Richard Heinberg és l'autor del llibre Se acabó la fiesta: guerra y colapso económico en el umbral del fin del petroleo
Jueves 27 de Junio de 2013 14:53
Por Richard Heinberg
Introducción: La nueva normalidad
La afirmación central de este artículo es tan simple como sorprendente: El crecimiento económico tal como lo hemos conocido ha terminado. El
“crecimiento” así como se ha venido llamando, consiste en la expansión
permanente de la economía global, con cada vez más personas atendidas,
más dinero cambiando de manos, y mayores cantidades de energía y bienes
materiales fluyendo a través de ellas.
La crisis
económica que comenzó en 2007-2008 fue tan previsible como inevitable, y
marca una ruptura permanente con respecto a las décadas anteriores,
período durante el cual la mayoría de los economistas adoptó la visión
irreal de que el crecimiento económico perpetuo es necesario, deseable, y
además perfectamente posible de mantenerse en el tiempo. Pero en la
actualidad ya han aparecido barreras infranqueables a dicha expansión
económica, y estamos colisionando con dichas barreras.
Esto no
quiere decir que los EE.UU. o el mundo entero nunca más verán otro
trimestre o año de crecimiento respecto al trimestre o año anterior. Sin
embargo, los golpes se hacen secuenciales y encadenados unos con otros,
y la tendencia general de la economía (medida en términos de producción
y consumo de bienes reales) estará al mismo nivel o en descenso, pero
no en ascenso a partir de ahora.
Tampoco
será imposible para cualquier región, nación o empresa continuar
creciendo por un tiempo. En un análisis final, sin embargo, este
crecimiento será conseguido a expensas de otras regiones, naciones o
empresas. A partir de ahora, sólo un crecimiento relativo es
posible: La economía mundial está jugando un juego de suma cero, con un
premio cada vez más chico a repartirse entre los ganadores.
¿Por qué se acaba el Crecimiento?
Muchos
analistas financieros apuntan hacia profundas anomalías internas de la
economía, asumiendo que las amenazas inmediatas que impiden retomar la
senda del crecimiento económico, son solamente los niveles
sobreexcedidos e impagables de las deudas públicas y privadas, y el
estallido de las burbujas inmobiliarias. La suposición general es que,
con el tiempo, una vez que estos problemas puedan solucionarse, las
tasas de crecimiento repuntarán nuevamente. Pero los analistas
generalmente no toman en cuenta factores externos a la economía financiera, los que hacen que sea casi imposible la reanudación del crecimiento económico convencional. Esta no es una condición temporaria sino permanente.
Hay tres factores principales que claramente surgen en un contexto de crecimiento económico:
- El agotamiento de importantes recursos, incluyendo combustibles fósiles y minerales.
- La proliferación de impactos ambientales como consecuencia de la extracción y uso de los recursos (incluyendo la quema de los combustibles fósiles), que con un efecto bola de nieve provocan aumentos de los costos de dichos impactos en sí mismos, más los esfuerzos para prevenirlos y mitigarlos.
- Las perturbaciones financieras causadas por la incapacidad de nuestros sistemas monetarios, bancarios y de inversiones, para ajustarse tanto a la escasez de recursos como al aumento de los costos ambientales, y su incapacidad para sostener los enormes volúmenes de deuda pública y privada que se generaron en las últimas dos décadas, dentro del contexto de una economía cada vez más restringida.
Más allá
de la tendencia que tienen los economistas para enfocarse solamente en
el último de estos tres factores, en los recientes años es posible
apuntar literalmente hacia miles de eventos que ilustran cómo los tres
factores interactúan y golpean a la puerta cada vez con más fuerza.
Consideremos sólo uno: La catástrofe en el año 2010 de la Deepwater
Horizon en el Golfo de México.
El hecho
de que BP estuvo perforando para extraer petróleo en aguas profundas del
Golfo de México muestra una tendencia global: Mientras que el mundo no
está en peligro de quedarse sin petróleo en el corto plazo, ya hay muy
poco petróleo que se encuentra en tierra, en áreas donde las
perforaciones son más accesibles. Estas zonas han sido exploradas y sus
ricos yacimientos de hidrocarburos se están agotando. Según la Agencia
Internacional de la Energía (IEA), en 2020 casi el 40% de la producción
mundial de petróleo provendrá desde regiones de aguas profundas. Así
como es difícil, peligroso y costoso operar una plataforma de
perforación sobre un kilómetro o dos de agua del océano, es lo que la
industria petrolera deberá hacer para continuar suministrando el
producto. Y eso significa petróleo más caro.
Obviamente,
los costos ambientales de la explosión y derrame provocado por la
plataforma Deepwater Horizon han sido ruinosos. Ni los EE.UU. ni la
industria petrolera pueden permitirse otro accidente de esa magnitud.
