Article publicat a Viento Sur
¿Qué modelo no productivista?
Por Michel Husson
Esta contribución1
aborda varios puntos unidos por un hilo conductor: en torno
a la imprecisa noción de anti-productivismo, hay una misma lógica
anticapitalista que debe permitir combinar la cuestión social y la cuestión
medioambiental. Hubo un tiempo en que el movimiento obrero era
productivista. Por poner sólo un ejemplo, el “contra-plan” del PSU2
de 1964
criticaba al plan gubernamental por programar sólo un crecimiento del 5%
anual. Hoy día, muchos sectores de la izquierda reflexionan sobre la posibilidad
de un modelo no productivista, a veces denominado ecosocialismo. Esta
evolución se explica por diversos factores que aquí sólo vamos a recordar: las
crisis petroleras de los años 70, la toma de conciencia del desafío climático, la
perspectiva de un estancamiento secular, etc. Y recoge también los elementos
de una crítica de la sociedad de consumo, ya presentes en los años 70.
Capitalismo y socialismo: dos lógicas diferentes
Puede que no sea inútil recordar brevemente que, en abstracto, hay dos modos
de organización económica y social. En lo que se refiere al capitalismo, las
cosas están claras: su programa consiste en conseguir el máximo de beneficio
permitido por la demanda social efectiva. Esto quiere decir que los capitalistas
sólo venden sus mercancías a condición de que tengan un valor de uso, esto
es que respondan a una demanda social, aunque evidentemente una demanda
efectiva, dotada del correspondiente poder de compra. La “micro-economía”
pretende demostrar que el encuentro entre los comportamientos de los
“productores” (que maximizan su beneficio) y de los “consumidores” (que
maximizan su “utilidad”) conduce a un óptimo, siempre que diversas rigideces
no obstaculicen su realización.
Este atentado ideológico tiene la función de simetrizar los objetivos y las
presiones, pero también la de negar la posibilidad misma de otra organización
social, el socialismo, cuyo programa sería en cambio maximizar el bienestar
social permitido por los recursos movilizables, conduciendo a resultados
completamente diferentes. Estos recursos son el trabajo humano (y los
productos de este trabajo humano), pero también la naturaleza. El trabajo y la
naturaleza son, en expresión de Marx, el “padre” y la “madre” de toda creación
de valores de uso, o dicho de otra manera, de “riqueza material”3
. Esto quiere
decir también que la “ecología social” que trata de la condición del trabajador y
la ecología a secas intervienen con la misma importancia, en tanto condiciones
en la definición del óptimo social, y estas condiciones dan lugar a arbitrajes que
son fruto de la deliberación democrática.
El capitalismo y el socialismo hacer jugar por tanto un papel diferente a los
fines y a los medios. En el capitalismo, las decisiones privadas dominan sobre
las elecciones sociales. Y las formas de cálculo económico de estos dos
sistemas sociales no tienen el mismo criterio de eficacia. El capitalismo mide la
eficacia por el beneficio, mientras que el criterio del socialismo es el bienestar
social, ponderado por el respeto da los derechos humanos y las obligaciones
ambientales.
Hay por tanto dos cálculos económicos posibles y dos criterios de eficacia. Por
poner un ejemplo concreto, los medicamentos, el criterio capitalista es
maximizar el rendimiento de las inversiones de los grupos farmaceúticos,
mientras que el criterio socialista consiste en maximizar el número de pacientes
tratados. Se puede comprobar fácilmente que la aplicación de uno u otro de
estos criterios no conduce al mismo “efecto útil”4
.
Estas consideraciones5
permiten clarificar el debate contemporáneo sobre los
nuevos indicadores de riqueza. Demostrar que el PIB no mide el bienestar o la
felicidad puede ser útil para la crítica del capitalismo productivista, pero es
descubrir la pólvora. El PIB corresponde a la lógica del capitalismo, y es por
tanto un instrumento adecuado para su estudio. Rechazarlo es tan absurdo
como rechazar la observación de la tasa de beneficio porque se obtiene a costa
de los asalariados (¿habría que dejar de hablar también de la dureza del
trabajo?).
Construir indicadores cualitativos, multidimensionales o sintéticos para medir el
bienestar es desde luego necesario, aunque ya disponemos, por ejemplo, del
indicador de desarrollo humano del PNUD (Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo), o en materia de pobreza, desigualdades, acceso a la salud,
etc. ¿Bastaría con cambiar el instrumento de medida para que la máquina
funcionase de otra manera? Sugerirlo es dar importancia al bluff de Sarkozy
cuando declaró que “no cambiaremos nuestros comportamientos si no
cambiamos la medida de nuestros resultados” 6
. Pero lo más grave es que esta
reflexión sobre los indicadores lleva a propuestas contraproductivas. Habría
que corregir, por ejemplo, el PIB y calcular un PIN (Producto Interior Neto)
obtenido descontando la “usura del capital natural”. Esto supone dar un precio
a lo que no lo tiene, y conduce a monstruosidades como ese estudio, entre
tantos otros, que evaluaba en “970 euros, por hectárea y año, el valor medio a
conceder a los ecosistemas forestales metropolitanos” 7
.
Pretender corregir de esta manera el PIB, intentando evaluar el equivalente
monetario de las actividades no mercantiles o, peor aún, de los recursos
naturales y sus “servicios”, es un contrasentido total, puesto que se trata
precisamente de distinguir el bienestar (valor de uso) de la producción de
mercancías (valor de cambio) 8
.
Las respuestas capitalistas al desafio medioambiental
Antes de la toma de conciencia del riesgo climático, la economía dominante
concebía el proceso de producción como la combinación de dos factores: el
capital y el trabajo. Se consideraban estos dos factores como intrínsecamente
sustituibles, en el sentido de que se podía reemplazar a uno por otro en función
de sus precios relativos. La energía no intervenía directamente en esta
representación, o sólo por medio de las inversiones requeridas.
Era tanto como olvidar que el crecimiento del PIB mundial ha ido acompañado
de un crecimiento igualmente considerable del consumo de energía desde
mediados del siglo XIX. El siguiente gráfico muestra cómo el PIB mundial se ha
multiplicado por 50 entre 1860 y 2008, y el consumo de energía por 18 en el
mismo período. La relación entre estas dos cifras muestra sin embargo que la
intensidad energética (el gasto de energía por unidad de PIB) ha disminuido de
forma constante. El desarrollo del capitalismo se ha basado por tanto en la
disponibilidad de fuentes de energía poco costosas, aunque se ha esforzado
también en hacer bajar el coste y en reducir el uso.
El aumento del precio del petróleo y la necesidad de tener en cuenta la
cuestión medioambiental llevaron a la economía dominante (denominada
neoclásica) a completar estos esquemas teóricos introduciendo un tercer factor
de producción –la energía– junto al capital y el trabajo. Pero ha conservado en
lo fundamental la misma hipótesis de “sustituibilidad” entre estos tres factores.
Esto lleva a postular que basta con aumentar el precio de la energía para
reducir su uso, al igual que bastaría, según los economistas neoliberales, con
bajar el coste del trabajo para crear empleos.
Por eso, la economía dominante preconiza esencialmente soluciones
mercantiles: ecotasa y mercado de derechos de emisión. No obstante, hay que
hacer aquí de abogado del diablo y decir que estos mecanismos no deben ser
sistemáticamente rechazados. Aumentar el coste de la energía no es irracional:
¡basta con imaginar lo que ocurriría si fuese nulo! Y el alza del precio del
petróleo ha incitado a reducir su uso. En cuanto al mercado de derechos de
emisión, su principio puede ser descrito como un sustituto de la planificación,
en la medida en que tiene que repartir el esfuerzo de reducción de las
emisiones de gas de efecto invernadero en función de las propiedades
tecnológicas de cada proceso de producción.
Pero estos dos enfoques no están a la altura de los retos y chocan con la lógica
capitalista. Los derechos de emisión han dado lugar a una especulación
financiera que ha hecho bajar el precio del carbono a un nivel que hace ineficaz
el mecanismo. En cuanto a los proyectos de ecotasa, chocan con resistencias
sociales, porque sus modalidades de puesta en marcha hacen recaer la carga
sobre el salario socializado más que sobre el beneficio de las empresas.
