jueves, 13 de febrero de 2014
Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica
Después
de unos meses alejado del blog, y ahora que tengo más tiempo para escribir, me
gustaría resaltar algunos puntos que me parecen interesantes entorno a la
discusión entre Vicenç
Navarro y Florent
Marcellesi (al cual se suman aportaciones muy interesantes como la de Antonio
Turiel o Pedro
Prieto) que refleja una pugna de relatos entre una izquierda que, partiendo
de postulados propios de la izquierda tradicional, intenta ser ecológica y una
ecología política que intenta ser de izquierdas sin quedar encuadrada en la línea
de pensamiento socialista.
La izquierda y la ecología
¿A
qué me refiero con esa punga? A contraponer que es la escasez energética el
detonante de la crisis, como afirma Florent Marcellesi[i] o
que por el contrario son las relaciones de poder, la lucha de clases, el factor
principal a analizar como afirma Vicenç Navarro[ii].
Esta
es una discrepancia importante no porqué debamos establecer qué fue más
importante sino porque revelan dos narrativas políticas totalmente distintas
que, aunque en la práctica puedan ponerse de acuerdo en muchas decisiones, no
analizan las sociedades de la misma forma. Decía Florent, en otro artículo muy
interesante sobre ecología política, que: «Frente
a los dos sistemas dominantes y antagónicos de los últimos siglos y ambos motor
de la sociedad industrial, se afirma una tercera vía ecologista basada en el
rechazo al productivismo fuera de la dicotomía capitalista-comunista, es decir,
una nueva ideología diferenciada y no subordinada a ninguno de los dos bloques,
con un objetivo claro: cambiar profundamente la sociedad»[iii].
Es
decir, en un contexto de guerra fría, la ecología política (bebiendo del
espíritu de mayo del sesenta y ocho) se conforma como un movimiento
anticapitalista (o al menos antineoliberal) y antiestalinista Una posición que
con el tiempo llevó a que el lema del Partido Verde Alemán durante su fundación
en 1984 fuese «la ecología no está ni a
la izquierda ni a la derecha, sino que va hacia delante». Es decir, de no
reconocerse en ninguno de los dos bloques URSS-USA, la ecología pasó a no
reconocerse en ninguno de los dos bandos (el socialista y el del capital).
Me
gustaría aclarar que el término socialista lo utilizo en su concepción más
amplia, como toda oposición a la supeditación del trabajo por el capital, y no
como asimilación del concepto de socialismo a un determinado régimen político. En
mi opinión, ahí reside uno de los desencuentros entre Florent y Vicenç y, en
general, entre la izquierda socialista y la ecología política. La siguiente cita
de Florent es bastante esclarecedora al respecto: «Dada la magnitud de la crisis ecológica y si se considera que la
oposición entre capital y trabajo ya no es determinante sino que lo crucial es
la cuestión de la orientación de la producción, postulo que el eje productivista/antiproductivista
se convierta en un eje estructurante y autónomo. De hecho, desde una
perspectiva ecologista fuerte, no supone diferencia apreciable quién posea los
medios de producción, “si el proceso de producción en sí se basa en suprimir
los presupuestos de su misma existencia”»[iv].
Es
complicado ser marxista si se rompe la línea del tiempo, si (como afirmaba Gorz
en Adiós al proletariado) el
desarrollo de las fuerzas productivas no genera las bases materiales del
socialismo. Y no lo generan no sólo porque sean «destructivas» con el medio
ambiente, sino por qué no son neutras. La ciencia y la técnica han sido construidas
bajo la lógica capitalista y por lo tanto su sola «apropiación» por la clase
trabajadora no basta.
Pero
este no es un problema nuevo en la tradición marxista, sino que redunda a favor
de otras críticas hacia el sistema productivo. La crítica a la división del
trabajo (y la consiguiente teoría de la enajenación) ya fue un buen ariete
contra el sistema productivo industrial. Una crítica de carácter humanista que
hoy se complementa perfectamente con los argumentos provenientes de la
ecología.
Pero,
no da lo mismo quien posea los medios de producción, incluso si estos han sido
tomados antes de su transformación. Porque, ¿acaso Florent cree que Amancio
Ortega tiene el mismo interés que él en que el sistema sea sostenible? ¿no
puede aceptar el capital un cierto
decrecimiento que les permita acumular por desposesión a las clases
populares? Si los procesos mediante los cuales satisfacemos nuestras
necesidades están privatizados y está aumentando su coste ¿no es importante
replantear la propiedad de los medios?
Porque
la propiedad establece algo muy importante: la finalidad del sistema productivo.
Si la única finalidad de la propiedad privada es la acumulación de capital, es
imposible acometer una reforma tan profunda en la estructura económica. Si la
finalidad no es el lucro sino cubrir necesidades es cuando es posible
replantear la estructura productiva, los criterios de productividad, de
eficiencia, etc. Sin obviar que una gran parte de la producción capitalista no
responde a necesidades básicas de la población mundial, sino que es producción
superflua, redundante y dañina.
