Al actual sistema económico que no contempla las necesidades
humanas y que triunfa indiferente sobre el tercio de la población que
vive en la pobreza, debemos oponer un modelo alternativo de
organización sostenible, racional y justa, que garantice empleos dignos
y ponga realmente en el centro la vida humana.
Sara Berbel
- Doctora en Psicología Social
Ahora nos sorprenden con una nueva
propuesta: los suecos han decidido apostar por aumentar la eficiencia en
el trabajo, el ahorro económico y el bienestar de la población con una
iniciativa experimental de reducción horaria en el empleo. La reducción
horaria o compactación de la jornada fue probada en el sector
automovilístico en Gotemburgo con buenos resultados y ahora el Partido
de la Izquierda en el gobierno local pretende testar el impacto en el
Ayuntamiento de la misma ciudad, reduciendo el horario a 6 horas sin que
se baje el sueldo del personal empleado. Existe el convencimiento de
que el día laboral más corto reducirá el absentismo, disminuirá las
bajas laborales y contribuirá a un mayor bienestar físico y psicológico
de las personas trabajadoras, además de que acabará redundando en la
creación de empleo. Si la iniciativa funciona, como esperan, se
extenderá al resto de empresas y administraciones públicas del país.
Parecería sensato que en nuestro país se oyera alguna propuesta en este
sentido, y, sin embargo, el silencio es casi total. En tiempos de
trágicas cifras de desempleo sería deseable escuchar muchas propuestas
para superarlo y hallar la valentía suficiente como para llevar algunas a
cabo, aunque sólo fuera de forma experimental, como en Suecia. El
reparto de trabajo debería ser una de ellas. Ese ya fue un tema de
debate en la crisis de los noventa del siglo pasado y se llevaron a cabo
algunas experiencias. Una de las más conocidas (y polémica) fue la
famosa jornada laboral de 35 horas llevada a cabo en Francia, impulsada
por la entonces ministra de trabajo Martine Aubry. Pese a todas las
críticas que recibió posteriormente, y a la sensación de fracaso debida a
la revocación que de la Ley hizo el gobierno conservador en cuanto
llegó al poder, los datos que nos ofrecen las evaluaciones de la
experiencia no son irrelevantes. Por el contrario, la implantación de la
nueva jornada generó cerca de 350.000 empleos entre 1998 y 2002, sin
que se observaran efectos negativos sobre la situación de las empresas
ya que, por el contrario, continuaron ganando en productividad un 3,2%
de media anual. Por su parte, las personas trabajadoras hicieron una
valoración globalmente positiva de la medida, destacando especialmente
la satisfacción de las mujeres empleadas por la mejora que comportaba en
la conciliación de la vida personal y laboral.
Aunque con perspectivas distintas, ambas experiencias, la sueca y la
francesa, propician la creación de puestos de trabajo y contribuyen a
una organización más eficiente y sostenible de la sociedad. ¿Estamos en
situación de desdeñar medidas de este tipo? ¿Podemos permitírnoslo? Por
supuesto, el tema debe abordarse en su complejidad, lejos de los
simplismos a que estamos tan acostumbrados. Podría incomodar, a priori,
al sector empresarial (hay que recordar la insólita manifestación de
25.000 patronos recorriendo las calles de París en contra de la Ley
Aubry). También podría hallar algunas resistencias en el sector sindical
por el temor (no demostrado) a una posible disminución del nivel de
vida de los asalariados más pobres y su deriva hacia el multiempleo. No
obstante, casi 6 millones de personas en paro exigen respuestas. No
tenemos opción. Un plan riguroso y multifactorial que contemple el
reparto de todo el trabajo (el remunerado y el no remunerado -el que
básicamente realizan las mujeres-), acompañado de otras medidas sociales
y culturales, así como posibles compensaciones para las rentas más
bajas (como en Alemania) debería ser una exigencia social de primer
nivel.
Al actual sistema económico que no contempla
las necesidades humanas y que triunfa indiferente sobre el tercio de la
población que vive en la pobreza, debemos oponer un modelo alternativo
de organización sostenible, racional y justa, que garantice empleos
dignos y ponga realmente en el centro la vida humana.
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