dimecres, 31 de juliol del 2013

La Economia del Decreixement

Ecological Economics
Volume 84, December 2012, Pages 172–180
Elsevier
Traducció N.C. 

La Economía del Decrecimiento
Giorgos Kallis a, Christian Kerschner b, Joan Martinez-Alier c

a  ICREA and Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA), Universitat Autònoma de Barcelona, Barcelona, Spain
b  Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universitat Autònoma de Barcelona, 08193 Bellaterra, Spain
c  Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA), Universitat Autònoma de Barcelona, Barcelona, Spain


Resumen

El decrecimiento económico es ecológicamente deseable, y posiblemente inevitable, pero ¿en qué condiciones puede ser socialmente sostenible? ¿Cómo podemos conseguir el  pleno empleo y la  estabilidad económica sin crecimiento? ¿Qué ocurriría con el gasto y la deuda pública? ¿Cómo se debería organizar  la producción en una economía en decrecimiento? Y bajo qué condiciones socio-políticas plausibles podrían darse estos grandes cambios? Las teorías estándar  y los modelos económicos ignoran estas cuestiones. Para ellos, el crecimiento económico es una necesidad axiomática. Este artículo revisa las contribuciones recientes de la economía del decrecimiento e identifica vías de investigación para los economistas ecológicos.


1. Introducción

Nos guste o no, Occidente puede haber entrado en un período de recesión prolongada. Es difícil saber si se trata de una situación  temporal o de un nuevo estado permanente. Los límites ecológicos, el agotamiento de los mercados de inversión en las  economías maduras, la carga de la deuda y los  cambios de inflexión  geoeconómica apuntan hacia una crisis estructural (Kallis et al, 2009;. Wallerstein, 2010): Estas no son malas noticias para el medio ambiente  (Martínez-Alier, 2009): menos crecimiento significa menos  consumo material, menos emisiones de CO2 y menor destrucción de hábitats, la última oportunidad de permanecer dentro de los límites de seguridad de los   ecosistemas mundiales (Rockström et al., 2009), pero socialmente puede ser una catástrofe. Las economías del crecimiento no saben cómo decrecer. Se colapsan.

El crecimiento por encima de un nivel que satisfaga las necesidades básicas no mejora el  bienestar psicológico (Easterlin et al., 2010) y conlleva  más costos que beneficios, especialmente ambientales (Daly, 1996). Por otro lado, la falta de crecimiento  conduce a una espiral de deuda, al desempleo y al deterioro del bienestar social. La cuestión central de la economía del siglo XXI ya no es cómo las naciones se enriquecen, sino cómo "gestionan sin crecimiento "(Victor, 2008), es decir, ¿cómo puede el decrecimiento estabilizarse  y ser próspero (Jackson, 2009)? Tanto la corriente principal de los economistas como la más heterodoxa  ignoran esta cuestión ya que para ellos el crecimiento es una necesidad axiomática (Georgescu-Roegen, 1977).

La reciente crisis es percibida   como una crisis común, periódica del capitalismo y las recetas debatidas -"austeridad" frente a "expansión keynesiana"-son las mismas que las de la década de 1930. Las políticas de austeridad están fracasando en el sur de Europa, son contraproducentes. Sin embargo, invertir grandes cantidades de dinero público para fomentar el  consumo puede no funcionar en las economías maduras con un espacio ecológico para el crecimiento limitado. Además, lo que ha ocurrido en Japón desde la década de 1990,  su creciente deuda pública y sus inversiones nucleares fallidas, debería haber sido  otra de las razones para reflexionar des de mucho tiempo atrás, sobre "como gestionar sin crecimiento". Se necesita  renovación del pensamiento económico.

