Sin energía, nada ocurre. No hay actividad económica: ni buena, ni mala. Si la energía nos es fuertemente reducida, será ahora mucho más importante que nunca elegir bien los pasos a dar
Ha llegado un momento, irreversible, en que la termodinámica y la geología, tradicionalmente ignoradas por la economía estándar, impiden que el petróleo tenga un precio "bueno", digamos equilibrado
Tuvieron que ser, y siguen siendo, algunos
ingenieros y altos cargos de las grandes empresas energéticas, muchos de
ellos antiguos directores de exploración quienes, sólo al jubilarse, se
han sentido éticamente llamados a dar a conocer lo que la industria
energética oculta celosamente con toda la potencia de su maquinaria:
peak oil ya claramente superado por lo menos en términos de crudo estándar y también de energía neta;
presiones sobre la metodología y las conclusiones de los sucesivos
informes de la Agencia Internacional de la Energía; ocultación de
conceptos esenciales para la comprensión cabal de la situación
energética mundial; penetración de economistas (sólo neoclásicos) en el
IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) con su tendencia
estructural a aguar el presente y descontar el futuro ... por no hablar
del poderoso negacionismo climático, activamente organizado.
Estos exprofesionales jubilados han mostrado ya con suficiente
contundencia el detalle de cómo, por razones termodinámicas y geológicas
esenciales, es necesario destinar una fracción creciente de energía (y
por tanto de capital) para la obtención de los recursos necesarios para
propulsar el inmenso Titanic económico en el que viajamos, y que ellos
saben –mejor que nadie– de ninguna manera insumergible.
Llevan haciéndolo desde los años noventa, cuando
introdujeron nuevos conceptos, y muy especialmente la Tasa de Retorno
Energética (TRE, o EROEI por sus siglas en inglés: Energy Return on
Energy Investment, cantidad de energía que se obtiene por cada unidad de
energía que se emplea en obtenerla). En definitiva, la primera ley de
la termodinámica. Cierto es que, en sus líneas generales y como tantas
otras cosas ( gravedad
del cambio climático, huella ecológica máxima, influencia de la
termodinámica en el sistema económico, etc.), estos problemas se conocen
desde los años sesenta del siglo XX. Pero, a pesar de su importancia
decisiva para el sostenimiento de la vida, no se puso en ello –no
pusimos– la necesaria atención.
Al introducir y
cuantificar la TRE (exponencialmente) menguante del conjunto de los
sistemas energéticos estos profesionales daban así crédito, y
reivindicaban indirectamente, las predicciones de un informe que en su
momento fue denostado y vapuleado.
Lo fue hasta el punto de que, hoy en día, personas realmente
competentes –pero de racionalidad lateral acotada– siguen creyendo que
aquello fue una payasada contracultural de los años sesenta perpetrada
por ingenieros del Massachusetts Institute of Technology, y que sus
conclusiones eran totalmente erróneas –tal es el poder del negacionismo,
económico en este caso–. Este estudio de 1972 se denominó Los límites del crecimiento (LLDC).
Pues bien, ocurre precisamente todo lo contrario. Sus predicciones se
están cumpliendo con precisión muy razonable, y desde luego a los
grandes rasgos en que fueron presentadas en su día. Lo han mostrado las
sucesivas revisiones de los propios autores originales (última revisión
en 2002) y también los de otros grupos de investigación que han comparado las previsiones con los datos econométricos reales hasta fecha muy reciente.
Otros
modelos económicos basados en dinámica de sistemas y que tienen en
cuenta las leyes de la naturaleza –de ámbito de aplicación muy superior a
las del mercado– tales como el HANDY (Human and Nature Dynamics) de la Universidad de Maryland, el del Foreign Office británico, el WoLiM
(World of Limits) de la Universidad de Valladolid … todos ellos, desde
ópticas (solo levemente) distintas, llegan a las mismas conclusiones: el
colapso de la civilización global se produce siempre antes de 2030,
incluso antes de 2020 en algunos casos. Además no parece que sea ya
evitable, a pesar de la retórica oficial. Como mucho, podría ser
gestionable en términos de minimización de daños y desde luego bajo un
sistema económico y social basado en valores muy diferentes a los
actualmente predominantes.
Por cierto que el modelo
matemático World3, que servía de base a LLDC, en su versión
regionalizada anticipó el colapso de la Unión Soviética con gran
exactitud. También ha anticipado la disminución de la producción por
habitante que se ha iniciado en 2015 a nivel global, tal como señalaba
el escenario "extralimitación y colapso" correspondiente al Business As
Usual. O sea, el de seguir aumentando la huella ecológica por encima de
los límites planetarios, cosa que ocurrió en 1980.
Y muestra que, en este escenario-no-hacer-nada, a partir de la década
de 2030 la población mundial comenzará a disminuir a razón de unos 500
millones de personas por década, y así seguirá hasta que la huella
ecológica humana se haya reducido a un valor físicamente soportable por
el globo –habiendo descendido, con gran probabilidad, mucho más
abruptamente de lo que ahora podamos imaginar e incluso de lo que LLDC
prevé. Ugo Bardi, catedrático de la Universidad de Florencia (y muchas
cosas más) - denomina efecto Séneca a la mayor velocidad de caída que la de crecimiento que exhiben los sistemas humanos, por lo demás históricamente demostrada.
