dimecres, 27 de juliol del 2016

Vivir mejor es más eficaz

Article publicat a Sin Permiso

Jorge Moruno 

24/07/2016
Con el paso de los años corremos el riesgo de naturalizar y normalizar situaciones que nunca lo son. Si en 2005 se acuña el neologismo “mileurista” para denunciar la realidad de toda una generación, hoy, en 2016, esa misma cifra incluso cuando el dinero vale menos, ya no se utiliza como una forma de calibrar la precariedad salarial. Hoy nuestro baremo es más servil y se contenta cada vez más con menos. Algo parecido sucede con el empleo cuando atendemos a sus entresijos y nos adentramos en la maraña de relaciones de dominio y dependencia, que mezclan un retorno feudal con el contrato emocional propio de la empresa contemporánea. Si hablamos de empleo no podemos referirnos a cualquier modalidad de contratación, pues empleo no es sinónimo de trabajo, ha sido más bien una manera históricamente concreta de entender el trabajo.

Si por empleo entendemos un trabajo estable, indefinido, que permite programar en el tiempo la vida y está asociado a ciertos derechos junto con capacidad de consumo, lo que nos encontramos hoy en “la lucha contra el paro”, no es empleo. Cuando los contratos de un día han crecido un 102% desde 2008 y el 77% de los nuevos empleos “creados” en 2015 fueron temporales. Cuando más de la mitad de quienes se encuentran en riesgo de exclusión social no salen de esa situación a pesar de encontrar un trabajo. Cuando se dispara en un 350% la cifra de becarios que suplen un trabajo pagado por otro que muchas veces es gratuito, cuando el fraude de ley se hace norma y autónomo quiere decir heterónomo, la sociedad articulada en base al empleo, se resiente. Según indica el “Índice de calidad en el empleo” de la OCDE, España ocupa el penúltimo lugar de 34 países. Desde 2012 hemos descendido 10 posiciones.
Gracias a las reformas laborales, no solo el trabajo calificado de precario deja de ser empleo, incluso el empleo indefinido significa otra cosa distinta desde el momento en el que se abarata el despido, se erosionan las condiciones laborales y se reducen los sueldos. Ante semejante zócalo lo importante no son únicamente los números, las estadísticas, números que por otro lado, indican que desde la entrada de Rajoy en el gobierno hasta la EPA del III trimestre de 2016, hoy hay 123.000 personas ocupadas menos. Las salidas que nos ofrecen pasan o por dedicar tu vida y alma a conseguir sacar un proyecto adelante, endeudarte, sacrificarte, “trabajar cada vez más, disfrutar menos”, o si no eres capaz de perseguir tus sueños con tenacidad, endeudarte más, ganar menos y asumir la precariedad y el paro crónico como norma.
¿Cómo es posible que haya tanta escasez en medio de tanta abundancia? El “capitalismo popular” pregonado por Thatcher en donde cada vez más gente se hacía propietaria, se ha resuelto como una gran estafa. No es una sociedad de propietarios, es una sociedad de hipotecados y de precarios, una fábrica de personas endeudadas que ven laminada su libertad y sus esperanzas. El señuelo según el cual la salida del proletariado era hacerse propietario, ha servido para convertir a la vivienda, la educación, o la sanidad, en un acceso privado, en una deuda permanente. Tenemos que invertir a Thatcher, hace falta más sociedad, más tejido, más encuentro, más instituciones que frenen la tormenta desatada por las finanzas contra la libertad.
La sucesión de mentiras del PP solo han producido un descontrol en las cuentas. Primero decían que no había desviación del déficit sabiendo que no era cierto. Pero el problema nunca ha sido cumplir o no a rajatabla con un dogma como el del déficit, sino el uso que se ha hecho de su incumplimiento. En lugar de invertir en modernizar el país hicieron una reforma fiscal regresiva que ha provocado una fosa de 8.000 millones de euros.
Lo mismo sucede con el adelanto del impuesto de sociedades -una chapuza que no enfrenta la reforma fiscal necesaria-, pues la discusión no se dirime entre si se está o no en desacuerdo con esta medida, importa sobre todo el para qué se aplica esta medida. Son 6.000 millones de euros que no se destinarán a invertir en necesidades sociales, en mejorar la economía popular, sino en tratar de llenar ese pozo llamado déficit. La disciplina presupuestaria no tiene una justificación económica, porque el problema no está en la contención del gasto sino en la insuficiencia del ingreso. El dogma del déficit es un elemento de control político que garantiza la subalternidad de los pueblos y sus necesidades a las finanzas.
Lo importante, y esto es crucial para pensar en salidas democráticas, eficaces, innovadoras y transformadoras de la crisis, pasa por entender que si el trabajo ya no es empleo, entonces toca hacer un nuevo puzzle social para garantizar la dignidad general. La OCDE indica que entre 1990 y 2012, los países donde más han descendido las horas de trabajo resultan ser más productivos. Eso no implica una causalidad total, influyen también la formación, la inversión en capital fijo y el tipo de tejido productivo, pero marca una tendencia. Se trata de prioridades. En España se sube la edad de jubilación -Merkel la bajó en Alemania a los 63 años- al tiempo que se impide entrar en el mercado laboral a la juventud, y para cuando entra lo hace en condiciones muy precarias.
¿No sería más racional subir la calidad de vida en lugar de la edad de jubilación? Vivir mejor, más natalidad y trabajar menos -trabajamos 280 horas más al año de media que en Alemania-. La calidad de vida debe venir por el ingreso garantizado y no solo por el empleo remunerado, dicho de otro modo, para asegurar la calidad de vida hay que garantizar ingresos y derechos al margen de tener un empleo. El sindicato más grande del Reino Unido adopta como propia la demanda de una renta básica universal, lo cual supone ya una renovación de la proyección sociopolítica del sindicato, dado que se asume como terreno de conflicto a la vida en su conjunto y no solo dentro del centro de trabajo. Hay que trabajar por trabajar menos horas y hacer otro uso del tiempo, hay que poner racionalidad en las inversiones buscando aquello que genera sinergias y cuyos efectos mejoran la calidad de vida en lugar de empeorarla.
Por cada euro invertido en educación física se ahorran 4 en sanidad. Por cada euro invertido en el asesoramiento dietético en la sanidad la sociedad recibe a cambio un neto de entre 14 y 63 euros. Por cada euro que se invierte en un área protegida se obtienen 80 de beneficio, pues sale más barato mantener la biodiversidad que arrasarla y luego tratar de imitar su efecto. Por cada euro invertido en apoyar la bicicleta se multiplica por 9 euros su retorno a la sociedad. Invertir en infraestructura para la bicicleta y los peatones crea más empleo que las infraestructuras viarias. Para todo esto hace falta dinero, para que haya dinero hay que subir el suelo adquisitivo de la sociedad, hay que generar más ingresos de manera más justa e invertirlo con una finalidad de mejora colectiva priorizando a la economía local. Vivir mejor y sufrir menos. Esa es la máxima a seguir para construir un país en donde el aumento de la libertad sea inversamente proporcional a las hipotecas y las deudas contraídas.

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