La economía ecológica está bien posicionada para liderar la discusión sobre un  decrecimiento próspero. Las contribuciones fundamentales sobre los límites del crecimiento y las vías alternativas hacia el  bienestar han venido de la mano de  los economistas ecológicos (Daly, 1973, 1996, Georgescu-Roegen, 1971; Norgaard, 1994; Odum y Odum, 2001; Victor, 2008). La crisis ha reactivado el  debate sobre el crecimiento y la macroeconomía ecológica (Daly, 2010; Jackson, 2009; Kallis, 2011; Kallis et al, 2009). Kerschner, 2010; Martínez-Alier, 2009; van den Bergh, 2011; van den Bergh y Kallis, de próxima aparición, Victor, 2010). Este número especial recoge algunas de las mejores aportaciones  de la económica ecológica de la segunda Conferencia Internacional de la Económica del Decrecimiento (Barcelona, ​​26 a 29 mayo, 2010) 1. Las contribuciones versan sobre tres temas  interrelacionados: La Economía estacionaria (EE) (Daly, 1996), la nueva economía (NE) de la prosperidad (Jackson, 2009, NEF, 2009; Schor, 2011), y El decrecimiento (DC) (Latouche, 2009; Martinez-Alier et al., 2010). Agrupamos las contribuciones en las que fortalecen  la conveniencia y viabilidad de una transición decrecentista (Sección 2); Las que aportan  instrumentos de evaluación de políticas para la transición (Sección 3), y las  que debaten  su dinámica socio-política (Sección 4). Concluimos en la Sección 5  con las principales áreas de investigación para la economía del decrecimiento.

2. El tema  del decrecimiento

2.1. Las causas de la crisis

¿Cómo y por qué las economías occidentales implosionan  después de 2008? Todos los autores que escriben des de la perspectiva de EE, NE o DC,  convergen en tres puntos principales:

 Primero, que esta no es sólo una crisis económica (o financiera). Es una crisis multidimensional democrática, sociológica  y  medioambiental (Speth, 2012-en este número).

Segundo, que la causa fundamental que hay  detrás de estas distintas crisis es la fijación en el crecimiento económico (Speth, 2012-este número). La desregulación del sector financiero y la oferta de dinero fácil que condujo a la crisis de endeudamiento público y privado no eran "errores", sino opciones políticas deliberadas  destinadas a mantener el crecimiento (Jackson, 2009). En nombre de la eficiencia económica, los Estados dejaron importantes decisiones nacionales (Por ejemplo, la oferta de dinero) en manos de los mercados y de organismos independientes (por ejemplo, bancos centrales), dejándolas fuera del reino de la decisión democrática. La cultura de la codicia proliferó tanto en el sector público como el privado, así  como la desenfrenada búsqueda del propio interés cortoplacista, legitimada por sus supuestos beneficios económicos. El crecimiento requiere también la continua contabilización y valoración de los "bienes” y servicios no monetarizados - medio ambiente, cuidados, relacionales-  y su integración en el mercado. Esta cultura ha desplazado a los sistemas alternativos de valores que regulaban esos 'bienes' degradando su esencia y sometiéndolos  a la lógica de la ganancia (Brown et al, 2009). Hirsch, 1976).

Tercero,  reanudar el crecimiento económico haría más fácil el  pago de  las deudas acumuladas, pero esta no es la respuesta a la crisis. Significaría  acelerar el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la extracción de recursos así como el abandono de los residuos en las "fronteras de las mercancías " que, no por casualidad, son las últimas zonas de reserva ambiental del mundo, donde a menudo residen los grupos indígenas (Martínez-Alier et al., 2010).

dilluns, 29 de juliol del 2013

Puntxada la bombolla de l'AVE espanyol

Article publicat el 28/07/2013 al diari El Periódico
que ens parla de les inversions ineficients fetes  amb els impostos de tots 



Ada Colau:"He comprobado que con menos tienes más"

Entrevista publicada al diari

Ada Colau: “En España puedes ser un mafioso y disfrutar de reconocimieno oficial”

Líder del movimiento antidesahucios e impulsora de los escraches contra políticos

Esta catalana se ha convertido en la activista más famosa y contundente de los últimos tiempos

"Un, dos, tres, ¡fuerte!”. Levantar la reja del local de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Barcelona, cuyo sistema eléctrico se ha estropeado, ha sido mi acto solidario de hoy. Solidario con su portavoz, Ada Colau, que quizá no habría podido sola porque pesa un quintal, pero en el fondo interesado, porque quiero ver dónde opera una de las organizaciones sociales más activas y exitosas de este país. Superada la prueba, entramos en una amplia lonja con aires de garaje en la que se reparten unas cuantas mesas con sus ordenadores y sus sillas de oficina. Todo es espartano y con pinta de segunda mano, como supongo corresponde a un movimiento de base.