El único ejemplo de éxito es el tratamiento de los gases CFC
(clorofuorocarburos) destructores de la capa de ozono. El protocolo de
Montreal de 1987 ha conducido al abandono casi completo de su utilización
veinte años más tarde. Es verdad que han sido sustituidos por los gases
HCFC (hidroclorofluorocarburos), menos nefastos, pero el balance muestra la
eficacia de las normas cuantificadas, o dicho de otra manera el boceto de una
planificación.
La amplitud de los desafíos: ¿objetivos fuera de alcance?
En su último informe, el GIEC (Grupo de expertos intergubernamental sobre la
evolución del clima) fija el objetivo de un recalentamento que no supere los 2ºC
a final de siglo (respecto a los niveles preindustriales), lo que implica que la
concentración de gases de efecto invernadero no supere los 450 ppm en
equivalente-CO2. Los escenarios para alcanzar este objetivo “son
caracterizados por una reducción de las emisiones mundiales de gas de efecto
invernadero de 40% a 70% en 2050 con respecto a 2010 y niveles de
emisiones próximos a cero en 2100”9
.
¿Cuál es la tasa de crecimiento del PIB mundial compatible con la necesaria
baja de emisiones de CO2? Para aclarar esta cuestión, partimos de la definición
de la intensidad-CO2 (ICO) que mide la cantidad de CO2 emitida por unidad de
PIB mundial. El PIB compatible con un objetivo de emisiones se dedude del
objetivo de reducción de las emisiones y de la hipótesis hecha sobre el
descenso de la intensidad-CO2
10.
Para simplificar (dejando de lado los otros gases de efecto invernadero: metano
y protóxido de nitrógeno), el GIEC fija como objetivo mínimo dividir por dos las
emisiones de CO2 en el horizonte 2050. Se puede construir una tabla que
ofrece el crecimiento del PIB compatible con este objetivo para diferentes
hipótesis sobre el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 (gráfico 2).
Gráfico 2 Emisiones de CO2 y PIB compatible
El punto A corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la
intensidad-CO2 es, de aquí a 2050, el mismo que el observado durante las dos
últimas décadas, o sea -1,7% anual. El objetivo de dividir por dos d las
emisiones de CO2 implica que el PIB mundial deje de crecer de aquí a 2050.
El punto B corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la
intensidad-CO2 pasa al 3% anual. En este caso, el crecimiento del PIB mundial
compatible es de 1,3% anual, o sea una ralentización muy marcada respecto a
las últimas décadas.
Este mismo instrumento permite evaluar los resultados del último informe del
GIEC, muy poco discutidos desde este ángulo. Lo menos que se puede decir
es que son paliativos. El escenario medio propuesto por el GIEC implicaría una
ralentización del crecimiento del consumo de sólo un 0,06% anual. Dicho de
otra manera, si el crecimiento del consumo de referencia es del 2% anual, será
de 1,94% anual con reducción de las emisiones11.
Se puede asimilar aquí consumo y PIB y volver a la tabla climática (gráfico 2).
Demuestra que el escenario medio del GIEC postula un descenso de la
intensidad-CO2 a un ritmo más que el doble respecto al de las dos últimas
décadas. Este ejercicio, aunque muy simplificado, permite dejar claras las
hipótesis implícitas de los escenarios del GIEC12.
Dicho de otra manera, el GIEC postula que en los próximos 40 años, el
contenido en CO2 de una unidad de PIB podría ser dividida por más de cuatro.
Este resultado sólo podría ser alcanzado por el juego combinado de muchos
factores –tecnológicos y sociales– que se pueden clasificar en dos grandes
categorías: los que reducen el contenido en energía del PIB, los que privilegian
las energías más “limpias”. Es legítimo preguntarse si se puede alcanzar un
objetivo tan ambicioso, y esta cuestión nos lleva a discutir sobre las soluciones
peligrosas o insuficientes.
