Las sociedades humanas necesitan instituciones. En la coyuntura actual, una discusión candente está entre tomar las que existen (las del Estado) para transformarlas o construir instituciones propias no estatales. En el debate que se está realizando, desde nuestro punto de vista, no se está considerando adecuadamente el nuevo contexto de colapso civilizatorio, que marca elementos radicalmente diferenciales. Desde este enfoque hacemos nuestras reflexiones.
Artículo publicado en Libre Pensamiento nº 82.
El debate entre la toma o la creación de las instituciones es viejo. Entronca con el de las estrategias estatocéntricas frente a las no estatocéntricas. Aquí, la opción estatocéntrica ha dominado desde la Guerra Civil. Esto es válido tanto para quienes han participado en partidos políticos, como para los movimientos sociales y sindicales, que han centrado su actividad en condicionar las políticas estatales.
Sin embargo, el debate se reaviva continuamente, y es inevitable que así sea, pues el contexto va variando. Actualmente, vivimos un ciclo de agitación social que ha evolucionado, simplificando mucho, desde la movilización hasta la toma de las instituciones. Pero, ¿es esta la estrategia adecuada? Antes de intentar abordar esta cuestión es necesario marcar unos apuntes del contexto, porque el Estado actual no es el de la segunda mitad del siglo XX en Europa, tampoco el de la América Latina de cambio de siglo. Y en el futuro, menos.
Apuntes de contexto
No vamos a desglosar las causas por falta de espacio, pero el contexto actual y futuro es de colapso civilizatorio caracterizado por una reducción de la energía y de los materiales disponibles, quiebra del capitalismo global, fin de la hegemonía estadounidense, conflictos en alza por el control de los recursos y descenso demográfico [1]. Esto hará que el Estado sufra fuertes cambios. Creemos que el modelo de Estado-nación que surgió en la etapa fosilista del capitalismo, al menos en las regiones centrales, desaparecerá.
Los Estados tendrán que hacer frente no solo a la crisis energética, sino asimismo a los agudos problemas derivados del cambio climático, y de la crisis ecológica y de recursos. Además, los conflictos internos y externos serán mayores: guerras, migración, aumento de la pobreza, etc.
Para afrontar esto, contarán con presupuestos cada vez más precarios. Se reducirán los ingresos (menos cotizaciones sociales por aumento del paro y
disminución de los sueldos, mayor dificultad para cobrar a las empresas, auge de la economía sumergida), aumentarán los gastos (rescates de empresas y bancos, prestaciones por desempleo, incremento de la factura energética, guerras por los recursos), habrá importantes partidas difícilmente recortables (mantenimiento de infraestructuras, pago de la deuda) y la capacidad de financiación disminuirá, al menos para los Estados “menos fiables”. Y las herramientas a su alcance (creación de dinero, bajada de tipos) tienen unas capacidades limitadas.
Las clases medias han sido un elemento clave del desarrollo del Estado capitalista: al practicar el consumo de forma masiva, han sostenido el crecimiento económico; y al votar al “centro”, han garantizado la estabilidad política. Las dos características principales de la clase media son un grado razonable de seguridad financiera (sin ser rentista), y de seguridad física y psicológica. Estos dos elementos se quebrarán por la merma del poder adquisitivo y de los servicios sociales en un clima de creciente desestructuración social. Este proceso se agudizará conforme se vaya jubilando la población que todavía goza de unas condiciones laborables comparativamente buenas y que es básica en el sostén, a través de las familias, del resto. Y eso por no hablar de la crisis de cuidados [3].
Los Estados tendrán cada vez menos legitimidad social:
i) La población experimentará como, en paralelo a su menor poder adquisitivo, el Estado recorta sus prestaciones sociales. El Estado social, concebido a partir de los beneficios del capital por una productividad creciente gracias a un gran flujo de energía, es simplemente insostenible.
ii) La dilución del Estado social y la crisis conllevarán una mayor autoorganización social, lo que redundará en la desafección hacia el Estado por inútil. Así, perderá una herramienta básica de neutralización y cooptación.
iii) Serán menos capaces de sostener la paz social.
iv) La conflictividad en aumento también será exterior y llevará a la necesidad de la conscripción masiva, lo que también minará potencialmente la legitimidad del Estado, especialmente si las guerras se pierden y/o el número de bajas es alto.
v) Además, el Estado ya ha perdido mucha legitimidad por su propio funcionamiento (continuos casos de corrupción, funcionamiento al servicio de los grandes capitales, falta de una mínima representatividad real).
En este marco, los movimientos sociales (incluyendo sus opciones electorales) son débiles respecto a los desafíos, sobre todo en su capacidad de crear mundos alternativos. Además, las organizaciones contemporáneas, en general, no escapamos al desconcierto social de estar viviendo el derrumbe del orden del siglo XX. Tenemos una gran dificultad para elaborar medidas que respondan a la Crisis Global en sus múltiples facetas de manera que se satisfagan las necesidades sociales de forma democrática, justa y solidaria, no digamos sostenible.
Por Estado nos referimos a una organización donde el poder se concentra en grupos sociales específicos. Para ejercitar este poder, los gobernantes tienen capacidad de coacción sistemática mediante herramientas militares, políticas, económicas e ideológicas. Es un “poder-sobre”. Por lo tanto, hay Estados más o menos dominadores, pero no hay ejemplos históricos de Estados realmente democráticos e igualitarios. En todo caso, el Estado también cristaliza el conflicto social y el equilibrio entre intereses de clase, género, étnicos, etc. y no solo es una prolongación de los intereses del capital.