Entrevista intrépida / 1

Conversaciones frescas y con un punto irreverente en compañía de personajes singulares. En esta primera entrega especial del verano, Mikel López Iturriaga pregunta y repregunta para llegar donde otros no se atreven. 
Colau se sienta y, en cuanto empiezo a preguntar, sale de su boca un discurso tan torrencial que dan ganas de unirse a la lucha o, si estás en el otro lado de la barricada, de rendirse y entregarse. Esta barcelonesa de 39 años es la voz pública de muchas personas que han estado o están a punto de ser desahuciadas de sus hogares por no poder pagar su deuda con los bancos, y que se han unido para pelear. Su defensa de acciones tan po­lémicas como los escraches la ha convertido en favorita de unos medios y en punching ball de otros. En esperanza blanca de muchos progresistas… y en bestia negra del Partido Popular, algunos de cuyos dirigentes no dudaron en relacionarla con el terrorismo en un inútil intento de mermar su popularidad.
P. ¿Es usted ETA?
R. Evidentemente, no. Tener que decirlo demuestra ya el nivel político de nuestro país y de nuestro Gobierno. Es ridículo.
P. Vayamos entonces con asuntos más serios. La plataforma de la que es portavoz se enfrenta a un problema crónico, la vivienda, y a un drama, los desahucios. ¿Algún país lo está haciendo bien en este terreno?
R. Nadie lo está haciendo perfecto, pero no hay otro país que lo haga tan mal como España. Es un ejemplo negativo ante el mundo. Vienen medios de comunicación ultraliberales y se escandalizan: lo nuestro no se entiende ni desde esa ideología. Si ­excluyes a millones de personas del sistema de por vida, generas economía sumergida y ningún incentivo para retomar la actividad económica.
P. ¿Algún caso le ha tocado especialmente?
R. Todos, porque, a diferencia de lo que quiere hacernos creer el PP, no hay unos casos más graves que otros: en todos hay vulnerabilidad extrema. La pérdida de vivienda rompe familias y te desestructura emocionalmente. Aunque consigamos cambiar la ley y resolver los casos que nos están llegando, habrá una generación traumatizada.
P. ¿Cómo responde la gente cuando logran parar su desahucio? Responden ya no con agradecimiento, sino con implicación. Independientemente de lo que consiga de las Administraciones, la plataforma ya ha ganado. La gente llega con la autoestima por los suelos, encuentran apoyo y después tienen más ganas de ayudar a otros. Es un proceso que casi todo el mundo explica como un renacer: el paso de afectado a activista. Es lo más bonito que he visto en mi vida.
P. ¿No son responsables los individuos de haberse entrampado al firmar hipotecas enormes?
R. Ellos no rehúyen su parte de responsabilidad. ¿Qué entendió la gente y qué le explicaron en el banco cuando firmaba? Que el banco tasaba el piso y decía que valía, por ejemplo, 300.000 euros, y que por eso a ti te dejaban 250.000, 300.000 o más. Entonces el banco te decía: “Tranquilo, si no puedes pagar, vendes la vivienda y no pasa nada”. Ni el banco, ni la inmobiliaria, ni el notario, ni la Administración pública explicaron que podías perder la vivienda y quedarte con una deuda de por vida. Si lo hubieran explicado, mucha gente no se habría hipotecado. Los bancos redactaron contratos plagados de cláusulas abusivas, engañaron y estafaron. Es increíble que no estén pasando cosas más graves en este país, es de escándalo.
P. ¿Cómo son sus negociaciones con las entidades financieras? Porque para ellas esta situación también es un problema.
Hemos descubierto el punto débil de los bancos: su imagen pública”
R. Es un problema, pero saben que son rescatados sistemáticamente. Unos se jubilan con millones de euros o siguen con sueldos millonarios. En España es ministro de Economía el señor De Guindos, tras ser directivo responsable de unas de las entidades que han fracasado. El mensaje oficial es que puedes ser un mafioso, un estafador y hundir la economía de un país, que vas a recibir todo el reconocimiento institucional. Cuando empezamos a negociar con los bancos había desprecio y humillación. Pero David está pudiendo con Goliat. Hemos descubierto su punto débil: la imagen pública. Ponernos delante de sus oficinas explicando a la gente que entra que ese banco está engañando y estafando les ha obligado a negociar.
P. ¿Apuesta usted entonces por su desaparición?
R. No. Sería infantiloide pensar que no tiene que haber una organización económica. Claro que tiene que haber algún tipo de banca, o pública o con un control democrático real, que priorice las necesidades básicas de la población y anteponga la vida humana y la dignidad sobre cualquier interés particular.
P. ¿Ha sido siempre tan guerrera?
R. Sí. Siempre he tenido una inquietud social crítica; si no, no habría estudiado Filosofía, que no sirve precisamente para tener un trabajo muy bien remunerado.
P. ¿Cuándo se da cuenta de que quiere convertirse en esa especie de superhéroe social?
R. Superhéroe, no. El mensaje más importante de la PAH es que la gente sencilla, si se organiza y se apoyan unos a otros, puede mover montañas, conseguir lo que parecía imposible. Si se presenta como una cuestión de superhéroes, lanzamos el mensaje de que es muy complicado, y es falso. Es lo que el poder quiere que creamos. ¿Me preguntaba por mi implicación personal?
P. Sí, cuándo empieza.

