Magazine | 08/08/2014 - 12:40h | Última actualización: 14/08/2014 - 12:47h
CRISTINA SÁEZ
En estas fechas, muchos deben de estar
en la playa. Es el destino turístico por excelencia,
elegido por una de cada tres personas para su asueto estival. Si
usted, lector, es una de ellas, ¡aproveche! Porque,
desgraciadamente, dentro de poco puede que no quede ni una sola playa
en todo el planeta. "Ah, ¡el cambio climático!", tal
vez esté pensando. En parte tiene razón, pero el motivo principal
de la desaparición de este bello ecosistema natural no
será ese, sino que se acabará la arena.
"Vamos a la playa, ponemos la
toalla, tomamos el sol, tal vez hacemos un castillo de arena con
nuestros hijos. Y nos vamos tan contentos, sin plantearnos nada.
Pero, el 75% de las playas del planeta está desapareciendo. En el
2100, de seguir así, no quedará ni una sola. Hay mafias que
matan por conseguir arena, hay contrabando. Y si la voracidad de
ciertos países continúa, acabaremos viendo a indonesios, indios o
malasios defendiendo a tiros sus costas a no tardar”. Quien así
habla es Denis Delestrac, un realizador de documentales francés
que investigó a fondo durante tres años qué estaba ocurriendo con
este recurso natural.
En el 2013 estrenó un documental
sobre el tema, 'Sand Wars' (Sand-wars.com), guerras de arena, en el
que denuncia la sobreexplotación de esta materia y las
gravísimas consecuencias que acarrea para el planeta. Su filme ha
sido premiado en numerosos festivales e incluso ha propiciado que
las Naciones Unidas (ONU), en el marco de su programa de
medio ambiente (UNEP), hayan publicado un informe, basado en su
investigación, titulado 'Arena, más escasa de lo que pensamos', en
el que alerta sobre la situación, que califica de "emergencia".
Una de cada cuatro playas del planeta
ya muestra los efectos de la extracción masiva de arena.
Paradójicamente, el impacto global de este fenómeno pasa
inadvertido para la mayoría de
las oenegés, gobiernos, científicos y medios
de comunicación. La extracción de arena, en muchos sitios, ha
resultado en la destrucción de playas y ecosistemas enteros,
y ha tenido gran impacto en el turismo de esas zonas y el
medio de vida de muchos pescadores.
La nueva fiebre del oro
Vamos a la playa y se suele dar por
sentado que la arena va a estar ahí, se ven grandes extensiones
doradas, parece un recurso inacabable, infinito. Pero tiene los días
contados porque se ha colado en todos los rincones de nuestra vida.
Se estima que cada año, el tráfico
mundial de este material es de cerca de 18.000 millones de toneladas,
según un informe de la International Union of Geological
Sciences. Esta cantidad es seis veces superior al consumo
de petróleo, de unos 3.400 millones de toneladas.
"Al ser un material a priori tan
abundante, se ha utilizado tradicionalmente en muchos procesos
industriales. Se usa para hacer desde pasta de dientes, pintura y
productos de limpieza del hogar hasta alimentos deshidratados,
vidrio... Y por las capacidades semiconductoras del silicio, el
elemento principal de la arena, también se emplea para fabricar
chips, ordenadores, móviles", explica Joan Poch, profesor
de Geología de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Aunque los sectores que más cantidad
devoran son la construcción y el turismo. El primero lo hace de
forma muy voraz: el 80% de las autopistas, puentes, edificios y otras
obras públicas están hechas con ingentes cantidades de arena. Esto
se debe a que desde hace medio siglo se usa el hormigón armado como
material de construcción, sumamente eficiente y de bajo coste.
"Construcciones como parkings subterráneos o bloques de muchas
plantas o rascacielos sólo son posibles gracias a este material",
indica Albert Cuchí, arquitecto y profesor de la Universitat
Politècnica de Catalunya.
El hormigón se elabora con
agua, cemento y gravas y arena, que en España procede de
canteras en montañas (también alteran el entorno), porque la ley
de Costas prohíbe que se obtenga del litoral. Pero en otros
países se extrae del fondo marino y de las playas. El problema es
que las cantidades que se necesitan para edificar o hacer puentes o
carreteras son astronómicas. "Si cogiésemos un edificio recién
construido, lo arrancásemos con los cimientos y lo pesáramos,
tendríamos más de dos toneladas de material por metro cuadrado. Y
más de la mitad sería arena y gravas", señala Cuchí.
