sur, insiste en los derechos de las mujeres y reivindica una “transición justa” para el mundo del trabajo…
Sin embargo, trata la cuestión clave del empleo de forma ambigua. En efecto, la CSI cree que el capitalismo verde conducirá al crecimiento y a la creación de “puestos de trabajo verdes”. Por consiguiente, se declara dispuesta a colaborar en la transición, a condición de que la factura para el mundo del trabajo sea limitada y de que se ofrezca una reconversión a los sectores condenados. De paso, la CSI considera “verdes” unos puestos de trabajo que no lo son en absoluto: en la captura-secuestro del carbono, en la distribución de productos “etiquetados” de los bosques y de la pesca “sostenible” (cuando sabemos que esas etiquetas son un fraude), en la gestión de los mecanismos de compensación forestal de las emisiones (REDD+), en la plantación de árboles en régimen de monocultivo y en las energías “bajas en carbono” (¿incluida la nuclear?).
Reflejo de esta ambigüedad, la resolución de Vancouver estima que la “transición justa” debe proteger la competitividad de las empresas. Está claro: la CSI cree que es posible salvar el clima sin poner en tela de juicio la lógica productivista. Peor aún: no ve otro medio que el crecimiento para combatir el paro. Esto va tan lejos que el secretario general de la CSI es miembro de la “Comisión Global de Economía y Clima”, un órgano influyente presidido por Nicholas Stern. El informe de esta comisión (“Better Growth, Better Climate”) desgrana medidas neoliberales que permiten realizar apenas un poco más del 50 % de la reducción necesaria de las emisiones para no sobrepasar los 2 °C. Stern es coherente: para evitar “costes excesivos”, su informe de 2006 preconizaba una estabilización del clima en 550 ppm CO2 eq, que suponen un recalentamiento superior a 3°C de aquí al final del siglo. La CSI no lo es.
Al ponerse a remolque del capitalismo verde, el movimiento sindical corre el riesgo de convertirse en cómplice de crímenes climáticos de gran amplitud, cuyas víctimas serán los pobres. Es distinta la vía que habría que tomar. Es la que se ve en las prácticas de empresas recuperadas, en Argentina y otros sitios. En RimaFlow (Milán) o Fralib (Marsella), los trabajadores en lucha por el empleo tratan espontáneamente de producir para las necesidades sociales respetando los imperativos ecológicos. Ciertos elementos de una alternativa se hallan en las posiciones de la red “Trade Unions for Energy Democracy” (TUED), que propone en particular que el sector energético pase a manos de la colectividad.
Frente al capitalismo en crisis y al problema climático, es ilusorio esperar que se supere el desempleo mediante un compromiso con el “crecimiento”. Por el contrario, la única estrategia coherente para conciliar lo social y lo ecológico implica cuestionar de forma radical el productivismo y, por tanto, el capitalismo. Se trata de salir de ese marco, en particular insistiendo en cuatro ejes: la colaboración con los campesinos frente a la agroindustria y la gran distribución; la expropiación del sector financiero (muy imbricado en el sector energético); el desarrollo del sector público (transportes colectivos, aislamiento de los edificios, cuidados del ecosistema…), y la reducción radical de la jornada de trabajo media jornada) sin pérdida del salario, con contratación compensatoria y disminución de los ritmos.
Más allá de las montañas de pantallas planas, de teléfonos inteligentes, más allá de los coches de alta tecnología y de los viajes todo incluido, más allá de esos sonajeros que se agitan para distraerle de su explotación, el mundo del trabajo percibe muy bien, en el fondo, que su interés fundamental, su porvenir y el de sus hijos, no radica en hacer girar el engranaje destructivo del capital, sino, por el contrario, en quebrarlo. La práctica social es la única que puede transformar esta percepción difusa en conciencia y organización. ¡Actuemos!
24/02/2016
http://alencontre.org/ecologie/capitalisme-emploi-et-nature-sortir-de-lengrenage-destructif.html
Traducción: VIENTO SUR

dilluns, 7 de març del 2016

Proyecto Cero, el sistema que provocará que el capitalismo colapse

Article publicat a El Confidencial 

Foto: El periodista y autor de 'Postcapitalismo', Paul Mason. (Foto: Antonio Olmos)
'Postcapitalismo' (Paidós), el libro que acaba de editar en España Paul Mason, el responsable de economía de Channel 4 News, se ha convertido en el ensayo de moda en el Reino Unido, hasta el punto que 'The Guardian' ha llegado a afirmar que Mason es un digno sucesor de Marx. El texto contiene profundos análisis económicos, pero también una lectura sobre los tiempos que vienen desde una perspectiva que los activistas de la nueva izquierda, esa que ha nacido de las casas okupadas, de Toni Negri y del entorno colaborativo, acogen con entusiasmo.
