Bescansa iba con su anterior bebé a todas partes y
con este se ha hecho toda la campaña; ella ha escogido no compartimentar
radicalmente su vida
Creo que la cuestión del Bebé de Bescansa puede enfocarse desde otro
punto de vista, no tratado hasta ahora y también creo que hay que salir
de los debates descontextualizados y maniqueos en los que a veces
caemos. Voy a enfocar este artículo sin tocar ni juzgar un determinado
método de crianza (que no me gusta, que no comparto) y sin detenerme
en las dificultades de las mujeres para conciliar, cosa en la que todas
estamos de acuerdo. Voy a enfocar la cuestión desde el cambio; un cambio
que tiene, como todos los cambios, aspectos ambivalentes pero, que en
todo caso, exige nuevos argumentos. Cuando digo cambio digo cambio
político, pero también cambio generacional, que es algo que hasta ahora
está quedando fuera del debate.
Las feministas que criticaron el gesto de Bescansa
pertenecen a otra tradición feminista que, en parte, está ligada también
a otra generación (la mía, por cierto) que ha dado mucho al feminismo
pero que si no mira alrededor con curiosidad y ganas de aprender y,
sobre todo, de escuchar, corre el riesgo de quedarse completamente al
margen. Los y las jóvenes que entraron en el Congreso el martes pasado
pertenecen a otra generación social y política, que piensa distinto de
casi todo y que vive distinto también. Su entrada al Congreso fue, como
ha sucedido antes en todas las instituciones en las que venimos
entrando, absolutamente demostrativa de la apertura de un tiempo muy
diferente. No es sólo un cambio político, es un cambio generacional muy
importante. Y eso afecta también al feminismo.
Ya expliqué cuando yo misma entré en la Asamblea de
Madrid que al compararnos con los demás diputados y diputadas parecíamos
de otra raza. El martes, pudimos verlo y no sólo con el bebé. Los
diputados y diputadas de Podemos parecían marcianos en una reunión de la
trilateral. No nos parecemos en nada a los tradicionales, y no es sólo
una cuestión de adscripción política, es también una cuestión de
experiencia vital que se refleja en el aspecto exterior pero también en
la relación que establecemos con la vida, con nuestra vida cotidiana. Y
no es una pose, ni es un show.
Y es ahí donde creo que hay que situar la cuestión
del Bebé de Carolina Bescansa. La gente que entra en el Congreso (y que
ha entrado antes en otras instituciones) viene del activismo social, de
posiciones que se podrían considerar antisistema, que es una posición no
sólo política, sino también vital. Esta gente no viene, como es lo
tradicional en los cargos públicos, de hacer méritos durante años en un
partido político, ni de un bufete de abogados, ni siquiera de las
facultades de derecho privadas o de una empresa. Viene, venimos,
directamente de las manifestaciones, del desempleo, de los trabajos más
precarios y de un tiempo político distinto. Esto hace que esa distinción
radical, tan propia del capitalismo liberal, entre esfera pública y
privada, no la vivamos de manera tan estricta.
Y esto es un tema propiamente feminista. Para ellos y
ellas, para nosotras, el ideal de ciudadanía que se sustenta sobre la
separación radical entre la esfera pública (lugar de la ciudadanía, del
trabajo remunerado y del debate político; el Mundo del Estado, que dice
Habermas) y la esfera privada (la crianza, el cuidado de ancianos y
enfermos, el Mundo de la Vida, según el filósofo alemán), es una
separación que, en gran parte, ya no opera. Carolina Bescansa no llevó a
su bebé al Congreso como un gesto de nada, sino como una manera de
estar ella misma en la vida. Mucho antes de ser diputada ella iba con su
anterior bebé a todas partes y después con este pequeño de ahora se ha
hecho toda la campaña; quienes la hemos visto lo sabemos. Simplemente,
ella escogió en su momento ese método de crianza y no lo ha cambiado
aunque la hayan elegido diputada. Ella ha escogido no compartimentar
radicalmente su vida.
Debido a que un bebé en el Congreso es algo
profundamente incongruente con esa radical separación entre las esferas
pública y privada, todos los medios se cebaron en ello, pero sin bebé
por medio, la actitud de Bescansa era la misma de los otros diputados y
diputadas. La gente que entró con Bescansa llegó en bicicleta, en metro,
con sus rastas, con sus melenas, con los mismos vaqueros que llevaban
el día anterior para ir a hacer la compra; llegaron con sus maletas de
gente normal con vidas normales que no han aprendido a dejar en el
guardarropa (y esperemos que no aprendan). La esfera pública, para estas
mujeres y hombres jóvenes, no ha sido nunca un compartimento estanco en
el que se ejerce la ciudadanía, se gana el salario, se trabaja.
Nuestras vidas van con nosotras, y eso es feminista aunque,
naturalmente, tiene sus sombras. El bebé de Bescansa puede enmarcarse en
una manera diferente de posicionarse en la política y en la vida que no
es únicamente propia de Bescansa o de las madres, o de las mujeres. Es
la propia de esta generación salida del 15M.
