12 de agosto de 2015
Por Grady Beecham y Jorge Sebastián Lozano, de la Fundación Mainel (@FundacionMainel).
Recientes informes de múltiples organizaciones no gubernamentales (como Health Poverty Action, Global Financial Integrity, Copenhagen Consensus, o la OCDE) han puesto de manifiesto que nuestra fijación con cuánto ayudamos a África nos ha distraído de los factores que más constriñen el crecimiento económico del continente. Es lo que se ha dado en llamar la cortina de humo de la ayuda. Tal como dice, entre otros, el sociólogo y crítico cultural Slavoj Žižek, "reparar con la mano derecha lo que se destruye con la izquierda" es
la política común para muchas naciones y empresas con presencia en
África. Si bien estas entidades públicas y privadas ofrecen múltiples
flujos de apoyo financiero para la región, también parece claro que
estos mismos organismos saquean grandes cantidades de recursos naturales
y humanos, por montantes superiores a los de la ayuda concedida. Por
tanto, es engañosa la percepción de que ya hemos ayudado mucho, desde hace mucho tiempo. Corregirla es el primer paso en la búsqueda de soluciones reales para ayudar al desarrollo de las naciones africanas.
El importe de la ayuda aportada por los países desarrollados
es netamente inferior a los beneficios económicos que se extraen de
África. Las cifras son difíciles de rastrear, pero no dejan
lugar a dudas. (Citamos en adelante las ofrecidas por Health Poverty
Action.) A pesar de que la ayuda, los préstamos, las inversiones
extranjeras y otras contribuciones privadas ofrecen 134.000 millones de
dólares en flujos financieros hacia África, las pérdidas sistemáticas en
forma de (entre otros) servicio de la deuda, beneficios canalizados por
las multinacionales, flujos financieros ilícitos, pesca y tala
ilegales, y coste en recursos humanos de la fuga de cerebros, elevan los
flujos hacia el exterior hasta un total de 192.000 millones. Para
entender la profundidad y los efectos de tales pérdidas es útil conocer
algunos detalles de estos factores económicos negativos.
Por ejemplo, el pago de los préstamos de instituciones extranjeras –públicas o privadas- supone 21.000 millones de dólares al año, y subiendo. Gran parte de estos préstamos provienen de instituciones que se endeudan a tasas más bajas en la UE y los Estados Unidos, y que luego los ofrecen a las naciones africanas por una tarifa mucho más alta, lo cual puede crear una "burbuja de la deuda", con efectos devastadores en la región, y fuera de ella.
Las multinacionales son un actor dominante dentro de la economía africana, que sigue estando orientada a la exportación, y abierta a las inversiones extranjeras. ¿Qué resultados brinda esta situación? Estas grandes corporaciones obtienen beneficios de unos 46.000 millones de dólares. Añádanse 35.000 millones en flujos financieros ilícitos hacia el exterior (ver más abajo para otras estimaciones superiores), realizados no únicamente, pero sí de forma primordial, por las multinacionales. Por comparación, el total de ayudas y subvenciones para el desarrollo no alcanza los 40.000 millones. ¿Quién beneficia a quién?
Todo un sistema financiero global en la sombra facilita esos flujos financieros ilícitos: paraísos fiscales con bajas o nulas tasas de impuestos y alto secreto bancario, que permiten a empresas y funcionarios corruptos mover el dinero en secreto, con costes mínimos. También se manipulan precios para distorsionar el verdadero coste de los productos, reducir los impuestos gravables en el Sur, y luego revenderlos en mercados más lucrativos, proporcionando beneficios mucho mayores. Estos sistemas disfrazan además a los verdaderos dueños de las empresas, que se exoneran de cualquier responsabilidad. El uso de este sistema oculto parece haber aumentado, pues las recientes políticas de liberalización económica han creado regulaciones más débiles dentro de la economía africana. La cantidad de fondos así canalizados fuera del continente varía según fuentes: Global Financial Integrity habla de 46.000 millones al año, y el panel de alto nivel de Naciones Unidas sobre flujos financieros ilícitos desde África los estima en alrededor de 50.000 millones en pérdidas cada año desde el 2000, fondos que representarían el 5,7% del PIB en toda la región del África Subsahariana (un volumen superior al de la ayuda internacional para el desarrollo, que suele promediar un 4% del PIB).
