Tribuna
de Florent Marcellesi (Equo UE) para #CDO (Creadores de Opinión Verde)
en la blogosfera de @efeverde en la que hace balance de los resultados
de COP21 del clima
Por Florent Marcellesi (*) , portavoz de EQUO en el Parlamento Europeo.
Al aprobar el acuerdo de París,
George Monbiot declaró en The Guardian: “En comparación con lo que
podría haber sido, es un milagro. Y en comparación con lo que debería
haber sido, es un desastre”. Sin duda, es una de las frases que mejor
resume los sentimientos encontrados que muchos nos llevamos de vuelta de
la cumbre climática de COP21.
Las islas del Pacífico y del Caribe, y en general los más vulnerables como muchos países de África, lanzaban constantes gritos de socorro y alerta: para ellos, el cambio climático es simplemente una cuestión de supervivencia. Estados Unidos no podía asumir un acuerdo demasiado vinculante, por la espada de Damocles de su Senado. La Unión Europea, con unos de los compromisos más altos de reducción (en comparación con los demás), buscaba nuevas alianzas para obligar a los países emergentes a reconocer que el mundo ya no era el mismo que en Kioto y que ellos también tenían que desembolsar su parte. De por medio, Francia, como anfitriona, sacaba sus mejores dotes de diplomacia: a Fabius, el presidente de la COP21 y su equipo, le debemos al menos el haber alcanzado un acuerdo con un objetivo a largo plazo mejor que previsto y no repetir el fiasco de Copenhague.
Y por
supuesto que es un acuerdo de mínimos, lleno de ganchos variopintos y
contradictorios para que todos los países puedan volver a sus casas con
la cabeza alta. Con el tipo de gobernanza mundial débil que tenemos y
con los mimbres geopolíticos actuales, difícilmente podría ser otra
cosa. Tampoco se puede esperar mucho más teniendo en cuenta las
corrientes culturales dominantes: sintiéndolo mucho, las opiniones
públicas mayoritarias y sus reflejos gubernamentales en COP21 no apoyan
las tesis más ambiciosas que defendemos el movimiento por la justicia
climática. Pero si ni siquiera el cambio climático está presente en el
debate electoral español en plena cumbre, ¡cómo vamos a pretender que
los negociadores sean más ambiciosos!
Al mismo tiempo, es un desastre. A nivel científico, queda
poca duda de que el acuerdo de París es totalmente insuficiente para
lograr el propio (y buen) objetivo a largo plazo que se marca: no
superar 1.5°C de aumento de temperatura al final de este siglo. Con los
compromisos actuales de reducción de gases de efecto invernadero (GEI)
presentada por los países, el aumento de temperatura va más bien hacia
los 3°C, poniendo en riesgo la vida y la dignidad de millones de personas en el mundo.
Tampoco se ha incluido en el acuerdo el sector de la aviación y el
transporte marítimo, hoy responsables de un 10% de las emisiones de GEI.
Sin regular de manera concreta ambos sectores el objetivo del 1,5ºC es
ilusorio.
Por
otra parte, la nueva formulación sobre balance de las emisiones de
gases de efecto invernadero para la segunda mitad del siglo XXI es muy
ambigua. Tal como ha quedado, se trata de un objetivo mucho menos
ambicioso que la necesaria descarbonización de la economía y que
dependerá de la interpretación de cada país (ojo que llega aquí la
industria de la captura y almacenamiento de CO2). Existe pues una
incoherencia flagrante (además de sabida y reconocida) entre
instrumentos y compromisos prácticos del acuerdo con sus metas políticas
a largo plazo.
Ahora
bien, si esta incongruencia en el contenido es desde luego el punto más
dudoso y decepcionante de COP21, es también necesario analizar el
acuerdo en término de dinámica social y política. Ante todo, no pasemos
por alto una victoria fundamental: hemos ganado la hegemonía cultural
climática. Hemos ganado el discurso y el corazón. El cambio climático, esta gran lucha del siglo XXI, ya no solo marca la agenda internacional sino también el imaginario social. Si bien es cierto que es necesario pasar de las palabras a los hechos,
al mismo tiempo para pasar a los hechos es imprescindible tener primero
una palabra fuerte. Ya la tenemos, París le ha dado legitimidad
planetaria.
Además, no pasemos por alto tampoco el conjunto de reacciones al acuerdo, no solo las nuestras. Por ejemplo, los republicanos estadounidenses ya sueñan con tumbarlo por ser, según ellos, un acuerdo que va en contra del comercio. Por su parte, el lobby europeo del carbón se queja de que “Naciones Unidas retrata
las energías fósiles como enemigo público N°1”. Desde luego se habrá
percatado de que el mercado del carbón cayó en picado durante la cumbre
climática. Sin duda, sensibles como son a las señales psicológicas y
económicas, los mercados de las energías fósiles han leído y anticipado
el artículo 2.1.c que llama la reorientación de las inversiones
financieras hacia las actividades bajas en carbono (y se han enterado
del potente movimiento de desinversión de las energías fósiles).Visto desde un punto de vista dinámico, París abre una brecha. Muy pequeña pero una brecha que se cerrará o se ampliará según nuestra capacidad de crear a todos los niveles geográficos las correlaciones de fuerzas necesarias en favor de un mundo sin fósiles y carbono. Que este acuerdo sirva para algo dependerá por tanto de la capacidad social y política en cada país, empezando por España y Europa, de exigir, por una parte, el cumplimiento del acuerdo y, por otra, de acelerar desde la ciudadanía y las instituciones la transición ecológica y energética hacia otro modelo justo y sostenible. Para ello, aprovechemos todos los ganchos del acuerdo que nos sirvan, y en particular su significado simbólico y emocional. Es hora de una movilización sin precedentes para una lucha sin precedentes hacia la era de la responsabilidad climática. Así que seamos estrategas, hagamos del acuerdo un punto de inflexión.
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