Diari ARA. 30 de abril de 2014, Gustavo Duch
Como
explicaré, son muchos los análisis que indican que los países
industrializados podemos encontrarnos, dentro de 20 ó 30 años, con
problemas de abastecimiento alimentario. Pero, como verán, el escenario
de crisis económica actual nos regalará un tiempo precioso para
evitarlo.
Las razones científicas son tres. En primer lugar, hemos de tener en cuenta que nuestra alimentación depende en gran medida de la agricultura industrial, es decir, de industrias dedicadas a la agricultura y a la ganadería a gran escala. Este modelo de agricultura es absolutamente dependiente de insumos externos como el petroleo y los fertilizantes, que, aunque no parece que lo interioricemos, sabemos que son finitos y que ya tienen fecha de caducidad. El petróleo, necesario para mover la maquinaria, para transportar materia prima, para refrigerar naves, etc. ya ha superado su pico productivo y progresivamente será más difícil y caro disponer de él; y las reservas de uno de los minerales elementales de la agricultura intensiva, el fósforo, se agotarán sobre el año 2033.
Dejar
de lado la agricultura propia, la de nuestro propio campesinado, nos ha
llevado, en segundo lugar, a ser dependientes de alimentos que llegan
del exterior. Los cálculos más conservadores dicen que un 60% de lo que
tenemos en nuestras mesas llega de terceros países, por ejemplo pescados
como la merluza, el atún o el panga, pero también frutas, verduras e
incluso garbanzos y lentejas. Salir a los mercados internacionales a
comprar comida es muy arriesgado
para países con balanzas desestabilizadas y economías en crisis como la
nuestra. Pensemos, por ejemplo, en lo que podría ocurrir si se repiten
movimientos especulativos con los granos básicos, como lleva sucediendo
en los últimos 10 años. Los precios de los alimentos se dispararían
hasta cifras que harían complicada su importación, bien por nuestra
débil capacidad económica, bien por no poder competir con otros países
que buscarán alimentos en los mismos mercados. O pensemos en cómo está
afectando la crisis en Ucrania a las industrias que requieren de su
grano para elaborar los piensos de una ganadería
desconectada de la tierra, es decir, totalmente dependiente de mercados
internacionales. Y, ¿cómo podremos acceder a los alimentos cuando,
según el último informe del IPCC los descensos productivos de los
cultivos básicos (entre
el 5 y el 10 % para 2030 y de hasta el 25 % hacia 2050) por el
calentamiento del clima llevarán a que el precios de los alimentos
aumenten entre un 3 y 84% hasta el año 2050?
En
tercer lugar, y hablando también de recursos naturales, un factor
preocupante para asegurar la producción de comida es la disponibilidad
de tierra fértil o arable. Contabilizar la tierra que ha sido colonizada
por polígonos, autopistas o vías de tren -sin querer pensar en lo que
ocurriría si se desarrollan proyectos de fracking- y sumarle las tierras
que de tanto exigirles han perdido fertilidad, nos da un resultado de
máxima preocupación: cada siete segundos desaparece una hectárea fértil
en el mundo. Esta es una de las razones de la actual carrera de muchos
estados y multinacionales en busca de tierra fértil en terceros países.
Pero, ¿las conseguiremos? ¿Estarán a nuestro servicio?
Tres
supuestos que individualmente o en combinación, apuntan a un acelerado
declive productivo junto con un aumento de la incerteza de
aprovisionamiento de las materias primas.
Pero
esa creencia, que de tanto repetirse hemos aceptado como cierta: ‘la
economía puede crecer ilimitadamente’, puede darnos el tiempo necesario
para reaccionar, pues las industrias alimentarias en su aspiración de
expansión continua se han ligado a la necesidad de capital financiero, y
éste, para conseguir la devolución de sus créditos y sus intereses, les
obliga, en una espiral mortal, a unas producciones y rentabilidades que
chocan con los mismos límites naturales antes mencionados. Como dice
Richard Heinberg en su libro ‘El Final del Crecimiento’, “una crisis de
crédito prolongada podría devastar la oferta de alimentos mundial tan
dramáticamente como cualquier acontecimiento climático imaginable”.
De
hecho ya hay algunos casos que nos permiten decir que, antes que
quiebren los grandes negocios alimentarios por problemas en la
producción o de venta, quebrarán por no poder manejar una deuda del todo
insostenible.
Y,
efectivamente, lo más inteligente para evitar llegar al colapso
alimentario será aprovechar el espacio que entre bancarrota y
liquidaciones irá dejando el modelo de agricultura industrial,
globalizado, centralizado, financiarizado y, como hemos visto, tan
inestable, para (re)construir un modelo de agricultura que no vaya
ligado a la economía del crecimiento perpetuo, la peor de las quimeras.
Tenemos
el tiempo justo para desarrollar una agricultura relocalizada en
nuestros propios territorios y con nuestra población, ajena a intereses
financieros, en pequeñas realidades económicas interconectadas, con la
sabiduría de producir lo necesario sin esquilmar, así como el tiempo
para progresivamente volver a consumos alimentarios sostenibles.
Es momento de matar el hambre del futuro.
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