La economía moderna se sustenta sobre la base de que todos debemos trabajar por un salario
Pasada la edad de oro del capitalismo que
siguió a la II Guerra Mundial, caracterizada por el pleno empleo, los
responsables de las políticas sociales en Europa intentan desde la
década de los setenta solucionar de forma definitiva el problema del paro. Y, debido a una serie de novedades simultáneas, la renta básica vuelve a estar en la agenda. El elevado desempleo que se prolonga desde que empezó la crisis financiera en 2007,
el aumento de la desigualdad y la distribución desproporcionada de los
beneficios de la globalización son el contexto de este resurgir de la
defensa de una renta garantizada como alternativa al sistema actual.
¿Por qué intentar empujar al paro retribuido a todas las personas en
edad de trabajar cuando las tasas de desempleo están en dos dígitos?
Hasta ahora se partía de la premisa de que
todos debemos realizar algún trabajo remunerado, y que solo quedan
exentos los que reciben unas ayudas sociales que, de una manera u otra,
están relacionadas con ese trabajo remunerado (prestaciones por
enfermedad, incapacidad, desempleo, ayudas sociales, pensiones o becas
para estudiantes). Una renta básica sin condiciones que proporcionase unos ingresos mínimos
a todo el mundo rompería el vínculo entre prestaciones sociales y
trabajo remunerado. Por eso este planteamiento va en contra de la base
ética del Estado de bienestar. Tal y como lo conocemos, este sistema
otorga beneficios sociales de manera condicional, temporal y selectiva.
Eslóganes como “quien no trabaja, no come”, “no se puede esperar algo a
cambio de nada” y “la comida gratis no existe” expresan claramente ese
principio ético en el que se sustenta el Estado de bienestar.
Pero la polarización de los empleos
—caracterizada por el declive gradual de la proporción de puestos de
trabajo propios de unos empleados de clase media—, el proceso de
flexibilización del mercado laboral y la automatización del trabajo
estimulan el movimiento a favor de la renta básica. Esta proporcionaría a
los trabajadores con jornada flexible y a los autónomos una protección
literalmente básica de los ingresos que necesitan para lidiar con su
sumamente incierta situación en lo que respecta a los gastos elementales
de subsistencia.
Una renta básica digna —digamos, equivalente al
25% del PIB por habitante— es redistributiva, y los trabajadores con
salarios bajos son los más beneficiados: en el sistema actual, los
trabajadores de este grupo son contribuyentes netos, ya que no reciben
prestaciones sociales y sí pagan impuestos. En el sistema de renta
básica los impuestos que pagarían serían inferiores a la renta que
recibiesen. En el caso de los trabajadores con remuneraciones altas
ocurriría lo contrario, de manera que uno de los probables efectos de la renta básica sería que reduciría la desigualdad entre los trabajadores.
El elevado desempleo, el avance de la
desigualdad y la robotización han hecho resurgir con fuerza la
posibilidad de una renta básica como futuro del Estado de bienestar
Otro ejemplo. Como sostiene Philippe van Parijs
(filósofo belga, uno de los grandes defensores de la renta básica),
unos ingresos garantizados en forma de eurodividendo (repartir una
cantidad determinada de euros a cada ciudadano de la zona euro que podrá
ser financiado, por ejemplo, con una parte del IVA) podrían contribuir a fortalecer el tambaleante euro como divisa,
ya que se estructurarían las transferencias no tanto de ricos a pobres
como de las regiones prósperas a las que están en bancarrota de la zona
euro, lo cual, junto con la movilidad laboral, daría como resultado una
mayor estabilidad de la divisa, de forma similar a lo que sucede con el
mecanismo que hay detrás de la solidez del dólar. Desde esta
perspectiva, ¿no sería beneficioso que todos los ciudadanos adultos
pudiesen contar con un pago mensual regular sin condiciones que se
ajustase al mínimo predominante en la sociedad en cuestión,
independientemente de los ingresos, la riqueza, la situación familiar o
la disposición a trabajar de la persona?
Actualmente, la filosofía política debate si la
renta básica es justa. El argumento ético de más peso en contra de
dicha prestación es que consiente el parasitismo: permite que ciudadanos físicamente sanos vivan a costa de los esfuerzos productivos de los demás
sin dar a cambio un servicio recíproco a la sociedad, por ejemplo,
porque se entregan a actividades sin provecho. A mi modo de ver, en el
sistema de la renta básica, no estar obligado a aceptar un empleo
refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio a pagar sea
el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el parasitismo,
todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de
trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios
más altos para las tareas de menor cualificación.