Así que en 2010 el gobierno de Obama estableció una moratoria de
perforación en aguas profundas del Golfo de México, mientras se legislan
nuevas normas y regulaciones. Otros países también comenzaron a revisar
sus propias reglamentaciones para la exploración petrolera en aguas
profundas. Sin dudas que esto hará menos probable que en el futuro
ocurran estos desastres, pero aumentan los costos de hacer negocios, y
por lo tanto, el ya elevado costo del petróleo.
El
accidente de la Deepwater Horizon también ilustra la reacción en cadena,
y hasta qué punto los efectos del agotamiento y el daño ambiental han
golpeado a las instituciones financieras. Las compañías de seguros se
han visto obligadas a aumentar las primas en las operaciones de
perforación en aguas profundas, y los impactos en las empresas pesqueras
regionales han afectado duramente a la economía de la costa del Golfo.
Mientras que los costos para la región han sido compensados en parte con
pagos de BP, esos pagos obligaron a la compañía a reestructurarse, y el
valor de sus acciones y rendimientos bursátiles se derrumbaron. Los
problemas financieros de BP a su vez afectaron a los fondos de pensiones
británicos que habían invertido en la empresa.
Este es
sólo un evento, ciertamente uno espectacular. Si se tratara de un
problema aislado la economía podría recuperarse y seguir adelante. Pero
estamos y estaremos ante una galopante sucesión de desastres ambientales
y económicos, no directamente relacionados entre sí, que obstaculizarán
cada vez más el crecimiento económico. Esto incluye, aunque no está
limitado a lo siguiente:
- Cambio climático que provoca sequías, inundaciones e inclusive hambrunas en diversas regiones
- Escasez de agua y energía
- Quiebras bancarias, empresarias y ejecuciones hipotecarias
Cada uno
de estos problemas se suelen tratar como casos puntuales, cuestiones que
deben resolverse para poder “volver a la normalidad”. Pero en última
instancia todos están relacionados entre sí, pues son consecuencia de la
creciente población humana que lucha por aumentar su nivel de consumo
per cápita de los recursos limitados (incluyendo los no renovables como
los combustibles fósiles que impactan sobre el clima), todo ello en un
planeta finito y frágil.
Mientras
tanto, el despropósito de varias décadas acumulando deuda, ha creado las
condiciones para que se produzca la crisis financiera del siglo que ya
vemos por todas partes, y que tiene el potencial en sí misma para
generar gran inestabilidad política y miseria humana.
El
resultado: Estamos viendo una tormenta perfecta de varias crisis
convergentes, que en conjunto representan un hito en la historia de
nuestra especie. Somos testigos y participantes de una transición desde
décadas de crecimiento económico, hacia décadas de contracción
económica.
¿Por qué el Crecimiento es tan importante?
Durante
los últimos dos siglos, el crecimiento fue prácticamente el único índice
de bienestar económico. Si la economía crecía había empleos y las
inversiones daban altos rendimientos. Cuando la economía temporariamente
paró de crecer, tal como ocurrió durante la “Gran Depresión”, se
produjeron sangrías financieras.
A lo
largo de este período, la población mundial se incrementó desde menos de
dos mil millones de seres humanos en 1900, hasta casi siete mil
millones hoy en día. Y estamos sumando alrededor de 70 millones de “nuevos consumidores”
cada año. Esto hace que el crecimiento futuro sea algo más crucial aún:
Si la economía se estanca, habrá menos bienes y servicios per capita para todos.
Nos hemos
basado en el crecimiento económico para el “desarrollo” de las
economías más pobres del mundo. Sin crecimiento, debemos asumir
seriamente la posibilidad de que cientos (tal vez miles) de millones de
personas, nunca alcanzarán ni siquiera una versión rudimentaria del
estilo de vida consumista del cual disfrutan los habitantes de las
naciones industrializadas.
Por último, hemos creado sistemas monetarios y financieros que requieren
crecimiento. Cuando la economía crece, eso significa que hay disponible
más dinero y más crédito. Las expectativas aumentan, la gente compra
más y más productos, los negocios necesitan más préstamos, y los
intereses sobre los préstamos pueden ser devueltos. Pero si no hay
nuevas emisiones de moneda que ingresen al sistema, el interés sobre los
préstamos existentes no puede ser devuelto. Como resultado se produce
una bola de nieve de morosidad, se pierden empleos, disminuyen los
ingresos, se restringen las contrataciones, lo cual a su vez hace que
las empresas pidan menos préstamos, causando que menos cantidad de
dinero ingrese en la economía. Esta situación es un bucle de
realimentación destructivo, el cual es muy difícil de detener una vez
que se pone en marcha.
En otras
palabras, la economía no cuenta con una configuración “estable” o
“neutral”: Solamente puede haber crecimiento o contracción. Y
“contracción” es justamente una agradable manera de llamar a la
“depresión”, es decir, un largo período de pérdidas de empleos en
cascada, cierres, morosidad y quiebras. Nos hemos acostumbrado tanto al
crecimiento, que es difícil recordar que en realidad es un fenómeno
bastante reciente.
