- Las guerras del futuro, después de oro y petróleo, serán combatidas por el control de los recursos hídricos
En 2014, el Internal Displacement Monitoring Center (IDMC), del Norwegian Refugee Council, estimó en 19,3 millones de personas huyeron de sus hogares debido a catástrofes medioambientales. Los migrantes seguirán huyendo de guerras y crisis económicas, pero la razón principal de estos desastres será el cambio climático.
En 2010, una ola de calor y una sequía extraordinarias golpearon Rusia y Ucrania. Las cosechas de trigo se redujeron un 33% en Rusia y un 18% en Ucrania. Los dos países, entre los mayores productores de trigo del mundo, prohibieron o redujeron drásticamente las exportaciones.
Siria ha experimentado su peor sequía entre 2006 y 2011. La mayor parte del ganado murió y unos dos millones de personas abandonaron el campo para inundar las ciudades, sin trabajo. El agua se volvió un bien escaso y de difícil acceso. Las protestas fueron reprimidas con violencia, abriendo camino a la guerra civil, por la que la población siria está abandonando el país.
Jos Lelieveld, director del Instituto Max Planck de Química (Alemania), ha estudiado la posible evolución de las temperaturas en el cuadrante de Oriente Medio hasta 2100: ya en el verano de 2050, por la noche el termómetro no bajará de los 30° y al mediodía se fundirá a 46°, tocando los 50° a final de siglo.
Responsabilidad desigual
Las consecuencias del cambio climático son proporcionalmente mucho
mayores para los países que poco o nada han contribuido a las emisiones
de gases de efecto invernadero
Las guerras del futuro serán por el agua
Cada año en África se producen millones de muertes por sed, junto con muchas otras relacionadas con la falta de agua potable. Según una opinión muy compartida, las guerras del futuro, después de oro y petróleo, serán combatidas por el control de los recursos hídricos.
Otras áreas del mundo podrían convertirse en puntos de partida para nuevas ondas de migración. El desierto de Gobi avanza unos 10.000 km2 al año, amenazando a Mongolia y a las regiones de Ningxia y Gansu, en China. Lo mismo ocurre en Alaska y Groenlandia, donde la perdida de hielo causa estragos en las actividades de caza y pesca de los nativos, empujándoles a abandonar sus hogares.
El refugiado climático no está legalmente reconocido
La ONU estima que en la actualidad más del 60% de las emigraciones que se producen en el planeta se dan por huracanes, inundaciones o sequías y que serán 250 millones los refugiados climáticos dentro de 2050. La Oxford University también alerta del problema. Otros estudios, citados por la BBC, dejan la cifra en 200 millones.
Pese la certeza del drama y la alarma mundial, el estatus jurídico de refugiado climático no existe.
Paula San Pedro, de la ONG Oxfam Intermón, aclara que, “nosotros no les llamamos refugiados climáticos, porque es un concepto que no está presente en la Convención de Ginebra de 1951 y, por lo tanto, no tendrían derecho a la protección internacional; además, es muy difícil aclarar la condición de migrante climático, a menos que no sea un caso muy ejemplar como el de las islas del Pacífico”.
En 2013 causó un gran revuelo la solicitud de asilo por razones climáticas formulada a Nueva Zelanda por un ciudadano de Kiribati, un pequeño Estado del Pacífico formado por 33 islas en las que viven 103.000 habitantes en grave peligro por la subida de las aguas. La solicitud fue rechazada porque el requisito internacional para obtener la condición de refugiado no contiene motivos medioambientales.
Para solucionar esta situación, los representantes de 75 estados se reunieron en Ginebra los días 12 y 13 del pasado octubre en el marco de una conferencia mundial donde se presentó una propuesta de agenda de protección de los refugiados climáticos y víctimas de desastres naturales. La iniciativa es el resultado de las consultas regionales llevadas a cabo por la Nansen Initiative, un organismo creado por Suiza y Noruega en 2012.
Debemos considerar que las consecuencias del cambio climático son proporcionalmente mucho mayores para los países que poco o nada han contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero y que no tienen los recursos para adaptarse.
El diplomático británico Crispin Tickell, en 2007 ya avisaba de que “aquellos que tienen escasez de comida, agua y que no pueden desplazarse a países donde parece que todo es maravilloso, van a adoptar medidas desesperadas para tratar de conseguir sus objetivos. Debemos aceptar que la violencia entre comunidades y entre las naciones podría incrementarse”.
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