22/04/2016
Sergio Sastre (ENT)
Dentro de la UE, economía circular es un término acuñado desde el ámbito político con el fin de ilustrar el camino a seguir con respecto a la eficiencia el uso de los recursos. El último Paquete de Economía Circular puesto en marcha por la Comisión Europea a finales de 2015 [1], incluye una propuesta de enmienda de diversa legislación en materia de residuos sólidos muncipales, envases y otros. Además, se establecen los principales elementos discursivos enmarcados en el discurso de la Economía Circular.
Como señalaban Lakoff y Johnson hace tres décadas en su libro “Metaphors we live by” [2], el lenguaje importa cuando se trata de construir realidades. Los discursos, a menudo repletos de metáforas, nos ayudan a comprender e interpretar el mundo que nos rodea. En un contexto de crisis social, económica y ambiental global, la forma en que las narrativas sobre el cambio ambiental global se construyen, condicionan su diagnóstico y por lo tanto las acciones a llevar a cabo.
En este contexto, desde la publicación del influyente informe “The Limits to Growth” [3] de Meadows y otros a principios de los años 70, una serie de discursos encabezados con atractivos slogans como “desarrollo sostenible” y “economía verde” han surgido con el fin de absorber y recodificar su mensaje en un tono más inofensivo. Esto ha contribuido a evitar desafiar las inconsistencias en el núcleo del concepto moderno de desarrollo: un crecimiento económico sin fin (a su vez una de las principales piezas del imaginario del desarrollo moderno) es inviable desde el punto de vista ecológico (además de dudosamente deseable desde un punto de vista social).
La economía circular es la puerta de entrada a la última trampa discursiva nacida del status quo con el fin de, por un lado, mostrar una de las caras más visibles de los problemas ambientales (p.e. residuos sólidos), y por el otro dejar intactas las bases ideológicas en que se asienta el mundo rico tal y como lo conocemos hoy en día.
Desde el punto de vista de un economista ecológico, la economía circular se revela fácilmente como uno de estos dispositivos discursivos porque comparte los principales rasgos de sus predecesores, el optimismo tecnológico y el hecho de ignorar las leyes de la termodinámica. Así, en palabras de José Manuel Naredo, la fantasía de un carrusel sin fin de la producción y consumo [4] (primera página de cualquier libro de la carrera de ciencias económicas) puede extenderse hacia el mundo físico de los productos y residuos.
La magnitud del carrusel ha sido ya calculada a nivel mundial [5]: el reciclaje alcanzó el 10% del total de las salidas del sistema económico. En Cataluña la situación no es muy diferente (Figura 1). Incluso si el ecodiseño y el reciclaje tienen espacio para mejorar, sólo una pequeña parte de los materiales que procesa una economía puede ser “circular”. Por ejemplo, la generación de residuos sólidos alcanzó 11 millones de toneladas en 2010, mientras que la economía catalana necesitó la extracción de 300 millones de toneladas de minerales de construcción en su propio territorio para ser procesados el mismo año. Por lo tanto, la cuestión es cómo hacer frente a las crecientes necesidades materiales para el proceso económico (consumo y exportaciones), ya sea doméstico o importado, y más cuando el PIB y el uso de los recursos están tan estrechamente vinculados. Sin embargo, hacer frente a estos puntos es políticamente más incómodo que promover el reciclaje de los residuos de envases.
Figura 1. Balance de masa de la economía catalana, 2010. Fuente: Sastre et al. 2015 [6].
Por otra parte, los trabajos a menudo ignorados de Nicholas Georgescu-Roegen sobre la Ley de la Entropía y el proceso económico [7] ya señalan que una parte de los materiales y la energía utilizada por los sistemas socioeconómicos se pierde irreversiblemente. Por tanto, una vez más, el reciclaje y el ecodiseño no son suficientes.
Mientras que el aumento del PIB implique el aumento del consumo material y de energía en un mundo finito, la atención debe centrarse en cuestionar la racionalidad del crecimiento económico como fin. En la medida en que la economía circular evite este debate, permanecerá en una zona de confort intelectual y político. De ahí su creciente éxito.
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