Principios intocables. Sólo los indocumentados, maliciosos o aficionados se atreven a ignorarlos o a cuestionarlos. Ninguno más reverenciado –auténtico icono entre los economistas y en las facultades de economía- que el crecimiento. Había que crecer antes y hay que crecer ahora: para que mejoren los salarios y el empleo, para sanear las cuentas públicas, para que aumenten los beneficios y la inversión productiva. Con el crecimiento se saldrá de la crisis; si todavía estamos atrapados en ella es por la insuficiente recuperación del producto. Con el crecimiento, se nos dice, finalmente todos ganan. Salirse de este carril es malo, muy malo, y quien lo haga será estigmatizado de cavernícola y de querer prolongar, por motivos inconfesables, el sufrimiento de la población. Si quien lo dice es un economista, todavía peor, pues, además de todo lo anterior, demostraría ignorar el abc de los fundamentos económicos.
Y aquí está anclado el debate, muy pobre debate, en mi opinión. Y aquí encontramos –con matices, no lo voy a negar, pero compartiendo un mismo espacio conceptual y analítico- a unos y a otros; a las derechas, por supuesto, pero también a buena parte de las izquierdas. Se discute si la gestión realizada por la troika comunitaria y por los gobiernos ha servido para dinamizar la actividad económica o, por el contrario, ha contribuido a su postración, si las políticas de ajuste presupuestario han sido contractivas o expansivas, si conviene que el Banco Central Europeo aplique políticas monetarias más audaces, qué instrumentos debe utilizar y cuando debe hacerlo, si los salarios deben desempeñar un papel más activo como impulsor de la demanda o más bien deben permitir que los beneficios se recuperen, o si ha llegado el momento de que el presupuesto comunitario movilice más recursos. No quiero simplificar, no pretendo decir que las posturas en liza se mueven en la misma longitud de onda o que apunten en la misma dirección, pero me parece evidente que hay un denominador común: la consecución de un mayor crecimiento, como si este objetivo concentrara todas las virtudes o, en el peor de los casos, tan sólo revelara algunos defectos menores que se podrían corregir sin mayor problema.
Se trata de una verdadera camisa de fuerza que impide abordar una reflexión más amplia, profunda y estratégica, hoy más necesaria que nunca. Se olvidan, se omiten o se ignoran asuntos cruciales. El crecimiento económico, ese icono que invocan unos y otros, no crea suficientes puestos de trabajo, ni en cantidad ni en calidad, es compatible con la degradación de los salarios y el enriquecimiento de las elites, priva de recursos a las administraciones públicas, consume aceleradamente recursos escasos y no renovables, degrada de manera irreparable los ecosistemas y se basa en la sobreexplotación de las economías y los pueblos más débiles por parte de los más fuertes. Esta ha sido la historia del capitalismo, sobre todo en las últimas décadas. Y, con toda probabilidad, si no lo remediamos, será el curso que, todavía con más fuerza, seguirá en el futuro; entre otras razones, porque la reflexión sobre los límites y las contradicciones inherentes al crecimiento han quedado simplemente fuera del debate público y político. Y porque el poder, los que se mueven en los aledaños y los que aspiran a acceder a él están instalados en el paradigma de “cuanto más, mejor”.
Sin embargo, este asunto está en el corazón de una salida de la crisis sostenible, equitativa y democrática. Desde esta perspectiva, no vale el recurso retórico, y tramposo, de distinguir entre lo urgente, lo que debe presidir la actuación política inmediata, de lo necesario, que se gestionará en un periodo temporal más dilatado, pues lo necesario es también urgente. Y no basta con declaraciones retóricas, brindis al sol para ganar elecciones, pues las palabras se las lleva el viento y sólo con retórica, la que derrochan a raudales la mayor parte de los políticos, no se encaran los problemas de fondo, que, evidentemente, tienen una naturaleza sistémica, aun cuando se hayan agravado con la crisis, Aquí y ahora urge aplicar un plan de emergencia orientado a distribuir (empleo, riqueza, salarios) más que a crecer, aunque se pueda aceptar que a corto plazo sea necesario impulsar la actividad económica, y a un radical cuestionamiento de los actuales modelos productivos.
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