- Aunque no sustituye a los acuerdos internacionales ni a las decisiones de los Estados, la actuación de los ciudadanos resulta imprescindible para salvar el planeta
- 'Alternativas Económicas' publica un número extra con ideas prácticas para vivir de manera más ecológica y ayudar a frenar el cambio climático
- Hace falta un cambio en la manera de pensar, de producir y de vivir para hacer frente al reto
El acuerdo internacional sobre el clima COP21,
alcanzado por 195 países en diciembre pasado, ha sido un acontecimiento
histórico. Por primera vez se ha fijado como objetivo que el aumento de
la temperatura media del planeta en 2100 se sitúe “muy por debajo de los
dos grados” respecto a los niveles preindustriales. Es un avance
trascendental a pesar de que los compromisos de reducción de emisiones
de gases de efecto invernadero (CO2, metano y N2O, básicamente),
principales causantes del recalentamiento de la Tierra, no son
vinculantes.
La relevancia de los acuerdos del COP21
ha sido certificada por los inversores. En la primera sesión bursátil
tras los acuerdos, Peabody Energy, primer productor de carbón
estadounidense, perdió el 13% en Wall Street, mientras que SunPower,
constructor de módulos fotovoltaicos, ganó el 8,7%.
El acuerdo de París, lejos de una solución al problema,
supone, sin embargo, una importante toma de conciencia y la puesta en
marcha de medidas sin precedentes por parte de los gobiernos. ¿Por qué
es peligroso un mundo con un recalentamiento de más de 2 ºC? Según el
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC),
la temperatura media del planeta ha subido ya más de 0,6 ºC desde el
período preindustrial. Un recalentamiento de más de 2 ºC haría el
planeta invivible para la humanidad. El último informe del IPCC
publicado en 2015 confirma el recalentamiento actual y lo vincula a la
actividad humana. Los científicos pronostican que, de no tomarse
medidas, la temperatura de la Tierra para 2100 aumentaría entre 4,5 ºC y
el 5,8 ºC. De seguir con las políticas actuales, el aumento sería de
3,6 ºC, y si se aplican los planes presentados en la reunión de París,
aumentaría 2,7 ºC. Está claro que hay que hacer más y cuanto antes.
Los expertos del IPCC sostienen que, de no tomar acciones inmediatas,
el nivel del mar registraría a finales de siglo una subida de entre 60 y
120 centímetros. Otros científicos apuntan que, tras comprobar que el
mar ha subido ya 20 centímetros en los últimos cien años, se podrían
alcanzar los 200 centímetros en 2100. Los estudios indican que subidas
de los niveles del mar superiores a 150 centímetros supondrían la
desaparición de ciudades costeras, muchas islas pobladas y naciones
enteras. Pero los efectos del recalentamiento de la Tierra por encima de
2 ºC serían mucho más amplios: multiplicación de las olas de calor, más
inundaciones, aumento de la velocidad máxima de los vientos, caída de
la producción agrícola por falta de agua, agudización de la pobreza,
desplazamiento de poblaciones, multiplicación de conflictos violentos y
pérdida de la biodiversidad.
La sostenibilidad del
medio ambiente se ha convertido en una restricción importante de todas
las actividades económicas. Algunos países que se habían mantenido
alejados de estas preocupaciones, como China, han dado un giro radical
ante el creciente malestar de su población, que malvive en ciudades
asfixiantes debido al elevadísimo grado de contaminación. En Europa, el
reciente escándalo de la manipulación de los motores de Volkswagen para
simular una menor emisión de gases venenosos, ha provocado también una
fuerte repulsa social y aumentado la preocupación por el impacto de la
actividad industrial en la salud.
Toda la información
disponible, tanto la proporcionada por los científicos como las
experiencias directas de los ciudadanos, urge a actuar rápidamente de
forma contundente y con todas las fuerzas posibles para detener el
deterioro del planeta. El aumento de actividades económicas
contaminantes, el despilfarro de la energía y del agua debido a ciertos
hábitos sociales conducen a un modelo de sociedad insostenible.
Es tan colosal el desafío que plantea el cambio climático, que los
acuerdos internacionales por sí solos, por relevantes que sean, resultan
claramente insuficientes. Hace falta un cambio cultural, un cambio en
la manera de pensar, de producir y en la manera de vivir para hacer
frente a este reto. Muchas decisiones personales tan cotidianas, por
ejemplo, como la frecuencia de los viajes en avión, habrá que
reconsiderarlas teniendo en cuenta su impacto medioambiental.