Una filósofa contra el mundo

Ada Colau. / NACHO ALEGRE
“Sí se puede, pero no quieren” es el lema reivindicativo del momento. Detrás de él está la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, organización de ciudadanos al borde del desahucio cuya portavoz, Ada Colau, es seguramente la activista más famosa de este país. Casi licenciada en Filosofía –le quedan dos asignaturas para acabar la carrera–; ­autora junto a su pareja, el economista Adrià Alemany, del libro Vidas hipotecadas; ­parada en ciernes, pero optimista compulsiva, Colau posee una inusual habilidad para comunicar, fundada en un talento natural y en la seguridad del que sabe de lo que habla.
Políticos y banqueros la tacharán de demagoga, pero esta catalana de treinta y tantos ya se ha convertido en un referente de la lucha social que despierta la adoración popular (del pueblo, no del partido).
R. Inquietud la tenía desde el instituto. Me acuerdo de participar en manifestaciones por la primera guerra del Golfo. En la universidad participé en el proceso asambleario con muchos otros. El activismo más fuerte surgió en 2001 con la antiglobalización. Muchísima gente de muchos colores diferentes salió a la calle para visibilizar que aquí están mandando unos que no hemos votado nunca: el FMI, entidades financieras… Poderes nada transparentes que mueven como marionetas a los Gobiernos a escala planetaria. La mayoría de los que participamos en esas experiencias dijimos: “Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué hacemos con nuestra vida?”. Porque ahora, cada día hay que luchar contra la precariedad. Y en el Estado español, uno de los principales factores de precariedad era la vivienda.
P. Usted vivió en casas ocupadas. ¿Cuál es su visión de la ocupación? ¿La ve legítima?
R. Por supuesto. Más que nunca.España es el país de Europa que más vivienda vacía acumula y, al mismo tiempo, el que más desahucia. El desalojo por la fuerza por motivos económicos es la peor vulneración del derecho a la vivienda. Debe ser el último recurso, pero en España es el primero. Quizá será legal, pero es absolutamente inmoral.
P. Entonces, ¿discute usted la propiedad privada inmobiliaria?
R. Hay que discutir la forma de tenencia. La gente tiene derecho a acceder a una vivienda segura, estable e incluso de por vida. Eso se puede hacer de varias maneras: aquí se ha impulsado solo a través de la propiedad privada, y nos dijeron que era la manera más estable. Ahora eso es falso: miles de personas no eran propietarias, sino sobreendeudadas. Y el alquiler no es una alternativa real porque era ya precario y el PP lo acaba de precarizar más: ha reducido de cinco a tres años el contrato, y eso no es una vivienda estable. Hay que exigir otras formas. Primero, alquiler de calidad y accesible; luego, una propiedad privada que no sea especulativa.
P. ¿Cómo se ha ganado la vida en todo este tiempo de activista?
R. He trabajado en una consultora de comunicación, en producción de televisión, de traductora… y todos los trabajos eran precarios.
P. Salió hasta en una serie de televisión, Dos + una.
R. Sí.
P. ¿Lo quiere olvidar?
R. Sí, porque es una de las peores cosas que he hecho.
P. ¿Y ahora qué hace aparte de ser activista?
R. Tengo la suerte de llevar cinco años en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Pero no creo que dure mucho porque depende de la financiación pública.
P. ¿Lleva usted una vida austera?
R. Necesito poco para vivir. Tampoco lo veo como una renuncia: no tengo coche, ni propiedades, ni grandes caprichos.
P. ¿Qué cosas le llenan entonces?
Soy austera: no tengo coche, ni propiedades, ni grandes caprichos”
R. He comprobado que con menos tienes más. Compartir con otros en experiencias como la plataforma, eso es lo que más me llena. Creo que es mucho mejor, incluso en términos egoístas. Es mil veces más satisfactorio vivir con menos que no esa sociedad del consumo que promete felicidad y al final solo hace que te sientas solo, pobre y desgraciado.
P. No tiene casa en propiedad, algo que se le ha criticado siendo portavoz de una plataforma de afectados por las hipotecas.
R. Si hay que ser esclavo para luchar contra la esclavitud, mal iríamos. No me veo afectada por la hipoteca, pero sí por la vivienda, y la plataforma, desde el primer día, defendió el derecho a una vivienda digna, en propiedad o alquiler.
P. ¿En el altruismo hay una parte de egoísmo?
R. Seguro. El activismo de miles de personas no se explicaría si no fuera porque es altamente gratificante. Si fuera solo sacrificio, no habría miles de personas entregadas a esta causa. El proceso de empoderamiento, de ver que nuestra capacidad de transformación es mayor de lo que nos habían dicho, produce satisfacción. La plataforma te da más de lo que tú le das a ella. Eso explica que el movimiento crezca cada día.
P. Dada su popularidad, ¿no ha sentido la tentación de cambiar las cosas desde un partido?