Por organizaciones no estatales, nos referimos a aquellas en las que no hay un grupo social escindido de la sociedad que gobierna, sino que son las propias sociedades las que se autoorganizan [4]. Pueden existir muchas formas de organización no estatal. Entre ellas, las democráticas son las predominantes, pero también pueden estructurarse otras basadas en la dominación. Las instituciones no estatales democráticas se basan en el “poder-con”.
Las organizaciones no estatales significan la institucionalización de muchas de las herramientas de lucha y de autogestión que los movimientos sociales han ido creando. Un ejemplo serían los nuevos comunales. Este tipo de relaciones horizontales son habituales en la cotidianidad (aunque mezcladas con las dominadoras), han sido articuladas a nivel meso (por el zapatismo, por ejemplo), y macro (como Zomia, que pervivió sin Estado hasta mediados del siglo XX [5]). En esta creación de instituciones, el Estado no tiene necesariamente que estar al margen, ya que en muchos casos han sido cooptadas por el Estado o han sido los propios movimientos los que han pedido su mediación o gestión.
Cualquier institución, ya sea estatal o no estatal, tiene que elaborar mecanismos para conseguir que las decisiones que tome se ejecuten. Esto implica, necesariamente, herramientas de coacción que, aunque son más duras en las instituciones estatales por partir de un “poder-sobre”, son también necesarias en las no estatales.
Las estrategias básicas de la toma de las instituciones son estatocéntricas, fundamentalmente mediante la construcción de partidos electorales o por las armas. Es una estrategia que necesita de la creación de mayorías y que requiere, por tanto, de cuerpos sociales más o menos homogéneos. En contraposición, la creación de instituciones puede no ser estatocéntrica. No necesitan convencer al grueso del cuerpo social de que haga lo mismo que ellos/as, no tiene que marcar una hegemonía, simplemente puede funcionar, si tiene la fuerza suficiente, desde la autonomía, conviviendo de forma más fácil con otras formas de organizar la sociedad. Por supuesto, esto con cada vez más límites en un mundo económicamente globalizado, con unas desigualdades de poder nunca antes conocidas y marcado por el Antropoceno, en el que elementos como el cambio climático tienen una influencia planetaria.
Las diferencias entre ambas estrategias se muestran en las insurrecciones latinoamericanas. Mientras las FARC o la revolución cubana apostaron por la toma del Estado, el EZLN creó los territorios autónomos zapatistas. Los primeros requirieron el uso de estrategias de “poder-sobre” y de hecho no fueron capaces de superarlas, mientras los segundos, con toda la complejidad del proceso, han centrado sus fuerzas en crear autonomía y dejar hacer a otras comunidades no zapatistas en Chiapas.
El fortalecimiento de estos modelos sociales democráticos responderá a la búsqueda de satisfactores para necesidades humanas básicas como la participación social y la libertad [6]. Y este impulso ha sido uno de los motores de la historia de la humanidad. Además, muchas de las luchas que han buscado una mayor emancipación lo han hecho en un contexto de recursos limitados, como la Primavera Árabe. A esto se añadirá que la supervivencia o, al menos, la vida digna pasará por la organización colectiva consciente, no será posible mantener la ilusión de la individualidad actual.
En el camino hacia esta situación ayudará la reducción de las comunidades, que dificultará (pero no impedirá) las relaciones de dominación. En estos grupos, la eclosión de liderazgos múltiples será más sencilla no solo por su tamaño, sino porque quedará más patente que las comunidades necesitarán las habilidades de todas/os las/os integrantes.
Las instituciones democráticas son capaces de gestionar y realizar el tránsito social imprescindible en condiciones de escasez de recursos [7] y son especialmente adecuadas en poblaciones diversas. Si apareciesen importantes nichos de economía solidaria basada en bienes comunes al margen del Estado y del mercado capitalista, esta democracia económica implicará también una autogestión política.
Esta organización social generará más bienestar:
i) Las sociedades más igualitarias son las que gozan de mayor calidad de vida colectiva.
ii) Cuanto mayor es el grado de autonomía y cuanto más desarrolladas están las instituciones democráticas, más satisfecha se encuentra la población. La existencia de entidades que facilitan la participación activa de las personas incrementa la sensación de felicidad en mayor proporción que un aumento en los ingresos [8].
iii) Las leyes en las que las personas han participado en su elaboración se cumplen con más facilidad, por lo que hay menos violencia social [9].
iv) El poder oligárquico corrompe, pero la ausencia de poder también supone una degradación individual y colectiva.
v) Como consecuencia de la práctica democrática, aumentarán las habilidades sociales de las personas y con ello su capacidad para obtener bienestar a través de las relaciones sociales.
Otro de los factores que empujarán este proceso será la autoorganización para la defensa en un entorno de fuertes convulsiones. Para satisfacer esta necesidad habrá dos grandes estrategias. Unas comunidades se cerrarán sobre sí mismas y se protegerán en una forma de “individualismo colectivo”. Otras estarán abiertas y tendrán una vocación de apoyo mutuo con el resto. Estas últimas tendrán más garantizada la seguridad cuanto más tiempo sobrevivan y serán en las que la organización democrática podrá florecer con más probabilidad.
