Article publicat a La Jornada
Joan Martínez Alier*
18/5/12
La economía está compuesta de tres niveles, como un edificio de tres pisos. Arriba está el ático y sobreático, un lujoso penthouse
lujosamente amueblado, con salones de ruleta y baccarat, donde se
anotan y negocian las deudas que durante un tiempo pueden crecer
exponencialmente. Los habitantes de este piso quieren mandar en todo el
edificio, imponiendo la
En medio, está un piso enorme con mucha gente atareada, que parece
ser el principal ya que contiene la llamada economía productiva o
economía real, donde empresas privadas o públicas producen bienes y
servicios, donde se aglomeran los consumidores ansiosos, una mezcla de
gran fábrica de automóviles y de enseres domésticos, de solar en
construcción y de ruidosos grandes almacenes en época de rebajas.deudacracia. El ronroneo de la sala de computadoras señala cómo las deudas van multiplicándose a interés compuesto. Pero no todos los deudores resultan ser solventes, algunos envían mensajes desde el piso inferior declarándose en quiebra. Entonces, de la azotea llena de antenas y con un helipuerto, de vez en cuando salta un suicida banquero acreedor o incluso un desesperado ministro de Hacienda a quien no le cuadra el presupuesto.
Nótese que los economistas le llaman a eso la economía productiva o economía real, olvidando el piso inferior, la economía
real-real, la sala de máquinas, la entrada y el depósito del carbón y otros materiales, y el sucio depósito de la basura.
Ese sótano proporciona energía y materiales al edificio y también sirve de sumidero. La porquería se filtra al acuífero. No importa, dicen, lo solucionamos añadiendo otro departamento a la economía productiva del primer piso: el de depuración de agua. Si se escapa demasiado dióxido de carbono tampoco importa, le añadimos al primer piso un negocio de plantaciones de eucaliptos (que se chupan el agua y eliminan biodiversidad) como
sumideros de carbono.
Compraventa de servicios ambientales. Antes de la crisis de 2008-2009 no solo las finanzas se habían desbocado en muchos países tirando de la llamada economía productiva en direcciones equivocadas, inútiles e imposibles (en España, infraestructuras excesivas y 2 millones de nuevas viviendas endeudadas y sin comprador), sino que los sectores productivos se olvidaron de la sala de máquinas hasta que el aumento brutal de precios de alimentos y del petróleo en la primera mitad de 2008 les despertó de su sueño metafísico. Pero es que incluso esos altos precios no señalan lo bastante la escasez y costos de las materias primas a largo plazo. No hay límites efectivos a la producción de gases con efecto invernadero y no se paga nada por la destrucción de biodiversidad.
La búsqueda de otras energías ha llevado a absurdos tales como
las cincuenta centrales nucleares ahora apagadas en Japón tras la
catástrofe de Fukushima, los campos de jatropha curcas (piñón)
para combustible en países africanos o la India, que compiten por el
agua y la comida, las represas hidroeléctricas que a veces desplazan
poblaciones al tiempo que reciben
Frederick Soddy es un héroe de la economía ecológica. Ganó el Premio Nobel de Química como experto en radioactividad y era profesor en Oxford. En 1920 le dio por escribir de economía, distinguiendo entre la riqueza
Resulta fácil, escribió Soddy, que el sistema financiero haga crecer las deudas (privadas y públicas) e imaginar entonces que esa expansión del crédito, esa riqueza virtual, equivale a la creación de riqueza verdadera. Sin embargo, en el sistema económico industrial, el crecimiento de la producción y del consumo implica a la vez el crecimiento de la extracción (y la quema) de los stocks de combustibles fósiles. Más crecimiento económico, más consumo de carbón, petróleo o gas.
Esa energía no puede ser reciclada. En cambio la energía del sol (que también se disipa, pero cuyo flujo durará muchísimo tiempo) es riqueza permanente para la humanidad. La contabilidad económica es falsa porque confunde el agotamiento de stocks y el aumento de entropía con la creación de riqueza.
La obligación de pagar deudas a interés compuesto se podía cumplir apretando a los deudores durante un tiempo, o mediante la inflación, que devalúa el dinero. Una tercera vía era el crecimiento económico que, no obstante, estaba falsamente medido porque se basa en stocks agotables y en una contaminación sin costo económico. Esa era la doctrina de Soddy, muy pertinente en la actualidad.
(*) ICTA-Universitat Autònoma de Barcelona
créditos de carbonoen mecanismos de
desarrollo limpio.
Frederick Soddy es un héroe de la economía ecológica. Ganó el Premio Nobel de Química como experto en radioactividad y era profesor en Oxford. En 1920 le dio por escribir de economía, distinguiendo entre la riqueza
virtualde las deudas y la riqueza real, pero efímera, proporcionada por la energía de los combustibles fósiles. Herman Daly coincide con él al proponer que el sistema bancario no pueda aumentar el crédito de manera desbocada y al limitar también las deudas públicas.
Resulta fácil, escribió Soddy, que el sistema financiero haga crecer las deudas (privadas y públicas) e imaginar entonces que esa expansión del crédito, esa riqueza virtual, equivale a la creación de riqueza verdadera. Sin embargo, en el sistema económico industrial, el crecimiento de la producción y del consumo implica a la vez el crecimiento de la extracción (y la quema) de los stocks de combustibles fósiles. Más crecimiento económico, más consumo de carbón, petróleo o gas.
Esa energía no puede ser reciclada. En cambio la energía del sol (que también se disipa, pero cuyo flujo durará muchísimo tiempo) es riqueza permanente para la humanidad. La contabilidad económica es falsa porque confunde el agotamiento de stocks y el aumento de entropía con la creación de riqueza.
La obligación de pagar deudas a interés compuesto se podía cumplir apretando a los deudores durante un tiempo, o mediante la inflación, que devalúa el dinero. Una tercera vía era el crecimiento económico que, no obstante, estaba falsamente medido porque se basa en stocks agotables y en una contaminación sin costo económico. Esa era la doctrina de Soddy, muy pertinente en la actualidad.
(*) ICTA-Universitat Autònoma de Barcelona
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