Es muy probable que esta fórmula requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema
Es cierto que una renta básica digna parece
mucho más costosa que el actual sistema de prestaciones para las
personas con bajos ingresos, dirigido exclusivamente a los pobres y que
precisa que se comprueben la situación laboral y los recursos. Por lo
tanto, es muy probable que una renta básica digna requiera unos tipos
impositivos más altos para financiar el sistema. Sin embargo, los efectos globales en la economía en su conjunto todavía son sumamente inciertos.
Por una parte, una mayor carga impositiva puede reducir la oferta de
mano de obra. Por ejemplo, la renta básica podría animar a mucha gente a
elegir una profesión que no se centrase en el trabajo remunerado, o
quizá resultaría más atractivo trabajar a tiempo parcial en vez de a
jornada completa, ya que acortar la jornada laboral no haría que
disminuyesen proporcionalmente los ingresos netos, puesto que la parte
de estos últimos correspondiente a la renta básica sería independiente
del tiempo que se dedicase a trabajar.
Por otro lado, una renta básica permitiría que
el mercado de trabajo fuese más flexible, sin salarios mínimos
reglamentados que limiten ciertas oportunidades laborales para los menos
cualificados porque se descartan los empleos en los que la
productividad es inferior al salario mínimo. Asimismo, una renta básica
decente acabaría con la trampa de la pobreza, el fenómeno por el cual
quienes reciben prestaciones sociales no ven aumentar sus ingresos netos
si aceptan un empleo. Acabar con esta trampa puede hacer que se
intensifiquen los esfuerzos por buscar un trabajo remunerado, aunque sea
temporal o a tiempo parcial, por parte de los receptores de las
prestaciones.
El experimento más prometedor, realizado a escala nadional, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017
Sería bueno que la ciencia económica pudiese
generar respuestas inequívocas a qué clase de efectos produciría en la
economía una renta básica, pero el hecho es que el margen de
incertidumbre es demasiado amplio. Algunos estudios que intentan simular
qué ocurriría en una economía con una renta básica se limitan a
utilizar parámetros derivados del comportamiento observado en el sistema
actual. También hay numerosos cálculos aproximados que muestran que, a
determinado nivel, la renta básica puede ser viable o inviable, pero la
limitación de este ejercicio es que no tiene en cuenta los
comportamientos en respuesta a la renta básica. Por poner un ejemplo, es
muy difícil decir qué efecto tendrá en los estudios superiores. Por un
lado, recibir una renta básica en lugar de pedir un préstamo hace más
atractivo ir a la universidad. Por otro, en cuanto alguien empiece a
ganar dinero, el hecho de que para financiar la renta básica sean
necesarios impuestos más altos hará que los ingresos netos de quienes
tienen una educación superior sean menores. El efecto real no está
claro.
También es muy difícil predecir qué
repercusiones tendrá la renta básica en la innovación, el autoempleo, la
división del trabajo remunerado y no remunerado en el hogar, etcétera.
El filósofo político británico Brain Barry expuso esta incertidumbre con
gran concisión: “No hay una simulación de impuestos y prestaciones, por
muy concienzudamente que se lleve a cabo, capaz de dar cuenta de los
cambios de comportamiento que se producirían en un régimen alterado. Un
ingreso básico de subsistencia situaría a la gente ante un conjunto de
oportunidades e incentivos totalmente diferentes de los que tiene ante
sí en la actualidad. Podemos suponer la forma en que la gente
reaccionaría, pero sería irresponsable fingir que manipulando un montón
de números con un ordenador podemos convertir algo de lo que hacemos en
ciencia rigurosa”.
Por esta razón, para reducir la incertidumbre que envuelve a la renta básica, soy partidario de los experimentos reales, preferiblemente en forma de los denominados experimentos de campo controlados y aleatorios.
El experimento más prometedor, realizado a escala nacional y que
incluirá tanto a receptores de prestaciones como a trabajadores, se
pondrá en marcha en Finlandia en 2017. En otros países, como Holanda y
Francia, hay iniciativas a escala local, la mayoría de las cuales solo
afectan a perceptores de asistencia social. Los resultados de estas
pruebas darán algunas pistas de las repercusiones económicas, y pueden
contribuir a resolver parte del rompecabezas sobre la verdadera
viabilidad económica de la renta básica.
Loek Groot, profesor de la Escuela
de Economía de la Universidad de Utrecht, colabora con el Ayuntamiento
de la ciudad holandesa en el desarrollo de un modelo de fórmulas
alternativas para proporcionar ayudas de asistencia social
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