Singapur es uno de los países que
más arena consumen del planeta –quizás el que más–. Es una de
las naciones más ricas pese a su reducido tamaño. "Para
mantener su estatus de 'hub' financiero internacional desde los
años 60 ha aumentado un 20% su superficie. ¿Cómo? Echando tierra
al mar. Y para ello ha importado arena de Indonesia, Vietnam,
Malasia", denuncia Megan MacInnes, responsable de campaña de la
oenegé británica Global Witness.
Primero, explica, usaron legalmente la
arena importada de sus vecinos, hasta que estos se percataron de que
sus costas estaban devastadas y prohibieron la exportación. Singapur
empezó a ir más lejos a comprarla. Y también, entonces, comenzó
el tráfico ilegal.
"Hay ladrones que van por la noche
a playas paradisiacas de Malasia o Indonesia y se llevan toneladas de
arena de la costa en pequeñas barcas. Luego van al puerto de
Singapur, donde la venden, sin que la policía los intercepte",
asegura el realizador Denis Delestrac. O hay barcos que anclan en la
costa y dragan grandes cantidades de arena a la superficie, lo que
tiene igualmente consecuencias devastadoras al acabar con el
ecosistema del fondo del mar, afectar a la pesca tradicional y poner
en jaque la subsistencia de muchas familias.
Indonesia es seguramente el país
que más ha sufrido la avaricia singapurense. Las autoridades locales
afirman que han desaparecido ya 24 pequeñas islas de su litoral, y
Greenpeace Indonesia alerta de que muchas más de las 83 islas que
conforman la costa norte del país podrían ser engullidas por el mar
en la próxima década debido al robo de arena.
"El daño que
se está produciendo en la costa es irreparable. Y resulta irónico,
porque Singapur tiene un marco legal muy avanzado para la protección
del medio ambiente, pero claro, dentro de sus fronteras. Lo que les
ocurre a otros países no parece importarle demasiado",
acusa Megan MacInnes.
Que islas enteras desaparezcan dragadas
resulta catastrófico para la seguridad de Indonesia, porque las
pequeñas actúan de escudos de las más grandes y habitadas ante
tormentas y tsunamis. "En algunas comunidades del océano
Índico los efectos del terremoto y
posterior tsunami en el 2004 fueron peores por la
extracción de arena", señala Claire Le Guern, directora
de Santa Aguila Foundation-Coastal Care, una entidad
norteamericana que lleva 10 años alertando sobre los peligros de la
extracción de arena.
Dubái, en los Emiratos Árabes,
es otro voraz consumidor de arena. El minúsculo país vive
un boom por construir rascacielos. Cuenta con cerca de
200, entre ellos el Torre Jalifa, el más alto del mundo. Y hay
previstos casi medio millar más que, de llegarse a edificar, la
convertirán en la ciudad del mundo con más construcciones de este
tipo. Y para ello, claro, se necesita más y más arena.
El país desarrolló además dos
proyectos –tildados de estrambóticos por algunos– de islas
artificiales. Uno, The World, un archipiélago de 300 islas que
forman un mapa del mundo, se ha abandonado. Y otro es The Palm
Jumeira, una isla artificial con forma de palmera.
¿Imagina los millones de toneladas de
arena que se necesitaron para crear esas islas? Cerca está el
desierto, pero no se puede usar su arena. "l grano de la del
desierto está muy erosionado por la acción del viento y es muy
redondo y pulido, no se une a otro. En cambio, el de playa es más
rugoso, desigual y funciona muy bien para construir",
explica Joan Poch.
La mafia de la arena. India es uno de
los principales suministradores de arena de Dubái. En el país del
sur de Asia, la mafia de la arena es la organización más poderosa;
empresas de construcción y material, así como policías y políticos
corruptos están detrás del robo de playas enteras, afirma
Delestrac. “Hay crimen organizado, con conexiones con las más
altas esferas políticas; un sistema bien organizado que va desde la
extracción hasta la venta y la construcción. Y las personas que se
ven obligadas a excavar la arena son muy pobres, una especie de
esclavos, a quienes amenazan con matar a sus familias si no lo
hacen”, cuenta.
