dimecres, 30 de setembre del 2015

La prioridad silenciada

Article publicat a  El País

La devastación medioambiental ha devenido en crisis existencial para la especie humana en su totalidad. Ya no estamos a tiempo de cambios gradualistas. Es preciso un cambio radical

Con incomparable diferencia, la más temible consecuencia del atronador griterío circundante es la ocultación de lo que a la sociedad debería ocuparle de veras. Tanto le aturde la algarabía, y hasta tal punto le deslumbran los focos del circo insomne, que no solo no acierta a distinguir las escasas voces significativas de los incontables ecos y falacias, sino que ni siquiera sospecha que son aquellas las que tendrían que acuciar su atención y sus actos. Engullidos por el torbellino de una disputa por la soberanía que la denostada aunque indispensable política debiera armonizar, los bandos en conflicto han antepuesto el maniqueísmo a la ponderación; el maximalismo simplista a la radicalidad de la moderación —siempre atenta a la prudencia y los matices—; la irresponsable demagogia mesiánica y populista a la responsable aunque comedida antiépica de una democracia adulta, basada en la conciencia de la ambigüedad e imperfección humanas y, por ende, en el diálogo pluralista, el valor de la ironía y la lucidez la razón.
Embriagada por este y otros espectáculos, sin embargo, la sociedad da la espalda a la peor amenaza que la Humanidad ha enfrentado: un desastre medioambiental planetario que inició la industrialización, hace dos siglos, y cuyos admonitorios efectos llevan décadas atronando. El diagnóstico de la comunidad científica al respecto es prácticamente unánime, aunque el pronóstico incluya dos posturas al menos: la de quienes, como Stephen Emmot (Diez mil millones, Anagrama), claman que el apocalipsis ecológico resulta imparable, dado que ya se habría rebasado el punto de no retorno; y la de los expertos (Tim Flannery, Aquí en la Tierra, Taurus) o investigadores (Naomi Klein, Esto lo cambia todo, Paidós) que, conscientes de la extrema gravedad del trance, sostienen que ese inminente rubicón no se ha alcanzado aún, y que durante unos pocos años —hasta 2020, si antes se adoptan medidas drásticas— seguirá abierta una menguante rendija de oportunidad y esperanza.
Las alarmas se han disparado, y cuesta contarlas. Desde que la industrialización comenzó, un aumento de 0.8ºC de la temperatura media global ha provocado múltiples desastres, que se agravarán a medida que el calentamiento frise los 2ºC; y, sobre todo, cuando rebase ese umbral en pos de los 4ºC, incremento “incompatible con cualquier posible caracterización razonable de lo que actualmente entendemos por una comunidad mundial organizada, equitativa y civilizada”, en palabras del reputado ecólogo Kevin Anderson.
Aunque tales calamidades llevan décadas gestándose, de modo relativamente inadvertible y gradual, los científicos temen que alteraciones cualitativas apenas predecibles precipiten súbitas y devastadoras catástrofes. Un derretimiento sin precedentes amenaza el Círculo Polar Ártico y la Antártida Occidental. Están elevándose y acidificándose los oceános, envenenenados por la polución química y los detritus plásticos. Antes de 2100 se extinguirá la mitad de todas las especies terrestres, aéreas y marinas, si prosigue la destrucción de la biosfera. Los bosques de la Amazonía y de otras regiones tropicales y subtropicales agonizan a años vista. Las olas de calor extremo, la contaminación omnipresente y la reducción de las reservas de comida y agua, entre otras plagas promovidas por el desaforado industrialismo y la antiética del capitalismo global, están ocasionando un irreparable deterioro de los ecosistemas y la biodiversidad que, además de desencadenar sequías, hambrunas y migraciones masivas, fomentará guerras, represiones y tiranías.
La amenaza no acaba aquí. A día de hoy, las emisiones están creciendo a tal ritmo que incluso el objetivo de los 2ºC se revela inasequible. Si el delirio continúa y no se adoptan medidas universales y taxativas, los ominosos 4ºC serán alcanzados y hasta sobrepasados —la Agencia Internacional de la Energía augura 6ºC—, y entonces la Humanidad habrá perdido el margen de control de que dispone aún. La devastación medioambiental ha devenido en crisis existencial para la especie humana en su totalidad, un jaque inminente que revela la esencial contradicción entre la preservación de la biosfera y una civilización extractivista, basada en la explotación de las personas y el expolio de la naturaleza. En este trance crítico, cualquier opción gradualista resulta inviable —incluida la superstición del crecimiento sostenible—, y urgente una trascendente mutación, individual y colectiva a la vez. No queda tiempo para especular: estamos en la Década Cero de una emergencia planetaria que, paradójicamente, podría y debería espolear una movilización multitudinaria e internacional. La supervivencia de la biosfera y de los seres humanos, íntimamente dependientes, se abrazan hoy en la misma causa.
 Albert Chillón es profesor de la UAB y escritor.

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