Durante
los últimos milenios, así como los imperios se levantaban y caían, las
economías también avanzaban y retrocedían. Pero la actividad económica
global se expandía muy lentamente, y con retracciones periódicas. Sin
embargo, con la revolución de los combustibles fósiles de los últimos
dos siglos, hemos visto un crecimiento a una velocidad y escala sin
precedentes en toda la historia de la humanidad. Hemos aprovechado la
energía del carbón, el petróleo y el gas natural para construir y
utilizar automóviles, camiones, autopistas, aeropuertos, aviones y redes
eléctricas, todas componentes esenciales de la moderna sociedad
industrial. A través de este proceso de única vez, al extraer y quemar
cientos de millones de años de energía solar almacenada químicamente,
hemos construido lo que por un breve y brillante momento parecía ser “la
máquina del crecimiento perpetuo”. Tomamos lo que era en realidad una
situación única y extraordinaria como algo permanente que dimos por
sentado, y así llegó a ser “lo normal”.
Pero a
medida que la era del petróleo abundante y barato llega a su fin,
nuestros supuestos sobre una continua expansión están siendo sacudidos
hasta la médula. Ciertamente, el final del crecimiento es algo muy pero
muy grande. Esto significa el fin de una era, y de nuestra manera actual
de organizar nuestra economía, nuestra política y la vida cotidiana.
Sin crecimiento prácticamente vamos a tener que reinventar la vida
humana sobre la Tierra.
Es
esencial que reconozcamos y entendamos la significación de este momento
histórico: De hecho hemos llegado al final de la era de la expansión
económica alimentada por los combustibles fósiles, y los esfuerzos de
los políticos para continuar persiguiendo el evasivo crecimiento, en
verdad equivale a una fuga de la realidad. Si los líderes mundiales no
están bien informados acerca de la situación actual, probablemente
retrasarán la implantación de los servicios de apoyo que pueden
posibilitar la supervivencia en una economía sin crecimiento, y
seguramente luego fallarán cuando quieran hacer los imprescindibles
cambios en los sistemas monetario, financiero, alimentario y de
transportes.
Como
resultado de ello, lo que pudiera ser un proceso doloroso pero
soportable de adaptación, podría convertirse en la mayor tragedia de la
historia. Podemos sobrevivir al final del crecimiento, pero sólo si
reconocemos lo que significa y actuamos en consecuencia.
¿Pero no es normal el Crecimiento?
Las
economías son sistemas, y como tales, al menos en cierta medida siguen
reglas análogas a las que rigen a los sistemas biológicos. Las plantas y
los animales tienden a crecer en forma rápida cuando son jóvenes, pero
luego alcanzan un estado más o menos maduro y estable. En los organismos
vivos, las tasas de crecimiento son en gran parte controladas por los
genes, y también por la disponibilidad de alimentos.
En las
economías, el crecimiento aparece ligado a la planificación económica, y
también a la disponibilidad de recursos, sobre todo recursos
energéticos (que es el alimento de los sistemas industriales), así como
del crédito (el “oxígeno” de la economía).
Durante
los siglos XIX y XX el acceso a los combustibles fósiles abundantes y
baratos favorecieron una rápida expansión económica. Los planificadores
de la economía comenzaron a aprovechar esta situación, y los sistemas
financieros interpretaron las expectativas de crecimiento como una
promesa de altos rendimiento para las inversiones.
Pero así
como los organismos vivos dejan de crecer, las economías también deben
hacerlo. Inclusive si los planificadores (equivalentes sociales del ADN
regulador) dictaminan un mayor crecimiento, en algún punto cada vez
habrá más cantidades de “alimento” y “oxígeno” que dejarán de estar
disponibles. También es probable que los desechos industriales se
acumulen hasta el punto de ahogar y envenenar a los sistemas biológicos
que sostienen la actividad económica, tales como los bosques, los
cultivos, y los cuerpos humanos.
Sin
embargo, la mayoría de los economistas no ven las cosas de esta manera,
posiblemente porque las actuales teorías económicas fueron formuladas
durante el anómalo período histórico de crecimiento sostenido, el cual
está ahora terminando. Los economistas nada más generalizan a partir de
la experiencia: Ellos se apoyan en décadas de crecimiento sostenido del
pasado reciente, y de manera muy simplista proyectan esa experiencia en
el futuro. Por otra parte, poseen formas de explicar porqué las
economías modernas de mercado son inmunes a los límites que restringen a
los sistemas naturales: Las dos principales son la sustitución y la eficiencia.
Si un
recurso útil se vuelve escaso su precio aumentará, y esto crea un
incentivo para que los consumidores del recurso encuentren un sustituto.
Por ejemplo, si el petróleo se vuelve demasiado caro, las empresas de
energía podrían comenzar a fabricar combustibles líquidos a partir del
carbón. O también podrían desarrollar otras fuentes de energía
inimaginables hoy en día. Muchos economistas afirman que este proceso de
sustitución puede continuar para siempre. Es parte de la magia del
libre mercado.