Pero esto no es todo. Hace pocas semanas se ha conocido la existencia
de un modelo que calcula la evolución pasada y futura de la
disponibilidad de energía neta procedente del petróleo. Se trata del
denominado Modelo ETP
(de Energy Total Production), elaborado por The Hill’s Group. Se trata
de un modelo puramente termodinámico que no sólo tiene en cuenta la
primera ley de la termodinámica, sino también la segunda, cosa que
ninguno de los modelos de uso común entre los economistas contempla ni
por aproximación. Este estudio, finalizado en 2012, ha circulado por un
gran número de organismos y departamentos universitarios especializados
en energía y termodinámica, y no se le ha encontrado mácula. Cabe pues
suponerlo certero. De hecho, fue el único modelo que anticipó la caída
de precios del petróleo que se inició en otoño de 2014.
¿Qué nos dice este modelo? Por lo menos tres cosas:
A partir del hecho obvio de que un barril de petróleo nunca puede tener
un precio (permanentemente) mayor que la unidad de producto económico
que su combustión va a generar, deducen que la frontera se encuentra en
los 104 $/barril. Así pues, con el fin de que la energía resulte
mínimamente asequible, el precio del barril de crudo debe ser inferior a
este valor, so pena de colapso financiero inexorable. Recordemos cómo
llegó a superar los 160$ en 2008.
La industria del
crudo está operando actualmente a una eficiencia energética de sólo el
17%. Valor que, necesariamente, disminuye con el tiempo.
En 2030 esta eficiencia energética (entiéndase: la energía neta que el
sistema del petróleo en su conjunto entrega a la sociedad) se habrá
reducido a cero.
Es, desde luego, un resultado
brutal, una conclusión terrible, que ha enmudecido incluso a aquellos
optimistas que soñaban con un futuro "100% renovable", o por lo menos
con una transición energética practicable por la vía solar y eólica –y
nuclear en algunas iniciativas poco creíbles–. ¡No hay tiempo! Esto
significa, simplemente, que en 2030 el petróleo ya no valdrá nada como
fuente de energía. Durante algún tiempo adicional podrá haberlo para
usos no energéticos (como un mineral más), y se intentará apurar el ya
muy escaso e insustituible combustible líquido y de alta densidad. Pero
ese proceso habrá pasado a resultar un sumidero de energía, nunca más
una fuente.
Sabemos además que los biocombustibles no
consiguen sino agravar los problemas también por su muy baja TRE. Los
petróleos no convencionales (arenas bituminosas, fracking, etc.) no dan
la talla de ninguna manera por motivos parecidos y han iniciado ya su
descenso. Lo que se pueda extraer del Ártico
no resolverá nada significativo –si acaso, más forzamiento climático,
más aceleración térmica y de liquidación de materia viva–. Las
renovables no alcanzan a cubrir las (supuestas) necesidades actuales ni
de lejos, contando además con que sólo entregan electricidad y ésta no
es más que el 20% del consumo mundial. Por su parte, la electrificación
masiva consume una energía adicional imponente, que por ahora debería
proceder, principalmente, de los combustibles fósiles. De donde, por
cierto, se obtienen los fertilizantes de síntesis para la agricultura.
Un último detalle acerca de este estudio, que algunos comienzan a
considerar como el LLDC contemporáneo, por lo menos en su significación.
¿Quién lo firma o suscribe? ¡Nadie! Es anónimo. ¿Por qué? Porque ha
sido realizado, casi secretamente, por profesionales de distintas
empresas del petróleo actualmente en activo, y que no desean ver
peligrar su posición laboral.
Todo esto, en realidad,
no debería extrañarnos. A pesar de la retórica oficial, la mayor parte
de las empresas energéticas mundiales se encuentran en pérdidas
(ya lo estaban en 2014) y su subsistencia es soportada por la imprenta
del sistema financiero y altas dosis de contabilidad creativa de cara a
los accionistas. Ha llegado un momento, irreversible, en que la
termodinámica y la geología, tradicionalmente ignoradas por la economía
estándar, impiden que el petróleo tenga un precio "bueno", digamos
equilibrado. Si es demasiado alto, digamos ahora por encima de 104$, la
fracción de capital destinada a la energía es excesiva, la demanda de
bienes disminuye, por tanto también la de energía, y esa disminución
produce una caída de los precios. Esta caída hace entrar a las empresas
energéticas en pérdidas.
Si es usted un economista "estándar", podría creer –aunque para ello solo podría esgrimir motivos de fe, por definición insuficientemente fundamentados– en la desmaterialización
de la economía global. Es el famoso "desacoplamiento", insistentemente
desmentido desde disciplinas distintas a la suya –e incluso desde la suya.
También podría tener una fe ciega en la tecnología, creer que se puede
realizar trabajo sin energía, o, simplemente, creer que las cosas pueden
moverse sin ella. Allá usted. Pero, por favor, no nos arrastre a todos
los demás a su precipicio. No nos arrastre a un colapso que es,
principalmente, suyo.
Pues recordemos que, sin
energía, nada ocurre. No hay actividad económica: ni buena, ni mala. Si
la energía nos es fuertemente reducida, será ahora mucho más importante
que nunca elegir bien los pasos a dar, pues el espacio de la realidad
viable se reduce poderosamente y el margen de actuación se estrecha
mucho más. Por su parte, el margen de error ha prácticamente
desaparecido.
En estas condiciones: ¿llamaríamos estado de emergencia global a muchas otras cosas más?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada