diumenge, 11 de setembre del 2016

¿Algo a cambio de nada?

Article publicat a El País

La economía moderna se sustenta sobre la base de que todos debemos trabajar por un salario




Uno de los carteles extendidos en la plaza Plainpalais de Ginebra para la campaña del Sí a la renta básica. Reuters

Pasada la edad de oro del capitalismo que siguió a la II Guerra Mundial, caracterizada por el pleno empleo, los responsables de las políticas sociales en Europa intentan desde la década de los setenta solucionar de forma definitiva el problema del paro. Y, debido a una serie de novedades simultáneas, la renta básica vuelve a estar en la agenda. El elevado desempleo que se prolonga desde que empezó la crisis financiera en 2007, el aumento de la desigualdad y la distribución desproporcionada de los beneficios de la globalización son el contexto de este resurgir de la defensa de una renta garantizada como alternativa al sistema actual. ¿Por qué intentar empujar al paro retribuido a todas las personas en edad de trabajar cuando las tasas de desempleo están en dos dígitos?
Hasta ahora se partía de la premisa de que todos debemos realizar algún trabajo remunerado, y que solo quedan exentos los que reciben unas ayudas sociales que, de una manera u otra, están relacionadas con ese trabajo remunerado (prestaciones por enfermedad, incapacidad, desempleo, ayudas sociales, pensiones o becas para estudiantes). Una renta básica sin condiciones que proporcionase unos ingresos mínimos a todo el mundo rompería el vínculo entre prestaciones sociales y trabajo remunerado. Por eso este planteamiento va en contra de la base ética del Estado de bienestar. Tal y como lo conocemos, este sistema otorga beneficios sociales de manera condicional, temporal y selectiva. Eslóganes como “quien no trabaja, no come”, “no se puede esperar algo a cambio de nada” y “la comida gratis no existe” expresan claramente ese principio ético en el que se sustenta el Estado de bienestar.


Pero la polarización de los empleos —caracterizada por el declive gradual de la proporción de puestos de trabajo propios de unos empleados de clase media—, el proceso de flexibilización del mercado laboral y la automatización del trabajo estimulan el movimiento a favor de la renta básica. Esta proporcionaría a los trabajadores con jornada flexible y a los autónomos una protección literalmente básica de los ingresos que necesitan para lidiar con su sumamente incierta situación en lo que respecta a los gastos elementales de subsistencia.
Una renta básica digna —digamos, equivalente al 25% del PIB por habitante— es redistributiva, y los trabajadores con salarios bajos son los más beneficiados: en el sistema actual, los trabajadores de este grupo son contribuyentes netos, ya que no reciben prestaciones sociales y sí pagan impuestos. En el sistema de renta básica los impuestos que pagarían serían inferiores a la renta que recibiesen. En el caso de los trabajadores con remuneraciones altas ocurriría lo contrario, de manera que uno de los probables efectos de la renta básica sería que reduciría la desigualdad entre los trabajadores.

El elevado desempleo, el avance de la desigualdad y la robotización han hecho resurgir con fuerza la posibilidad de una renta básica como futuro del Estado de bienestar

Otro ejemplo. Como sostiene Philippe van Parijs (filósofo belga, uno de los grandes defensores de la renta básica), unos ingresos garantizados en forma de eurodividendo (repartir una cantidad determinada de euros a cada ciudadano de la zona euro que podrá ser financiado, por ejemplo, con una parte del IVA) podrían contribuir a fortalecer el tambaleante euro como divisa, ya que se estructurarían las transferencias no tanto de ricos a pobres como de las regiones prósperas a las que están en bancarrota de la zona euro, lo cual, junto con la movilidad laboral, daría como resultado una mayor estabilidad de la divisa, de forma similar a lo que sucede con el mecanismo que hay detrás de la solidez del dólar. Desde esta perspectiva, ¿no sería beneficioso que todos los ciudadanos adultos pudiesen contar con un pago mensual regular sin condiciones que se ajustase al mínimo predominante en la sociedad en cuestión, independientemente de los ingresos, la riqueza, la situación familiar o la disposición a trabajar de la persona?
Actualmente, la filosofía política debate si la renta básica es justa. El argumento ético de más peso en contra de dicha prestación es que consiente el parasitismo: permite que ciudadanos físicamente sanos vivan a costa de los esfuerzos productivos de los demás sin dar a cambio un servicio recíproco a la sociedad, por ejemplo, porque se entregan a actividades sin provecho. A mi modo de ver, en el sistema de la renta básica, no estar obligado a aceptar un empleo refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio a pagar sea el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el parasitismo, todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios más altos para las tareas de menor cualificación.