El escenario actual no es el del “Estado fallido” sino el del Estado fallando. La crisis del Estado está permitiendo nuevos imaginarios y visibilizado más iniciativas cercanas a la creación de instituciones: Ciudades en Transición, ecoaldeas o múltiples experiencias urbanas (mercados sociales, finanza éticas, grupos de consumo, huertos urbanos, nuevo cooperativismo). Todas tienen un importante valor desde una dimensión ética y pragmática. Desde la visión más utilitarista, de ser exitosas, serán los nodos de agregación y copia necesarios para cuando el Estado y el mercado se desmoronen más. Y cuantas más experiencias haya y más diversas sean, mejor. Desde una perspectiva moral son la alternativa solidaria que no huye ante escenarios complejos, sino que se queda y construye. Pese a este doble valor, y aún estando en franco crecimiento, siguen siendo desconocidas para la gran mayoría. Es más, entre quienes las conocen en muchos casos no son consideradas una alternativa real global, ni por su número ni por su escala, sino como bancos de pruebas. Desde esa dimensión moral, para muchas personas son la opción más digna (en un sentido romántico de brindis al sol).
Pero, más allá de la creación de instituciones autónomas, el Estado será, inevitablemente, un espacio de lucha. Nos centramos en la toma de las instituciones (la toma del Estado) solo desde las perspectiva de quienes lo hacen con un fin transformador, dejando de lado a quienes optan por el Estado como vía de conservación del status quo. Desde esta mirada transformadora, cabe entender la apuesta por el Estado como medio y como fin. El Estado se puede entender como el medio que permita canalizar recursos (que deberán ser ingentes) hacia la transición y una condición básica para facilitar que las iniciativas más dirigidas a la creación de instituciones sean más factibles. Se apuesta por el Estado como herramienta para dispersar el poder, con retóricas que nos recuerdan al comunismo libertario. También se puede apostar por el Estado como fin en sí mismo, como el espacio en el que se podrán producir las transformaciones, tomando el poder y no dispersándolo. Serían las apuestas bolivarianas en América Latina.
De tener éxito la toma del Estado, solo la opción de usarlo para dispersar el poder creemos que podrá abrir el camino a sociedades justas, solidarias y sostenibles. Además, también consideramos que será la única exitosa en un contexto de recursos y energía cada vez menos disponibles. Sería una vía similar a la iniciada en Cuba durante el Periodo Especial, pero mucho más sostenida y profunda [12].
Hay razones para estrategias estatocéntricas. En primer lugar, en el contexto de quiebra civilizatorio, el Estado social (o lo que se pueda sostener de él) será un colchón imprescindible para hacer menos doloroso el colapso. También una forma de parar el fascismo. Cuanto más se degraden las sociedades, más difícil será no reforzar las relaciones de dominación.
Un segundo argumento es que la mayor parte de las iniciativas de creación de instituciones requieren un alto grado de responsabilidad, compromiso y conciencia de lo que sucede. La cultura política de las últimas décadas no ha fomentado estos tres ámbitos, sino que frente a la responsabilidad ofrecía la delegación, ante el compromiso presentaba la tutela estatal y la conciencia era menos necesaria (en un sentido global) si el bienestar estaba asegurado. Esta inercia estatal, y el lento (desde el punto de vista de las personas, que no histórico) desmoronamiento del Estado contribuyen a que la demanda de regresar a un “Estado de Bienestar” sea la mayoritaria, la más entendible por el grueso de la población. Además, a esto se suma nuestra historia de entender el Estado como el eje del cambio social.
Pero optar por la estrategia de toma del Estado con intención transformadora se topará con grandes retos, o más bien limitaciones:
i) El grueso de la población, y eso incluye a los movimientos sociales y más aún a sus partidos afines, adolecen de una mirada compleja que aborde las raíces de la Crisis Global, sobre todo las ambientales. En parte como consecuencia de ello, pero también como estrategia de sumar mayorías, sus discursos y medidas se centrarán en intentar sostener el “Estado del Bienestar”, algo imposible, más que en la inevitable transformación profunda socioeconómica. Todo esto hará que las políticas que se pongan en marcha no sean efectivas para gestionar la Crisis Global y redunden en un descrédito de los equipos que las impulsen.
ii) Ser copartícipes de la gestión de un proceso de colapso generará un fuerte desgaste social, sobre todo porque el colapso es imparable (lo que no quiere decir que no sea dirigible).
iii) Los resortes que le irán quedado a un Estado en crisis serán cada vez menores.
iv) En contraposición, tendrán que enfrentar a unas élites con todavía considerables recursos (económicos, como la deuda y el control financiero y productivo; culturales, como los medios de comunicación; y militares). En muchas ocasiones, la toma del Estado no llegará a darse y, por el camino, se habrán empleado muchas fuerzas. La lucha por el poder admite pocos grises: o se llega o no.
v) La toma del Estado supondrá descuidar (no hay fuerzas para todo) la construcción de alternativas, y el fortalecimiento y la autonomía de los movimientos sociales (que se podrán debilitar notablemente por un traspaso de activistas). Ambos elementos son imprescindibles para cualquier proceso de cambio social real.