Las soluciones a evitar
En primer lugar está la población. Según la ONU, la población mundial debería
pasar de 7,3 mil millones en 2015 a 9,7 mil millones en 205013, o sea un
crecimiento anual medio de 0,8%, a descontar por tanto del crecimiento del PIB
para obtener el de PIB per capita. Permanecieendo igual todo lo demás, el
crecimiento de la población contribuiría al aumento del consumo de energía y
por tanto de las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto llevó a una
corriente neo-malthusiana a hacer de la población una variable de ajuste. Pero,
a menos que caigamos en soluciones bárbaras, hay que actuar sobre los
factores sociales que aceleran la transición demográfica haciendo descender la
tasa de fecundidad: reducción de las desigualdades, y sobre todo la condición
social de las mujeres14
. Esto es en líneas generales lo que modeliza el
escenario base de la ONU, que ofrece una progresión de la población mundial
de 0,5% en lugar de 0,8% entre 2015 y 2050, es decir, mil millones de seres
humanos “menos” en 2050.
Otra vía a examinar de manera crítica es el “decrecimiento”. El peligro que
presenta esta ideología se encuentra sin duda en un viejo artículo de Serge
Latouche15
, donde afirmaba que “mantener o, peor aún, introducir la lógica del
crecimiento en el Sur con el pretexto de salir de la miseria creada por este
mismo crecimiento, sólo puede occidentalizarlo un poco más”. Y cuando JeanMarie
Harribey16
afirmaba el derecho de los pobres “a un tiempo de crecimiento
para construir escuelas, hospitales, redes de agua potable y alcanzar una
autonomía alimenticia”, Latouche replicaba que “en esta propuesta que parte
de un buen sentimiento hay un etnocentrismo vulgar que es precisamente el
del desarrollo”. Y llega a preguntarse si las escuelas y los hospitales son “las
buenas instituciones para introducir y defender la cultura y la salud”.
Ciertamente, como dice el propio Latouche, el decrecimiento es un “slogan” y
esta corriente de pensamiento no está unificada. Si se trata de cuestionar la
huida hacia delante en el crecimiento y el sobreconsumo, es posible una amplia
convergencia. En cambio, hay que rechazar las asimilaciones, o incluso
amalgamas, entre crecimiento y búsqueda de un nivel de vida decente, entre
análisis económico y “economicismo”, entre desarrollo y etnocentrismo. Lo más
importante es que muchos de los defensores del decrecimiento no plantean
nunca la cuestión de las estructuras sociales que engendran la carrera al
productivismo y, en consecuencia, se expresan en forma de exhortaciones
culpabilizadoras. Otros, en cambio, se comprometen en luchas económicas y
sociales portadoras de alternativas concretas.
Haría falta aquí largos desarrollos sobre una imprescindible teoría de las
necesidades, por lo que nos limitaremos a emitir de forma muy resumida dos
hipótesis. La primera es que existe una definición universal de las necesidades,
que podría calificarse de humanista, que pueden agruparse, como lo hace Ian
Gough, en dos grandes categorías: la salud y la autonomía17
. La segunda
hipótesis, que puede calificarse de materialista, no hace más que retomar la
célebre fórmula de que “la existencia determina la conciencia”. Consiste en
hacer la apuesta de que la modificación de las condiciones sociales de
existencia pueda transformar las necesidades y los deseos de los individuos.
Esta hipótesis se apoya, por ejemplo, en los trabajos de Richard Wilkinson18
,
que establecen múltiples correlaciones entre las desigualdades sociales y el
nivel de salud (definida en sentido amplio). Su mensaje es muy claro: la
igualdad es la condición absoluta del bienestar social y de la verdadera libertad,
definida como “el sentimiento de no ser menospreciado ni tratado como
inferior”. Y la naturaleza humana no estaría condenada a la codicia, sino que
oscilaría entre dos aspiraciones contradictorias –ccoperación y dominación– en
una “combinación” específica en cada sociedad.
Hay que superar por tanto la crítica subjetivista del hiperconsumo y cierta
manera de revertirlo. Como escribe de manera cáustica Richard Smith19
sobre
el Worldwatch Institute: “Piensan que es la cultura consumista la que empuja a
las empresas a la sobreproducción. Su solución es por tanto transformar la
cultura, haciendo que la gente lea sus informes y se reeduquen para que
comprendan la locura del consumo y se decidan a renunciar al consumo inútil –
sin transformación de la propia economía. Pero no es la cultura la que
determina la economía, es ante todo la economía la que determina la cultura”.
Los límites del capitalismo verde
“Un capitalismo estacionario es una contradicción en los términos”. Se suele
recordar con frecuencia esta cita de Schumpeter20, el teórico de la “destrucción
creadora”, y con razón. La competencia entre capitales individuales pasa en
efecto por la acumulación, la búsqueda incesante de mejoras de productividad,
la lucha por ganar partes de mercado, la rotación acelerada del capital, la
obsolescencia de los bienes producidos. Hoy día ocurre a escala planetaria y
escapa a cualquier intento de regulación real. La búsqueda del beneficio es el
fundamento de esta dinámica, traducida en la necesidad de producir siempre
más.
Esta lógica tiene varias consecuencias en materia energética. Ya se ha visto
que el crecimiento capitalista está directamente asociado a un consumo
creciente de energía. Pero también lo está la tasa de beneficio, y se puede
mostrar (en el caso de Francia) un estrecho vínculo entre las fluctuaciones de
la tasa de ganancia y el coste del consumo de energía (gráfico 3). En fin, la
competencia tiene como efecto suprimir las “buenas prácticas” en materia
ecológica, así como en el ámbito social.
Gráfico 3
Tasa de ganancia y consumo de energía. Francia 1960-2014
El “capitalismo verde” puede ciertamente apoderarse de algunos sectores, a
condición de que sean rentables, pero es globalmente incompatible con una
transición energética generalizada que conduciría, más allá de cierto umbral, a
una baja de rentabilidad. Y su extensión está además limitada por las políticas
neoliberales que pretenden reducir la intervención pública que podría dar
solvencia a algunas inversiones verdes. Por todas estas razones, el
“capitalismo verde” es un oximorón, como lo demuestra Daniel Tanuro en su
obra de referencia22.
Los dilemas de reparto
El problema más difícil es sin duda el reparto de las mutaciones necesarias
entre los países avanzados y el resto del mundo. Las proyecciones disponibles
muestran que la mayor parte de las emisiones futuras procederán de los países
llamados emergentes o en desarrollo. ¿Hay que deducir de ello que los países
del Sur deberán realizar los esfuerzos más importantes?
Algunos nos explican que si los países en desarrollo adaptasen el modelo
“productivista” y energívoro de los países del Norte, estaría asegurada la
catástrofe climática. No es falso, pero de ahí se pueden sacar conclusiones
diametralmente opuestas. En la versión más fundamentalista del decrecimiento
a lo Latouche, los países del Sur deberían renunciar a “tener” y contentarse con
“ser”, que es toda su riqueza. Los neo-malthusianos más reaccionarios llaman
implícitamente a una forma de eugenesia planetaria: que los pobres se mueran
de hambre por la sequía, engullidos por el ascenso de los océanos o se
entrematen por el acceso a las tierras cultivables o al agua, y así tendríamos
una parte de la solución. Estas posiciones extremas pocas veces se explicitan,
pero reflejan una realidad: los más vulnerables a los desarreglos climáticos son
los pobres.
Pero esta lógica olvida varias cosas. Por definición, la mayor parte de los gases
de efecto invernadero ya acumulados en la atmósfera ha sido emitida por los
países industrializados, y las emisiones por habitante siguen siendo hoy mucho
más elevadas en los países avanzados. Además, una parte de las emisiones
de los países emergentes corresponde a la producción de bienes que serán
consumidos en los países avanzados. Esta constatación es la base del
enfrentamiento entre China y los Estados Unidos y estará en el centro de la
COP21, la próxima conferencia sobre el clima. Los países industrializados
tienen por tanto una deuda ecológica con el resto del mundo. No es el tipo de
deuda que pueda ser anulada o “reestructurada”, sino que debe ser pagada, y
la única salida racional que puede imaginarse pasa por transferencias e
inversiones tecnológicas del Norte hacia el Sur, que permitan conciliar los
objetivos de reducción de emisiones y el derecho al desarrollo de los países
más pobres.
Una forma de ilustrar esta enorme dificultad es reflexionar sobre las
implicaciones de la demanda planteada con ocasión de la COP21: “los
gobiernos deben poner un plazo a las subvenciones asignadas a la industria
fósil y congelar su extracción, renunciando a explotar el 80% de todas las
reservas de carburante fósil”23. Es un objetivo perfectamente coherente con los
objetivos del GIEC. Pero su implementación táctica plantea un problema de
distribución de esta regla en el conjunto del planeta, porque las reservas en
cuestión están desigualmente repartidas, como lo muestra el siguiente cuadro:
Aparece otro dilema si se considera el reparto de las emisiones según
categorías sociales. Disponemos para ello de un estudio muy detallado que
examina la relación entre emisiones de gases de efecto invernadero y niveles
de renta25
. Se refiere al Reino Unido en 2006 y su interés está en que no sólo
tiene en cuenta las emisiones directas (por ejemplo, la calefacción de las
viviendas o el carburante de automóviles) sino también las emisiones indirectas
(a través de los bienes consumidos, los transportes públicos, etc.). El volumen
de emisión aumenta con la renta. En cambio, el peso del consumo de energía
según la renta, medido por un índice de 100 en el valor medio, varía en sentido
inverso a la renta: equivale a 200 para los 10% más pobres, mientras que sólo
es de 50 para los 10% más ricos (gráfico 4).
Este resultado es esencial, porque subraya que todo aumento del precio de la
energía –una tasa carbono, por ejemplo– golpearía de manera socialmente
injusta a los hogares con rentas más débiles. Es preciso por tanto que
cualquier medida de este tipo vaya acompañada de dispositivos que corrijan
este sesgo antisocial en forma de pagos compensatorios, o de modulación de
las tarifas.
El modelo no productivista es un anticapitalismo
Más que presentar un “programa” acabado26
, lo que supera con mucho el
objetivo de esta contribución, se quiere mostrar aquí cómo las pistas
alternativas chocan con la lógica capitalista, según una serie de oposiciones
resumidas en el adjunto Cuadro 2 (la lista no es exhaustiva ni está
forzosamente ordenada).
Cuadro 2
No productivismo vs. capitalismo
Queda excluído por tanto imaginar un modelo no productivista compatible con
los retos medioambientales, sin poner en cuestión los principios de
funcionamiento del capitalismo. Hay que completar esta conclusión con la
constatación de que no hay diferencia fundamental entre la manera de tratar la
cuestión social y la cuestión ecológica. Los parámetros son los mismos: ya se
trate de garantizar a todos condiciones de trabajo y existencia decentes, o de
asegurar la supervivencia del planeta, hace falta, en ambos casos, que los
capitalistas sean desposeidos de su poder de imponer sus decisiones privadas
y que se ponga en marcha una planificación coordinada a escala planetaria.
En esta similitud se basa la perspectiva de un ecosocialismo y define un
objetivo práctico: la convergencia entre las luchas sociales y ambientales. El
único obstáculo reside en horizontes diferentes y se manifiesta por ejemplo por
la contradicción entre la defensa inmediata del empleo y el combate contra los
riesgos ambientales. Para superar esta contradicción, hacen falta esfuerzos de
convencimiento y de debate, pero sin duda también –y desgraciadamente– la
multiplicación de los desastres ambientales que vendrán a acelerar esta
necesaria convergencia. Es un proceso que, al parecer, ya está en marcha en
China27
.
NOTAS
1. Recoge una exposición hecha el 23 de agosto en la Universidad de verano de “Ensemble”,
una componente del Frente de Izquierda francés.
2. Le contra-plan du PSU, 1964.
3. Karl Marx: “El trabajo no es por tanto la única fuente de los valores de uso que produce, de
la riqueza material. Como dijo Petty, tiene por padre el trabajo y por madre la tierra”, El Capital,
Libro I, Cap. 1. La fórmula de Petty es: “El trabajo es el Padre y el principio activo de la riqueza,
como la tierra es la Madre”, William Petty, A Treatise Of Taxes and Contributions, 1667.
4. La expresión es de Engels: “[La sociedad] tendrá que confeccionar el plan de producción
según los medios de producción, de los que forman especialmente parte las fuerzas de trabajo.
A fin de cuentas, los efectos útiles de los diversos objetos de uso, medidos entre ellos y en
relación a las cantidades de trabajo necesario para su producción, determinarán el plan”. AntiDühring.
5. Michel Husson, “L’hypothèse socialiste”, en Stathis Kouvelakis (dir.) “Y a-t-il une vie après le
capitalisme?”, Le Temps des Cerises, 2008; Le capitalisme en 10 leçons, La Découverte. 2012,
cap.4.
6. En su discurso en la Sorbonne en la presentación del informe Stiglitz-Sen-Fitoussi sobre la
medida de los resultados económicos y del progreso social, Paris, 14/09/2009.
7. Centre d’analyse stratégique, Approche économique de la biodiversité et des services liés
aux écosystèmes, 2009.
8. Ver Jean-Marie Harribey, “La nature, les écosystèmes peuvent-ils résister à leur
financiarisation?”, junio 2015; y su libro: La richesse, la valeur et l’inestimable, Paris, Les Liens
que libèrent, 2013.
9. IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), Climate Change 2014, Synthesis
Report. Summary for Policymakers.
10. Para una presentación más detallada, ver: Michel Husson: “Un abaque climatique”, note
hussonet nº 89, 20/08/2015.
11. idem, p. 24: “if the reduction is 0.06 porcentage ponts per year due to mitigation, and
baseline growth is 2.0 % per year, then yhe growth rate with mitigation would be 1.94% per
year”.
12. Son más bien estimaciones mínimas, porque el ejercicio sólo tiene en cuenta el CO2. Ahora
bien, los objetivos del último informe del GIEC afectan al conjunto de gases de efecto
invernadero (descenso de 40% a 70% entre 2010 y 2015), mientras que el informe anterior
cifraba sólo las reducciones de emisiones de CO2 (de 50% a 85%).
13. Es el escenario medio. El escenario “bajo” contempla 8.7 mil millones en 2050, y el
escenario “alto” 10,8 mil millones. Fuente: Naciones Unidas, División Población, 2015 Revision
of World Population Prospects.
14. Para un argumentario que ya ha quedado antiguo, ver: Michel Husson, “Une seule solution,
la population?”, Alternatives Economiques, nº fuera serie “Le développement durable”. 2005.
15. Serge Latouche, “Et la décroissance sauvera le Sud…”, Le Monde Diplomatique, noviembre
2004.
16. Jean-Marie Harribey, “Développement durable: le gran écart”, L’Humanité, 15/06/2004.
17. Ian Gough, “Climate change and sustainable welfare: the centrality of human needs”,
Cambridge Journal of Economics, 2015.
18. Richard Wilkinson, “L’égalité c’est la santé”, Demopolis 2010; ver también, con Kate Pickett:
The Spirit Level. Why Greater Equality Makes Societies Stronger, Bloomsbury Press, New York
2009.
19. Richard Smith, “Green Capitalism: The God That Failed”, Truthout, 9/1/2014.
20. Joseph A. Schumpeter, “Capitalism in the Postwar World”, en R. Clemence (ed.), Essays of
J.A. Schumpeter, 1951.
21. Pierre Villa, Un siècle de données macro-économiques, Insee Résultats, nº 303-304, 1994.
22. Daniel Tanuro, L’impossible capitalisme vert. Les Empêcheurs de penser en rond/La
découverte, 2010. Se encuentra aquí una entrevista con el autor que presenta las principales
tesis de su libro; y en esa web, sus recientes contribuciones. Ver también su análisis de los
retos de la COP21: “cumbre provisional de la mentira, del negocio y del crimen climáticos”, en la
web del NPA, 2/09/2015.
23. Ver el llamamiento internacional “Por una insurrección climática”, agosto 2015.
24. Fuente: Christophe McGlade y Paul Ekins, “The geographical distribution of f