R. No. Como ciudadana, creo que todos tenemos que ocuparnos de renovar nuestras instituciones democráticas. Claramente ahora son fallidas. Hay unos partidos plagados de corrupción, cada día más lejos de la ciudadanía, endogámicos, preocupados de perpetuarse, con falta de transparencia absoluta… Me han propuesto ser diputada y he dicho que no, porque la plataforma está haciendo más que cualquier partido.Hemos impulsado una Iniciativa Le­gislativa Popular, parado más de 700 desahu­cios, negociado centenares de daciones en pago y alquileres sociales. A ver qué estructuras con un montón de dinero y muchísimos cargos están consiguiendo eso: diría que ninguna.
P. ¿Tienen futuro los partidos?
R. Como están ahora, no. Hay que resetearlos. Es posible que haga falta algún tipo de organización, de representación; no puede ser todo el mundo opinando todo el rato. Pero se pueden pensar cosas más actuales: Internet permitiría, por ejemplo, cotas de participación brutales.
P. ¿Le gusta que le definan como izquierdista?
R. Yo no me definiría así, sino como demócrata radical y defensora de los derechos humanos. Es necesaria una democracia, pero una real, no una democracia secuestrada como la de ahora. Izquierda y derecha han servido durante mucho tiempo, pero yo creo que ahora hay una mayoría social que no se identifica con esas etiquetas. Los partidos han machacado su propia imagen: el PSOE se ha cargado la idea de izquierda en este país. En temas de derechos civiles, de libertades, me reconozco más con una tradición de izquierdas, pero con la representación actual no me identifico.
P. ¿Qué balance hace de los escraches a diputados del PP?
R. Han sido un acierto. Han generado un debate sobre por qué parece tan excepcional que los ciudadanos pidan explicaciones a sus representantes. En otras democracias, los dipu­tados reciben a cualquier ciudadano que quiera poner una queja. Si eso sucediera aquí, seguramente no habríamos llegado a los escraches.
P. ¿Pero era necesario hacerlos en domi­cilios? ¿No es una invasión de la priva­cidad?
R. Es que lo otro ya lo habíamos hecho. Nos concentrábamos ante las sedes del PP y del Congreso, y nos ignoraban sistemáticamente.
P. Eran un último recurso, entonces.
R. Se trataba de señalizar que vamos a estar allí donde vayas y no vas a poder no vernos. Y si es en tu domicilio, en tu domicilio, que a esta gente la están echando de su casa y nosotros simplemente vamos a la tuya y nos ponemos delante con pancartas y pegatinas en las que pone “Sí se puede”. No hemos invadido la casa de nadie, mientras que a la gente le están echando la puerta abajo.
El partido socialista se ha cargado la idea de izquierda en este país”
P. Ante las cosas que han dicho sobre usted los dirigentes del PP y sus medios afines, ¿no ha sentido miedo?
R. Quizá en algún momento sí, porque hubo días muy duros… Ellos apuntan, y luego saben que cuando despiertan lo del imaginario terrorista, hay un sector reducido pero muy radicalizado de la población que puede actuar. He recibido algunas amenazas bastante fuertes, ya no solo contra mí, sino contra mi familia, que todo el mundo sabe que es lo que más duele. Pero en realidad miedo, miedo, no he tenido, porque participo en un colectivo muy amplio en el que todos nos apoyamos los unos a los otros.
P. Y su entorno ¿cómo lleva que esté ahí, en la diana?
R. Mi compañero y yo estamos igual de implicados. Los dos impulsamos la plataforma y nos conocimos en el activismo. Mi vida personal no está separada. Otros familiares nos apoyan. Ha podido haber momentos incómodos, pero nadie ha tenido ninguna duda de que estamos haciendo lo que hay que hacer, parafraseando a Rajoy.
P. ¿Cómo desconecta de todo este lío?
R. Con mi hijo de dos años. Es la mejor manera, llegas a casa y no te lo tienes que plantear. Te reclama, juega; si te ve con el teléfono, te lo coge y lo tira.
P. ¿Se puede conciliar vida laboral, familiar y, encima, la de activista?
R. Se puede. Yo veo a un montón de gente trabajando en dos empleos para poder llegar a final de mes, a muchísimas mujeres haciendo muchos más esfuerzos de los que hago yo. Yo me he llevado a mi hijo a parar desahucios y a manifestaciones con otros niños de la plataforma. Somos de hecho un movimiento muy familiar donde hay muchísimos niños que llevamos a nuestras actividades. No separamos una cosa de la otra. Los niños forman parte de nuestra vida, y que así sea, porque desde luego su alegría y su energía son la mejor receta contra la crisis.
P. Tras estos años, ¿cuál sería la mayor enseñanza personal que ha sacado del activismo?
R. Vaya pregunta. No sé… La idea de que el determinismo es falso. El mensaje oficial es que no hay nada que hacer, que aunque te muevas no vas a conseguir nada, que todo lo que te pasa es culpa tuya y te tienes que avergonzar: escóndete, has vivido por encima de tus posibilidades y eres un fracasado. Ese mensaje responde a unos intereses. Hay alguien a quien le interesa que tú creas que estás solo. Cuando empezamos, nuestra primera dificultad no fue el poder de la banca, sino lo destrozada que estaba la gente. El mayor aprendizaje ha sido comprobar que las personas con menos recursos, los más hechos polvo, si encuentran un espacio de solidaridad y se les restituye la dignidad, se convierten en superhéroes.