vi) Esta feroz competencia contra las élites “preparadas” para gestionar el poder, sumado a la escasez de fuerzas y la rapidez en los procesos, pueden transformar el carácter amateur, participativo y de cambio desde la base de la nueva política, por apuestas más cerradas y con amplio carácter personalista. De hecho, eso ya está ocurriendo. Esta lucha por el poder solo con las herramientas del poder esconde una “neutralización de lo político que conlleva anular su capacidad transformadora” [13]. De nuevo en América Latina, tenemos ejemplos de revoluciones democráticas desde la base que terminan por ser personalistas y dependientes de sus figuras emblemáticas (Ecuador) o simplemente asimiladas en las lógicas del capitalismo (Brasil). Esto mismo es lo que le sucedió en gran parte al movimiento obrero europeo. Así, durante el siglo XX se pasó de la formación de cuadros internos, a tomarlos entre quienes ya se han formado en las instituciones creadas por la oligarquía. Este factor contribuyó a crear la clase política como casta [14]. Esta sería una de las formas como los engranajes del poder podrán absorber los esfuerzos y las miras de los movimientos impidiendo cambios de fondo.
La forma en la que se afronte la toma del Estado no es irrelevante. Creemos que solo si la apuesta es por los métodos noviolentos habrá posibilidades de alumbrar sociedades más justas y solidarias. Son las transformaciones noviolentas las que hasta ahora se han mostrado, en general, más eficaces [15]. En caso contrario, lo que surgirán serán otros formatos de dominación, como ya ha ocurrido en muchas ocasiones tras fuertes luchas sociales.
En la estrategia de toma de las instituciones hay muchos matices. El primero es que no es lo mismo apostar por la toma de las instituciones centrales que por la toma de las municipales. Los retos/limitaciones a los que se enfrentaría una toma de las instituciones municipales en el caso del Estado español son: municipios altamente endeudados, lógicas de financiación centradas en prácticas insostenibles, imposibilidad de regreso al pasado, escasa autonomía legal y jurídica, y fuertes intereses privados influyendo en los presupuestos. Pero su gran ventaja es que son espacios de gestión más cercanos desde dónde se pueden practicar formas de democracia más directa con menor riesgo de verticalizarse. Además, serán espacios que ganarán protagonismo y autonomía a medida que avance el desgaste del Estado y la capacidad de centralización disminuya.
Finalmente, resaltar que la toma y la creación de instituciones no son estrategias necesariamente contrapuestas. De hecho, en el contexto español es necesario combinarlas. No se puede renunciar a acciones estatocéntricas, pero, a la vez, sin la creación de nuevas instituciones por la cristalización de prácticas sociales y económicas alternativas será imposible atravesar el colapso de la civilización industrial con alguna posibilidad emancipadora. Mientras las estrategias de creación de nuevas instituciones serán las que puedan generar los cambios, las de toma de las instituciones podrán catalizarlos.
El debate entre la toma o la creación de las instituciones es viejo. Entronca con el de las estrategias estatocéntricas frente a las no estatocéntricas. Aquí, la opción estatocéntrica ha dominado desde la Guerra Civil. Esto es válido tanto para quienes han participado en partidos políticos, como para los movimientos sociales y sindicales, que han centrado su actividad en condicionar las políticas estatales.
Sin embargo, el debate se reaviva continuamente, y es inevitable que así sea, pues el contexto va variando. Actualmente, vivimos un ciclo de agitación social que ha evolucionado, simplificando mucho, desde la movilización hasta la toma de las instituciones. Pero, ¿es esta la estrategia adecuada? Antes de intentar abordar esta cuestión es necesario marcar unos apuntes del contexto, porque el Estado actual no es el de la segunda mitad del siglo XX en Europa, tampoco el de la América Latina de cambio de siglo. Y en el futuro, menos.
Apuntes de contexto
No vamos a desglosar las causas por falta de espacio, pero el contexto actual y futuro es de colapso civilizatorio caracterizado por una reducción de la energía y de los materiales disponibles, quiebra del capitalismo global, fin de la hegemonía estadounidense, conflictos en alza por el control de los recursos y descenso demográfico [1]. Esto hará que el Estado sufra fuertes cambios. Creemos que el modelo de Estado-nación que surgió en la etapa fosilista del capitalismo, al menos en las regiones centrales, desaparecerá.
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La principal debilidad del Estado fosilista es que es demasiado complejo para sostenerse en un entorno de energía disponible declinante. Las organizaciones dominadoras complejas (que son grandes consumidoras de energía y recursos) terminan encontrando crecientes problemas simplemente para conservar el statu quo. Es la ley de rendimientos decrecientes aplicada a las estructuras institucionales [2].Los Estados tendrán que hacer frente no solo a la crisis energética, sino asimismo a los agudos problemas derivados del cambio climático, y de la crisis ecológica y de recursos. Además, los conflictos internos y externos serán mayores: guerras, migración, aumento de la pobreza, etc.
Para afrontar esto, contarán con presupuestos cada vez más precarios. Se reducirán los ingresos (menos cotizaciones sociales por aumento del paro y
disminución de los sueldos, mayor dificultad para cobrar a las empresas, auge de la economía sumergida), aumentarán los gastos (rescates de empresas y bancos, prestaciones por desempleo, incremento de la factura energética, guerras por los recursos), habrá importantes partidas difícilmente recortables (mantenimiento de infraestructuras, pago de la deuda) y la capacidad de financiación disminuirá, al menos para los Estados “menos fiables”. Y las herramientas a su alcance (creación de dinero, bajada de tipos) tienen unas capacidades limitadas.
