La Comisión Europea rechaza prohibir el uso de aplicaciones de transporte como BlaBlaCar o Uber que cruzan miles de necesidades de ciudadanos al día
El año pasado se estima que se movieron casi 3.500 millones de dólares en este tipo de transacciones, un 25% más que el año anterior
No solo el ahorro engancha a los jóvenes, también la conciencia ecológica pero las protestas sobre la ausencia de contribución fiscal ensombrecen su utilización
“El problema real es que todo
esto nace y crece mucho más rápido de que lo podamos prever, parar o
legislar como a muchos les gustaría. Para cuando algo consiga estar al
gusto de todos nacerá otra plataforma capaz de saltárselo, y es que el
problema de fondo es que la "inteligencia social” que nace de la
capacidad de interacción rápida y eficiente entre individuos es más
rápida que las propias instituciones”, explica el economista, Miguel
Puente. Una opinión con la que coincide Albert Cañigueral. “Son
innovaciones de base tecnológica que van a tal velocidad que deja la
regulación atrás. La mayoría de actores hablan de que una regulación es
necesaria”, añade este experto en consumo colaborativo.
“Se ha producido una explosión espectacular”, explica Cañigueral al
hablar sobre este crecimiento de una economía que rompe con algunos
intermediarios tradicionales. Este ingeniero de televisión decidió crear
en 2011 la web consumocolaborativo.com
-un portal donde se recogen las diferentes plataformas que posibilitan
este contacto entre particulares- y a la que ahora se dedica a tiempo
completo. “Varios expertos hablan ya de una transición desde la niñez
del consumo colaborativo hacia la madurez”, señala y apunta que todavía
faltan datos para poder medir el impacto económico y social de este
sector. “Estamos intentando generar estudios independientes para medir
el impacto”, apunta.
Este portal reúne en su
directorio la posibilidad de transaccionar servicios muy variados. Desde
compartir bici o plaza de aparcamientos, a puntos de encuentro de
compra venta de entradas entre particulares, ropa, bancos de tiempo,
micromecenazgo, coworking, compartir wifi o cuidado de mascotas.
Prácticamente cualquier necesidad se puede cubrir de forma colaborativa y
sobre todo, sin intermediarios. Menos costes y mayor rapidez. Una
economía con menos peldaños.
Los datos sobre el tema señalan un fuerte incremento
tanto de usuarios, como de negocio generado. La revista Forbes estimó el
año pasado que los ingresos que se trasladan directamente desde la
economía entre pares al bolsillo de quienes la
practican superaron los 3.500 millones de dólares -2.500 millones de
euros- a nivel global y lo que quizá sea más llamativo es que esta cifra
representó un aumento del 25% frente al año anterior. En España, un 76%
de los españoles ha alquilado o compartido un bien en algún momento de
su vida, según una encuesta de la compañía de carsharing Avancar. Un porcentaje que se eleva hasta el 81% cuando se centra en la franja de edad entre los 35 y los 44 años.
De vacaciones, en casa de otro
“Uso Airbnb porque en general sale más económico, hay bastante oferta y
te ofrecen garantías”, explica Irene, una treinteañera afincada en
Barcelona que ha alquilado apartamentos a través de este sistema en
lugares tan diferentes como Budapest o Menorca. Esta web de alquiler de viviendas
entre particulares nació en 2008 y seis años después el fondo de
inversión TPG -que entró recientemente en su accionariado- la valora en
7.200 millones de euros. El crecimiento exponencial de Airbnb es quizá
el ejemplo más claro de cómo este consumo colaborativo se ha
desarrollado en los últimos años.
Airbnb nació fruto
de una doble necesidad. Por un lado, sus fundadores querían incrementar
sus ingresos alquilando parte de su vivienda en San Francisco y por
otro, una conferencia en la ciudad había hecho que todos los
alojamientos colgaran el cartel de completo. Así, surgió esta plataforma
que un año después de su nacimiento gestionó 100.000 reservas y en 2011
pasó a tramitar más de dos millones, tras haberse internacionalizado.
En 2013, la compañía ingresó 250 millones de dólares gracias a las
tarifas que cobra por hacer de intermediario entre inquilino y casero,
lo que supuso duplicar los ingresos del año anterior.