Decía
Iñaki Valentín, en uno de los artículos de respuesta a Vicenç, que: «No se trata de quién controle la tarta
(obviamente estamos de acuerdo en que eso no es baladí y por eso también nos
sumamos a las huelgas y a cualquier avance en relación a la redistribución y la
justicia social), sino de que la tarta tiene unos límites; unos límites
biofísicos y unos límites propiamente económicos»[v].
El
problema es precisamente quien reparte la tarta. Quién reparte la tarta, quien
posee los medios de producción, es quien determina la estructura de estos (con
el apoyo de los Estados). No se puede cambiar la estructura productiva sin
replantear su propiedad, su finalidad y sus prioridades. Si el lucro es la
finalidad, entonces la sostenibilidad y la equidad no podrán ser más que un «beneficio
colateral».
No
sólo la oposición capital-trabajo es determinante porque sea crucial en términos
de justicia social, sino porque establece la pugna que Florent proponía como
relevante: la productivista/antiproductivista.
En
esto doy la razón a muchos ecologistas que ven en los discursos socialistas
ciertas reminiscencias productivistas aun hoy. Pero lo cierto, es que más allá
de que la ecología política tenga reparos en situarse con los socialistas en el
eje izquierda-derecha, debe situarse en la dicotomía capital-trabajo. Es decir,
con los de abajo o con los de arriba, plantear la ecología
política no como una renuncia al socialismo sino como su superación: como la
predisposición a plantar batalla contra el capital no sólo por sus
implicaciones dentro de las fábricas (que también) sino por como el capital ha
configurado el modelo social vigente.
Crecimientos y decrecimientos
Otra
crítica interesante es la de Pedro Prieto[vi],
pues plantea que el Estado del Bienestar que defiende Vicenç Navarro es a costa
de la distribución desigual del consumo energético entre países (70/30, es
decir el 70% de los recursos son
consumidos por el 30% de la población).
Pedro
dice que arrebatando el poder a las élites lo único que hacemos es suprimir
algunos consumos exageradamente altos, pero poco más. Pero, desarticulando a la
élite dominante no sólo se suprimen sus excesos opulentos, sino que se elimina
toda oposición al cambio necesario.
¿O
es que alguien cree que están dispuestos a perder sus privilegios para que se inicie
una transacción Norte-Sur de riqueza y recursos tecnológicos? Las elites
dominantes perpetúan las desigualdades (no sólo las Norte-Sur, sino también las
internas) pues son la base de su privilegio, ahí reside el núcleo de la
cuestión. El poder económico y político son inseparables, no se puede arrebatar
el uno sin el otro.
La
democracia ha sido siempre un movimiento político expropiatorio, quita el poder
a la minoría que lo acapara para repartirlo entre la mayoría. En la democratización del sistema productivo
(que no es lo mismo que su estatalización) reside la lucha ecologista y la
lucha socialista del siglo XXI.
Pero
a parte de la lucha de clases, hay otra pugna de fondo entre Forent y Turiel
por un lado y Navarro por el otro: ¿Debe decrecer el PIB para que estemos en un
decrecimiento real?
Navarro
afirma que: «se
puede crecer económicamente produciendo prisiones y tanques […] Ser
anticrecimiento, sin más, es una actitud que refleja un cierto inmovilismo que
perjudicará a los más débiles de la sociedad como ya estamos viendo ahora,
cuando las sociedades están decreciendo. La cuestión no es, pues, crecimiento o
decrecimiento sino qué tipo de crecimiento, para qué y para quién […] Se tiene que exigir otro tipo de crecimiento,
un crecimiento que responda a las necesidades humanas y no a la necesidad de
acumular capital, pero esto es muy distinto a paralizar todo el crecimiento »[vii].
Esta
es una discusión realmente controvertida. Claro, el debate es complicado porque
en el sistema productivo actual cuando aumenta el PIB aumenta el consumo
material y de energía (en mayor o menor proporción), pero podría no ser así.
Podríamos reducir nuestra producción material y energética y aumentar la
producción inmaterial (que sí, es cierto que consume un poco de energía y
recursos, pero el balance sería claramente negativo en términos de consumo/PIB).
Cabe
destacar que lo que se busca no es una reducción relativa sino absoluta de
nuestro consumo material y energético (y de nuestras emisiones). Así pues
cuando se habla «descarbonización» o «desmaterialización» de la economía debe
hacerse en términos absolutos.
Antonio
Turiel responde a Vicenç afirmando que «creo
que el profesor se refiere al crecimiento de la satisfacción de las necesidades
humanas, algunas de las cuales son materiales y otras son inmateriales [...]
no se puede defender que el crecimiento
económico, en tanto que comporte una componente material, pueda ser indefinido.
Lo que sí que tiene sentido por tanto es discutir cuándo se producirá el
momento en el cual el crecimiento no puede proseguir»[viii].