Las clases medias han sido un elemento clave del desarrollo del Estado capitalista: al practicar el consumo de forma masiva, han sostenido el crecimiento económico; y al votar al “centro”, han garantizado la estabilidad política. Las dos características principales de la clase media son un grado razonable de seguridad financiera (sin ser rentista), y de seguridad física y psicológica. Estos dos elementos se quebrarán por la merma del poder adquisitivo y de los servicios sociales en un clima de creciente desestructuración social. Este proceso se agudizará conforme se vaya jubilando la población que todavía goza de unas condiciones laborables comparativamente buenas y que es básica en el sostén, a través de las familias, del resto. Y eso por no hablar de la crisis de cuidados [3].
Los Estados tendrán cada vez menos legitimidad social:
i) La población experimentará como, en paralelo a su menor poder adquisitivo, el Estado recorta sus prestaciones sociales. El Estado social, concebido a partir de los beneficios del capital por una productividad creciente gracias a un gran flujo de energía, es simplemente insostenible.
ii) La dilución del Estado social y la crisis conllevarán una mayor autoorganización social, lo que redundará en la desafección hacia el Estado por inútil. Así, perderá una herramienta básica de neutralización y cooptación.
iii) Serán menos capaces de sostener la paz social.
iv) La conflictividad en aumento también será exterior y llevará a la necesidad de la conscripción masiva, lo que también minará potencialmente la legitimidad del Estado, especialmente si las guerras se pierden y/o el número de bajas es alto.
v) Además, el Estado ya ha perdido mucha legitimidad por su propio funcionamiento (continuos casos de corrupción, funcionamiento al servicio de los grandes capitales, falta de una mínima representatividad real).
En este marco, los movimientos sociales (incluyendo sus opciones electorales) son débiles respecto a los desafíos, sobre todo en su capacidad de crear mundos alternativos. Además, las organizaciones contemporáneas, en general, no escapamos al desconcierto social de estar viviendo el derrumbe del orden del siglo XX. Tenemos una gran dificultad para elaborar medidas que respondan a la Crisis Global en sus múltiples facetas de manera que se satisfagan las necesidades sociales de forma democrática, justa y solidaria, no digamos sostenible.
La diferencia entre crear y tomar las instituciones
Aunque caben muchos grises, un dilema estratégico está entre la toma de las instituciones para su transformación o la creación de nuevas instituciones. Partimos del hecho de que las sociedades humanas necesitamos instituciones, requerimos de una organización formal para nuestro funcionamiento. Las instituciones actuales giran en gran parte alrededor del Estado (entendiendo este como el conjunto de administraciones, también las locales). Las que se están creando por parte de los movimientos sociales, mayoritariamente, son no estatales.Por Estado nos referimos a una organización donde el poder se concentra en grupos sociales específicos. Para ejercitar este poder, los gobernantes tienen capacidad de coacción sistemática mediante herramientas militares, políticas, económicas e ideológicas. Es un “poder-sobre”. Por lo tanto, hay Estados más o menos dominadores, pero no hay ejemplos históricos de Estados realmente democráticos e igualitarios. En todo caso, el Estado también cristaliza el conflicto social y el equilibrio entre intereses de clase, género, étnicos, etc. y no solo es una prolongación de los intereses del capital.
Por organizaciones no estatales, nos referimos a aquellas en las que no hay un grupo social escindido de la sociedad que gobierna, sino que son las propias sociedades las que se autoorganizan [4]. Pueden existir muchas formas de organización no estatal. Entre ellas, las democráticas son las predominantes, pero también pueden estructurarse otras basadas en la dominación. Las instituciones no estatales democráticas se basan en el “poder-con”.
Las organizaciones no estatales significan la institucionalización de muchas de las herramientas de lucha y de autogestión que los movimientos sociales han ido creando. Un ejemplo serían los nuevos comunales. Este tipo de relaciones horizontales son habituales en la cotidianidad (aunque mezcladas con las dominadoras), han sido articuladas a nivel meso (por el zapatismo, por ejemplo), y macro (como Zomia, que pervivió sin Estado hasta mediados del siglo XX [5]). En esta creación de instituciones, el Estado no tiene necesariamente que estar al margen, ya que en muchos casos han sido cooptadas por el Estado o han sido los propios movimientos los que han pedido su mediación o gestión.
Cualquier institución, ya sea estatal o no estatal, tiene que elaborar mecanismos para conseguir que las decisiones que tome se ejecuten. Esto implica, necesariamente, herramientas de coacción que, aunque son más duras en las instituciones estatales por partir de un “poder-sobre”, son también necesarias en las no estatales.
Las estrategias básicas de la toma de las instituciones son estatocéntricas, fundamentalmente mediante la construcción de partidos electorales o por las armas. Es una estrategia que necesita de la creación de mayorías y que requiere, por tanto, de cuerpos sociales más o menos homogéneos. En contraposición, la creación de instituciones puede no ser estatocéntrica. No necesitan convencer al grueso del cuerpo social de que haga lo mismo que ellos/as, no tiene que marcar una hegemonía, simplemente puede funcionar, si tiene la fuerza suficiente, desde la autonomía, conviviendo de forma más fácil con otras formas de organizar la sociedad. Por supuesto, esto con cada vez más límites en un mundo económicamente globalizado, con unas desigualdades de poder nunca antes conocidas y marcado por el Antropoceno, en el que elementos como el cambio climático tienen una influencia planetaria.