Junto con la expansión de Airbnb han llegado los problemas legales. En
Nueva York, la empresa terminó por llegar a un acuerdo para ceder los
datos fiscales de sus arrendadores, aunque sin nombres, después de
varias semanas de tiras y aflojas con la Fiscalía que lleva a cabo una
investigación para controlar el alquiler ilegal en la ciudad. Incluso
en su ciudad de origen, San Francisco, se están planteando un aumento
de la normativa. En España, la polémica también ha llegado y las
asociaciones empresariales exigen regulación de lo que consideran
“alojamientos ilegales”. Frente a esto, la empresa se defiende. “Airbnb
gestiona todos los pagos a través de transferencias bancarias de tal
manera que todas las transacciones quedan registradas. Por eso, más que
un problema nos consideramos una solución”, apuntó hace unas semanas Jeroen Merchiers, director general de Airbnb España y Portugal.
Por lo pronto, en Francia ya ha habido una primera sentencia que pone
en alerta en modelo. Un casero, de los de toda la vida, ha demandado a
su inquilino por haber subarrendado a su vez las habitaciones en la
popular página. El juez le ha dado la razón en que había utilizado la
vivienda para lucrarse (algo que habitualmente está prohibido en los
arrendamientos de vivienda entre particulares) y le ha condenado a pagar 2.000 euros al propietario. Airbnb no se responsabiliza de la legalidad de los pisos que se promocionan en su web.
¿Competencia desleal?
La última batalla legal se ha librado en el transporte. Tras la reciente llegada de Uber, una aplicación con inversores como Google que pone en contacto a conductores con viajeros y que se autodefine como la “mejor alternativa al taxi”, el Sindicato de Taxistas en Cataluña (STAC)
ha pedido su retirada. Consideran que son “taxis ilegales” y que
suponen un riesgo para los usuarios. La patronal del taxi de Londres ha
pedido esta misma semana a un juez que paralice la legalidad de la apps
y en Bélgica ya se multa a los conductores que recojan en un aeropuerto
a pasajeros sin tener licencia de taxi como contestación al fenómeno.
No es el único enfrentamiento en este terreno, la patronal de autobuses Fenebus pidió el cierre de Blablacar,
una plataforma de origen francés que pone en contacto a conductor y
viajeros para compartir los gastos del coche. Una denuncia que aseguran
que solo han recibido en España a pesar de operar en doce países,
explicó Vicent Rosso country manager de España y Portugal en una entrevista.
Respecto a la legislación, se mostró de acuerdo en que es necesaria una
normativa para regular el sector y puso como ejemplo el caso de Francia
donde la regulación entiende que no existe competencia desleal porque
los usuarios no ganan dinero, sino que solo comparten gastos.
Frente a estas demandas, la Comisión Europea (CE) se mostró esta pasada semana contraria a prohibir
los servicios de transporte en vehículos compartidos por particulares
como Uber y BlaBlaCar, en plena polémica por la competencia desleal que
las asociaciones de taxistas aseguran que representan para su
gremio."Nadie dice que los conductores de Uber no deban pagar impuestos,
respetar las normas y proteger a los consumidores. Pero prohibir Uber
no les da la oportunidad de hacer las cosas bien", señaló el portavoz
comunitario de agenda digital, Ryan Heath, a la agencia Efe.
Mientras se debate sobre cómo debe regularse, cada vez hay más usuarios
que las utilizan. “Desde la primera vez, en verano de 2013, he hecho
unos 10 viajes a través de BlaBlaCar. Me parece una forma más rápida y
económica de viajar que el tradicional bus y un buen sistema para
aprovechar los huecos libres que se le quedan a muchas personas en sus
viajes”, explica Santi, un joven de 27 años residente en Madrid. Si
repite es porque la experiencia es positiva. “La gente suele ser
bastante responsable y cumple las normas básicas. Además, suele haber
predisposición a tener conversaciones agradables y hablar de cosas en
común, aunque los perfiles sean distintos”, añade.
No
solo el componente económico pesa a la hora de tomar la decisión. “En
el consumo entre pares, el componente social engancha a la gente. Es una
manera de consumir más humana y apetecible. A esto se unen ventajas
medioambientales como, por ejemplo, en el caso de Blablacar donde se
emite menos C02 al compartir vehículo o en las compras de segunda manos
porque se fabrican menos productos”, explica Cañaguel. “Una cosa no toma
tanta escala, si no va bien”, concluye.
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