El
ser humano tiene necesidades fisiológicas (es decir, lo mínimo para sobrevivir)
más una serie de necesidades «básicas» que determina cada sociedad, a partir de
las cuales establece lo que se considera como pobreza (que no es lo mismo hoy que
hace doscientos años, ni en Catalunya que en Somalia).
A
parte, tenemos deseos, que a diferencia de las necesidades no tienen límites
biológicos (uno no puede comer 100kg de pollo, pero sí que puede tener 100
millones de euros). Los deseos de riqueza, de poder, de vínculos sociales son
infinitos y por lo tanto, si sus mecanismos de satisfacción son materiales, el
crecimiento económico sería ilimitado.
José
Antonio Medina clasifica los deseos en tres tipos: de carácter hedonista, de
vínculo social y de ampliar las posibilidades de acción (es decir, de poder
cambiar nuestro entorno)[ix].
En todas las sociedades sus individuos tenían deseos, pero los diferentes
sistemas sociales reprimían el exceso de deseos y placeres individuales. En cambio,
la sociedad capitalista (especialmente bajo la hegemonía neoliberal) organiza
la vida sobre la excitación y el hedonismo constante.
No
es sólo un problema económico-ecológico, es también un problema cultural. El
deseo de consumo es el que nos integra como individuos normales
en esta sociedad. La ofensiva de la cultura neoliberal ha
dejado tras de sí sociedades individualistas, una cultura excesivamente
egoísta, consumista y una exaltación del hedonismo constante.
Ante
eso es necesario recuperar una crítica a las necesidades, desarticular los
mecanismos de insatisfacción del sistema capitalista. Decrecer implica decrecer
en «deseos» también, en expectativas de consumo. No desear menos sino desear
otras cosas, no materiales, vínculos sociales, culturales, etc.
El
problema del PIB en última instancia es que Vicenç Navarro asume que va a
crecer por el mero hecho de que la producción material será sustituida por una
producción inmaterial, contabilizada y mercantilizada. Yo ahí discrepo, si se
opera un cambio profundo en las estructuras productivas el PIB decrecerá (en
especial en los países del Norte).
Al
disminuir la producción material, deberá disminuir la jornada laboral. Será
fuera del mundo del trabajo donde se producirán
muchos de los bienes sustitutorios de esta producción material
desaparecida
(en forma de mayores vínculos sociales, mayor tiempo libre, proyectos
vecinales,
etc.). No tiene por qué ser producción mercantil. No tiene sentido que
el profesor Navarro diga que «exigir que el mundo deje de crecer es
equivalente a
negar la posibilidad de mejorar», pues sólo deja una vía abierta a la
mejora de
las sociedades: el crecimiento económico mercantilizado.
Reductio
ad
Malthus
Vicenç
afirma que vincular el decrecimiento con la necesidad de reducir el PIB es malthusiano,
porque implica que la población algún día llegará a su capacidad máxima y
colapsará.
Pero
eso solo es cierto si se asume que la única dimensión posible de crecimiento de
la especie es material (es decir que sólo podemos mejorar en términos
materiales o de número de individuos, que no es posible un progreso
no-material).
Claro,
Vicenç se queja de que dichos discursos, aunque se hagan con buena intención,
sirven a intereses malthusianos. Obviamente los medios de comunicación pueden
desvirtuar cualquier discurso, centrando el problema de los límites de recursos
en la necesidad de practicar controles demográficos o exterminar a media
población. Lo que el señor Navarro no ve es que sus discursos basados en «la
infinitud de recursos» son fácilmente manipulables también por el sector
«tecnoentusiasta» del laissez faire.
La
tasa de retorno energético (TRE; es decir la relación entre la energía que nos
proporciona una fuente y la energía que debemos gastar para conseguirla) ha
disminuido de 100 unidades a 20[x] en
el caso de los yacimientos de crudo. Es decir, queda menos petróleo y además es
menos energético. Difícilmente se puede mantener una estructura social compleja
con un TRE inferior a 10[xi]
unidades, pues se deberían dedicar demasiados recursos para producir la energía
necesaria.
Las
energías renovables no nos podrán dar ni de lejos tanta energía como la que
nuestro sistema productivo (que no nosotros) consume. Lo que no quiere decir
que sobre gente en el mundo, sino que debe revisarse la estructura productiva.
Vicenç
Navarro, en mi opinión, se equivoca al descartar el aumento del precio del
petróleo como uno de los factores desencadenantes de la crisis del 2008 escudándose
en que esto es una mera crisis más, en la enésima pugna entre capital-trabajo. La
producción material y la producción de energía no dejan de ser dos caras de la
misma moneda. La contradicción capital-trabajo escapa de la fábrica. Al
privatizar los recursos naturales se proletariza
al mundo. La contradicción capital-tierra y la contradicción
capital-trabajo son indisociables la una de la otra.
Como
dijo Marx: «La producción capitalista no
desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino
socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el
trabajador»[xii].
Referencias
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