Todo esto va en contra de la narrativa popular acerca de las deficiencias económicas de África. La ayuda concedida a esta y otras regiones afectadas por la pobreza ha sido el punto focal de la mayoría de las historias. Pero al centrarnos únicamente en la ayuda que se proporciona, nos sigue pasando desapercibida la realidad de que decenas de miles de millones de dólares se sacan de África cada año. El relato construido dentro del esquema "donante a gran escala, receptor agradecido" niega la capacidad de actuación de las personas africanas, reducidas a ser pobres, corruptas e inactivas, por lo que necesitan de la intervención de las naciones ricas. De esta forma se consolida una mirada que perpetúa el statu quo y una relación desigual.
2015 es una excelente ocasión de poner todas estas cuestiones en la agenda política global. La Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo en Addis Abeba a mediados de julio (de resultados más bien decepcionantes), la fundamental cumbre de la ONU sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en septiembre, y la Conferencia sobre Cambio Climático en diciembre, proporcionan buenas plataformas para que naciones, sociedad civil y organismos internacionales combatan la injusticia financiera cometida cotidianamente contra África.
Por ejemplo, el pago de los préstamos de instituciones extranjeras –públicas o privadas- supone 21.000 millones de dólares al año, y subiendo. Gran parte de estos préstamos provienen de instituciones que se endeudan a tasas más bajas en la UE y los Estados Unidos, y que luego los ofrecen a las naciones africanas por una tarifa mucho más alta, lo cual puede crear una "burbuja de la deuda", con efectos devastadores en la región, y fuera de ella.
Las multinacionales son un actor dominante dentro de la economía africana, que sigue estando orientada a la exportación, y abierta a las inversiones extranjeras. ¿Qué resultados brinda esta situación? Estas grandes corporaciones obtienen beneficios de unos 46.000 millones de dólares. Añádanse 35.000 millones en flujos financieros ilícitos hacia el exterior (ver más abajo para otras estimaciones superiores), realizados no únicamente, pero sí de forma primordial, por las multinacionales. Por comparación, el total de ayudas y subvenciones para el desarrollo no alcanza los 40.000 millones. ¿Quién beneficia a quién?
Todo un sistema financiero global en la sombra facilita esos flujos financieros ilícitos: paraísos fiscales con bajas o nulas tasas de impuestos y alto secreto bancario, que permiten a empresas y funcionarios corruptos mover el dinero en secreto, con costes mínimos. También se manipulan precios para distorsionar el verdadero coste de los productos, reducir los impuestos gravables en el Sur, y luego revenderlos en mercados más lucrativos, proporcionando beneficios mucho mayores. Estos sistemas disfrazan además a los verdaderos dueños de las empresas, que se exoneran de cualquier responsabilidad. El uso de este sistema oculto parece haber aumentado, pues las recientes políticas de liberalización económica han creado regulaciones más débiles dentro de la economía africana. La cantidad de fondos así canalizados fuera del continente varía según fuentes: Global Financial Integrity habla de 46.000 millones al año, y el panel de alto nivel de Naciones Unidas sobre flujos financieros ilícitos desde África los estima en alrededor de 50.000 millones en pérdidas cada año desde el 2000, fondos que representarían el 5,7% del PIB en toda la región del África Subsahariana (un volumen superior al de la ayuda internacional para el desarrollo, que suele promediar un 4% del PIB).
Todo esto va en contra de la narrativa popular acerca de las deficiencias económicas de África. La ayuda concedida a esta y otras regiones afectadas por la pobreza ha sido el punto focal de la mayoría de las historias. Pero al centrarnos únicamente en la ayuda que se proporciona, nos sigue pasando desapercibida la realidad de que decenas de miles de millones de dólares se sacan de África cada año. El relato construido dentro del esquema "donante a gran escala, receptor agradecido" niega la capacidad de actuación de las personas africanas, reducidas a ser pobres, corruptas e inactivas, por lo que necesitan de la intervención de las naciones ricas. De esta forma se consolida una mirada que perpetúa el statu quo y una relación desigual.
2015 es una excelente ocasión de poner todas estas cuestiones en la agenda política global. La Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo en Addis Abeba a mediados de julio (de resultados más bien decepcionantes), la fundamental cumbre de la ONU sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en septiembre, y la Conferencia sobre Cambio Climático en diciembre, proporcionan buenas plataformas para que naciones, sociedad civil y organismos internacionales combatan la injusticia financiera cometida cotidianamente contra África.
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