Las diferencias entre ambas estrategias se muestran en las insurrecciones latinoamericanas. Mientras las FARC o la revolución cubana apostaron por la toma del Estado, el EZLN creó los territorios autónomos zapatistas. Los primeros requirieron el uso de estrategias de “poder-sobre” y de hecho no fueron capaces de superarlas, mientras los segundos, con toda la complejidad del proceso, han centrado sus fuerzas en crear autonomía y dejar hacer a otras comunidades no zapatistas en Chiapas.
Más oportunidades para la creación de instituciones en el momento actual y, sobre todo, futuro
Conforme la quiebra del sistema económico, social y cultural avance, será más fácil que crezcan las experiencias no estatales. Si las comunidades abarcan un espacio territorial considerable, probablemente antes de llegar a crear nuevas instituciones no estatales tendrán que pasar por la fase de “Estado fallido”. Si son más pequeñas es posible que consigan la autonomía entre las grietas de la desarticulación estatal. Hay varios aspectos que abrirán posibilidades para la organización no estatal, veamos algunos.El fortalecimiento de estos modelos sociales democráticos responderá a la búsqueda de satisfactores para necesidades humanas básicas como la participación social y la libertad [6]. Y este impulso ha sido uno de los motores de la historia de la humanidad. Además, muchas de las luchas que han buscado una mayor emancipación lo han hecho en un contexto de recursos limitados, como la Primavera Árabe. A esto se añadirá que la supervivencia o, al menos, la vida digna pasará por la organización colectiva consciente, no será posible mantener la ilusión de la individualidad actual.
En el camino hacia esta situación ayudará la reducción de las comunidades, que dificultará (pero no impedirá) las relaciones de dominación. En estos grupos, la eclosión de liderazgos múltiples será más sencilla no solo por su tamaño, sino porque quedará más patente que las comunidades necesitarán las habilidades de todas/os las/os integrantes.
Las instituciones democráticas son capaces de gestionar y realizar el tránsito social imprescindible en condiciones de escasez de recursos [7] y son especialmente adecuadas en poblaciones diversas. Si apareciesen importantes nichos de economía solidaria basada en bienes comunes al margen del Estado y del mercado capitalista, esta democracia económica implicará también una autogestión política.
Esta organización social generará más bienestar:
i) Las sociedades más igualitarias son las que gozan de mayor calidad de vida colectiva.
ii) Cuanto mayor es el grado de autonomía y cuanto más desarrolladas están las instituciones democráticas, más satisfecha se encuentra la población. La existencia de entidades que facilitan la participación activa de las personas incrementa la sensación de felicidad en mayor proporción que un aumento en los ingresos [8].
iii) Las leyes en las que las personas han participado en su elaboración se cumplen con más facilidad, por lo que hay menos violencia social [9].
iv) El poder oligárquico corrompe, pero la ausencia de poder también supone una degradación individual y colectiva.
v) Como consecuencia de la práctica democrática, aumentarán las habilidades sociales de las personas y con ello su capacidad para obtener bienestar a través de las relaciones sociales.
Otro de los factores que empujarán este proceso será la autoorganización para la defensa en un entorno de fuertes convulsiones. Para satisfacer esta necesidad habrá dos grandes estrategias. Unas comunidades se cerrarán sobre sí mismas y se protegerán en una forma de “individualismo colectivo”. Otras estarán abiertas y tendrán una vocación de apoyo mutuo con el resto. Estas últimas tendrán más garantizada la seguridad cuanto más tiempo sobrevivan y serán en las que la organización democrática podrá florecer con más probabilidad.
¿Qué hacer aquí y ahora?
Lo visto hasta ahora apunta a la dispersión del poder y la creación de instituciones como la opción que consideramos más adecuada en un futuro a medio plazo, pero ¿son las más aptas ahora y en nuestro contexto?El escenario actual no es el del “Estado fallido” sino el del Estado fallando. La crisis del Estado está permitiendo nuevos imaginarios y visibilizado más iniciativas cercanas a la creación de instituciones: Ciudades en Transición, ecoaldeas o múltiples experiencias urbanas (mercados sociales, finanza éticas, grupos de consumo, huertos urbanos, nuevo cooperativismo). Todas tienen un importante valor desde una dimensión ética y pragmática. Desde la visión más utilitarista, de ser exitosas, serán los nodos de agregación y copia necesarios para cuando el Estado y el mercado se desmoronen más. Y cuantas más experiencias haya y más diversas sean, mejor. Desde una perspectiva moral son la alternativa solidaria que no huye ante escenarios complejos, sino que se queda y construye. Pese a este doble valor, y aún estando en franco crecimiento, siguen siendo desconocidas para la gran mayoría. Es más, entre quienes las conocen en muchos casos no son consideradas una alternativa real global, ni por su número ni por su escala, sino como bancos de pruebas. Desde esa dimensión moral, para muchas personas son la opción más digna (en un sentido romántico de brindis al sol).
El escenario actual no es el del “Estado fallido” sino el del Estado fallandoLa debilidad de estas alternativas y de los movimientos sociales, puede derivar en que la opción de crear las instituciones pase por una estrategia de “política nocturna” [10], de generar realidades paralelas que esperen el momento apropiado (el momento de oportunidad política, no determinado por los movimientos, aunque sí puede ser fomentado) para salir a la luz. Una estrategia de dispersión del poder y no de enfrentamiento. Esto le permitiría utilizar mejor los reducidos recursos de los que se dispone para la transformación. También facilitaría la resistencia ante escenarios de represión o violencia [11].
