Este fin de semana movimientos
sociales y políticos de la izquierda europea con figuras como Yanis
Varoufakis, Ada Colau o Marina Albiol a la cabeza se reúnen en Madrid
para buscar la manera de “construir un espacio de convergencia europeo
contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia
en Europa”.
Es una iniciativa muy interesante, sobre
todo por su carácter trasnacional y por esas alianzas entre movimientos
sociales y partidos políticos de los países que más estamos sufriendo
las políticas de la Troika, pero me temo que pueda quedar en agua de
borrajas si sus promotores no saben entender todo lo que hay detrás de
esta crisis.
Hace años que el petróleo barato y fácil
de extraer nos empezó a abandonar y su producción lleva diez años
estancada: es muy difícil no ver en ese petróleo que interviene en
absolutamente todos los procesos productivos y en todos los sectores de
la economía una de las causas más importantes de esta larga y extraña
crisis económica.
El hecho de que el precio del barril
haya bajado abruptamente no debe distraernos e impedir que veamos algo
muy evidente. Los años de petróleo caro han pasado factura a todas las
economías europeas (cuyo consumo ha caído un 14% desde 2006, sin
incluir a Rusia), y ahora están pasándosela a China y Brasil. La
economía española está pudiendo respirar este año, no sólo porque los
salarios y el gasto social se han reducido, sino porque la factura
petrolífera, que entre 2010 y 2014 rondaba el 4% de nuestro PIB, en 2015
se ha reducido a prácticamente un 1%.
En este contexto de petróleo escaso y
difícil de extraer es vital para los países asegurarse un cacho en el
reparto de esa tarta que cada día se hace más pequeña. No es de
extrañar que Europa se aferre a su banca, intentando mantener este
estatus privilegiado que nos permite, siendo países pobres en recursos
naturales, mantener consumos energéticos elevados, industrias
competitivas por su alta automatización y estilos de vida
derrochadores.
Es muy desalentador ver cómo las
previsiones de personas como Pedro Prieto, Antonio Turiel o Ramón
Fernández Duran se van cumpliendo año a año sin que, todavía, estos
autores sean conocidos ampliamente. Los altibajos en el precio del
petróleo debidas a la interacción petróleo-economía, las guerras por el
control de Oriente Medio, el fracaso del coche eléctrico, el poco éxito
de las renovables a la hora de sustituir al petróleo, el desastre de los
biocombustibles y la burbuja del fracking que ahora estamos viendo ya
fueron predichas hace años. Sin embargo, el grado de conciencia de este
problema, incluso entre quellos partidos políticos y movimientos
sociales más abiertos a nuevas ideas, como los que organizan estas
jornadas, sigue siendo muy pequeño.
Si queremos buscar una nueva Europa que
no ponga los intereses de la banca por encima de los derechos de las
personas, que no sacrifique a los más débiles y que no vea sus fronteras
abarrotadas de refugiados que huyen de la guerra por los recursos,
debemos, primero, construir una Europa que no tenga que luchar por las
últimas gotas fósiles. Sólo si sabemos cambiar hacia un modelo
productivo mucho más austero en el uso de recursos naturales y basado en
energías renovables seremos capaces de ofrecer una alternativa a este
desesperado intento de aferrarse a al caduco modelo consumista que,
paradójicamente, llaman “austeridad”.
Marga Mediavilla
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