Por su
parte, el aumento de la eficiencia significa hacer más con menos. En
EE.UU. la cantidad –ajustada por inflación– de dólares generada en la
economía por cada unidad de energía consumida, se ha venido
incrementando sostenidamente durante las últimas décadas. La cantidad de
energía requerida en BTU para producir un dólar de PIB se redujo desde
cerca de 20.000 BTU por dólar en 1949, hasta 8.500 en 2008. Parte de ese
aumento de la eficiencia se ha producido como resultado de la
externalización de la mano de obra en otros países, los cuales queman
carbón, petróleo o gas natural para fabricar nuestros productos.
Fabricando localmente nuestros zapatos y televisores LCD, estaríamos
quemando esa energía localmente.
Los
economistas también proponen otra forma de eficiencia que tiene menos
relación con la energía, al menos directamente: La identificación de los
procesos y fuentes de materiales más baratos, y los lugares donde los
empleados son más productivos y aceptan trabajar por menor salario. A
medida que aumentamos la eficiencia usamos menos energía, menos
recursos, menos mano de obra y menos dinero para hacer más. Esto también
permite un mayor crecimiento.
Encontrar
sustitutos para recursos que se agotan y aumentar la eficiencia son sin
lugar a dudas las estrategias de adaptación más eficaces de las
economías de mercado. Sin embargo queda abierta la pregunta de cuánto
tiempo podrán continuar funcionando dichas estrategias en el mundo real,
que ha demostrado regirse más por las leyes de la física que por las
teorías económicas.
En el
mundo real algunas cosas no tienen sustitutos, o los sustitutos son
demasiado caros, o no funcionan tan bien, o no pueden ser producidos con
la suficiente celeridad. Y por su parte la eficiencia sigue una ley de
rendimientos decrecientes: Los primeros intentos para aumentar la
eficiencia suelen ser de bajo costo, pero cada posterior incremento
tiende a ser más y más costoso, hasta que resultan prohibitivos.
En última
instancia no se puede subcontratar más que el 100 por ciento de la
fabricación, no se puede transportar productos con energía cero, y no
podemos contar con la capacidad de compra de los trabajadores para
adquirir nuestros productos si no les pagamos nada. A diferencia de la
gran mayoría de los economistas, la gran mayoría de los científicos y
los físicos reconocen que el crecimiento dentro de cualquier sistema
acotado, tiene que detenerse en algún momento.
La simple matemática del crecimiento compuesto
En
principio, la posibilidad de un eventual fin del crecimiento es un
portazo en la cara. Si una cantidad de algo crece sostenidamente un
cierto porcentaje fijo al año, esto implica que ese algo se duplicará en
tamaño cada determinado número de años. Cuanto más alto el porcentaje
de crecimiento, más rápido se duplicará. Un método bastante aproximado
para calcular tiempos de duplicación es conocido como “la regla del
setenta”. Dividiendo 70 por la tasa de crecimiento porcentual nos da el
tiempo aproximado necesario para que la cantidad inicial se duplique.
Por ejemplo, si cierta cantidad de algo está creciendo un 1% al año, se
duplicará en 70 años. Con un 2% al año de crecimiento, se duplicará en
35 años. Con un 5% de crecimiento al año se duplicará en tan sólo 14
años, y así sucesivamente. Si pretendemos ser más precisos podemos usar
la función exponencial de cualquier calculadora científica, pero la
regla del setenta funciona bien para la mayoría de los casos.
Vamos con
un ejemplo del mundo real: En los últimos dos siglos la población
mundial creció a tasas que van desde menos del uno por ciento a más del
dos por ciento por año. En 1800 la población del planeta era de
aproximadamente mil millones. En 1930 se había duplicado a dos mil
millones. Sólo 30 años más tarde, en 1960, se duplicó nuevamente a
cuatro mil millones. En la actualidad estamos en carrera para
duplicarnos otra vez y llegar a ser ocho mil millones de humanos
alrededor del año 2025. Seriamente nadie espera que la población humana
pueda continuar creciendo durante siglos en el futuro. Basta imaginar
que si lo sigue haciendo a tan sólo un 1,3% por año (esa fue la tasa de
crecimiento del año 2000), para el año 2780 habría nada menos que 148
billones de seres humanos en La Tierra. Una persona por cada metro
cuadrado de suelo en la superficie del planeta. Por supuesto que tal
cosa no va a suceder.
En la
naturaleza, el crecimiento tarde o temprano siempre se da de narices
contra ciertas restricciones que no son negociables. Si una especie
encuentra que su fuente de alimentos se ha expandido, su número de
individuos aumentará a partir de las calorías sobrantes, pero entonces
luego esa fuente de alimentos comenzará a reducirse proporcionalmente a
cuantas más bocas la consuman, y por su parte, sus predadores naturales
también serán más numerosos (más sabrosa comida para ellos). Los
florecimientos poblacionales caracterizados por períodos de rápido
crecimiento siempre son seguidos por colapsos, hambrunas y muerte
masiva. Siempre.