También en Africa Coastal
Care tiene noticia de organizaciones criminales que matan y
extorsionan para hacerse con este recurso. De hecho, la oenegé
ha documentado la devastación de las playas marroquíes
del norte. “Antes estas playas eran muy largas, podías casi
recorrer toda la costa por ellas. Y eran bellísimas, con enormes
dunas. Constituían uno de los principales atractivos turísticos del
país. Y vimos con nuestros propios ojos cómo se las llevaban día y
noche. Hombres, incluso niños, cogían la arena con palas, la
cargaban en burros para meterla en camiones. Ahora esa zona es
paisaje lunar. Da muchísima pena”, cuenta Le Guern.
Marruecos tiene como 'despensa'
el Sáhara. El país exporta cada año unas 50.000
toneladas de arena procedente de territorios ocupados, por lo
que la ONU ha dictado que el comercio de este recurso es ilegal,
aunque continúa, denuncia la oenegé Western Sahara Resource
Watch. Y afirma que entre los principales compradores está España,
que desde hace 30 años importa arena del desierto para rellenar
playas canarias.
¡Vamos a la playa! Además de la
construcción, el otro agujero negro de la arena es el turismo. Es
una industria muy potente de la que muchos países dependen
económicamente por la actividad que genera, desde alojamiento hasta
restauración y ocio. De ahí que todos quieran ofrecer playas anchas
y bonitas, aunque eso implique prácticas como robar arena de los
vecinos.
En Cancún, en el 2009, se
registró el caso de un hotel que había vaciado una playa de otra
zona turística para rellenar su propia playa. Y no hace falta ir tan
lejos: en Cádiz, el año pasado, Ecologistas en Acción
denunció el 'robo' de arena de la playa de Valdevaqueros que
fue vendida a Gibraltar, que la usó para crear playas artificiales.
En España y otros países es muy
habitual extraer arena del fondo del mar, de la costa, para rellenar
las playas. Poco antes de comenzar la temporada de baño, es
frecuente ver enormes barcos anclados frente a la costa dragando
arena para luego verterla en la zona en que pondremos la toalla meses
después. “Ya apenas quedan playas naturales en el mundo. Casi
todas son artificiales, porque si no las rellenásemos cada cierto
tiempo, desaparecerían”, explica Jorge Guillén, geólogo marino
del Instituto de Ciencias del Mar-CSIC (ICM-CSIC).
La extracción de arena del fondo
marino no es inocua. Muchos microorganismos y pequeños animales y
algas viven en esa arena y constituyen la base de la cadena
alimenticia marina. Si ellos desaparecen, peces mayores no tienen con
qué alimentarse. Y así hasta llegar a nosotros, los humanos.
Además, rellenar las playas es un parche temporal, porque esa arena
se vuelve a perder. ¿Y eso por qué?
Las playas son ecosistemas muy
dinámicos que cambian con cada estación. En invierno apenas se ve
arena, y en verano, en cambio, aparecen grandes franjas doradas. Esos
cambios en el aspecto de la playa no implican modificaciones de
volumen, sino de distribución de la arena. Es un proceso que
de manera natural funciona a la perfección, en el que no
se pierde ni se gana un solo grano. En geología, a este equilibrio
se le llama balance sedimentario.
Los problemas empiezan cuando ese
balance es negativo. “La pérdida de arena de las playas tiene que
ver con la intervención del ser humano”, señala Joan Poch.
La mayoría de los granos de arena de la playa procede de la erosión
de las montañas y tarda decenas de miles de años en llegar a
la costa. Son transportados por el viento y, sobre todo, por los
ríos. No obstante, la mayoría de los ríos están ahora regulados
mediante presas, que detienen el agua y asimismo el aporte de
sedimentos al mar.
“En España, se calcula que, antes de
construir las presas, el río Ebro, por ejemplo, aportaba
unos 20 millones de toneladas de sedimentos al mar. Ahora
puede que lleguen apenas unas 150.000 toneladas”, señala Jorge
Guillén. Esto, sumado a la edificación en primera línea de mar,
sin respetar la forma de la playa y sus dunas; a la construcción de
puertos por toda la costa, que desvían las corrientes submarinas que
antes distribuían la arena, y al avance del nivel del mar por el
cambio climático, “hace que la gravedad de la situación vaya en
aumento; las playas ejercen de amortiguadores entre
el océano y la tierra. Sin esa protección y con el
aumento del nivel del mar, las olas están invadiendo la tierra,
salinizando la capa freática y contaminando el agua que bebemos y
que usamos para la agricultura. Es un auténtico desastre”, alerta
Claire Le Guern.