Antes luchábamos por escoger el momento de tener
hijos, pero hoy existe toda una generación que vive con angustia la
imposibilidad de tenerlos
Respecto al bebé y al método elegido para criarlo,
claro que hay un debate feminista ahí. Pero antes de criticarlo con
dureza y calificarlo sin más, como antifeminista, hay que
contextualizarlo, no para abandonar la crítica, sino para poder entender
que aquí, con el cambio político, se ha producido al mismo tiempo un
profundo cambio generacional. Y los cambios generaciones hay que
juzgarlos con parámetros del tiempo que les corresponde.
Lo primero que hice antes de ponerme a escribir este
artículo fue realizar una mini encuesta en mi trabajo a mis compañeras
diputadas y a las trabajadoras del Grupo Parlamentario, y comprobé que
existe ante este asunto una clara cesura que condiciona la respuesta. A
las mujeres de mi generación o un poco mayores que luchamos por acceder
al mundo público cuando este acceso estaba vedado, que luchamos también
por librarnos e de la obligación de ser madres en exclusiva, el bebé en
el Congreso no ha gustado. Quienes tuvimos que luchar por estudiar, por
trabajar fuera de casa, por ser iguales en la familia, por tener los
hijos que quisiéramos, y cuando quisiéramos, o por no tener ninguno,
leemos el bebé de Bescansa no en clave de su libertad para criar como
quiera y para llevar su condición de madre hasta el último rincón de su
ocupación pública, sino como un recuerdo muy vivo de los tiempos en los
que esto era una penosa carga de desigualdad.
Pero para las jóvenes la lectura es muy diferente.
Las jóvenes a las que he preguntado crecieron sabiendo que no tenían que
ser madres si no querían, que tenían que estudiar, que formarse, y que
tenían que conseguir un trabajo remunerado sin el cual no hay igualdad
ni tampoco hipoteca posible. Y con lo que se han encontrado es con lo
que de sobra conocemos; que en realidad no pueden ser madres (ni padres)
aunque quieran. ¿Cómo van a ser madres (o padres) si ni siquiera pueden
independizarse de sus propios progenitores?
No importa lo mucho que hayan estudiado, se hayan
formado y hayan trabajado. La realidad es que los salarios, la
precariedad y el desempleo no dan para tener hijxs, (si acaso uno, y ya
cuando la edad aprieta). El tamaño de los pisos y la inexistencia de
servicios públicos hace que verdaderamente tener hijxs se haya
convertido en un lujo al alcance de las familias ricas. Cuando decimos
que no es una crisis, que es una estafa, no nos referimos únicamente al
desempleo, al precariado perpetuo, a la pobreza. Todo eso hay que
referirlo al ciclo vital.
Las jóvenes de hoy se han quedado colgadas en el
tiempo, sin trabajo, sin casa, sin familia, sin vida, atrapadas en un
limbo en el que vivirán como adolescentes hasta… no sé sabe hasta
cuándo. Algunas pasarán directamente a la jubilación sin haber vivido
las etapas normales de la vida. Los hijos, además, sólo son posibles en
un tiempo vital relativamente corto en el caso de las mujeres. Antes
luchábamos por escoger el momento de tener hijos, pero hoy existe toda
una generación que vive con angustia la imposibilidad de tenerlos, y de
eso no se habla.
Estas jóvenes ven el bebé de Bescansa como un desafío
a unas exigencias productivistas cada vez mayores que están
tensando hasta el límite la esfera reproductiva. Para ellas, el gesto de
Bescansa es un alivio, es rebelde, es lo que quisieran poder hacer. Las
jóvenes de hoy quieren, sí, un trabajo como el que conseguimos
nosotras; pero quieren también cuestionar las exigencias de un
productivismo atroz que no nos permite, ni a hombres ni a mujeres,
simplemente vivir. No se trata de trabajar y ver cómo nos las apañamos
en la otra parte de la vida; se trata de que todo es la vida, el trabajo
remunerado y ese otro ámbito que es el que sostiene a aquel y que es,
nada menos, la única vida que tenemos, y reivindicar que la queremos no
sólo para tener hijos e hijas (que a lo mejor no queremos tenerlos),
sino para leer, pasear, charlar, ver cine, amar, jugar…
Y, como todo esto es ambivalente y difícil, para
acabar diría que las feministas tenemos siempre que tener presente la
historia para no perdernos. Ir a trabajar con los hijos o dejarlos en
guarderías es liberador o es una carga dependiendo del contexto. Las
mujeres han acudido a trabajar siempre con sus bebés a cuestas, al
campo, en las granjas, a las fábricas. Esto no es nuevo. Las ricas, por
el contrario, siempre han dejado a sus bebés en manos de otras mujeres.
En el siglo XIX las obreras llevaban a sus bebés a las fábricas, llenas
de ruido y contaminantes. Fue un avance social muy importante poder
acudir a trabajar dejando al bebé en un lugar seguro. Las mujeres
burguesas, por el contrario, quedaron en el XIX reducidas a la crianza
de los hijos e hijas y su acceso al mundo del trabajo quedó vedado.
También fue un avance social de las mujeres poder acceder a ese mundo y
elegir no tener hijos si no los deseaban. Esta es la historia, y ahora
se está escribiendo otra diferente que tiene avances y retrocesos, luces
y sombras; pero que es distinta.
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