Aquí hay
otro ejemplo del mundo real. En los últimos años la economía china ha
venido creciendo tanto como un 8% o más por año. Eso significa que está
duplicando su volumen cada diez años, o menos aún. De hecho, China
consume más del doble del carbón que consumía hace una década. Lo mismo
con el mineral de hierro y el petróleo. El país ahora tiene cuatro veces
más autopistas de las que tenía entonces, y casi cinco veces más
automóviles. ¿Cuánto tiempo puede seguir esto? ¿Cuántas duplicaciones
más pueden ocurrir antes de que China haya utilizado todos sus recursos
clave? ¿O acaso simplemente decidirán que ya ha sido suficiente y
detengan voluntariamente el crecimiento? Estas preguntas son difíciles
de responder con una fecha específica, pero debemos hacerlas.
La
discusión tiene implicancias muy reales, porque la economía no es
solamente un concepto abstracto. Es la que determina si vivimos en el
lujo o la pobreza, si comemos o pasamos hambre. Cuando se detenga el
crecimiento económico cada uno de nosotros recibirá el impacto, y serán
necesarios varios años para que la sociedad se adapte a la nueva
realidad. Por lo tanto, es muy importante saber si ese momento está a la
vuelta de la esquina o distante en el tiempo.
El Fin del Crecimiento no debería ser una sorpresa
La idea de que el crecimiento se detendrá en algún momento de este siglo no es nada nueva. En 1972 un libro titulado “Los límites del crecimiento” fue noticia y se convirtió en el libro ambientalista más vendido de todos los tiempos.
Ese libro
que se basó en uno de los primeros intentos de usar computadoras para
modelar las probables interacciones entre la evolución de los recursos,
el consumo y la población, fue también el primer estudio científico que
intentó cuestionar el supuesto de que el crecimiento económico podía y
debía ser permanente en el futuro.
La idea era una herejía en aquel momento, y todavía lo es. La noción de que el crecimiento no puede continuar y no continuará más allá de cierto punto resultó profundamente perturbadora para algunos sectores, y pronto “Los límites del crecimiento”
fue desacreditado y ridiculizado por los interesados en los negocios
pro-crecimiento. En realidad, aquella ridiculización sólo tomaba en
cuenta algunos pocos datos completamente fuera de contexto del libro,
citándolos como “predicciones”, cuando en forma explícita se decía que
no lo eran, y luego remarcando que dichas predicciones habían fallado.
El ardid fue denunciado rápidamente, pero las réplicas no suelen tener
tanta publicidad como las acusaciones, y así hoy en día todavía hay
millones de personas que creen erróneamente que el libro quedó
desacreditado hace tiempo. De hecho, los escenarios originales del libro
han demostrado ser bastante acertados.
Los
autores cargaron los datos del crecimiento de la población mundial, las
tendencias de consumo, y la disponibilidad de varios recursos
importantes. Hicieron correr el programa informático que habían
desarrollado, y llegaron a la conclusión de que el fin del crecimiento
probablemente ocurriría entre los años 2010 y 2050. Luego la producción
industrial y de alimentos se derrumbaría, determinando una disminución
de la población.
Esos escenarios estudiados en “Los límites del crecimiento”
han sido nuevamente analizados y comprobados en forma reiterada desde
la publicación original, usando ahora software más sofisticado y datos
basados en información actualizada. Los resultados han sido similares en
todos los intentos, y recientemente se publicó una nueva versión del
libro llamada “Los límites del crecimiento: Actualización a 30 años”.
El escenario del Pico del Petróleo
Tal como
se ha mencionado, el crecimiento finalizó debido a la convergencia de
tres factores: Agotamiento de recursos, impactos ambientales y fracaso
sistémico monetario-financiero. Sin embargo, una sola cuestión puede
estar jugando un rol clave y determinante para el final de la era de la
expansión. Ese asunto es el petróleo.
El
petróleo tiene un lugar crucial en el mundo moderno. En el transporte,
la agricultura, los químicos y los materiales industriales. La
Revolución Industrial fue en realidad la revolución de los combustibles
fósiles, y el fenómeno entero del persistente crecimiento económico
(incluyendo el desarrollo de las instituciones financieras que han
facilitado el crecimiento, tales como las reservas bancarias
fraccionales), ha sido basado siempre en última instancia en los
suministros cada vez mayores de energía barata. El crecimiento requiere
más producción, más comercio y más transporte, y todo en su conjunto
requiere más energía. Esto significa que si los suministros de energía
no se pueden expandir, y la energía por lo tanto se vuelve
significativamente más cara, el crecimiento económico fallará, y los
sistemas financieros diseñados sobre las expectativas de un crecimiento
perpetuo también fallarán.
