Se pierden más puestos de trabajo de los que se crean. Ello no es debido solo a la crisis
La OIT ha hecho públicas hace unos días las Tendencias sociales y del empleo en el mundo. Según este informe, hay desempleadas más de 27 millones de personas más en el planeta desde que comenzó la Gran Recesión en 2007, y el paro continuará aumentado al menos durante este año y el próximo, hasta llegar a unos 200 millones. Hay al menos tres características que conviene subrayar: deficiencias crecientes en el trabajo decente (bien pagado y con una cierta seguridad); se ha detenido el progreso en la reducción de la pobreza; y, lo más espectacular, la economía sumergida (sin derechos sociales) supera el 50% en la mitad de los países con datos comparables, y en un tercio de éstos la protagoniza un 65% de los trabajadores.
Hay que insistir en la cuestión inicial: estas tendencias ¿son efecto único de las recesiones y el estancamiento o juegan en ellas otros factores como la digitalización de una economía de servicios que avanza con mucha rapidez? En el recién terminado Foro de Davos se presentó un análisis de las transformaciones que la economía mundial y el mercado de trabajo van a experimentar en el próximo lustro, para llegar a la siguiente conclusión: por cada siete millones de puestos de trabajo que se pierden, tan solo se recuperan dos, casi siempre de peor calidad que los anteriores. La “destrucción creativa de empleo”, siguiendo el símil de Schumpeter, no está funcionando. No se equilibra la balanza.
Asuntos como la desaparición de la intermediación en muchos negocios y sectores (gasolineras, supermercados, grandes superficies), la extensión del comercio electrónico, etcétera, suponen la desaparición de centenares de miles de empleos. La nueva estructura productiva, independientemente de la coyuntura, condiciona la cantidad y calidad del trabajo. Algunos de los inventos más prodigiosos de la digitalización (Instagram, WhatsApp,...), que han sido adquiridos por las empresas más potentes del sector por paladas de dinero, apenas dan trabajo a centenares de personas.
Hace apenas un año, cuando estas tendencias no habían llegado al Foro de Davos y todavía no eran estudiadas por la mayoría de los economistas y demás científicos sociales, un catedrático jubilado de la Universidad de Valencia, Gregorio Martín Quetglas, publicó una tribuna de opinión en este periódico (Digitalización y desempleo, el nuevo orden, de 6 de enero de 2015), que partiendo del hecho de que un nuevo orden mundial se había instalado en materia de empleo terminaba con la siguiente reflexión. Si se elaborase una relación de empleos que: a) existan o puedan existir en breve (no los que podrían darse si hubiéramos actuado de otra forma en el pasado); b) que se ofrezcan en suelo español (no en California o China, ni siquiera en Alemania); y c) que estén sin ocupar a causa de la supuesta falta de formación de los millones de personas no empleadas y subempleadas que tenemos, la lista sería muy corta. Y habría que abrir, con la misma jerarquía que la política económica y los aspectos centrales de las reformas laborales, otros asuntos como la duración de la jornada laboral y el reparto del trabajo disponible. Que ha devenido en un factor escaso, pero que al menos dará abundante trabajo a los servicios de estudio de las patronales y los sindicatos.
Hay que insistir en la cuestión inicial: estas tendencias ¿son efecto único de las recesiones y el estancamiento o juegan en ellas otros factores como la digitalización de una economía de servicios que avanza con mucha rapidez? En el recién terminado Foro de Davos se presentó un análisis de las transformaciones que la economía mundial y el mercado de trabajo van a experimentar en el próximo lustro, para llegar a la siguiente conclusión: por cada siete millones de puestos de trabajo que se pierden, tan solo se recuperan dos, casi siempre de peor calidad que los anteriores. La “destrucción creativa de empleo”, siguiendo el símil de Schumpeter, no está funcionando. No se equilibra la balanza.
Asuntos como la desaparición de la intermediación en muchos negocios y sectores (gasolineras, supermercados, grandes superficies), la extensión del comercio electrónico, etcétera, suponen la desaparición de centenares de miles de empleos. La nueva estructura productiva, independientemente de la coyuntura, condiciona la cantidad y calidad del trabajo. Algunos de los inventos más prodigiosos de la digitalización (Instagram, WhatsApp,...), que han sido adquiridos por las empresas más potentes del sector por paladas de dinero, apenas dan trabajo a centenares de personas.
Hace apenas un año, cuando estas tendencias no habían llegado al Foro de Davos y todavía no eran estudiadas por la mayoría de los economistas y demás científicos sociales, un catedrático jubilado de la Universidad de Valencia, Gregorio Martín Quetglas, publicó una tribuna de opinión en este periódico (Digitalización y desempleo, el nuevo orden, de 6 de enero de 2015), que partiendo del hecho de que un nuevo orden mundial se había instalado en materia de empleo terminaba con la siguiente reflexión. Si se elaborase una relación de empleos que: a) existan o puedan existir en breve (no los que podrían darse si hubiéramos actuado de otra forma en el pasado); b) que se ofrezcan en suelo español (no en California o China, ni siquiera en Alemania); y c) que estén sin ocupar a causa de la supuesta falta de formación de los millones de personas no empleadas y subempleadas que tenemos, la lista sería muy corta. Y habría que abrir, con la misma jerarquía que la política económica y los aspectos centrales de las reformas laborales, otros asuntos como la duración de la jornada laboral y el reparto del trabajo disponible. Que ha devenido en un factor escaso, pero que al menos dará abundante trabajo a los servicios de estudio de las patronales y los sindicatos.
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