diumenge, 28 de juliol del 2013

Grandes proyectos, inútiles impuestos


Post publicat a la web La Jornada

Joan Martínez Alier

Bajo este bonito nombre, Grands Projets Inutiles Imposés, una red de movimientos sociales europeos celebra en Stuttgart a fines de julio de 2013 su tercera reunión. Los primeros “socios” fueron los grupos que en Italia se oponen al nuevo túnel ferroviario para la alta velocidad entre Turín y Lyon (el célebre movimiento NO TAV) y quienes en Francia se manifiestan contra el absurdo aeropuerto de Notre Dame des Landes, cerca de Nantes. Se apuntan ingleses contra trenes de alta velocidad de Londres a Birmingham y Manchester que duplican los ya existentes y se apuntan españoles más que quemados de tanta corrupción y obra pública absurda que se indignan ahora contra el complejo de casinos y hoteles llamado Euro-Vegas cerca de Madrid.

En Stuttgart, la población protestó contra la nueva estación subterránea que se quería construir. El 30 de septiembre de 2010 iban a empezar los trabajos en el Schlossgarten, parque ubicado al costado de la actual estación donde según los planes llamados S21 se construiría la nueva estación. En defensa del parque y de la vieja estación llegaron miles de manifestantes, algunos intentaron proteger los árboles subiéndose a ellos. Hubo centenares de heridos al intervenir brutalmente la policía. En 2011 ganaron los Verdes las elecciones al gobierno regional de Baden-Württemberg pero una leve mayoría en un referéndum posterior defendió la nueva estación. El tema sigue en discusión. Por eso se realiza allí el tercer fórum GPII.