Ya en
1998 los geólogos petroleros Colin Campbell y Jean Laherrère discutían
un escenario del Pico del Petróleo que se tornó real. Ellos teorizaron
que, en algún momento alrededor del año 2010, el estancamiento o el
declive de los suministros de petróleo podrían provocar un aumento y
volatilización de los precios del crudo, y que tal cosa precipitaría un
colapso económico global.
Esa
rápida contracción económica, a su vez daría lugar a una considerable
reducción de la demanda de energía, de manera que los precios tenderían a
bajar. Pero tan pronto como la economía pudiera volver a recuperar
fuerzas, la demanda presionaría nuevamente al petróleo con consecuencias
de nuevos aumentos en los precios, y a resultado de ello la economía
sufriría una nueva recaída. Este ciclo es continuo, con cada fase de
recuperación siendo más corta y más débil, y cada caída más profunda y
más dura, hasta que la economía quede en ruinas. Los sistemas
financieros así basados en el supuesto de un crecimiento continuo
implosionarían, causando más estragos sociales que las trepadas del
precio del petróleo.
Mientras
tanto, los precios volátiles y vaivenes del petróleo frustrarían las
inversiones en sistemas de energía renovable: Un año el petróleo sería
tan caro que casi cualquier otra fuente de energía se presentaría como
más conveniente por comparación; al año siguiente, el precio del
petróleo habría caído tanto como para que los usuarios vuelvan a basarse
en él, restándole sentido a las inversiones en otras fuentes de
energía. Pero como los bajos precios desalentarían las exploraciones en
busca de más petróleo, surgen así nuevos episodios de escasez más
turbulentos que los anteriores. Los capitales de inversión también
podrían ser escasos, dado que los bancos serían insolventes debido a la
crisis financiera permanente, y los gobiernos caerían por la disminución
de los ingresos fiscales. Al mismo tiempo la competencia internacional
por la disminución de los suministros de petróleo podría provocar
guerras entre países importadores, entre importadores y exportadores, y
entre facciones rivales dentro de países exportadores.
En los
años siguientes a la publicación inicial de Campbell y Laherrère, muchos
expertos afirmaron que las nuevas tecnologías para la extracción de
petróleo crudo iban a aumentar la cantidad del suministro que puede ser
obtenido de cada pozo perforado, y que las enormes reservas de recursos
en hidrocarburos alternativos (principalmente arenas alquitranadas y
esquistos bituminosos) serían desarrolladas para reemplazar sin
problemas al petróleo convencional, lo que retrasaría por décadas el
inevitable pico. También hubo quienes dijeron que el Pico del Petróleo
no sería un gran problema, inclusive si ocurriera pronto, pues el
mercado podía encontrar otras fuentes de energía y opciones de
transporte tan rápido como fuera necesario, sean automóviles eléctricos,
de hidrógeno, o nuevos combustibles líquidos fabricados a partir del
carbón.
En los
años siguientes, los acontecimientos pusieron de manifiesto tanto la
validez de la tesis del Pico del Petróleo, como la subvaloración de los
optimistas. Los precios del crudo presentaron una marcada tendencia
cuesta arriba y por razones completamente previsibles: El descubrimiento
de nuevos yacimientos continuaba disminuyendo, y la explotación de la
mayoría de los nuevos pozos era mucho más difícil y costosa que los
descubiertos en años anteriores. Más y más países productores de
petróleo llegaron a su pico de extracción y comenzaron a declinar, a
pesar de los esfuerzos por mantener el crecimiento de la producción
usando costosos métodos altamente tecnificados para la extracción
secundaria y terciaria, tales como la inyección de agua, nitrógeno o
dióxido de carbono, para forzar que una mayor cantidad de crudo salga de
la tierra. Así se aceleraron las tasas de declinación de la producción
en los yacimientos gigantes más antiguos del mundo, que eran los
responsables de la parte del león en el suministro global de petróleo.
La producción de combustibles líquidos a partir de las arenas
alquitranadas comenzó a expandirse lentamente, mientras que el
desarrollo de los esquistos bituminosos continúa siendo una vaga promesa
para el futuro lejano.
De la teoría del miedo a una realidad que da miedo
En 2008
el escenario del Pico del Petróleo se convirtió en algo demasiado real.
La producción global de petróleo permaneció estancada desde 2005, y los
precios se mantuvieron en alza. En Julio de 2008 el precio del barril se
disparó hasta los 150 dólares, superando en valores ajustados por
inflación a los precios alcanzados en los años 70, que habían provocado
la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. En ese verano (boreal)
de 2008, la industria automotriz, la industria del transporte, los
embarques internacionales, la agricultura y las compañías aéreas estaban
tambaleando.
