El economista Branko Milanovic alerta de los peligros que entraña la brecha económica para los países, a los que asegura que carcome y destruye
Branko Milanovic tiene el mundo en la cabeza. Su pensamiento es como su trayectoria, global. Hace años que este hombre piensa en cómo se reparte la riqueza en el mundo y en qué significa para los países, pero sobre todo para las personas eso que llamamos globalización. En su campo, este economista serboestadounidense es una eminencia que ha hecho casi de todo y al que se escucha con atención. Ha sido el director económico del departamento de investigación del Banco Mundial (1991, 2013) y profesor en las más prestigiosas universidades —ahora imparte clases en la City University de Nueva York—. Milanovic, de 61 años, no alberga ninguna duda de que esta es la era más desigual de la historia y de que esa brecha resulta un peligro para todos, también para las clases medias. De que más allá de cuestiones morales, la desigualdad es una plaga que carcome países y destruye sociedades. Ahora le preocupa el destino de Europa. “Hay una enorme falta de entendimiento entre el sur y el norte”, sentencia el autor de Los que tienen y los que no tienen (Alianza Editorial), que en mayo presenta Global inequality: A new approach for the age of globalization [Desigualdad global: una nueva aproximación en la era de la globalización], durante una reciente visita a Madrid, donde impartió una conferencia en la Fundación Rafael del Pino.
Pregunta. Hemos convivido con la desigualdad con cierta comodidad durante años. ¿Por qué de repente parece importarnos?
Coordenadas
Un libro. ‘Anna Karenina’. Muestra cómo las normas sociales destrozan el amor y a la gente.
Una voz. “Karl Marx, el científico social más influyente de la historia”.
Una certeza. “La mayoría de nuestras creencias y actitudes están determinadas por la sociedad, por dónde has nacido y vivido. Por lo tanto, considero las ciencias sociales mucho más importantes que las centradas en el individuo”.
Respuesta. La crisis ha supuesto un gran cambio. La desigualdad en la mayoría de los países desarrollados, sobre todo en Reino Unido y Estados Unidos, ha ido creciendo desde los ochenta. España no ha sido el único caso. Aquí había una desigualdad plana, es decir, no aumentaba. Lo que ha pasado con la crisis es que se frenó el crecimiento en los ingresos de mucha gente o incluso disminuyeron y se dieron cuenta de que había grupos de gente por arriba que tenían ingresos mucho mayores y que además habían estado creciendo durante 20 años. Eso ha acabado trayendo este asunto al primer plano. Hay otros elementos adicionales. Si nos fijamos en EE UU, un poco como en España, allí los bancos fueron rescatados con dinero del contribuyente. La gente veía cómo para los tipos ricos, el Estado era una garantía. Veía cómo cuando las cosas no iban bien, a los contribuyentes les tocaba pagar, pero cuando iban bien, no se beneficiaban. Luego estalló la burbuja inmobiliaria a los ciudadanos y los que dejaron de poder pagar su hipoteca empezaron a preguntarse por qué otros sí podían pagar las suyas. Los expertos conocíamos bien la dimensión de la desigualdad, la diferencia es que no era una cuestión social como es ahora.
P. Más allá del umbral moral de cada uno, ¿por qué debe preocuparnos la desigualdad?
R. Debemos preocuparnos porque hay muchas evidencias de que la desigualdad no es buena para el crecimiento. Crea divisiones sociales y si a los ricos no les interesa financiar la educación, hospitales o carreteras, la desigualdad aumenta. Si hay desigualdad de oportunidades, pierdes además a mucha gente inteligente y esa no es una buena idea en términos económicos. Y luego está la cuestión de la cohesión social. Los países con mucha desigualdad puede que legalmente sean un solo país, pero en realidad están profundamente divididos y no pueden funcionar ni existir como sociedades. Por eso, no se trata de que nos guste más o menos la desigualdad, es que es venenosa, destroza las sociedades y es perjudicial para la democracia.
P. Usted defiende que no todas las grandes fortunas del mundo son iguales, que debemos diferenciar entre los creadores, que aportan a la sociedad, y los depredadores, que solo vampirizan. ¿De qué sirve etiquetar?
R. Por un lado, están los ultrarricos que crean cosas como puede ser Microsoft. Luego están los que disfrutan de los monopolios del Estado y los que han heredado su riqueza. Por último, están los que utilizan el poder político para hacerse ricos, como Berlusconi.Diferenciarlos ayuda a ejercer presión social para modificar los comportamientos. Yo, además, soy partidario de subir los impuestos de sucesiones al máximo.
P. Dice también que cerca del 80% de los ingresos de una persona dependen de dónde haya nacido y de la clase social a la que pertenezcan sus padres. Según esos cálculos, no parece que le quede demasiado margen a la política para promover la movilidad social.