El papel de los ciudadanos
Las actuaciones de los ciudadanos, aunque no sustituyen a los acuerdos
internacionales ni las decisiones de los Estados, resultan cada vez más
imprescindibles para implementar estos cambios necesarios en las formas
de vivir. De hecho, son los movimientos ciudadanos los que están
impulsando más decididamente la transición energética hacia economías no
contaminantes y empujan a los gobiernos a tomar decisiones como las de
París. Reutilizar, reciclar, ahorrar, compartir y donar forman parte
cada vez más de las actitudes ciudadanas que configuran esta nueva
economía.
Alternativas Económicas ha
elaborado este Extra para dar a conocer las numerosas experiencias que
se están realizando en el campo de la construcción, la vivienda, el
transporte, la alimentación, la energía, el vestido, el trabajo, los
envases, las telecomunicaciones, el turismo, el transporte, las
finanzas, entre otros aspectos que configuran un modo alternativo de
vivir compatible con la sostenibilidad, que hemos agrupado en 32 temas.
Se trata de una serie de iniciativas, experiencias y sugerencias con un
gran sentido práctico, aunque a veces su aplicación dependerá mucho de
las circunstancias de cada persona.
En esta
transición hacia una forma de vivir más ecológica, no se parte de cero.
Los movimientos ecologistas vienen abriendo camino desde hace tiempo.
Existen numerosas experiencias positivas, algunas con varias décadas de
existencia, que han demostrado que es posible otra forma de organización
económica más respetuosa con el medio ambiente y con una distribución
de los beneficios de la producción más igualitaria. No se trata de
proyectos utópicos de reducidos grupos medioambientalistas, sino de
realidades de eficiencia, probada especialmente en el campo de la
producción energética desarrollados en grandes ciudades gracias a los
avances tecnológicos.
En Alemania, por ejemplo, la
mitad de la potencia eólica y fotovoltaica instalada pertenece a
cooperativas locales. Los proyectos de energía verde en aquel país
tienen dos características muy singulares: Por una parte, tienen
estructura social de cooperativa y, por otra, casi la totalidad de estos
proyectos ha contado con financiación de la banca pública alemana KfW.
La financiación de este tipo de proyectos rentables, pero que precisan
muchos años para la recuperación del capital, justifica por sí sola la
necesidad de una banca pública. En Alemania, el proyecto Kombikraftwerk
prevé transformar el conjunto del sistema energético (electricidad,
calor y transporte) en un 100% de energía renovable (eólica,
fotovoltaica, hidráulica, biomasa y geotérmica) en 2050.
En Dinamarca, desde mediados de los años noventa, la mitad de las
capacidades eólicas instaladas han sido realizadas por 2.000
cooperativas locales, según Alternatives Internationales. En Bélgica, la cooperativa Ecopower suministra energía 100% renovable a 50.000 hogares de Berchem.
Otra experiencia especialmente ilustrativa es la llevada a cabo por los
habitantes de Totnes, en Inglaterra, que están empeñados en jugar a
fondo la carta de la transición ecológica. En esta localidad de 8.500
habitantes se han fijado como objetivo pasar del petróleo y las energías
fósiles a las renovables. Los ciudadanos participan en huertos
colectivos, plantan árboles, aprovechan los frutos locales y, sobre todo
gracias a una mejor gestión de energía, del agua y de los residuos
alimentarios, han logrado ahorrar 1,2 toneladas de CO2 al año.
El proceso de sustitución de las energía fósiles y la nuclear por las
renovables se ha visto favorecido por los avances tecnológicos, que han
logrado una reducción drástica del coste de producción de la energía
fotovoltaica. El coste medio de producción actualizada de electricidad
fotovoltaica (LCOE, por sus siglas en inglés) ha pasado desde los 750
dólares por megavatio hora (MWh) en 2000 a entre 70 y 80 dólares en
2015. Esto significa un coste igual o inferior al de otras energías como
la nuclear, el carbón o el gas. Los avances en la construcción de las
células fotovoltaicas y el alargamiento de su duración podrían bajar aún
más los precios: entre 35 y 50 dólares para una central solar y de 50 a
70 para una instalación residencial.
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