(Reproducimos
entrevista de Carlos Benítez Trinidad y Mateo Aguado a uno de los
principales ideólogos de la Revolución Ciudadana ecuatoriana, publicada en la revista Iberoamérica Social, bajo licencia Creative Commons.)
Alberto Acosta
(Quito, 1948) es economista y político. Tiene en su extenso haber el ser uno de
los principales ideólogos de la Revolución Ciudadana, el movimiento político
que condujo a Rafael Correa a la presidencia del Ecuador en 2006. Dentro del
gobierno, fue Ministro de Energía y Minas primero y, posteriormente, el
asambleísta constituyente más votado. Este hecho le abrió las puertas a ser el
presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, el órgano encargado de
redactar la nueva constitución del país. Acosta renunció a este cargo en 2008
por diversos desencuentros tanto con el movimiento oficialista como con el
propio presidente Correa. Desde fines de ese año, ejerce como profesor
investigador en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO
Ecuador). En 2013 fue candidato a la presidencia del Ecuador por la Unidad
Plurinacional de las Izquierdas, una coalición de partidos políticos y
movimientos sociales muy crítica con el actual gobierno.
Acosta, que
procede de una familia tradicional y conservadora, estudió diez años en
Alemania y, desde su regreso a Ecuador, ha estado muy comprometido con los
movimientos sociales, sindicales y, sobre todo, indígenas. Entre sus obras
recientes destacan La maldición de la abundancia y El Buen Vivir.
Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos.
Nuestro
entrevistado es una persona crítica con el discurso tradicional del desarrollo
capitalista y un investigador muy comprometido con el análisis de nuevas
perspectivas de organización social y económica que aúnen justicia, equidad,
solidaridad, reciprocidad, sostenibilidad y conocimientos ancestrales. Afirma
que uno de los grandes retos que tenemos por delante como seres humanos es “repensar
la economía”. Nos dice, recordando el pensamiento del gran filósofo
ecuatoriano Bolívar Echeverría, que “la civilización capitalista vive de
sofocar la vida y todo lo que tiene que ver con la vida”. Ha llegado el
momento, nos alerta, de romper con el “mandato global del desarrollo y
construir alternativas al mismo para que todos los seres humanos podamos
discutir y pensar en otras formas de organización de la sociedad.”.
Iberoamérica
Social: ¿Cuál es, desde su punto de vista, la explicación histórica, económica,
política y social del nacimiento de las nuevas izquierdas latinoamericanas que
han llegado al gobierno en países como Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil o
Argentina?
Alberto Acosta:
Lo sintetizaría en tres puntos. El primero es la resistencia al
neoliberalismo. Todos estos países tienen en común el ser sociedades que
sufrieron el ajuste neoliberal con mayor o menor intensidad y que supieron
reaccionar frente a este proceso de empobrecimiento y de pérdida de soberanía.
En un contexto como este destacaría un segundo punto clave: las luchas
sociales. Estas representaron el resurgimiento de toda una serie de procesos de
resistencia (como las luchas ancestrales de los movimientos indígenas) y de
construcción de alternativas sistémicas que consiguieron llegar a un punto
culminante justamente en la época en que surgieron estos gobiernos. Por lo
tanto, estos gobiernos se deben en buena medida, y sobre todo en el caso de Ecuador
y de Bolivia, a la movilización indígena y popular. Y, finalmente, un tercer
punto importante es el hecho de que, en América Latina, existe desde hace
tiempo una demanda creciente por una verdadera integración regional. Así es
cómo en este contexto internacional, con procesos nacionales y locales que
habría que analizar por separado, aparecen estos partidos, estos movimientos y
estos gobiernos de tinte progresista que, por lo demás, no son realmente “de
izquierdas”.
IS: ¿Y qué cree
que ha supuesto para América Latina, desde el punto de vista social y
económico, el avance de estas izquierdas o progresismos como usted
señala?
AA: En primer lugar
rescataría el hecho de haber dejado atrás, en gran medida pero no en su
totalidad, la llamada “larga noche neoliberal”. Haberse sobrepuesto al
neoliberalismo y haber recuperado el papel de los estados es, sin duda,
positivo. Sin embargo, no creo que se haya logrado aún, en ninguno de los
países latinoamericanos que tienen gobiernos progresistas, una verdadera transformación
radical. Posneoliberalismo no implica poscapitalismo.
Estos
gobiernos, que se beneficiaron del boom de los elevados precios de las
materias primas, han logrado trasladar estos ingresos hacia los sectores más
populares de la población. Sin embargo, esto no ha dado paso aún a una
verdadera transformación de las estructuras; ni en términos de concentración de
la riqueza ni en términos de transformación de la matriz productiva.
Así pues, lo
que realmente se ha venido haciendo en muchos casos (como sucede en Ecuador) es
llevar a cabo un proceso de modernización del capitalismo; uno de los más
acelerados y profundos que se recuerdan, eso sí. El saldo, si lo comparamos con
lo que vivimos anteriormente, es, sin duda positivo, pero definitivamente
insuficiente e incluso contradictorio con lo que estos procesos propusieron
inicialmente. Hay, por lo tanto, una suerte de traición histórica a sus
orígenes. Y el futuro, además, no augura la revolución que tanto necesitamos.
IS: Uno de los
temas que más trata usted en sus trabajos es el Buen Vivir (o Sumak
Kawsay). ¿En qué consiste y cómo cree que se podría aplicar de forma
práctica?
AA: Esa es una
pregunta muy interesante y sumamente compleja. Para empezar yo aclararía que el
Buen Vivir no es una teoría. El Buen Vivir no es algo nuevo que
se esté pensando ahora en los cenáculos académicos; no es la idea reciente de
algún iluminado ni es necesariamente el resultado de una política gubernamental
concreta. El Buen Vivir ha existido desde siempre, y muchas comunidades
han ejercido este concepto desde su lógica incluso sin conocer que se llama
así.
El Buen
Vivir (o Sumak Kawsay, o Alli Kawsay, o Ñande Reco, o
cualquier otro nombre que usted le quiera poner, como Ubuntu en África o
Svadeshi, Swaraj y Apargrama en la India) consiste
simplemente en reconocer la existencia de otros valores, experiencias y
prácticas. Es decir, consiste en reconocer otra forma de organizar la vida, en
relación con los propios seres humanos y entre estos y la naturaleza, viviendo
en armonía y comunidad. Yo creo que ese es el punto medular. Y en este sentido
creo que cobra especial importancia reconocer la realidad colonial de América
Latina pasados ya más de 500 años de la conquista; una colonización que en
cierta medida continúa en la actualidad. Así, cuando el gobierno de Rafael
Correa decide explotar el petróleo de los cuadrantes del ITT (Ishpingo, Tiputini
y Tambococha) en el Parque Nacional Yasuní, se está produciendo un acto
de colonización. O, por ejemplo, cuando resuelve quitarle la sede a la
Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador.
IS: Y… ¿cree
que el Buen Vivir podría tener una aplicación universal?
Las ideas del Buen
Vivir, en términos amplios, han existido y existen en diversas partes del
planeta. Si por el concepto de Buen Vivir entendemos una vida en armonía
del ser humano, consigo mismo y con sus congéneres (otros pueblos o naciones),
así como en armonía con la naturaleza, entonces debemos reconocer a este
término no simplemente como una alternativa de desarrollo, sino como una
alternativa al desarrollo. Es decir, como una propuesta global para
superar la vieja idea de progreso (sobre todo en su versión productivista y de
copia, siempre fallida, de los países industrializados) y poder plantear un
cambio civilizatorio real.
El Buen
Vivir nos abre así la puerta a recuperar prácticas, experiencias y valores
ya existentes. Por eso podemos decir que se trata de un proceso en
reconstrucción (porque recupera) y en construcción (porque puede sumar otros
esfuerzos). Desde esta perspectiva, creo que podríamos dar paso a un gran
debate. Un debate no solo académico, sino eminentemente político, sobre cómo
construir otras formas de vida humana en la tierra para garantizar nuestra
propia existencia. Por estas razones yo prefiero hablar no de un Buen Vivir
en términos generales, sino de buenos convivires, pues puede haber
distintos estilos de vida siempre y cuando estos no pongan en riesgo la vida de
otros seres vivos y aseguren una vida digna para todos los seres humanos. Y por
eso es importante no sólo hablar de los derechos humanos, sino también de los derechos
de la naturaleza.
Desde mi punto
de vista, el Buen Vivir no es un mandato global como lo fue la idea del
desarrollo, o como lo fue la idea del progreso. Es más bien una oportunidad
para que todos los seres humanos podamos discutir y pensar en otras formas de
organización de la sociedad.
IS: La crisis
económica que está asolando Europa (sobre todo en el sur) desde el año 2008 ha
creado una doble oleada migratoria: latinoamericanos que vuelven y europeos que
salen buscando oportunidades laborales. ¿Cree que esta situación está
favoreciendo un reencuentro de culturas y un acercamiento de realidades?
AA: A mí me parece
que los procesos migratorios siempre han sido enriquecedores para la humanidad.
Naturalmente, podríamos decir que en algunos casos han originado rupturas
humanas muy dolorosas; incluso muy conflictivas en el caso de los
desplazamientos causados por las guerras o los crecientes efectos del cambio
climático. Sin embargo, en general, creo que han sido procesos enriquecedores y
saludables.
Lo que me
preocupa en este sentido es que los seres humanos seguimos siendo una suerte de
parias de la globalización. Los capitales se mueven hoy libremente y las
personas no. Por ejemplo, si uno tiene dinero y sabe cómo funciona esto, se
sienta en su casa y con internet puede estar especulando en cualquier mercado
sin ningún problema, prácticamente sin restricciones. Hemos abierto los
mercados en el mundo para muchos productos (no todos todavía) pero no así la
libre circulación de seres humanos, y esto debería cambiar. Estos flujos
migratorios, vengan del sur o del norte, deberían hacernos reflexionar sobre la
importancia de ir construyendo una ciudadanía universal (cosa que planteamos ya
en nuestra constitución del año 2008 y que, lamentablemente, no es respetada
por el gobierno ecuatoriano).
IS: Como sabrá,
el pasado mes de julio de 2014, un grupo de más de 250 personas (académicos,
intelectuales, científicos, políticos y activistas) presentaron en el Estado
Español un manifiesto en el que se reclamaban propuestas de cambio decididas y
valientes para hacer frente a la grave crisis ecológico-social en la que nos
encontramos. En este manifiesto se podía leer: “estamos atrapados en la
dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece
destruye las bases naturales que la hacen posible”. ¿Cómo reconciliar,
entonces, y según su opinión, el binomio consumo-crecimiento con la sostenibilidad
socio-ecológica?
AA: Me parece que
esa relación está equivocada. El crecimiento no garantiza la felicidad. Hay
países como Estados Unidos y Japón, por ejemplo, que han crecido y, sin
embargo, sus habitantes no se declaran más felices.
Yo conozco ese
manifiesto y coincido con la casi totalidad de los planteamientos ahí
realizados. Creo que uno de los grandes retos que tenemos por delante es
repensar la economía. La economía tiene que estar al servicio de los seres
humanos, pero de unos seres humanos viviendo en comunidad y en armonía con la naturaleza.
Tenemos que dejar de contemplar a la naturaleza como un objeto de explotación y
de privatización al servicio de las políticas económicas.
En este
sentido, yo plantearía cinco aspectos clave. En primer lugar, desmontar la
religión del crecimiento económico. El crecimiento económico permanente en un
mundo finito, como decía el economista inglés Kenneth Boulding, es un
imposible. Pensar eso es propio de locos o de economistas (y más grave es aún
si los economistas están locos). Hay que echar abajo la idea del crecimiento
económico como el gran motor de la economía. Podemos lograr muchas cosas sin la
necesidad de crecer indefinidamente (cómo mejorar las condiciones de vida de la
población o alcanzar niveles de dignidad sin afectar a la naturaleza). Ese es
el gran reto. Y esto no significa que en algunos ámbitos no haya que crecer. En
algunas cosas habrá que seguir creciendo, pero en otras habrá que decrecer. Yo
anotaría aquí lo que señala Manfred Max-Neef, Premio Nobel alternativo de
economía, cuando nos dice que puede haber un crecimiento bueno y un crecimiento
malo. El abrazar uno u otro dependerá de la historia social y ambiental de cada
uno de estos procesos, es decir, de su sustentabilidad ecológica y social.