En el texto, Mason recoge ideas de Adam Smith y de Marx y muestra el mismo entusiasmo que Silicon Valley respecto de la tecnología, ya que está convencido de que las posibilidades de la automatización nos llevarán a una sociedad mejor, muy alejada del neoliberalismo reinante. Insiste además en que el capitalismo colapsará y abrirá las puertas a un mundo poscapitalista mucho más adecuado a las necesidades del ser humano actual.
La recepción de mis ideas ha sido muy entusiasta, pero he de pasarme el día explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter
La transición de un modelo a otro tiene nombre, “Proyecto Cero”, y consiste en lograr los siguientes objetivos: un sistema energético de cero emisiones de carbono, la producción de máquinas, productos y servicios con costes marginales cero y la reducción del tiempo de trabajo necesario hasta aproximarlo también a cero. Y cuenta con una advertencia: ya no que nuestros roles como consumidores, amantes o comunicadores son tan importantes para nosotros como el papel que desempeñamos en nuestro trabajo, este proyecto no puede basarse puramente en la justicia económica y social. El Confidencial conversó con él en Madrid sobre lo que nos espera.
PREGUNTA.- ¿Cree que el capitalismo va a colapsar, como pensaba el marxismo?
RESPUESTA.- Sí, pero no de una manera marxista, o al menos no a la manera del Marx de 'El Capital', sino del de 'Fragments on machines', en el que describía la emergencia de una inteligencia social, el 'general intellect'. Cuando Marx llevó a cabo este experimento en su pensamiento, planteaba un colapso del capitalismo totalmente distinto del señalado en 'El Capital'. Esa forma de abordar el asunto no fue descubierta por mí, sino por Toni Negri, él señaló qué aspecto tendría ahora ese 'general intellect' y su relación con las redes de información.
P.- Los comunistas del siglo XX veían bien el capitalismo oligopolístico, porque entendían que les favorecía: pensaban que una vez concentrada la propiedad en pocas personas, sólo tendrían que hacer que cambiase de manos para realizar el paso de un sistema a otro. En su caso, también coincide con la tendencia de tu época, el predominio de la tecnología y de la automatización, porque piensa que puede ser muy útil para generar otro sistema político.
R.- Lo que causó el colapso de la izquierda después del 89 no fue la caída del comunismo soviético, sino la desaparición de la ruta monopolística en el capitalismo. Estábamos de pronto en una sociedad altamente mercantilizada, nos levantábamos todas las mañanas y teníamos que reinventarnos como empresarios individuales. En ese contexto, la nacionalización no tiene mucho sentido. ¿Cómo vas a nacionalizar Spotify? La raíz del cambio tiene que ser hoy tecnológica, granular, que permita la diversidad a pequeña escala, lo cual significa que la gente interactuará de una manera altamente compleja.
Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, vamos a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas
Esto no ha sido entendido del todo: mis ideas se han recibido de una manera muy entusiasta, pero he de pasarme mucho tiempo explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter, sino una manera radicalmente diferente de enfocarlo. Yo quiero que la sociedad se automatice rápidamente porque el neoliberalismo está creando miles de trabajos que no necesitamos. Cuando era joven, el lavado de coches lo realizaba una máquina, y ahora lo hacen cinco inmigrantes con bayetas. Eso es regresivo. Necesitamos que esos trabajos estén automatizados, pero esas personas necesitan una forma de ganarse la vida.
P.- El famoso informe de Oxford que afirma que desaparecerá el 47% de los empleos en un futuro cercano se ha hecho muy popular. Usted no lo ve como algo negativo, al contrario que gran parte de la población.
R.- Desde que estaba escribiendo el libro hasta que fue publicado, en Finlandia han realizado un experimento con la aplicación de la renta básica, también han puesto en marcha un programa similar en Utrecht, en Canadá lo ha planteado Trudeau, Suecia ha recortado la jornada laboral a seis horas, e incluso hay voces muy autorizadas en la derecha de Silicon Valley que abogan por ella. Una renta básica no lo soluciona todo, pero puede ser un subsidio único para encarar la automatización, para lo que será necesario recaudar más impuestos. Será el impuesto que pagamos para permitir que la gente viva. Por supuesto esto no les impedirá trabajar, sino que provocará que tomen decisiones más inteligentes y más importantes sobre su empleo.
