i posteriorment traduït a l'anglès i prologat a Green European Journal
El Plan de inversiones del presidente de la Comisión
Europea, Jean-Claude Juncker con el que quiere impulsar la economía europea, propone soluciones basadas en la suposición obsoleta de que el
crecimiento, en términos
de construcción de grandes proyectos
de infraestructuras, es el camino a seguir. Un enfoque más imaginativo
de mirar el futuro poniendo
el bienestar y la
sostenibilidad en el centro de un
ambicioso plan a largo plazo, podría hacer mucho mas brillante esta visión del futuro económico europeo.
¿Cuánto nos va a costar salvar a Europa? Esa es la pregunta del millón. El número mágico que Super Mario
(Draghi), el "ilícito emperador de Europa"*, se ha sacado del sombrero, 700 mil millones de
euros, ha sido el resultado de sumar todos los planes elaborados por cada una de
las familias políticas europeas como parte de su respuesta a la "plan de
Juncker," un plan más modesto pero mucho mas pregonado y anunciado por la
Comisión el pasado mes de noviembre. Bienvenida; esta iniciativa de un plan de inversión masiva para
estimular la economía europea habrá tenido al menos el mérito de
desatascar las cañerías del Banco
Central Europeo y los gobiernos nacionales. Aunque muy diferentes en su naturaleza, todas estas iniciativas responden hoy en día a un
diagnóstico compartido por todos , incluso los ecologistas: la dramática falta de inversión en Europa.
Ciertamente, las políticas de
austeridad sin sentido que se han implantado en el transcurso de los últimos
cinco años no han ayudado ya que han agotado todas las fuentes de financiación.
Pero el déficit de inversión no es un problema de falta de dinero. Hay una gran
cantidad de dinero que languidece en las
cañerías por falta de condiciones adecuadas sobre el terreno o por falta de
interlocutores locales para materializarse en edificios e infraestructuras. La
inversión no es simplemente una cuestión de contabilidad o una cuestión administrativa.
Es ante todo una apuesta de futuro que, a su vez, requiere una visión optimista.
Eso supone un perspectiva deseable, tangible y comprensible para la mayoría de la
gente para quien el único sentido que tiene la economía es su capacidad
para proporcionar alguna forma de emancipación.
Cuando uno examina las propuestas formuladas por los gobiernos
nacionales de las que se seleccionarán los "doce proyectos de
Jean-Claude" solo puede sentir consternación por la obsolescencia de los proyectos a financiar.
El desenfreno del hormigón, del hierro, de las carreteras mas o
menos digitalizadas, centrales nucleares o de carbón; miles de presas Sivens en
Rumania, adaptaciones de Roybon en Portugal, las versiones de gas de esquisto
británicos de Notre Dame, Lyon-Turín en todas partes ... Muchos de los proyectos que tienen la pátina vintage antes incluso de haber sido nuevo. Jean-Claude fue antes de
haber sido. Esto es un poco duro.
Pero si estos proyectos, algunos de ellos francamente útiles, no han
visto nunca la luz es, igualmente porque no pueden ofrecer el futuro que las sociedades europeas necesitan. ¿Qué puede
hacer el mas moderno de los aeropuertos o el
mas gigantesco centro comercial cuando lo que la gente realmente quiere
es mejorar la calidad de vida, más solidaridad y el sentimiento de comunidad,
compartidos? "miseria del
materialismo", cuando, además, está desconectado de su significado
histórico.
En efecto, uno tiene instintivamente
la sensación que está totalmente pasado
de moda invirtiendo en una realidad económica que se ha quedado atascada en el
tiempo, en la década de 1960, atrapada en un imaginario de crecimiento
conquistador. Sin embargo, ese es precisamente el argumento del plan Europeo de
Inversiones. Además del truco que convierte mágicamente 1 € a 15 €, de acuerdo
con un multiplicador que recuerda el milagro
de los panes y los peces de Jesús,
el plan tiene como objetivo recoger elefantes blancos ligeramente repintados de
rosa (digital, nano), la historia de hacerse propaganda.
Y esto, por desgracia, nos
lleva a Francia y a sus debates de
posicionamiento estériles especialmente en lo que se refiere a la
política económica. El proyecto de ley Macron es un nuevo y decepcionante ejemplo más del calado del
déficit que tenemos y que crece tan rápidamente como la deuda nacional: el déficit de
creatividad, sin duda un producto
todavía mas raro que la franqueza en el paisaje de la política actual.
Para seguir con la ortodoxia
económica contemporánea, faltaría todavía un rehén típicamente francés: el
crecimiento. Al igual que con los rehenes reales, nadie sabe exactamente donde
ni porqué se detuvo. Sin embargo, tenemos una idea bastante clara de quienes
son los secuestradores: sindicatos,
organizaciones laborales, la burocracia, los ecologistas de todo tipo,
asociaciones, zadistas** que condenan el hormigonado de rondas... todos ellos " conspiradores de la inacción ", "que ahuyentar al
crecimiento sacrosanto e impiden que venga
para repartir el botín. Esperando con el mismo fervor el regreso del Mesías, este fantasma de la
era del productivismo teme más que nada una
cosa: los "grilletes " de los derechos sociales, ambientales y
fundamentales.