Entonces, desde esta perspectiva, hay que acabar con la idea de que tenemos que
crecer para resolver los problemas. Porque ya sabemos que el crecimiento no los
resuelve todos. Insisto, hay países que han crecido y sus sociedades no son más
felices (como los Estados Unidos). Y hay países que han crecido y en donde los
que se han beneficiado de ello son sólo los grupos más acomodados de la
población (el ejemplo de los Estados Unidos nuevamente es categórico).
En segundo
lugar, considero fundamental dar paso no sólo a una distribución del ingreso, sino
también a una redistribución de la riqueza (y en especial de las ganancias)
para así romper con las estructuras inequitativas existentes en la actualidad.
El decrecimiento exige una redistribución del ingreso y de la riqueza, y
sobre todo de la ganancia. Un tercer punto esencial nos lleva a la cuestión de
desmercantilizar la naturaleza y desmaterializar la producción. Debemos
redirigir la producción hacia otro tipo de estructuras de consumo. Creo que
esto es clave para avanzar hacia los derechos de la naturaleza y hacia otro
tipo de civilización. Un cuarto punto vital consiste en desconcentrar la
producción y las grandes ciudades. No podemos seguir creyendo que las grandes
empresas vayan a resolver todos nuestros problemas. Tenemos que reencontrarnos
con lo rural y con lo campesino (por ejemplo, en el ámbito de la soberanía
alimentaria). Tenemos que frenar la aberración que supone transportar productos
alimenticios miles de kilómetros cuando esa producción se puede satisfacer
localmente. Y, por último, la quinta pata de esta figura que estamos
construyendo es la democracia: más democracia, nunca menos. Y esto nos lleva
nuevamente a la necesidad de fortalecer los espacios democráticos comunitarios.
IS: Al hilo de
la cuestión anterior, numerosos investigadores han planteado que nuestra
civilización podría estar ya cerca de alcanzar un punto de no retorno en lo que
respecta a las alteraciones que los humanos estamos ocasionando sobre la
biosfera. ¿Consideraría usted posible llegar —durante las próximas décadas— a
un colapso civilizatorio, fruto de un colapso ecológico y social, o todavía
confía en que seremos capaces de recorrer como especie una transición
socio-ecológica hacia otro mundo posible, más justo y sostenible?
A: Bueno, mi
deseo es que suceda lo segundo; que como especie, como seres humanos
responsables, podamos dar las respuestas necesarias para evitar el colapso. Sin
embargo, a ratos creo que la estupidez de los seres humanos es enorme… Ya lo
decía mi tocayo Einstein: “Dos cosas son infinitas: el universo y la
estupidez humana; y yo no estoy seguro sobre el universo”.
En torno a este
debate surge un aspecto clave: que no somos todos los seres humanos igualmente
responsables de los problemas ambientales que vivimos. Hay algunos que han
ocasionado mayores daños que otros. Por eso, tal y como se habló recientemente
en la XX Conferencia Internacional sobre Cambio Climático en Lima (COP20), es
importante asumir responsabilidades compartidas pero diferenciadas. Y es que
hay países y economías que han ocasionado y siguen ocasionando los mayores
problemas ambientales. Estos, y concretamente sus sociedades opulentas,
tendrían que asumir una mayor responsabilidad.
Pero todo esto
no es suficiente; hay que ir más allá. Hay que reconocer que existe un sistema
depredador, una civilización depredadora —que es la civilización capitalista —
que vive de sofocar la vida y todo lo que tiene que ver con la vida (bien sea
el trabajo, los propios seres humanos o la naturaleza cuando se la mercantiliza
en extremo). El gran reto que tenemos por delante es saber cómo plantear
propuestas de cambio civilizatorio. Pues bien, precisamente para esto nos
sirven las experiencias, los valores y las prácticas del Buen Vivir.
Agradecimientos: los autores
de este artículo agradecen a Kr’sna Bellott Carrasco sus valiosos comentarios y
recomendaciones durante el diseño y la transcripción de esta entrevista.
Para citar este
artículo: Aguado, M., Benítez, C. (2015). Redibujando alternativas al
capitalismo. Entrevista a Alberto Acosta. Iberoamérica Social: revista-red
de estudios sociales (IV), Pp. 9-13. Recuperado de: http://iberoamericasocial.com/redibujando-alternativas-al-capitalismo-entrevista-a-alberto-acosta
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