Hay superordenadores que pueden realizar previsiones muy ajustadas de lo que pasaría si implantásemos una renta básica de 7.000 libras al año
Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, la mayoría de la sociedad desarrollada va a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas. De hecho, ya estamos viviendo estas luchas encarnizadas: en Gran Bretaña, el sector periodístico ha pasado en una generación de estar ocupado por personas inteligentes de clase trabajadora a ser copada por los hijos de la élite.
P.- Su propuesta para la transición de un modelo a otro lleva el nombre de Proyecto Cero.
R.- Sí, pero más tomarlo al pie de la letra, tiene que entenderse que ha de ser realizado por la gente. Que haya cero emisiones de carbón, el mínimo trabajo posible y producir cosas de manera muy barata o incluso gratuita, es algo muy sencillo de hacer y difícil de conseguir. Tenemos que empezar con las instituciones y la primera que necesitamos es una que pueda hacer predicciones de la realidad de manera muy precisa y a la que podamos hacer preguntas razonables. La NASA tiene modelos muy detallados de clima, de cada kilómetro de la superficie de la tierra, pero es un modelo muy de apretar el botón del control. Lo que necesitamos no es tan complejo como el problema del clima. Hay superordenadores a los que podríamos pedir previsiones que nos dijeran, por ejemplo, qué pasaría si implantásemos una renta básica de siete mil libras al año, o cuestiones similares, lo cual nos permitiría tener predicciones bastante ajustadas que nos permitirían tomar las mejores decisiones. Estamos en una era en la que los ordenadores pueden calcular a tiempo real cosas que en otros tiempos parecerían extraordinarias. Pero, más allá de las propuestas concretas, estamos hablando de un proceso en el que las propuestas emergerán de un ejercicio participativo, democrático y en red.
P.- Atribuye en el nuevo modelo un papel secundario al estado, al contrario que el socialismo.
R.- Esta transición no puede ser llevada a cabo por el estado, sino que debe venir de abajo, pero hay ciertas cosas que aún tiene sentido que éste haga. A mi abuela le dieron una casa gratis, el coste de la energía era bajo, como el del agua y el del sistema sanitario, pero la comida era cara, las herramientas eran caras, y los elementos típicos de consumo, como la televisión, también lo eran. Si el precio de vivir disminuye porque el estado proporciona vivienda, agua, transporte y educación casi gratis, el resto de bienes se pueden conseguir muy baratos a través de los mecanismos colaborativos mucho más que los de mercado. Así podríamos hacer la transición hacia una economía de estado y postcapitalismo.
P.- ¿Se puede construir un sistema mixto, todavía capitalista, desvinculado del dinero, como propone?
R.- El capitalismo puede sobrevivir, pero sólo si sobrevive a Uber, y no se limita a pasar la aspiradora para recoger los desechos, sino que utiliza la capacidad y el tiempo de la gente pobre. La única manera en que se va a poder llevar a cabo la automatización de una forma no destructiva es desvincular el trabajo de los salarios, y eso significa renta básica. En este sistema seguiría habiendo dinero, pero funcionaría de otra manera, de un modo mixto. En las economías del principio de la era soviética se pasaron mucho tiempo teorizando sobre estos sistemas, hasta el momento en que se decidió que se podía hacer la transición sin el mercado, lo cual supuso que muchos fueran eliminados por Stalin.
No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida. Y no creo que lo permita
La tecnología hace posible un socialismo utópico que existe ya a pequeña escala en pequeñas comunidades. Pero no sólo se queda aquí, mi marco también proporciona resiliencia a la gente normal. Por ejemplo, el trabajo de Manuel Castells muestra cómo en Cataluña mucha gente común adoptó durante la crisis prácticas económicas asociadas al hippismo radical, como los bancos de tiempo o la okupación, que para el liberalismo son incidentales pero para mí no. Del mismo modo que en el feudalismo los bancos eran algo escondido, no oficial, porque no tenían una posición formal y porque al prestamista se le reprimía, llega un momento que eso cambia radicalmente. Y ahora estamos atravesando una transformación similar a la de hace siglos, producto de las cual estas cosas aparentemente incidentales generarán un sistema nuevo.
P.- Mientras ese mundo llega, parece que los tiempos no pintan bien. La Unión Europea tiene un estilo concreto de política económica que no parece que vaya a cambiar a pesar de que esté dividiendo la sociedad en dos.
R.- Los tiempos están empeorando. Las economías principales, para mantener el capitalismo, van a tener que desglobalizarse, y Europa va a ser el lugar en el que más difícil lo tengan. Hay un banco central que ha llegado constantemente tarde y que ha sido ineficaz de una manera continua. Si Europa necesita un estímulo monetario más agresivo, Alemania lo va a volver a impedir, y el problema ya no será para Grecia, sino para Italia y España. No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida, y no creo que lo permita.