De Joan Martínez Alier
La pregunta,
¿quién debe a quién?, se extendió en América Latina a partir de 1992 cuando el
Instituto de Ecología Política de Santiago de Chile publicó un folleto sobre la
Deuda Ecológica del Norte hacia el Sur. Se dice que ese folleto influyó en la
poderosa frase de Fidel Castro en Rio de Janeiro en 1992, “páguese la deuda
ecológica y no la deuda externa”. En la propia ciudad de Rio, entre los
movimientos alternativos que asistían a la Cumbre de la Tierra, se firmaron
diversos “tratados”, uno de los cuales era sobre la Deuda Externa y la Deuda
Ecológica. Mientras el Sur debía la deuda externa en dinero contante y sonante,
y era sometido a planes de ajuste, el Norte debía una enorme deuda ecológica,
difícilmente cuantificable en dinero, y nadie se la reclamaba oficialmente. ¿Quién
debe a quién?, se preguntaban los activistas ambientales y más tarde se
preguntaron también las Iglesias cristianas en las campañas del Jubileo Sur de
2000. En Cali, Colombia, el abogado J. M. Borrero había publicado un libro
sobre la deuda ecológica en 1994 y a partir de 1997 Acción Ecológica de
Ecuador y Amigos de la Tierra Internacional lanzaron campañas denunciando la
Deuda Ecológica: para que se pagara y, sobre todo, que no aumentara más.
La Deuda
Ecológica nacía del comercio ecológicamente desigual, también de la
biopiratería. Otros pasivos ambientales (es decir, deudas ecológicas) de los
países del Norte venían de su producción excesiva de gases de efecto
invernadero, histórica y actualmente. Arcadi Oliveres, un economista catalán
vinculado a la Iglesia católica, y yo mismo publicamos un pequeño libro en
2003, ¿Quién debe a quién?, explicando que la obligación de pagar la
deuda externa fomentaba las exportaciones de productos primarios abusando más
de la naturaleza. En el proyecto EJOLT (2011-15), cuyas siglas corresponden a
justicia ambiental, comercio internacional y pasivos ambientales, hemos
publicado artículos académicos sobre la Deuda Ecológica (de Rikard Warlenius y
otros) (www.ejolt.org)
Hubo una
larga historia de activismo y trabajo universitario pero sin gran difusión. No
podríamos haber alcanzado el impacto que dos párrafos sobre este tema (el 51 y
el 52) en la encíclica Laudato si , van a tener. El Papa tal vez habrá
escuchado y habrá leído a Pérez Esquivel desde hace años. El cita a los obispos
de la Patagonia, que protestan de los pasivos de las industrias petroleras y
mineras (incluida la Repsol) que “al cesar sus actividades y al retirarse,
dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin
vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento
de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos
contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener”.
En resumen,
dice el Papa dice así: “La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países
enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales.
Porque hay una verdadera «deuda ecológica », particularmente entre el Norte y
el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el
ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos
naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. Las exportaciones
de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el Norte
industrializado han producido daños locales, como la contaminación con mercurio
en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre. Especialmente
hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar
residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y han generado
una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El calentamiento
originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en
los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento
de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los
cultivos. A esto se agregan los daños causados por la exportación hacia los
países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad
contaminante de empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no
pueden hacer en los países que les aportan capital”.
Mientras la
deuda externa de los países pobres se convirtió en un instrumento de control
político, no ocurre lo mismo con la deuda ecológica, pues no hay instancia
dónde reclamarla ni fuerza para hacerlo. Los pueblos del Sur, “donde se
encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el
desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro”.
Esta deuda ecológica requiere ser reparada y ha llegado el momento (dice
la Encíclica) que los países ricos se encaminen en algunos casos a un cierto decrecimiento,
para facilitar recursos a quienes les hacen más falta.
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Joan Martínez Alier
ICTA-Universitat Autònoma de Barcelona
08193 Spain
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