Los gobiernos e instituciones de Europa no cesan de reiterar su compromiso con el crecimiento, como un conjuro religioso. Atreverse a proferir "el final del crecimiento" es equivalente a la advertencia del Infierno de Dante: "« Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate » " ("abandonar toda esperanza, vosotros los que entráis") porqué el crecimiento es el idioma de la esperanza, el equivalente de un Evangelio, con la promesa de redención y la recompensa eternas. Al igual que cuando uno habla de fe, tiene el riesgo de de ser contestado con los hechos. Galileo puede dar fe de ello. Por tanto el crecimiento realmente existe, bien presente entre nosotros: entre 1974 y 2004, la economía francesa duplicó su tamaño, es decir, tuvo un crecimiento del 100%. En el mismo período de tiempo, el desempleo se triplicó (de 3 a 10%) y el número de personas que viven en la pobreza apenas se redujo en un 10% ...Bienvenido a las trente piteuses (30 lamentables años)***.
El problema no es una
cuestión de contabilidad, ni tan solo económica. Cualesquiera que sean las
convicciones materialistas de los que se pretenden científicos, la economía de
una región, un país, una industria o un hogar, no se puede resumir en una simple agregado
contable de unidades producidas o de horas trabajadas. La economía es una imagen
del mundo, una representación de los recursos disponibles, las necesidades a
cubrir y los deseos a colmar. Una representación de lo que es necesario, útil,
conveniente, superfluo e insignificante. Una
relación con el tiempo, el esfuerzo, el mérito, y el prójimo. La hormiga
y la cigarra no son más que unas de las
numerables facetas de la economía.
Uno de los más grandes
economistas de la historia recordó este hecho en casi cada una de las líneas de
su obra siempre actual: el resorte principal de nuestros cálculos y previsiones más o menos sabios es un conjunto
de datos difícil de cuantificar a los
que llamamos "psicología". Ya se trate de la psicología individual o
colectiva se refiere, ante todo, a la representación del mundo.
Hoy en día, con la excepción
de unas pocas regiones menos desarrolladas, la mayoría de nuestras certezas se
han vertido en los últimos bloques de hormigón del gigantismo industrial:
grandes proyectos inútiles e impuestos, la
estación de Stuttgart, las centrales de Mielno, Paks o Temelin, la economía extractiva destructiva de la agroindustria
patógena , la petroquímica venenosa o la sobrepesca industrial.
Las aspiraciones de los europeos son otras, mas complejas: la
presión insoportable del desempleo masivo de ninguna manera garantiza que los
desempleados van a aceptar espontáneamente llamar a la puerta de una fábrica repatriada a
China o Vietnam o a sacrificar su entorno de vida en aras al gas de esquisto o
a las arenas bituminosas.
La cuestión central es la de la
libertad ya que no se trata tanto
de tener un “trabajo” (que generalmente
restringe la libertad de uno), sino más bien de tener "una manera de
ganarse la vida."
Es en la sociedad donde
tenemos que invertir: en desigualdad, redistribución, educación, gestión de la tierra, comunidades rurales, agricultura
no productivista, infraestructura colectiva y de telecomunicaciones, innovación
social, innovación tecnológica e investigación básica. En resumen, tenemos que
invertir en un mundo mejor.
¿En el 68 querían la imaginación al poder? Nosotros queremos invertir en la imaginación. Hoy en dia estamos sometidos a la dictadura de los administradores: incluso Tsipras, la nueva estrella de la Europa radical , nos hace el papel de Visconti en el texto, adornando la socialdemocracia de una virginidad revolucionaria muy al estilo de Mitterand.
Cuando nuestra fe en las canciones que hablan del mañana se ha secado y lo
único que queda es el gran mercado único, la socialdemocracia o el Rotary Club
como lugar para soñar, es absurdo que nos sorprendamos de que cierta
juventud desconteta caiga en las trampas adulteradas de todos los
reclutamientos identitarios. Después de una generación que está de vuelta
de todo es el momento de que una nueva generación se embarque hacia alguna parte. Y eso va a requerir más
imaginación que la que todos los Junckers y Macrons de Europa juntos lleguen a tener.
* Ver L’empereur illicite de
l’Europe, au cœur de la Banque centrale européenne, by Jean-François
Bouchard (Auteur) – Essai (broché), 01/2014
** "Zones a defendre" (ZAD, de
ahí el nombre de "zadistes") incluyen los ecologistas, por supuesto, pero
también anarquistas, anticapitalistas,
locales ultra-izquierda radical o
militantes de la zona que vienen a echar una mano.
*** Trente piteuses hace referencia al periodo europeo, también francés, que abarca las décadas de vacas flacas: 1980, 1990, 2000, 2010, en contraste con las décadas de vacas gordas (treinte glorieuses): 1950,1960,1970
Traducció N.C.
Traducció N.C.
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