Pero, más allá de la creación de instituciones autónomas, el Estado será, inevitablemente, un espacio de lucha. Nos centramos en la toma de las instituciones (la toma del Estado) solo desde las perspectiva de quienes lo hacen con un fin transformador, dejando de lado a quienes optan por el Estado como vía de conservación del status quo. Desde esta mirada transformadora, cabe entender la apuesta por el Estado como medio y como fin. El Estado se puede entender como el medio que permita canalizar recursos (que deberán ser ingentes) hacia la transición y una condición básica para facilitar que las iniciativas más dirigidas a la creación de instituciones sean más factibles. Se apuesta por el Estado como herramienta para dispersar el poder, con retóricas que nos recuerdan al comunismo libertario. También se puede apostar por el Estado como fin en sí mismo, como el espacio en el que se podrán producir las transformaciones, tomando el poder y no dispersándolo. Serían las apuestas bolivarianas en América Latina.
De tener éxito la toma del Estado, solo la opción de usarlo para dispersar el poder creemos que podrá abrir el camino a sociedades justas, solidarias y sostenibles. Además, también consideramos que será la única exitosa en un contexto de recursos y energía cada vez menos disponibles. Sería una vía similar a la iniciada en Cuba durante el Periodo Especial, pero mucho más sostenida y profunda [12].
Hay razones para estrategias estatocéntricas. En primer lugar, en el contexto de quiebra civilizatorio, el Estado social (o lo que se pueda sostener de él) será un colchón imprescindible para hacer menos doloroso el colapso. También una forma de parar el fascismo. Cuanto más se degraden las sociedades, más difícil será no reforzar las relaciones de dominación.
Un segundo argumento es que la mayor parte de las iniciativas de creación de instituciones requieren un alto grado de responsabilidad, compromiso y conciencia de lo que sucede. La cultura política de las últimas décadas no ha fomentado estos tres ámbitos, sino que frente a la responsabilidad ofrecía la delegación, ante el compromiso presentaba la tutela estatal y la conciencia era menos necesaria (en un sentido global) si el bienestar estaba asegurado. Esta inercia estatal, y el lento (desde el punto de vista de las personas, que no histórico) desmoronamiento del Estado contribuyen a que la demanda de regresar a un “Estado de Bienestar” sea la mayoritaria, la más entendible por el grueso de la población. Además, a esto se suma nuestra historia de entender el Estado como el eje del cambio social.
Pero optar por la estrategia de toma del Estado con intención transformadora se topará con grandes retos, o más bien limitaciones:
i) El grueso de la población, y eso incluye a los movimientos sociales y más aún a sus partidos afines, adolecen de una mirada compleja que aborde las raíces de la Crisis Global, sobre todo las ambientales. En parte como consecuencia de ello, pero también como estrategia de sumar mayorías, sus discursos y medidas se centrarán en intentar sostener el “Estado del Bienestar”, algo imposible, más que en la inevitable transformación profunda socioeconómica. Todo esto hará que las políticas que se pongan en marcha no sean efectivas para gestionar la Crisis Global y redunden en un descrédito de los equipos que las impulsen.
ii) Ser copartícipes de la gestión de un proceso de colapso generará un fuerte desgaste social, sobre todo porque el colapso es imparable (lo que no quiere decir que no sea dirigible).
iii) Los resortes que le irán quedado a un Estado en crisis serán cada vez menores.
iv) En contraposición, tendrán que enfrentar a unas élites con todavía considerables recursos (económicos, como la deuda y el control financiero y productivo; culturales, como los medios de comunicación; y militares). En muchas ocasiones, la toma del Estado no llegará a darse y, por el camino, se habrán empleado muchas fuerzas. La lucha por el poder admite pocos grises: o se llega o no.
v) La toma del Estado supondrá descuidar (no hay fuerzas para todo) la construcción de alternativas, y el fortalecimiento y la autonomía de los movimientos sociales (que se podrán debilitar notablemente por un traspaso de activistas). Ambos elementos son imprescindibles para cualquier proceso de cambio social real.
vi) Esta feroz competencia contra las élites “preparadas” para gestionar el poder, sumado a la escasez de fuerzas y la rapidez en los procesos, pueden transformar el carácter amateur, participativo y de cambio desde la base de la nueva política, por apuestas más cerradas y con amplio carácter personalista. De hecho, eso ya está ocurriendo. Esta lucha por el poder solo con las herramientas del poder esconde una “neutralización de lo político que conlleva anular su capacidad transformadora” [13]. De nuevo en América Latina, tenemos ejemplos de revoluciones democráticas desde la base que terminan por ser personalistas y dependientes de sus figuras emblemáticas (Ecuador) o simplemente asimiladas en las lógicas del capitalismo (Brasil). Esto mismo es lo que le sucedió en gran parte al movimiento obrero europeo. Así, durante el siglo XX se pasó de la formación de cuadros internos, a tomarlos entre quienes ya se han formado en las instituciones creadas por la oligarquía. Este factor contribuyó a crear la clase política como casta [14]. Esta sería una de las formas como los engranajes del poder podrán absorber los esfuerzos y las miras de los movimientos impidiendo cambios de fondo.