Pero lo
que sucedió después impactó en la atención del mundo a tal punto que el
alza del precio del petróleo pasó a segundo plano. En Septiembre de
2008, el sistema financiero global estuvo cercano al colapso. Las
razones para que esta repentina crisis sucediera, aparentemente tenían
que ver con las burbujas inmobiliarias, la falta de una adecuada
regulación en el sistema bancario, y el abuso de bizarros productos
financieros incomprensibles. Sin embargo, y pese a que fue largamente
ignorado, el alza del precio del petróleo ha jugado un papel crítico en
el inicio de la debacle (Ver el artículo: Recesión temporaria o fin del
crecimiento).
En las
inmediatas consecuencias de esa crisis financiera global casi
fulminante, los escenarios tanto de la teoría del Pico del Petróleo
propuesto una década antes, igual que el del libro “Los límites del crecimiento”
de 1972, ambos demostraron confirmarse con una precisión tan asombrosa
como aterradora. El comercio global se derrumbaba. Las mayores
industrias automotrices del mundo requerían ayuda estatal para
sobrevivir. Las empresas aerocomerciales de los EE.UU. se redujeron una
cuarta parte. Los disturbios por falta de alimento hicieron erupción en
los países pobres alrededor del mundo. La guerra persistente en Irak, el
país con las segundas mayores reservas de petróleo crudo del planeta, y
en Afganistán, un sitio estratégico disputado para diversos proyectos
de oleoductos y gasoductos, continuó provocando una sangría en las arcas
de las naciones más dependientes de la importación de recursos
petroleros.
Mientras
tanto, el debate sobre qué hacer para frenar el cambio climático global,
pone de manifiesto la inercia política que ha mantenido al mundo camino
a la catástrofe desde principios de los años 70. Para cualquier persona
con un modesto nivel de educación o inteligencia, ya se ha convertido
en algo obvio que el planeta hoy tiene dos urgentes e indiscutibles
razones para detener cuanto antes la dependencia de los combustibles
fósiles: La doble amenaza de una catástrofe climática más la inminente
restricción al suministro de combustibles. Sin embargo, en la
Conferencia del Cambio Climático de Copenhague de Diciembre 2009, las
prioridades de los países más dependientes del combustible fósil fueron
claras: Las emisiones de carbono deberían ser reducidas, la dependencia
de los combustibles también, pero solamente si ello no pone en peligro el crecimiento económico.
El componente financiero de la contracción económica
Si bien
los límites de los recursos y los desastres ambientales ya venían
poniéndole plazo de caducidad al crecimiento, a los ciudadanos comunes
el dolor se le hace más palpable cuando de una u otra forma lo transitan
en forma directa mediante la propia experiencia: Pérdida de empleos y
colapso del sistema hipotecario.
Tal como
se puede ver en los capítulos 1 y 2 de este libro, las expectativas de
crecimiento continuo de las últimas décadas se han trasladado al
presente bajo la forma de una enorme masa de deudas, tanto de los
consumidores como de los gobiernos. Los ciudadanos norteamericanos ya no
se hacían ricos inventando nuevas tecnologías y fabricando productos de
consumo, sino nada más comprando y vendiendo casas, moviendo dinero
desde unas cuentas de inversión hacia otras, o cobrándose honorarios
entre ellos.
Cuando
comenzó el nuevo siglo, la economía mundial empezó a tambalearse al
ritmo de los estallidos de una burbuja tras otra: La burbuja de las
economías emergentes del sudeste asiático, la burbuja de las “punto-com”,
la burbuja inmobiliaria. Todos sabíamos que ellas finalmente podían
explotar, tal como cualquier burbuja siempre lo hace, pero los
inversores “inteligentes” planeaban meterse en ellas tempranamente, y
salir con suficiente anticipación como para obtener grandes beneficios y
escaparle al previsible desenlace caótico.
En los
frenéticos días desde el año 2002 al 2006, millones de estadounidenses
llegaron a creer que la constante alza en los valores inmobiliarios
podía llegar a ser su fuente de ingresos, convirtiendo sus propiedades
en “cajeros automáticos” (una frase muy popular escuchada por entonces).
Mientras los precios seguían subiendo, los propietarios se sentían
entusiasmados para pedir más préstamos y remodelar una cocina o el baño,
y los bancos se sentían cómodos ofreciendo más y más créditos. Al mismo
tiempo, los magos de Wall Street encontraban nuevas maneras de
disfrazar esas hipotecas de alto riesgo como atractivas inversiones en
obligaciones de deuda respaldadas, que podían ser empaquetadas,
catalogadas y vendidas como “títulos premium” a inversores
preferenciales, con muy bajo o nulo riesgo para ellos. Después de todo,
los valores inmobiliarios estaban siempre destinados a crecer y crecer. “Dios no está haciendo más tierras” era la muletilla que repetían.
Los
créditos y las deudas se expandieron entonces al ritmo de la euforia del
dinero fácil. Todo aquel optimismo vertiginoso llevó a un crecimiento
inusual de empleos en la construcción y los bienes raíces, enmascarando
los quebrantos subyacentes y las pérdidas de empleo en el sector
productivo.
