El problema en la mayoría de países avanzados con paro estructural elevado como España no es el avance tecnológico sino un sistema incapaz de gestionar socialmente el cambio tecnológico
El trabajo es una de las variables para explicar la calidad de vida
de las personas. Por este motivo es útil recorrer a las cifras de la EPA
del tercer trimestre de 2015 en Cataluña para hacernos una idea de cómo
está la situación: 660.000 personas están sin trabajo, de las que un
41% son menores de 25 años. El único tipo de contrato que crece desde el
inicio de la crisis es el que vence a los 30 días (en 2014 se firmaron
886.781 frente a los 626.764 de 2007), un 41,5% más según el
Observatorio de Trabajo del Departamento de Empresa y Ocupación. Los
trabajos que duran un mes o menos han pasado de representar el 21,9% del
total de la contratación al 36,3% en siete años.
Con estos datos podemos afirmar que buena parte de las personas que viven en Cataluña no son felices ya que no trabajan o tienen unos índices de precariedad y bajo sueldo indecentes. Así, un Gobierno responsable pondría todo su esfuerzo en crear trabajo digno para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. No vale la pena hablar del actual Gobierno, prefiero plantear propuestas para crear empleo y así hacer más felices a los ciudadanos. En primer lugar hemos de recordar que existen al menos tres formas de trabajo, de las cuales solo una cuenta habitualmente en las estadísticas laborales y en el PIB. Me refiero al trabajo remunerado, ya sea por cuenta ajena o por cuenta propia. Las otras dos, el trabajo reproductivo y el trabajo voluntario son mucho menos visibles y, en especial el primero, con un grado de feminidad e involuntariedad elevado, lo cual genera una gran injusticia por su escaso grado de reconocimiento social y económico.
En segundo lugar tenemos que quitarnos de la cabeza el mantra de ciertos sectores económicos y de los Gobiernos de derechas que insisten en que el paro generalizado es irreversible. No es cierto, a lo largo de la historia hemos visto cómo el miedo a perder el trabajo debido al avance de la tecnología (máquina de vapor, motor de combustión interna, revolución microelectrónica) lo ha sido a corto plazo, ya que a la larga estos avances han sido generadores de empleo.
El balance histórico es positivo siempre que se observe que las dos grandes tendencias de los dos siglos pasados, las revoluciones industriales y tecnológicas y la progresiva incorporación de la mujer al trabajo remunerado, han ido acompañadas de una reducción continua del tiempo de trabajo y, por lo tanto, de un reparto, más o menos dirigido, del trabajo remunerado. En Alemania, por ejemplo, se trabajan las mismas horas en total que hace 20 años, pero el país tiene la jornada laboral media más baja del mundo y una de las menores tasas de paro.
El problema en la mayoría de países avanzados con paro estructural
elevado no es el avance tecnológico sino un sistema capitalista incapaz
de gestionar socialmente el cambio tecnológico y que apuesta por seguir
creciendo de manera insostenible en lugar de redistribuir los frutos de
los avances tecnológicos entre toda la sociedad. Para ello, el actual
sistema combate la bajada del rendimiento del capital productivo (parece
que Marx finalmente sí tenía razón) con más y más inversiones en el
capital financiero especulativo, sobrefinanciando la economía y, a la
vez, creando empleo de baja calidad aprovechando las bolsas de parados
cada vez más cualificados, (David Graeber los llama “trabajos de
mierda”) y que crean grandes desigualdades.
Ante esta situación el objetivo de dignificar el trabajo y por ende las condiciones materiales de la población, es claro y pasa por poner en el centro de las políticas económicas tres decisiones inexcusables y simultáneas:
1. Implantar una renta básica universal que elimine de cuajo la pobreza y sus trampas, evite que haya que aceptar cualquier trabajo a cualquier sueldo y reconozca que todos los tipos de trabajo (remunerados o no) son necesarios.
2. Realizar un reparto del trabajo remunerado (lo que equivale a eliminar los 8 millones de precarios), que permita trabajar a todo el mundo que quiera. Hay muchas formas de hacerlo sin precarizar el trabajo: reducciones a 30 o 35 horas, años sabáticos, permisos por maternidad y paternidad más largos y no intercambiables, etcétera.
3. Crear puestos de trabajo allí donde hacen falta: transición energética y hacia una economía circular y sostenible, desarrollo del Estado del bienestar e I+D.
Es posible y es un deber hacerlo por las actuales y por las futuras generaciones.
Con estos datos podemos afirmar que buena parte de las personas que viven en Cataluña no son felices ya que no trabajan o tienen unos índices de precariedad y bajo sueldo indecentes. Así, un Gobierno responsable pondría todo su esfuerzo en crear trabajo digno para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. No vale la pena hablar del actual Gobierno, prefiero plantear propuestas para crear empleo y así hacer más felices a los ciudadanos. En primer lugar hemos de recordar que existen al menos tres formas de trabajo, de las cuales solo una cuenta habitualmente en las estadísticas laborales y en el PIB. Me refiero al trabajo remunerado, ya sea por cuenta ajena o por cuenta propia. Las otras dos, el trabajo reproductivo y el trabajo voluntario son mucho menos visibles y, en especial el primero, con un grado de feminidad e involuntariedad elevado, lo cual genera una gran injusticia por su escaso grado de reconocimiento social y económico.
En segundo lugar tenemos que quitarnos de la cabeza el mantra de ciertos sectores económicos y de los Gobiernos de derechas que insisten en que el paro generalizado es irreversible. No es cierto, a lo largo de la historia hemos visto cómo el miedo a perder el trabajo debido al avance de la tecnología (máquina de vapor, motor de combustión interna, revolución microelectrónica) lo ha sido a corto plazo, ya que a la larga estos avances han sido generadores de empleo.
El balance histórico es positivo siempre que se observe que las dos grandes tendencias de los dos siglos pasados, las revoluciones industriales y tecnológicas y la progresiva incorporación de la mujer al trabajo remunerado, han ido acompañadas de una reducción continua del tiempo de trabajo y, por lo tanto, de un reparto, más o menos dirigido, del trabajo remunerado. En Alemania, por ejemplo, se trabajan las mismas horas en total que hace 20 años, pero el país tiene la jornada laboral media más baja del mundo y una de las menores tasas de paro.
El actual sistema combate la bajada del
rendimiento del capital productivo con más y más inversiones en el
capital financiero especulativo, sobrefinanciando la economía
Ante esta situación el objetivo de dignificar el trabajo y por ende las condiciones materiales de la población, es claro y pasa por poner en el centro de las políticas económicas tres decisiones inexcusables y simultáneas:
1. Implantar una renta básica universal que elimine de cuajo la pobreza y sus trampas, evite que haya que aceptar cualquier trabajo a cualquier sueldo y reconozca que todos los tipos de trabajo (remunerados o no) son necesarios.
2. Realizar un reparto del trabajo remunerado (lo que equivale a eliminar los 8 millones de precarios), que permita trabajar a todo el mundo que quiera. Hay muchas formas de hacerlo sin precarizar el trabajo: reducciones a 30 o 35 horas, años sabáticos, permisos por maternidad y paternidad más largos y no intercambiables, etcétera.
3. Crear puestos de trabajo allí donde hacen falta: transición energética y hacia una economía circular y sostenible, desarrollo del Estado del bienestar e I+D.
Es posible y es un deber hacerlo por las actuales y por las futuras generaciones.
Joan Boada Masoliver es profesor de Historia
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