OPINIÓN
Imagen aérea de la central nuclear de Cofrentes. FORO NUCLEAR
27 de noviembre de 2013
10:19
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Esta cifra parece desmesurada, y lo es. Por ejemplo, el coste de construcción de una central de ciclo combinado con la misma potencia rondaría los 3.000 millones de euros. ¿Por qué, entonces, querría una empresa invertir en tecnología nuclear de fisión? La respuesta nos la ofrece este asombroso e iluminador párrafo del artículo que relataba la noticia en El País: “Por encima de todo, el proyecto de Hinkley Point tiene el potencial de dar un vuelco a la industria nuclear porque propone un nuevo modelo. Se acabó el viejo sistema por el que las costosas centrales se construían con dinero público. En el programa británico se construirán los reactores con dinero privado y a cambio el Estado le garantiza su rentabilidad. ¿Cómo? Asegurando a los inversores un precio mínimo por la energía que produzcan”.
No sabemos si los redactores están utilizando una finísima ironía (en su defensa hay que decir que sería el mismo tipo de ironía del que hace gala el Secretario de Estado de Energía de Reino Unido, Edward Davey), pero en cualquier caso lo que nos cuentan es que el viejo sistema y el nuevo son el mismo: Hinkley Point C verá la luz, exclusivamente, porque el gobierno británico garantiza los beneficios de las empresas que la construirán y operarán. El vuelco en el modelo consiste simplemente en que la central no se construirá con dinero público aportado por el contribuyente británico antes de 2023, sino que a partir de 2023, suponiendo que los plazos se cumplan, el ciudadano británico pagará un notable sobrecoste por la electricidad allí producida para que las empresas involucradas recuperen con creces su inversión.
Concretamente, el gobierno se ha comprometido a pagar la electricidad producida en la central a 109 €/MWh (en euros de 2012) durante 35 años. Para comprender la magnitud de la cifra, mencionemos que hoy en Reino Unido a una gran instalación fotovoltaica se le ofrece una remuneración de unos 80 €/MWh durante 20 años. Esta es la remuneración que recibe una tecnología a la que se adjudica el adjetivo “inmadura” y que reduce su precio a una velocidad vertiginosa. La comparación con el coste de la producción fotovoltaica en 2023, con toda probabilidad bastante inferior al actual, hará todavía más desorbitada la remuneración garantizada a la central de Hinkley Point C. Por otro lado, las experiencias recientes con los EPRs (habitualmente denominados “de tercera generación” y presentados como la solución a muchos de los problemas de la energía nuclear de fisión) hacen que incluso la cifra de 19.000 millones de euros deba ser tomada con gran prudencia: Olkiluoto-3 en Finlandia o Flamanville en Francia, prototipos de esta tercera generación que supuestamente iban a relanzar la nuclear en Europa, han acumulado grandes retrasos y sobrecostes del orden del 100% de lo prometido. Incluso la propia Hinkley Point C acumula un sobrecoste de más del 10% antes de haber empezado a construirse, como se señala en el artículo de El País citado anteriormente.
La energía nuclear de fisión no es rentable económicamente, y para alcanzar esta conclusión solo hemos necesitado los datos correspondientes al coste de construcción de la central. El argumento económico se torna demoledor si incluimos los costes asociados a un eventual accidente, que no están recogidos en esos 19.000 millones. Las centrales nucleares están obligadas a contratar un seguro pero su cobertura es muy limitada, siendo el Estado el que termina asumiendo prácticamente la totalidad de la factura en caso de accidente grave. Sin ir más lejos, el coste asociado al accidente de Fukushima se estima en decenas de miles de millones de euros que tendrán que pagar (que ya están pagando) los ciudadanos japoneses.
De todos modos, nuestro argumento no es que la energía nuclear de fisión haya de ser abandonada porque no es económicamente rentable. El hecho de que el problema de los residuos no haya sido resuelto ni existan perspectivas de que lo sea, el peligro de proliferación, el riesgo de catastróficos accidentes, o que las reservas de uranio disponibles (al menos aquellas con unos costes de extracción económica y energéticamente razonables) sean totalmente insuficientes para que esta forma de generación pueda limitar significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero, nos parecen motivos suficientes para hacerla desaconsejable. Lo novedoso de los datos de Hinkley Point C es que además demuestran categóricamente que esta tecnología ha dejado de ser económicamente competitiva.
[Iván Calvo, Daniel Carralero y José Luis Velasco, del Observatorio Crítico de la Energía]
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