Hay muchísimos proyectos de obras públicas inútiles, absurdas, impuestas a la fuerza. Eso ocurre en todas partes. En Barcelona, construyeron un enorme puerto del cual se usa menos de la mitad, construyeron una desaladora de agua del mar que no funciona casi nunca… Todo eso anticipando un crecimiento económico y demográfico sin fin. Se crea deuda pública inútilmente. Se garantiza a las concesionarias de autopistas y a las empresas eléctricas unos ingresos que compensen sus inversiones y den ganancias. Si falta después la demanda para cubrir esas inversiones sobredimensionadas, se fuerza al Estado a pagar la diferencia o el Estado permite aumentos de tarifas eléctricas.

Por eso han surgido esos movimientos que ahora se coordinan a nivel europeo y que pronto se coordinarán a nivel mundial. En Turquía, los manifestantes de mayo y junio protestaban contra la corta de árboles de un parque municipal donde se iba a hacer un shopping mall y también contra grandiosos planes de obras públicas que incluyen duplicar el estrecho del Bósforo con un canal de 50 kilómetros. En Brasil, los manifestantes de junio y julio protestaban contra la corrupción en el PT y también por las grandes obras públicas con “standard FIFA” cuando el transporte público es deplorable y a tanta gente le falta dónde vivir.
En la India se sueña con el interlinking of the rivers desde el Himalaya al sur y para no ser menos, en América (dentro de los grandes planes del IIRSA) se plantea un megaproyecto para unir las cuencas del Orinoco, el Amazonas y el Plata, a través de la interconexión de 17 ríos, lo que permitiría el transporte fluvial entre el Caribe y el Río de la Plata.

Las mega-infraestructuras reflejan el poder político de empresas multinacionales como Odebrecht de Brasil. Hay corrupción expresada en comisiones pagadas a políticos (para sus partidos o para sus bolsillos privados) y todo esto se apoya en una visión del mundo económico en constante crecimiento material.  Da lo mismo que los gobiernos sean neoliberales o de la izquierda nacionalista progresista latinoamericana, que sean capitalistas de estado o social-demócratas. Los islamistas moderados que planean un nuevo Bósforo no están muy distantes en su manera de pensar las relaciones entre economía y ecología, del gobierno de Nicaragua que con dudosos capitales chinos planea un canal paralelo al de Panamá. Mientras, el presidente Rafael Correa se imagina navegando como en una película de Herzog desde Manta a Manaos y viceversa.

En Europa, tras el primer foro GPII (grandes proyecto inútiles impuestos) en Val di Susa en 2011 en Italia y el segundo en Notre-Dame des Landes en Fracia, el tercer foro se realizará en Stuttgart del 25 al 29 julio 2013.  Sus propósitos son: a) el intercambio, el apoyo mutuo y la coordinación de la resistencia contra los GPII en Europa y en otros lugares; b) la salvaguardia de nuestras condiciones de vida en la naturaleza y en la sociedad; c) la discusión de las causas y consecuencias de esos grandes proyectos, sus perspectivas sociales y las alternativas posibles. Para quienes quieran y puedan acudir a Stuttgart o ver lo que sucede allí, hay aquí información en varios idiomas,http://drittes-europäisches-forum.de/tag/gpii/

dijous, 25 de juliol del 2013

Entrevista a Philippe van Parijs, cofundador de la Xarxa Europea de la Renda Bàsica

Article publicat a la revista  Sin permiso

Espaguetis y surf: razones para una renta básica universal en la crisis actual del capitalismo. Entrevista
Philippe van Parijs · · · · ·
02/04/12

Hace unas semanas, la ministra de trabajo italiana Elsa Fornero afirmó que, de existir una renta básica en Italia, “la gente se pondría cómoda y se dedicaría a  comer pasta al pomodoro”. Como respuesta a dicha afirmación, Giuliano Battiston realizó esta entrevista realizada a Philippe Van Parijs, fundador de la Basic Income Earth Network (BIEN) y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

