Comunismo, Estado de Bienestar... ¿Renta Básica?
George Monbiot07/04/13
Cualquier
intento de cuestionar a las élites requiere coraje, inspiración y una
propuesta que sea verdaderamente innovadora. Este artículo lanza dos
como punto de partida.
La
mayor parte de las personas son decentes, honestas y generosas. La
mayor parte de los que nos gobiernan son bastardos inveterados. Ésta es
la conclusión a la que he llegado tras muchos años de periodismo.
Mientras escribo sobre el Domingo Negro, justo cuando todo el espectro del gobierno británico comienza a atentar contra las vidas de los pobres, esta idea vuelve a asediarme.
"Armados
de una crueldad inhumana, aquellos que desviaron la mirada del pueblo
le culpan ahora de su ceguera". Este gobierno, cuya nefanda gestión de
la economía ha obligado a muchos a vivir de sus limosnas, culpa ahora a
los enfermos, a los desempleados y a los que sufren salarios precarios
de una crisis provocada por la élite más salvaje, y les castiga de forma
acorde. La mayoría de los afectados por el impuesto dormitorio,
introducido a día de hoy, son discapacitados. Miles de personas serán
desalojadas de sus viviendas y muchos más forzados a la indigencia. Se retirará la exención de impuestos sobre bienes inmuebles para los pobres;
se recortará la asistencia legal para pleitos civiles. Pese a ello, a
finales de esta semana aquellos que ganen más de 150.000 libras al año
verán cómo los impuestos sobre sus rentas disminuirán.
Dos
días después se recortarán los pagos de prestaciones a los pobres en
términos reales. Una semana después de esto, las miles de familias que
habitan en pueblos y municipios donde los precios de las viviendas son
más altos serán desahuciados debido al nuevo límite de prestaciones
concedidas. Estamos siendo testigos de una verdadera y salvaje guerra de
ricos contra pobres.
Por
tanto, la vieja pregunta vuelve con más fuerza: ¿Por qué la mayoría de
gente decente permite que la gobierne una minoría bruta y antisocial?
Parte de la razón es que esa minoría controla la película. Tal y como explicó John Harris en The Guardian,
un amplio número de personas (incluyendo muchas que dependen de ello)
han sido persuadidas de que la mayoría de los que reciben los beneficios
de la seguridad social son holgazanes irresponsables y defraudadores
libertinos. A pesar de todo lo ocurrido en los últimos dos años, parece
que Rupert Murdoch, Lord Rothermere y los otros magnates de los medios
de comunicación aún gobiernan el país. Su implacable propaganda, en la
que incluyen los casos más excepcionales y terribles con objeto de
caracterizar a toda una clase social, sigue siendo tremendamente
efectiva. El divide y vencerás tiene hoy más vigencia que nunca.
Sin
embargo yo he llegado a creer que hay otro mecanismo aún más profundo
en funcionamiento: la mayoría de las personas convive con el legado de
la esclavitud. Incluso en una democracia nominal como la del Reino
Unido, hasta hace poco más de un siglo la mayoría de sus ciudadanos ha
tenido algo que ver con la esclavitud: salarios de hambre, despidos a
voluntad, amenazas de castigos extremos por disentir o prohibiciones de
voto. Ellos vivieron bajo un grave y justificado miedo a la autoridad, y
este miedo ha pervivido y se ha transmitido durante las cinco o seis
generaciones que nos separan; además se ha visto ahora reforzado por la
inseguridad, la creciente desigualdad y el control partidista.
Cualquier
movimiento que persiga cuestionar el poder de la élite necesita
preguntarse qué hace falta para despertar a la gente y sacarla del
estado actual. La respuesta parece inevitable: esperanza. Los que
gobiernan en nombre de los multimillonarios se ven amenazados sólo
cuando se les confronta con el poder de una idea transformadora.