El Estado es un espacio de poder, pero el poder no reside en el Estado, el poder no está en un lugar que se pueda asaltarDe manera más profunda, el Estado es un espacio de poder, pero el poder no reside en el Estado, el poder no está en un lugar que se pueda asaltar (y aquí el matiz de tomar el poder o tomar el Estado). El Estado (y lo mismo vale para el mundo de Davos) es solo un espacio de poder, desde luego uno fundamental, pero no único ni omnipotente. Su poder existe solo porque hay un sistema de relaciones de dominación que atraviesan la educación, la salud, la ciudad o el trabajo. Son las subjetividades sociales que marcan lo que se puede y no se puede hacer, y que van mucho más allá de las leyes. Sin estas subjetividades, los espacios de poder son impotentes. Así, el Estado genera estas relaciones de poder en la sociedad, del mismo modo que es fruto de ellas. Por lo tanto, puede tener más sentido la dispersión del poder que su imposible conquista.
La forma en la que se afronte la toma del Estado no es irrelevante. Creemos que solo si la apuesta es por los métodos noviolentos habrá posibilidades de alumbrar sociedades más justas y solidarias. Son las transformaciones noviolentas las que hasta ahora se han mostrado, en general, más eficaces [15]. En caso contrario, lo que surgirán serán otros formatos de dominación, como ya ha ocurrido en muchas ocasiones tras fuertes luchas sociales.
En la estrategia de toma de las instituciones hay muchos matices. El primero es que no es lo mismo apostar por la toma de las instituciones centrales que por la toma de las municipales. Los retos/limitaciones a los que se enfrentaría una toma de las instituciones municipales en el caso del Estado español son: municipios altamente endeudados, lógicas de financiación centradas en prácticas insostenibles, imposibilidad de regreso al pasado, escasa autonomía legal y jurídica, y fuertes intereses privados influyendo en los presupuestos. Pero su gran ventaja es que son espacios de gestión más cercanos desde dónde se pueden practicar formas de democracia más directa con menor riesgo de verticalizarse. Además, serán espacios que ganarán protagonismo y autonomía a medida que avance el desgaste del Estado y la capacidad de centralización disminuya.
Finalmente, resaltar que la toma y la creación de instituciones no son estrategias necesariamente contrapuestas. De hecho, en el contexto español es necesario combinarlas. No se puede renunciar a acciones estatocéntricas, pero, a la vez, sin la creación de nuevas instituciones por la cristalización de prácticas sociales y económicas alternativas será imposible atravesar el colapso de la civilización industrial con alguna posibilidad emancipadora. Mientras las estrategias de creación de nuevas instituciones serán las que puedan generar los cambios, las de toma de las instituciones podrán catalizarlos.
[1] Una discusión pormenorizada se puede encontrar en Fernández Durán, R.; González Reyes, L. (2014): En la espiral de la energía. Libros en Acción y Baladre. Madrid.
[2] Tainter, J. A. (2009, primera edición: 1988): The Collapse of Complex Societies. Cambridge University Press. Cambridge.
[3] Carrasco, C.; Borderías, C.; Torns, T. (2011): “El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas”. FUHEM, Los Libros de la Catarata. Madrid.
[4] Zibechi, R. (2007): Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales. Virus. Bilbao.
[5] Scott, J. C. (2009): The Art of not Being Governed. An Anarchist History of Upland Southeast Asia. Yale University Press. Londres.
[6] Para una discusión sobre las necesidades se puede consultar Max-Neef, M. (2006, primera edición: 1994): Desarrollo a escala humana. Icaria. Barcelona.
[7] Koubi, V.; Spilker, G.; Bohmelt, T.; Bernauer, T. (2014): “Do natural resources matter for interstate and intrastate armed conflict?”. En Journal of Peace Research, DOI: 10.1177/0022343313493455.
Holling, S.; Meffe, G. K. (1996): “Command and control and the pathology of natural resource management”. En Conservation Biology 10:328–337.
Holling, S.; Meffe, G. K. (1996): “Command and control and the pathology of natural resource management”. En Conservation Biology 10:328–337.
[8] Frey, B. S.; Stutzer, A. (2002): “What Can Economists Learn from Happiness Research?”. En Journal of Economic Literature, DOI: 10.1257/002205102320161320.
[9] Tyler, R. T. (1994): “Psychological Models of the Justice Motive: Antecedents of Distributive and Procedural Justice”. En Journal of Personality and Social Psychology, DOI: 10.1037/0022-3514.67.5.850.
[10] López Petit, S. (2001): “Por una política nocturna”. En Archipiélago, nº 45.
[11] Fernández Savater, A. (2012): “Olas y espuma. Otros modos de pensar estratégicamente”.http://www.eldiario.es/zonacritica/Olas-espuma-modos-pensar-estrategicamente-15m-25s_6_46255376.html.
Fernández Savater, A. (2013): “Reimaginar la revolución”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171609.
Fernández Savater, A. (2013): “Reimaginar la revolución”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171609.
[12] Muiño, E. S. (2014): “Obstáculos para la transición socio-ecológica: El caso de Cuba en el ’Periodo Especial’”. En Revista de Economía Crítica, nº 17.
[13] Observatorio Metropolitano (2014): La apuesta municipalista. La democracia empieza por lo cercano. Traficantes de Sueños. Madrid.
[14] Poplar, A. (2015): “En la escuela de los Militantes”. En Le Monde Diplomatique en español, nº 231, enero 2015.
[15] Chenoweth, E.; Stephan, M. J. (2011): Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict. Columbia University Press. Nueva York.
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