Article publicat a El País
DAVID WOLMAN
Algo extraño ocurrió en el camino hacia la 'bitcoinmanía'.
El desconcierto surgido durante la crisis financiera en torno a la
naturaleza del dinero, sumado al culto a Satoshi Nakamoto —identidad
enigmática tras la que se oculta(n) sus inventor(es)— y una pizca del
fervor del movimiento Occupy Wall Street crearon una atmósfera en la que
la gente de a pie (es decir, los no economistas) empezó a preguntarse
qué es una divisa, cómo funciona y de dónde procede su valor. La
respuesta: un polvo mágico llamado confianza. En todo el mundo, los
ciudadanos parecen estar dejando atrás un periodo de incuestionable
aceptación de su moneda nacional (o del euro) como único comodín
posible. Esto es algo bueno.
Además del dinero con el que se pagan los impuestos, es posible que
se disponga de dólares, yenes, pesos o coronas. Todas esas monedas han
sido emitidas por bancos centrales. Es dinero estatal. Las monedas
alternativas, o privadas, son también relativamente comunes (millas de
las aerolíneas, Ven, Bristol Pounds) y no paran de nacer (monedas de
Amazon, Auroracoin, Stellar). Pero estas divisas —protocolos, sistemas
de crédito o como queramos llamarlas— nunca fueron creadas para
cuestionar o acabar con el dinero oficial.
El bitcoin lo fue, o muchos de sus defensores creen que lo fue, y consideran que ese debe ser su papel. Pero cuando se oye a alguien hablar de bitcoins, aunque se tenga la sensación de que es algo fascinante con lo que valdría la pena experimentar, la mayoría de la gente piensa que hay que estar loco para contratar un plan de pensiones en esa moneda. Ni siquiera en el momento álgido de la crisis financiera europea, ni siquiera cuando los chipriotas vieron cómo les bloqueaban las cuentas bancarias, cuajó el sentimiento de que las masas estuvieran dispuestas a abandonar por completo el dinero tradicional.
El bitcoin es una forma de dinero nueva y puede que hasta
asombrosa, pero nadie parece dispuesto a arriesgarse a cambiar todos sus
euros por esta divisa. Puede que la mayoría de la gente nunca lo diga
de este modo, pero la realidad es que los bitcoins y otros
muchos experimentos criptomonetarios no han eliminado la fe en esa
institución llamada Estado, ni en la moneda que este emite para impulsar
el comercio. Si se le plantea la pregunta de a quién confiaría los
ahorros de toda una vida, si a Estados Unidos o a un puñado de bichos
raros de Internet, la mayoría sigue decantándose por el primero.
¡Y menos mal! Después de todo, si sacuden demasiado nuestra ya tenue fe en el Estado, todo el castillo de naipes podría venirse abajo. Y no olvidemos que el dinero emitido por los Estados es la costura que mantiene unida esa entidad organizadora de la sociedad que denominamos Gobierno.
Debido a su ingeniosa tecnología de pagos, es posible que los bitcoins acaben siendo de uso común. En muchos aspectos, espero que así sea. O quizás lo consiga otra innovadora moneda organizada en torno a la llamada tecnología de cadena de bloques [que registra las transacciones de estas criptodivisas para evitar que alguien pueda utilizar el mismo dinero digital dos veces]. Pero es posible que ese éxito a su vez dé un nuevo impulso a las monedas nacionales. ¿Cómo? Por la competencia.
El director de la revista American Banker, Marc Hochstein,
está convencido de que los supervisores de las divisas tradicionales
“podrían aprovechar y adoptar muchas de las cosas que hacen que las
criptomonedas parezcan especiales”: facilitar el pago para que sea más
rápido, proporcionar una mayor discreción y reforzar las medidas contra
las falsificaciones. Si combinamos todos estos elementos con las
actuales ventajas que ya ofrecen las monedas nacionales (y el euro)
—historia, base territorial, regulación y aceptabilidad casi
universal—, las viejas monedas podrían ser las grandes ganadoras en un
futuro no muy lejano.
Debería añadir, por cierto, que la reciente caída de la cotización del bitcoin y las riñas internas relacionadas con la divisa son interesantes, pero no es lo que ha dado pie a este artículo. Las subidas y bajadas a corto plazo son menos atractivas para aquellos que, como yo, nos obsesionamos con lo que estas innovaciones monetarias significarán dentro de unos años.
El bitcoin lo fue, o muchos de sus defensores creen que lo fue, y consideran que ese debe ser su papel. Pero cuando se oye a alguien hablar de bitcoins, aunque se tenga la sensación de que es algo fascinante con lo que valdría la pena experimentar, la mayoría de la gente piensa que hay que estar loco para contratar un plan de pensiones en esa moneda. Ni siquiera en el momento álgido de la crisis financiera europea, ni siquiera cuando los chipriotas vieron cómo les bloqueaban las cuentas bancarias, cuajó el sentimiento de que las masas estuvieran dispuestas a abandonar por completo el dinero tradicional.
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¡Y menos mal! Después de todo, si sacuden demasiado nuestra ya tenue fe en el Estado, todo el castillo de naipes podría venirse abajo. Y no olvidemos que el dinero emitido por los Estados es la costura que mantiene unida esa entidad organizadora de la sociedad que denominamos Gobierno.
Debido a su ingeniosa tecnología de pagos, es posible que los bitcoins acaben siendo de uso común. En muchos aspectos, espero que así sea. O quizás lo consiga otra innovadora moneda organizada en torno a la llamada tecnología de cadena de bloques [que registra las transacciones de estas criptodivisas para evitar que alguien pueda utilizar el mismo dinero digital dos veces]. Pero es posible que ese éxito a su vez dé un nuevo impulso a las monedas nacionales. ¿Cómo? Por la competencia.
Debido a su ingeniosa tecnología de pagos es posible que los ‘bitcoins’ acaben siendo de uso común
Debería añadir, por cierto, que la reciente caída de la cotización del bitcoin y las riñas internas relacionadas con la divisa son interesantes, pero no es lo que ha dado pie a este artículo. Las subidas y bajadas a corto plazo son menos atractivas para aquellos que, como yo, nos obsesionamos con lo que estas innovaciones monetarias significarán dentro de unos años.
David Wolman es editor asociado de la revista Wired y autor de The End of Money (Da Capo, 2012). @davidwolman.
Traducción de News Clips.
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