Hace
más de un siglo dicha idea fue el comunismo. Sin embargo, incluso en la
forma en que Marx y Engels lo presentaron, sus fallas eran evidentes:
el sistema binario y simplista en el que trataron de encajar a la
sociedad; su rechazo brutal de cualquiera que no se amoldara a su
dialéctica ("escoria de la sociedad", "instrumentos corruptos de la
aventura reaccionaria"); su reinvención de los filósofos-guardianes de
Platón, los cuales "representarían y se encargarían del futuro" del
proletariado; el poder sin precedentes sobre la vida humana que
concedían al estado; o el mito milenario de una solución final a la
lucha por el poder. Sin embargo, su promesa de otro mundo posible
impresionó a aquellas gentes que, hasta entonces, creían que no había
alternativa.
Hace
setenta años, en el Reino Unido, dicha idea transformadora fue la
erradicación del miedo y la miseria mediante la creación de un sistema
de seguridad social y un Servicio Nacional de Salud. Ésta llevó al poder
a un gobierno Laborista que fue capaz, pese a circunstancias económicas
mucho peores que las que nos azotan hoy, de construir una sociedad
justa a partir de una nación asolada y dividida. Éste ha sido el logro
que –mediante una serie de ataques repentinos, insólitos y no
consensuados– el gobierno de Cameron está ahora demoliendo.
Así
que, ¿dónde buscamos esa idea que haga que la esperanza sea más
poderosa que el miedo? Desde luego, no en el partido Laborista. Si Ed
Miliband ni siquiera tiene el valor de oponerse a un proyecto de ley
que deniega cualquier indemnización a los que buscan trabajo y han sido
estafados,
lo máximo que podemos esperar de él es un conservadurismo deslavazado
como el que extinguió cualquier aspiración bajo el gobierno de Tony
Blair.
La
semana pasada realicé un pequeño sondeo por Internet, pidiendo a los
encuestados que nombraran ideas inspiradoras y transformadoras. Las dos
más mencionadas fueron el impuesto único sobre el valor de la tierra y
la renta básica. Ocurre que ambas las fomenta el Partido Verde. En estas y otras medidas, sus políticas se muestran mucho más progresistas que las del Partido Laborista.
Ya traté el tema del impuesto único sobre el valor de la tierra en una columna que escribí recientemente.
La renta básica (también conocida como renta de ciudadanía) proporciona
a todo el mundo, rico o pobre, sin comprobar sus recursos ni
condiciones, una suma garantizada todas las semanas. Reemplaza algunas
pero no todas las prestaciones (habría, por ejemplo, subsidios extra
para los pensionistas y los discapacitados). Disipa el miedo y la
inseguridad integrando a la mitad más pobre de la población. La
supervivencia económica se vuelve un derecho y no un privilegio.
La renta básica
elimina el estigma de las prestaciones al mismo tiempo que resuelve lo
que los políticos denominan la trampa del bienestar. Puesto que al
aceptar un trabajo no se pierde el derecho a la seguridad social, no
habría falta de incentivos para buscar uno: todo el dinero ganado
supondría ingresos extra. Los pobres no se verían desesperados y
obligados así a obedecer a patrones sin escrúpulos: trabajarían sólo si
las condiciones son buenas y el salario es justo, y no aceptarían que se
les tratara como a una mula. Además mitiga el salvaje desequilibrio en
la puja por el poder que el sistema actual exacerba. Podría hacer más
que ninguna otra medida por desplazar el legado emocional de la
servidumbre. Se financiaría mediante un sistema de impuestos
progresivos: de hecho engrana muy bien con el impuesto único sobre el
valor de la tierra.
Estas
ideas requieren mucha valentía: el coraje de enfrentarse al gobierno, a
la oposición, a los plutócratas, a los medios y a la desconfianza de un
electorado receloso. Sin embargo, sin propuestas de esta magnitud la
política progresista está más que muerta. Ellas prenden esa preciosa
chispa tan raramente encendida en esta era de triangulación y cobardía:
la chispa de la esperanza.
George Monbiot es
uno de los periodistas medioambientales británicos más consistentes,
rigurosos y respetados, autor de libros muy difundidos como The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate Takeover of Britain, así como de volúmenes de investigación y viajes como Poisoned Arrows, Amazon Watershed y No Man's Land.
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