- ¿Para qué y cuánto crecer? Y sobre todo ¿a qué coste?
- La propuesta de la economía circular no es nueva y contribuye a desviar el debate acerca del crecimiento económico y sus consecuencias.
Últimamente oímos hablar bastante de economía circular
en las discusiones acerca del desarrollo económico y su interacción con
el medio ambiente. En particular, en Europa se ha puesto de moda este
término desde que el 25 de septiembre de 2014 se aprobara la
comunicación de la Comisión Europea al Parlamento, al Consejo Económico y
Social y al Comité de las Regiones, llamada " Hacia una economía circular: un programa de cero residuos para Europa".
El concepto no es para nada nuevo. China venía trabajando desde hacía
tiempo en una iniciativa de consumo y producción sostenible, llamada
economía circular, que ya se basaba en la mejora en el uso de recursos
(eficiencia de uso), en el fomento del reciclaje y en la reducción de
los residuos. Esto se materializó en forma de Ley el 29 de agosto de
2008, cuando se aprobó la Ley de Economía Circular de la República Popular de China.
En ambos casos, el lado positivo es que se reconoce que
hay que ir más allá de la linealidad del proceso económico que entiende
la economía ortodoxa (se toman recursos del ambiente, se transforman con
capital y trabajo, y se consumen). Se explicita que todo ese proceso
implica generación de residuos y destrucción de la naturaleza, y
precisamente se proponen mejoras en la eficiencia de uso y el reciclaje
como soluciones. Sin embargo, como veremos, y a pesar de ser un paso
adelante, esta propuesta sigue siendo insuficiente.
Desde la UE se plantea la economía circular como una reinvención del concepto de desarrollo sostenible primero, y economía verde,
después, que habían sido criticados por parte de ecologistas,
economistas ecológicos y otros, por su falta de ambición y su dilución
semántica. Sin embargo, lo que se nos viene encima con la economía
circular es todavía peor. La creencia en un cierto optimismo tecnológico, en la que se apoya esta propuesta, es muy conveniente para el mantenimiento del statu quo,
pues evita que nos cuestionemos el modelo de desarrollo en el que
estamos inmersos, y en el que la crisis se define como la falta de
crecimiento económico. En efecto, bajo la ilusión de la economía
circular, parecería que el crecimiento puede continuar de manera
ilimitada, pues estamos reciclando los residuos y convirtiéndolos en
nuevos recursos. Por si fuera poco, cada vez somos más eficientes en el
uso de recursos y necesitamos menos cantidad de los mismos para generar
una unidad de valor añadido. Así que todo suena muy bien. El problema es
que en este planteamiento hay dos errores fundamentales.
El primero es que siguen sin tenerse en cuenta leyes básicas de la
física, como la Segunda Ley de la Termodinámica, que en una de sus
acepciones vendría a decir algo así como que todo proceso implica un consumo de energía.
La aplicación en lo que nos ocupa es que el propio proceso de reciclaje
de recursos implica, por un lado, una pérdida de recursos, pues el
reciclaje no es posible al 100%, y por otro, un gasto energético en el
propio proceso de reciclado. El segundo error es no tener en cuenta la Paradoja de Jevons, que
nos dice que las mejoras en la eficiencia de uso de un recurso no
siempre llevan a un menor uso del recurso, sino que pueden derivar, por
el contrario, en un uso mayor. Un ejemplo claro de esto lo tenemos en
los automóviles. Las mejoras en la eficiencia de uso (consumo por km.)
no han derivado en que consumamos menos energía en nuestro transporte,
sino en que realicemos más kilómetros con nuestros vehículos privados.
Solo por estos dos motivos ya se cae el argumento de la economía
circular. No se nos puede olvidar que el crecimiento económico siempre
implicará un mayor uso de recursos, a pesar de todas las iniciativas de
eficiencia de uso que se implementen o todos los programas de fomento
del reciclado. Por esto, no podemos dejarnos embelesar por conceptos
como la economía circular, que desvían el debate acerca de la necesidad o
no del crecimiento económico y de sus consecuencias tanto ambientales
como sociales.
Como bien nos recordaba Joan Martínez Alier en su artículo en el diario mexicano La Jornada
del 5 de abril de 2015, este debate se podría articular en torno a
conceptos ya discutidos desde los años 70 del pasado siglo como el estado estacionario de Herman Daly (1973), el decrecimiento de Gorz (1972), o algunos más recientes como el Sumak Kawsay o Buen Vivir
propuesto desde Ecuador. El mismo economista ecológico Nicholas
Georgescu-Roegen nos recordaba en esos mismos años que el propósito del
proceso económico era el disfrute de la vida.
De hecho, la sostenibilidad siempre ha estado presente en los pueblos,
al menos hasta la aparición y generalización de los combustibles
fósiles, que nos permitieron esa emancipación temporal de la tierra, en
palabras del economista ecológico y último discípulo de
Georgescu-Roegen, Kozo Mayumi. El mismo Mayumi, nos da un ejemplo de una cierta armonía y circularidad en el flujo de materiales en el Tokio del Shogunato Tokugawa (que en aquella época se llamaba Edo) entre 1603 y 1867.
Edo, con más de un millón de habitantes, diseñó lo que hoy día
llamaríamos un sistema agro-silvo-pastoril en el que convivían las
plantaciones de arroz con la regeneración forestal para el mantenimiento
de los servicios ecosistémicos y la gestión del ganado. La alta
fertilidad de los cultivos de arroz, necesarios para alimentar a una
población tan grande, se mantuvo gracias a la colaboración ciudadana.
Por un lado, se realizaron obras hidráulicas que permitieron el riego
por gravedad de las terrazas, por otro se prohibió el sacrificio de
animales, lo que evitó el sobrepastoreo y la deforestación, pero lo más
importante fue la instauración de un sistema de recogida y
aprovechamiento de las heces humanas para el aporte de nutrientes a los
campos de arroz.
En fin, la conclusión es muy
sencilla: en este caso no están inventando de nuevo la rueda sino el
círculo. Economía circular en el sentido de aprovechamiento de los
residuos y eficiencia en el uso siempre ha habido en todas las
sociedades, de una manera u otra. Los debates acerca del crecimiento son
viejos, aunque hay que seguir haciéndolos pues siempre tendremos nuevas
propuestas del statu quo que intentarán desviarnos de la discusión fundamental, ¿para qué y cuánto crecer? Y sobre todo ¿a qué coste?
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