El Acuerdo ha logrado superar los escollos de Copenhague: todos los países ofrecen voluntariamente compromisos para reducir sus emisiones
Casi veinte años después de la reunión de Kioto,
que alumbró un Protocolo que se demostró ineficaz, y después de un
proceso extremadamente complejo, por la propia naturaleza global y de
largo plazo del problema del cambio climático, se ha adoptado el Acuerdo de París.
Creo que estamos ante un buen acuerdo porque es ambicioso,
introduciendo por primera vez el objetivo de 1.5ºC (probablemente fuera
de nuestro alcance) y subrayando la necesidad de actuar ya, además de
cubrir todos los temas relevantes: adaptación, financiación,
compensaciones o fomento del desarrollo sostenible para los países menos
avanzados. Por supuesto hay puntos débiles, en particular respecto a la
vaguedad de plazos y sendas de descarbonización, pero en conjunto la
presidencia francesa ha realizado un trabajo excelente para
compatibilizar las agendas del mundo desarrollado, emergente y en
desarrollo y materializar el principio de 'responsabilidades comunes
pero diferenciadas' que siempre ha informado la negociación
internacional en este ámbito.
El Acuerdo de París se basa en un proceso relativamente sorprendente pero que ha logrado superar los escollos de Copenhague: todos los países ofrecen voluntariamente compromisos para reducir sus emisiones (en términos absolutos o en relación a tendencia) y éstos son verificados y están sujetos a revisión para poder mantener el aumento de temperatura dentro de los límites fijados. Los negociadores europeos insistieron durante los últimos meses en el necesario cumplimiento y revisión de los compromisos, algo totalmente necesario para lograr un acuerdo creíble y eficaz.
¿Cómo cumplir con los compromisos voluntarios? El Acuerdo establece un mecanismo de mercado internacional, lo que de nuevo es una buena noticia al permitir conseguir objetivos a mínimo coste, pero serán los países los que deban diseñar sus políticas climáticas según sus objetivos y capacidades. En este ámbito la Unión Europea tiene mucho que aportar puesto que contamos con la política climática más intensa y sofisticada del planeta y cuya aplicación puede suministrar lecciones al resto del mundo: un mercado supranacional de comercio de emisiones, o instrumentos potentes para la promoción de renovables y de la eficiencia energética, entre otros, ofrecen luces y sombras que ayudarán a definir políticas ambiciosas y coste-efectivas.
Una de las lecciones de nuestra política climática es la identificación, una vez aplicada, de medidas que permiten reducir las emisiones más de lo esperado y en ocasiones a costes más bajos. Esperemos que un proceso similar se produzca en las decenas de países que introduzcan por primera vez políticas climáticas para cumplir con este acuerdo y que ello permita reducciones continuas de las contribuciones voluntarias. Pero por supuesto nuestra responsabilidad ha de ir más allá, y no solo me refiero a las aportaciones que deberemos realizar desde la UE a los fondos de mitigación y adaptación que se recogen en el Acuerdo. Es fundamental que realicemos un esfuerzo para dotar al mundo de tecnologías bajas en carbono a costes muy reducidos, para lo que es prioritario reforzar sustancialmente los medios que dedicamos a la investigación en esta área.
El Acuerdo inicia una nueva etapa, pero es solo un primer paso. La descarbonización de la economía planetaria será un proceso largo y complejo, con muchos perdedores, por lo que será necesario manejar el proceso de transición de forma inteligente, asegurando que los costes en que incurrimos sean mínimos y que haya mecanismos compensatorios, para que prevalezca el interés global.
El Acuerdo de París se basa en un proceso relativamente sorprendente pero que ha logrado superar los escollos de Copenhague: todos los países ofrecen voluntariamente compromisos para reducir sus emisiones (en términos absolutos o en relación a tendencia) y éstos son verificados y están sujetos a revisión para poder mantener el aumento de temperatura dentro de los límites fijados. Los negociadores europeos insistieron durante los últimos meses en el necesario cumplimiento y revisión de los compromisos, algo totalmente necesario para lograr un acuerdo creíble y eficaz.
¿Cómo cumplir con los compromisos voluntarios? El Acuerdo establece un mecanismo de mercado internacional, lo que de nuevo es una buena noticia al permitir conseguir objetivos a mínimo coste, pero serán los países los que deban diseñar sus políticas climáticas según sus objetivos y capacidades. En este ámbito la Unión Europea tiene mucho que aportar puesto que contamos con la política climática más intensa y sofisticada del planeta y cuya aplicación puede suministrar lecciones al resto del mundo: un mercado supranacional de comercio de emisiones, o instrumentos potentes para la promoción de renovables y de la eficiencia energética, entre otros, ofrecen luces y sombras que ayudarán a definir políticas ambiciosas y coste-efectivas.
Una de las lecciones de nuestra política climática es la identificación, una vez aplicada, de medidas que permiten reducir las emisiones más de lo esperado y en ocasiones a costes más bajos. Esperemos que un proceso similar se produzca en las decenas de países que introduzcan por primera vez políticas climáticas para cumplir con este acuerdo y que ello permita reducciones continuas de las contribuciones voluntarias. Pero por supuesto nuestra responsabilidad ha de ir más allá, y no solo me refiero a las aportaciones que deberemos realizar desde la UE a los fondos de mitigación y adaptación que se recogen en el Acuerdo. Es fundamental que realicemos un esfuerzo para dotar al mundo de tecnologías bajas en carbono a costes muy reducidos, para lo que es prioritario reforzar sustancialmente los medios que dedicamos a la investigación en esta área.
El Acuerdo inicia una nueva etapa, pero es solo un primer paso. La descarbonización de la economía planetaria será un proceso largo y complejo, con muchos perdedores, por lo que será necesario manejar el proceso de transición de forma inteligente, asegurando que los costes en que incurrimos sean mínimos y que haya mecanismos compensatorios, para que prevalezca el interés global.
Xavier Labandeira es catedrático de Economía, Universidade de Vigo y European University Institute (Florencia)
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