Unos
pocos expertos financieros sensatos usaron términos tales como
“castillos de naipes” y “polvorín” para describir la situación. Todo lo
que se necesitaba metafóricamente era una tenue brisa o una pequeña
chispa para producir un resultado catastrófico. Puede afirmarse que el
alza de los precios del petróleo a mediados de 2008 fue más que
suficiente para disparar los fuegos artificiales.
Pero la
burbuja inmobiliaria fue en sí misma nada más que un fusible de mayor
envergadura: En realidad, el sistema económico entero dependía de las
expectativas irrealizables del crecimiento perpetuo y pudo volar entero
por los aires. El dinero estaba atado al crédito, y el crédito estaba
atado a la suposición de dar por sentado el crecimiento. Cuando el
crecimiento se detuvo en 2008, comenzó la reacción en cadena de
morosidad, incumplimientos y quiebras. Era una explosión en cámara
lenta.
Desde
entonces, el esfuerzo de los gobiernos se ha dirigido a tratar de hacer
arrancar nuevamente el crecimiento. Pero de manera muy limitada, dichos
esfuerzos tuvieron un éxito temporario recién a finales de 2009 y
principios de 2010, enmascarando la contradicción subyacente en el
corazón de la economía: la suposición de que podemos contar con un
crecimiento infinito en un planeta finito.
¿Qué viene después del Crecimiento?
Llegar a
comprender que hemos arribado a un punto en el que el crecimiento ya no
puede continuar, sin dudas es algo deprimente. Pero una vez que hemos
atravesado ese obstáculo psicológico, es una noticia moderadamente
buena.
No todos
los economistas cayeron en la trampa de creer que el crecimiento
seguiría por siempre. Hay escuelas de pensamiento económico que
reconocen los límites de la naturaleza, y al mismo tiempo, esas
personas y escuelas han sido ampliamente marginadas en los círculos
políticos, pero también han desarrollado planes potencialmente útiles
que pueden ayudar a la sociedad para adaptarse.
Los
factores básicos que inevitablemente reemplazarán a la economía del
crecimiento son conocidos. Para sobrevivir y prosperar durante largo
tiempo, las sociedades tienen que manejarse dentro de un presupuesto
planetario sostenible respecto de los recursos extractivos. Esto
significa que, aunque no conozcamos en detalle cómo será la economía del
post-crecimiento y el nuevo estilo de vida, sabemos lo suficiente para
comenzar a trabajar en dicha dirección.
Debemos
convencernos a nosotros mismos que la vida en una economía sin
crecimiento puede ser plena, interesante y segura. La ausencia de
crecimiento no necesariamente implica falta de progreso. Dentro de una
economía de no-crecimiento o equilibrio igual puede existir el
desarrollo continuo de habilidades prácticas, expresiones artísticas, y
ciertos tipos de tecnologías. De hecho, algunos historiadores y
sociólogos sostienen que la calidad de vida en una economía del
equilibrio puede ser superior que en una economía de rápido crecimiento:
Mientras que el crecimiento crea oportunidades para algunos,
típicamente también intensifica la competencia, hay grandes ganadores y
grandes perdedores, y tal como sucede en las ciudades gigantescas, la
calidad de vida y las relaciones humanas sufren las consecuencias.
Dentro de
una economía de no-crecimiento es posible maximizar beneficios y
reducir los factores que llevan a la decadencia, pero hacerlo requiere
la búsqueda de objetivos adecuados: En lugar de “más” debemos esmerarnos por “mejor”.
En vez de promover una mayor actividad económica porque sí, hay que
hacer hincapié en aquello que aumenta la calidad de vida sin empujar
hacia el consumo. Una forma de hacer esto es reinventar y redefinir el
crecimiento como tal.
Es
inevitable la transición hacia una economía del no-crecimiento, o más
bien hacia una economía en la cual el crecimiento sea definido de una
manera fundamentalmente diferente. Pero nos irá mucho mejor si la
planificamos, en lugar de limitarnos a contemplar perplejos cómo
empiezan a fallar las instituciones de las que dependemos, para luego
tratar de improvisar una estrategia de supervivencia ante su retirada.
En efecto, tenemos que crear una “nueva normalidad” deseable, que se ajuste a las restricciones impuestas por el agotamiento de los recursos naturales. Aferrarnos a la “vieja normalidad”
no es una opción. Si no encontramos nuevas metas para nosotros mismos y
planificamos nuestra transición desde una economía basada en el
crecimiento, hacia otra economía saludable del equilibrio, estaremos
creando por omisión una “nueva normalidad” mucho menos deseable, algunas
de cuyas manifestaciones ya estamos empezando a ver, bajo las formas de
altas y persistentes tasas de desempleo, aumento de la brecha entre
ricos y pobres, crisis ambientales, y cada vez peores y más frecuentes
crisis financieras, todo lo cual se traduce en profundos niveles de
angustia para los individuos, las familias y las comunidades.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada