dilluns, 30 de març del 2015

¿Cuánto nos va a costar salvar a Europa?

Article  publicat al  blog  Mediapart
i posteriorment traduït a l'anglès i prologat a Green European Journal

El Plan de inversiones del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker  con el que  quiere impulsar   la economía europea,  propone soluciones basadas en la suposición obsoleta de que el crecimiento,  en términos de construcción de grandes proyectos de infraestructuras,  es el camino a seguir. Un   enfoque más imaginativo de  mirar el futuro  poniendo  el bienestar y la sostenibilidad en el centro de un ambicioso plan a largo plazo, podría  hacer mucho mas brillante  esta visión  del futuro económico  europeo.

¿Cuánto nos va a costar  salvar a Europa? Esa es la pregunta del  millón. El número mágico que Super Mario (Draghi), el "ilícito emperador de Europa"*, se  ha sacado del sombrero, 700 mil millones de euros,  ha sido  el resultado de sumar  todos los planes elaborados por cada una de las  familias políticas europeas  como parte de su respuesta a la "plan de Juncker," un plan más modesto pero mucho mas pregonado y anunciado por la Comisión el pasado mes de noviembre. Bienvenida; esta  iniciativa de un plan de inversión masiva para estimular la economía europea habrá tenido al menos el  mérito de  desatascar  las cañerías del Banco Central Europeo y los gobiernos nacionales. Aunque muy diferentes en su naturaleza, todas estas iniciativas responden hoy en día a un diagnóstico compartido por todos  , incluso los ecologistas:  la dramática falta de inversión en Europa.

Ciertamente, las políticas de austeridad sin sentido que se han implantado en el transcurso de los últimos cinco años no han ayudado ya que han agotado todas las fuentes de financiación. Pero el déficit de inversión no es un problema de falta de dinero. Hay una gran cantidad de dinero  que languidece en las cañerías por falta de condiciones adecuadas sobre el terreno o por falta de interlocutores locales para materializarse en edificios e infraestructuras. La inversión no es simplemente una cuestión de contabilidad o una cuestión administrativa. Es ante todo una apuesta de  futuro  que, a su vez, requiere una visión optimista. Eso supone  un perspectiva deseable,  tangible y comprensible para la mayoría de la gente para quien el único sentido que tiene la economía es su capacidad para  proporcionar  alguna forma de emancipación.

Cuando uno examina  las propuestas formuladas por los gobiernos nacionales de las que se seleccionarán los "doce proyectos de Jean-Claude" solo puede sentir consternación por  la obsolescencia de los proyectos a financiar. El desenfreno  del  hormigón, del hierro, de las carreteras mas o menos digitalizadas, centrales nucleares o de carbón; miles de presas Sivens en Rumania, adaptaciones de Roybon en Portugal, las versiones de gas de esquisto británicos de Notre Dame, Lyon-Turín en todas partes ... Muchos de los proyectos que tienen la pátina vintage  antes incluso de haber sido nuevo. Jean-Claude fue antes de haber sido. Esto es un poco duro.

Pero si estos proyectos,  algunos de ellos francamente útiles, no han visto nunca la luz  es, igualmente  porque no pueden ofrecer el futuro que  las sociedades europeas necesitan. ¿Qué puede hacer el mas moderno de los aeropuertos  o el  mas gigantesco centro comercial cuando lo que la gente realmente quiere es mejorar la calidad de vida, más solidaridad y el sentimiento de comunidad, compartidos? "miseria  del materialismo", cuando, además, está desconectado de su significado histórico.

En efecto, uno tiene instintivamente la sensación que está totalmente  pasado de moda invirtiendo en una realidad económica que se ha quedado atascada en el tiempo, en la década de 1960, atrapada en un imaginario de crecimiento conquistador. Sin embargo, ese es precisamente el argumento del plan Europeo de Inversiones. Además del truco que convierte mágicamente 1 € a 15 €, de acuerdo con un multiplicador que recuerda el milagro  de los  panes y los peces de Jesús, el plan tiene como objetivo recoger elefantes blancos ligeramente repintados de rosa (digital, nano), la historia de hacerse propaganda.

Y esto, por desgracia, nos lleva a Francia y  a sus debates de posicionamiento  estériles  especialmente en lo que se refiere a la política económica. El proyecto de ley Macron es un nuevo  y decepcionante ejemplo más del calado del déficit que tenemos y que crece tan rápidamente  como la deuda nacional: el déficit de creatividad, sin duda un  producto todavía mas raro que la franqueza en el paisaje de la  política actual.

Para seguir con la ortodoxia económica contemporánea, faltaría todavía un rehén típicamente francés: el crecimiento. Al igual que con los  rehenes reales, nadie sabe exactamente donde ni porqué se detuvo. Sin embargo, tenemos una idea bastante clara de quienes son  los secuestradores: sindicatos, organizaciones laborales, la burocracia, los ecologistas de todo tipo, asociaciones, zadistas** que condenan el hormigonado de rondas... todos ellos  " conspiradores de la inacción ", "que ahuyentar al crecimiento sacrosanto e impiden  que venga para repartir el botín. Esperando con el mismo fervor  el regreso del Mesías,  este fantasma de la era del productivismo  teme más que nada una cosa: los "grilletes " de los derechos sociales, ambientales y fundamentales.

Los gobiernos e instituciones de Europa no cesan de reiterar su compromiso con el crecimiento, como un conjuro religioso. Atreverse a proferir "el final del crecimiento" es equivalente a la advertencia del Infierno de Dante: "
« Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate » " ("abandonar toda esperanza, vosotros  los que entráis") porqué  el crecimiento es el idioma de la esperanza, el equivalente de un Evangelio, con la promesa de redención y la recompensa eternas.  Al igual que  cuando uno habla de fe,  tiene el riesgo de de ser contestado con los hechos. Galileo puede dar fe de ello. Por tanto  el crecimiento realmente existe, bien presente entre nosotros: entre 1974 y 2004, la economía francesa duplicó su tamaño, es decir, tuvo un crecimiento del 100%. En el mismo período de tiempo, el desempleo se triplicó (de 3 a 10%) y el número de personas que viven en la pobreza apenas se redujo en un 10% ...Bienvenido a las trente piteuses (30 lamentables años)***.
El problema no es una cuestión de contabilidad, ni tan solo económica. Cualesquiera que sean las convicciones materialistas de los que se pretenden científicos, la economía de una región, un país, una industria o un hogar,  no se puede resumir en una simple agregado contable de unidades producidas  o de  horas trabajadas. La economía es una imagen del mundo, una representación de los recursos disponibles, las necesidades a cubrir y los deseos a colmar. Una representación de lo que es necesario, útil, conveniente, superfluo e insignificante. Una  relación con el tiempo, el esfuerzo, el mérito, y el prójimo. La hormiga y la cigarra no son más que  unas de las numerables  facetas de la economía.

Uno de los más grandes economistas de la historia recordó este hecho en casi cada una de las líneas de su obra siempre actual: el resorte principal de nuestros cálculos  y previsiones más o menos sabios es un conjunto de datos  difícil de cuantificar a los que llamamos "psicología". Ya se trate de la psicología individual o colectiva se refiere, ante todo, a la  representación del mundo.

Hoy en día, con la excepción de unas pocas regiones menos desarrolladas, la mayoría de nuestras certezas se han vertido en los últimos bloques de hormigón del gigantismo industrial: grandes proyectos inútiles e impuestos,  la estación de Stuttgart, las centrales de Mielno, Paks o Temelin, la economía  extractiva destructiva de la agroindustria patógena , la  petroquímica venenosa o  la sobrepesca industrial.

Las aspiraciones  de los europeos son otras, mas complejas: la presión insoportable del desempleo masivo de ninguna manera garantiza que los desempleados van a aceptar  espontáneamente  llamar a la puerta de una fábrica repatriada a China o Vietnam o a sacrificar su entorno de vida en aras al gas de esquisto o a las arenas bituminosas.

La cuestión central  es la de la  libertad ya que no se trata  tanto de tener un “trabajo”  (que generalmente restringe la libertad de uno), sino más bien de tener "una manera de ganarse la vida."
Es en la sociedad donde tenemos que invertir: en desigualdad, redistribución, educación,  gestión de la tierra, comunidades rurales, agricultura no productivista, infraestructura colectiva y de telecomunicaciones, innovación social, innovación tecnológica e investigación básica. En resumen, tenemos que invertir en un mundo mejor.

¿En el 68 querían la imaginación al poder? Nosotros queremos invertir en la imaginación.
Hoy en dia  estamos sometidos a la dictadura de los administradores: incluso Tsipras, la nueva estrella de la Europa radical , nos hace el papel  de Visconti en el texto, adornando  la socialdemocracia de una virginidad revolucionaria muy al estilo de  Mitterand.

Cuando nuestra fe en las canciones que hablan del mañana se ha secado y lo único que queda es el gran mercado único, la socialdemocracia o el Rotary Club como lugar para soñar, es absurdo que nos sorprendamos de  que cierta  juventud  desconteta caiga en  las trampas adulteradas de todos los reclutamientos  identitarios.  Después de una generación que está de vuelta de todo es el momento de que una nueva generación se embarque hacia  alguna parte. Y eso va a requerir más imaginación que la que todos los Junckers y Macrons de Europa juntos  lleguen a tener.

* Ver L’empereur illicite de l’Europe, au cœur de la Banque centrale européenne, by Jean-François Bouchard (Auteur) – Essai (broché), 01/2014
** "Zones a defendre" (ZAD, de ahí el nombre de "zadistes") incluyen los ecologistas, por supuesto, pero también anarquistas, anticapitalistas, locales ultra-izquierda radical o militantes de la zona que vienen  a echar una mano.
*** Trente piteuses hace referencia al periodo europeo, también  francés, que abarca las décadas de vacas flacas: 1980, 1990, 2000, 2010, en contraste con las décadas de vacas gordas (treinte glorieuses): 1950,1960,1970

Traducció N.C. 

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