Vidrio Reciclado. Pero ¿qué se puede
hacer para evitarlo? Porque el problema, coinciden en señalar todos
los expertos, irá al alza. La arena es un recurso natural
finito, la demanda seguirá aumentando, continuarán las mafias, el
contrabando y los desastres naturales. “Una solución puede ser
reciclar lo que ya tenemos. Dedicar más recursos y energías, e
inversiones tecnológicas a investigar las posibilidades del
reciclaje”, señala la directiva de la organización Coastal
Care.
En este sentido, en Florida, en Estados
Unidos, están regenerando las playas con vidrio reciclado. En
esa zona del país, la costa es clave para la economía, puesto que
es el principal reclamo turístico: aguas prístinas, buen clima,
arena fina. No obstante, como en tantos otros lugares, aquí también
han construido en primera línea de mar, las playas se han
erosionado, y llevan décadas teniendo que rellenarlas. Y hace un
tiempo se quedaron sin arena.
Entonces se les ocurrió una solución
ingeniosa. Al parecer, una tercera parte del vidrio es imposible de
recuperar, y en Florida han cogido esa parte, la han machado hasta
pulverizarla y la han puesto de nuevo en las playas. “Se comporta
exactamente igual que la arena. No hay turistas por ahí con los pies
cortados”, bromea Le Guern. Debe de ser muy similar porque incluso
las tortugas han regresado a esas playas a poner sus huevos.
Donde más tienen que cambiar las cosas
es en la construcción. Para Sonia Hernández -Montaño,
arquitecta experta en bioconstrucción y fundadora del
estudio Arquitectura Sana, “podemos optar por una solución parche
y seguir construyendo con hormigón armado, aunque buscando
alternativas para no tener que seguir reventando montañas o vaciando
playas”. En España, cuenta esta arquitecta, se ha llevado a cabo
algún experimento con autopistas, en las que se han usado escorias
de la industria metalúrgica que no se podían reciclar.
En Sant Cugat, cerca de Barcelona, la
planta de Unión Transmóvil, dedicada al reciclaje de residuos de la
construcción, recoge los escombros de obras de reforma y
de derribos, los somete a un proceso de limpieza y así consigue
recuperar material apto para volver a construir.
Ya se emplea en carreteras, drenajes,
canalizaciones. “Los vertederos son el negocio tradicional, adonde
van a parar todos los residuos de la construcción, pero eso
contamina, crea canteras y desaprovecha recursos. Hay muchos residuos
susceptibles de convertirse en productos para abastecer el
mercado. ¿Por qué usar solamente materiales nuevos?”, se pregunta
Roger Domènech, gerente de la citada planta.
Otra opción es introducir más
materiales naturales, como la madera laminada, usada en Austria y
Alemania, aunque tiene un límite constructivo: no se pueden superar
las cuatro o cinco plantas.
Para el arquitecto y profesor Albert
Cuchí, “la construcción del futuro tendrá que orientarse más a
la rehabilitación y no tanto a la nueva construcción.
También tenemos que repensar el modelo de ciudad, sólo así
podremos utilizar otros sistemas de construcción. ¿Hace falta que
más de la mitad de la población mundial viva en la costa?”.
Igualmente, habrá que reflexionar
sobre el modelo de arquitectura. Ahora está globalizada, se
construye igual en Dubái que en Finlandia, dice Hernández-Montaño,
“los arquitectos deberíamos tratar de repensar cuál es
la arquitectura tradicional de cada lugar y usar los
materiales de la zona. No tiene sentido hacer los mismos edificios en
todas partes, cuando el clima es distinto”.
Como civilización no podemos detener
el mundo que tenemos en marcha, pero tampoco podemos seguir haciendo
las cosas igual que hace 50 años, porque la situación en el planeta
ha cambiado. La población ha aumentado, los recursos naturales
menguan y el cambio climático avanza. “Tenemos que hallar nuevas
maneras sostenibles de adaptarnos a las nuevas situaciones.
Necesitamos invertir en nuevo pensamiento. De otra forma, ¿qué
Tierra vamos a dejar a los que vienen detrás?”, se pregunta Claire
Le Guern, de Coastal Care.
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