Clara Blanchar
Barcelona
21 FEB 2014 - 00:01 CET
Una cooperativa de viviendas de alquiler en Can Batlló. 30 viviendas
que en parte serán construidas por sus habitantes, gente de todas las
edades que vivirán en un edificio eficiente energéticamente en el que
las zonas comunes tendrán mucho espacio. Esta es la explicación
sencilla. La larga, o más oficial, es una promoción de viviendas, por
parte de una cooperativa, en régimen de cesión de uso sobre un suelo del
Ayuntamiento de Barcelona
en Can Batlló. ¿Y qué es la cesión de uso? Pues una modalidad habitual
en los países escandinavos a medio camino entre la propiedad y el
alquiler. En este caso, los cooperativistas harán una aportación inicial
(prevista en entre 15.000 y 20.000 euros) y una cuota mensual de entre
350 y 700 euros en función del tamaño de la vivienda.
El embrión del proyecto es una asociación —todavía no se han constituido en cooperativa— vinculada a la Plataforma Can Batlló, el movimiento de recuperación para los vecinos del recinto industrial que toca la Gran Via, en el barrio de la Bordeta (Sants). El mismo que en verano de 2011 ocupó el Bloc Onze y lo ha convertido en una biblioteca, espacios de encuentro, un bar, salas de actos y reuniones y una sala-auditorio para espectáculos.
Con el Bloc Onze ya en marcha, el siguiente paso es seguir resucitando espacios que están vacíos, explica Pol Massoni, miembro de la plataforma y del colectivo de arquitectos La Col. Han decidido trabajar en cuatro ejes para recuperar naves: la cultura, la educación, la economía social y la vivienda, la pata donde encaja la futura cooperativa.
El proyecto no se entiende sin el apoyo del Ayuntamiento, dispuesto a ceder el suelo por un periodo largo (entre 50 y 100 años). “Para Barcelona la prioridad es el alquiler”, explica el gerente adjunto de Vivienda de Habitat Urbano, Antoni Sorolla. “Estamos encantados de ceder un suelo en derecho de superficie, un proyecto que no formalizaremos sin valorar su solvencia”, añade y explica que se está gestando otro proyecto en Ciutat Vella. Son pisos que no se pueden comprar ni vender: se paga mientras se vive y en el caso de una cooperativa, si se sale se recupera la inversión inicial.
Desde la plataforma, Massoni cuenta que el proyecto y sus detalles lleva desde septiembre de 2012 diseñándose: “Los estatutos, el modelo de convivencia, hemos estudiado el modelo Andel, que en Dinamarca supone el 10% del parque de viviendas, hemos visitado Cal Cases —referente en Cataluña—, la cooperativa Sostre Cívic... pero este sería el proyecto con mayor número de viviendas que se ha realizado, y además en una gran ciudad”.
En lo que será la cooperativa no hablan de familias, sino de “unidades”. Las originarias impulsoras del proyecto son diez y en enero celebraron una reunión para captar las 20 que necesitan de más. “Lo superamos de largo”, explica Massoni. La aportación inicial está calculada para que ascienda a entre un 20% y un 30% del coste final, pero “son cálculos de máximos” porque una parte será autoconstrucción y puede abaratar el presupuesto final.
“Enlazando con la tradición de la industria textil de Can Batlló estamos planteando pisos de tres tallas: S, M y L [40, 50 y 70 metros cuadrados]”, prosigue Massoni. En las zonas comunes habrá una gran cocina industrial —aunque cada piso tendrá la suya—, espacios de trabajo o de estudio, trasteros... y hasta dos pisos para invitados. Pensando en plazos razonables —tramitación del suelo, proyecto, construcción...— los cooperativistas sueñan con comerse los turrones de 2016 en el nuevo edificio. Y a largo plazo, replicar el proyecto en otras ubicaciones.
El embrión del proyecto es una asociación —todavía no se han constituido en cooperativa— vinculada a la Plataforma Can Batlló, el movimiento de recuperación para los vecinos del recinto industrial que toca la Gran Via, en el barrio de la Bordeta (Sants). El mismo que en verano de 2011 ocupó el Bloc Onze y lo ha convertido en una biblioteca, espacios de encuentro, un bar, salas de actos y reuniones y una sala-auditorio para espectáculos.
Con el Bloc Onze ya en marcha, el siguiente paso es seguir resucitando espacios que están vacíos, explica Pol Massoni, miembro de la plataforma y del colectivo de arquitectos La Col. Han decidido trabajar en cuatro ejes para recuperar naves: la cultura, la educación, la economía social y la vivienda, la pata donde encaja la futura cooperativa.
El proyecto no se entiende sin el apoyo del Ayuntamiento, dispuesto a ceder el suelo por un periodo largo (entre 50 y 100 años). “Para Barcelona la prioridad es el alquiler”, explica el gerente adjunto de Vivienda de Habitat Urbano, Antoni Sorolla. “Estamos encantados de ceder un suelo en derecho de superficie, un proyecto que no formalizaremos sin valorar su solvencia”, añade y explica que se está gestando otro proyecto en Ciutat Vella. Son pisos que no se pueden comprar ni vender: se paga mientras se vive y en el caso de una cooperativa, si se sale se recupera la inversión inicial.
Desde la plataforma, Massoni cuenta que el proyecto y sus detalles lleva desde septiembre de 2012 diseñándose: “Los estatutos, el modelo de convivencia, hemos estudiado el modelo Andel, que en Dinamarca supone el 10% del parque de viviendas, hemos visitado Cal Cases —referente en Cataluña—, la cooperativa Sostre Cívic... pero este sería el proyecto con mayor número de viviendas que se ha realizado, y además en una gran ciudad”.
En lo que será la cooperativa no hablan de familias, sino de “unidades”. Las originarias impulsoras del proyecto son diez y en enero celebraron una reunión para captar las 20 que necesitan de más. “Lo superamos de largo”, explica Massoni. La aportación inicial está calculada para que ascienda a entre un 20% y un 30% del coste final, pero “son cálculos de máximos” porque una parte será autoconstrucción y puede abaratar el presupuesto final.
“Enlazando con la tradición de la industria textil de Can Batlló estamos planteando pisos de tres tallas: S, M y L [40, 50 y 70 metros cuadrados]”, prosigue Massoni. En las zonas comunes habrá una gran cocina industrial —aunque cada piso tendrá la suya—, espacios de trabajo o de estudio, trasteros... y hasta dos pisos para invitados. Pensando en plazos razonables —tramitación del suelo, proyecto, construcción...— los cooperativistas sueñan con comerse los turrones de 2016 en el nuevo edificio. Y a largo plazo, replicar el proyecto en otras ubicaciones.
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