Es muy probable que esta fórmula requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema

Es cierto que una renta básica digna parece mucho más costosa que el actual sistema de prestaciones para las personas con bajos ingresos, dirigido exclusivamente a los pobres y que precisa que se comprueben la situación laboral y los recursos. Por lo tanto, es muy probable que una renta básica digna requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema. Sin embargo, los efectos globales en la economía en su conjunto todavía son sumamente inciertos. Por una parte, una mayor carga impositiva puede reducir la oferta de mano de obra. Por ejemplo, la renta básica podría animar a mucha gente a elegir una profesión que no se centrase en el trabajo remunerado, o quizá resultaría más atractivo trabajar a tiempo parcial en vez de a jornada completa, ya que acortar la jornada laboral no haría que disminuyesen proporcionalmente los ingresos netos, puesto que la parte de estos últimos correspondiente a la renta básica sería independiente del tiempo que se dedicase a trabajar.
Por otro lado, una renta básica permitiría que el mercado de trabajo fuese más flexible, sin salarios mínimos reglamentados que limiten ciertas oportunidades laborales para los menos cualificados porque se descartan los empleos en los que la productividad es inferior al salario mínimo. Asimismo, una renta básica decente acabaría con la trampa de la pobreza, el fenómeno por el cual quienes reciben prestaciones sociales no ven aumentar sus ingresos netos si aceptan un empleo. Acabar con esta trampa puede hacer que se intensifiquen los esfuerzos por buscar un trabajo remunerado, aunque sea temporal o a tiempo parcial, por parte de los receptores de las prestaciones.

El experimento más prometedor, realizado a escala nadional, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017

Sería bueno que la ciencia económica pudiese generar respuestas inequívocas a qué clase de efectos produciría en la economía una renta básica, pero el hecho es que el margen de incertidumbre es demasiado amplio. Algunos estudios que intentan simular qué ocurriría en una economía con una renta básica se limitan a utilizar parámetros derivados del comportamiento observado en el sistema actual. También hay numerosos cálculos aproximados que muestran que, a determinado nivel, la renta básica puede ser viable o inviable, pero la limitación de este ejercicio es que no tiene en cuenta los comportamientos en respuesta a la renta básica. Por poner un ejemplo, es muy difícil decir qué efecto tendrá en los estudios superiores. Por un lado, recibir una renta básica en lugar de pedir un préstamo hace más atractivo ir a la universidad. Por otro, en cuanto alguien empiece a ganar dinero, el hecho de que para financiar la renta básica sean necesarios impuestos más altos hará que los ingresos netos de quienes tienen una educación superior sean menores. El efecto real no está claro.
También es muy difícil predecir qué repercusiones tendrá la renta básica en la innovación, el autoempleo, la división del trabajo remunerado y no remunerado en el hogar, etcétera. El filósofo político británico Brain Barry expuso esta incertidumbre con gran concisión: “No hay una simulación de impuestos y prestaciones, por muy concienzudamente que se lleve a cabo, capaz de dar cuenta de los cambios de comportamiento que se producirían en un régimen alterado. Un ingreso básico de subsistencia situaría a la gente ante un conjunto de oportunidades e incentivos totalmente diferentes de los que tiene ante sí en la actualidad. Podemos suponer la forma en que la gente reaccionaría, pero sería irresponsable fingir que manipulando un montón de números con un ordenador podemos convertir algo de lo que hacemos en ciencia rigurosa”.
Por esta razón, para reducir la incertidumbre que envuelve a la renta básica, soy partidario de los experimentos reales, preferiblemente en forma de los denominados experimentos de campo controlados y aleatorios. El experimento más prometedor, realizado a escala nacional y que incluirá tanto a receptores de prestaciones como a trabajadores, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017. En otros países, como Holanda y Francia, hay iniciativas a escala local, la mayoría de las cuales solo afectan a perceptores de asistencia social. Los resultados de estas pruebas darán algunas pistas de las repercusiones económicas, y pueden contribuir a resolver parte del rompecabezas sobre la verdadera viabilidad económica de la renta básica.

Loek Groot, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht, colabora con el Ayuntamiento de la ciudad holandesa en el desarrollo de un modelo de fórmulas alternativas para proporcionar ayudas de asistencia social

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