R. Globalmente, sus ingresos dependen en más de un 50% de que usted haya nacido en España. Del resto, el 20%, de quién sean sus padres, y solo luego viene el esfuerzo, la suerte, la raza y el género. Si miramos solo a España, no en el contexto global, las cifras evidentemente varían. En cualquier caso, lo que más pesa son elementos exógenos que no tienen que ver con la meritocracia. Ortega y Gasset tenía razón. Uno es uno y sus circunstancias.
P. Si pudiera elegir, ¿en qué país nacería?
R. Luxemburgo sería una buena opción, porque cuanto más rico el país, mejor. Estados Unidos, otra. Luego obviamente están los países con un buen acceso a los bienes públicos, como los países nórdicos. Nacer en España no es una mala opción.
P. ¿En una era tan globalizada, es posible atajar la desigualdad en el ámbito nacional?
R. La desigualdad comienza en el ámbito nacional, donde actúan los Gobiernos, pero luego está la ayuda internacional o la inmigración que desdibuja las fronteras. La inmigración es el resultado de una globalización muy desigual. Nunca en la historia había habido tanta desigualdad. La globalización también hace que sea más barato y más fácil emigrar a otro país.
P. Usted defiende que no puede haber libre circulación de bienes y servicios sin libre circulación de personas. Europa parece ir en dirección contraria. El Mediterráneo se ha convertido en una fosa común, mientras los gobernantes pelean en Bruselas por ver quién acoge a menos refugiados.
R. Me impresionó mucho cuando en Italia vi por primera vez a gente viviendo y cocinando en un parque. El problema es especialmente complicado porque Europa, a pesar de ser muy rica, está en crisis y, a diferencia de Estados Unidos, no está acostumbrada a ser un país de acogida sino de emigrantes. Pero la gran cuestión son los cambios demográficos que harán que, en 30 años, en África subsahariana haya el triple de población que en Europa. Por eso, a largo plazo, no hay manera de evitar este problema. La única solución es un sistema de cuotas, un sistema ordenado en el que los países emisores contribuyan a controlar el número de personas que salen. La situación ahora es catastrófica por la falta absoluta de políticas. Lo único que les interesa es devolverlos a otros países. Hay que entender que la inmigración no nace de la nada, que es un movimiento de trabajadores paralelo a la libre circulación de mercancías y servicios. No podemos querer una cosa y no la otra. No podemos mantener una globalización selectiva.
P. Hablemos de Europa. Usted ha sido un firme defensor de la adhesión de los Balcanes a la Unión Europea. Hace ya algunos años que el optimismo de las ampliaciones se ha esfumado y marchamos más bien en sentido contrario, con la eurofobia avanzando a buen ritmo en pleno corazón de la Unión.
R. Soy pesimista. Hace 20 años, Europa era un proyecto que se consideraba muy beneficioso. Había una convergencia de países como España, Portugal, Grecia o Polonia. Pero Europa ha cometido dos grandes errores: Ucrania, que ha puesto a Rusia en una posición imposible, y la guerra de Libia. Luego llegó la crisis griega. Hay una gran fatiga respecto a la ampliación, pero dejar a los Balcanes fuera solo exacerbará la inestabilidad en un contexto de nueva guerra fría. Está claro que los Balcanes son el lugar donde Occidente y Rusia van a chocar. Es otra fuente de inestabilidad con la que la UE no sabe qué hacer.
P. ¿Cómo interpreta la crisis de la eurozona? ¿Cree como dicen algunos que cuestiona la propia existencia del sistema?
R. Esta crisis va a dejar mal sabor de boca a muchos y la política de los alemanes tendrá un efecto psicológico negativo. No va a desaparecer, pero si al final seis países del norte de Europa van a quedar dentro de la eurozona, no tiene sentido. Pero lo que está claro es que el proyecto entero está paralizado y, en algunos aspectos, en retroceso. Las percepciones entre el sur y el norte de Europa son tremendamente diferentes.
P. En España parece que estamos dejando atrás la fase más aguda de la crisis. La imagen que emerge después de la catástrofe es la de un país más desigual. ¿Hasta qué punto es este un escenario poscrisis típico? ¿Cómo ve el futuro de España?
R. Las cosas deberían mejorar a partir de ahora. El panorama político ha cambiado. Es el único país en el que han surgido dos nuevos partidos y eso es bueno. Llega gente nueva que no trae la mochila de la corrupción. Lo que está pasando en Grecia no sirve como referencia para la izquierda española, porque no han tenido tiempo de hacer política, son bomberos. Será interesante ver cómo se redefine la izquierda.
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