Antes de adentrarnos en las razones por las cuales deberíamos “otorgar a todos los ciudadanos, de manera incondicional, una renta básica acumulable con otros ingresos”, quizás convenga valorar las objeciones más comunes a esta propuesta. Comencemos por aquella –avanzada ya por Marshall, si bien en un contexto diferente– según la cual los derechos deberían venir acompañados de contrapartidas, de deberes, de manera que exista un vínculo entre ingreso y trabajo y que la concesión del mismo se condicione a una contribución productiva o a la voluntad de realizarla. Como usted recuerda en La renta mínima universal, en Europa continental tiene un peso importante el modelo ‘bismarckiano’, ‘conservador-corporativo’ de la protección social, con arreglo al cual ésta debe estar ligada al trabajo y al estatuto asalariado de los ciudadanos. Del mismo modo, en su ensayo La renta básica y los dos dilemas del Estado de bienestar reconoce que la parcial “desconexión entre el trabajo y el ingreso exigiría un replanteamiento radical” en términos culturales, incluso en aquellos partidos de izquierda que todavía hoy ven en el trabajo un tema central de su agenda política ¿Cómo favorecer este replanteamiento? ¿Y cómo responder sobre todo a las objeciones antes mencionadas?    

La idea de que el derecho a un ingreso deba estar ligado al trabajo o a la disposición a trabajar; la asociación, en definitiva, entre trabajo e ingreso, derivada de consideraciones éticas, antes que económicas, no se limita a los países del llamado modelo ‘bismarckiano’. También está presente en el mundo anglosajón, y yo diría que en todas las sociedades del mundo. A este respecto, es interesante destacar una singular analogía con la relación ética que durante mucho tiempo diversas sociedades han instituido entre sexo, gratificación sexual y reproducción. En todas aquellas sociedades en las cuales, en razón de la elevada mortalidad infantil, era esencial alcanzar un elevado nivel de procreación, era común la existencia de un vínculo ético entre gratificación sexual y “riesgo”, al menos, de procrear, es decir, de contribuir eventualmente a la supervivencia de la comunidad. Por razones análogas, yo diría que desde hace mucho tiempo ha arraigado la idea de que sólo se puede acceder a la gratificación del consumo, y por tanto, del ingreso, a condición de estar dispuesto a contribuir a la producción (el equivalente de la reproducción, en el ejemplo de la gratificación sexual). Lo que ocurre es que hoy vivimos en condiciones tecnológicas y económicas muy distintas, gracias a las cuales ya no es necesario ni que todas las actividades sexuales estén ligadas a la posibilidad de procrear, ni que el acceso al ingreso esté condicionado a la contribución a la productividad, y por consiguiente, al trabajo. Lo que pretendo señalar es sencillamente que es posible concebir una organización social que no esté basada en este tipo de ética del trabajo. Soy consciente, en todo caso, de que este discurso solo muestra la posibilidad de una organización alternativa, pero no que esta sea justa deseable. Esto último exige mucho trabajo pedagógico y la superación de numerosos obstáculos culturales, tanto a la derecha como a la izquierda. Me parece curioso, de todos modos, que en todos estos años la objeción ética a la renta básica haya primado sobre las objeciones técnicas, es decir, aquellas vinculadas a las posibilidades de su financiación y a su viabilidad política.
Para usted, los argumentos a favor de una renta básica universal no pueden limitarse a consideraciones de orden económico, ya que estos “inevitablemente apelan a una determinada concepción de la sociedad justa”. Ahora bien, si decidiéramos contravenir sus indicaciones y limitarnos a la plausibilidad y a la conveniencia económica, ¿en qué medida la introducción de una renta básica estaría inspirada en la “preocupación por erradicar no solo la pobreza definida de manera estrecha y estática, sino también la exclusión”? ¿Y en qué sentido se trataría, “no de una alternativa al derecho al trabajo, sino más bien de una contribución esencial a su realización en las circunstancias actuales”? 
Lo primero que hay que plantearse es: ¿quiénes son los pobres? Si se adopta una definición muy simplista de la pobreza en términos de diferencias, alguien es pobre cuando su ingreso es inferior a un cierto umbral, arbitrario, de pobreza, definido como nivel de ingreso real. ¿Y cuál es el modo más eficaz para eliminar esta pobreza monetaria? Aumentar un poquito la carga fiscal de los ricos, sin volverlos pobres, sin que los ricos acaben por debajo de dicho umbral de pobreza, y utilizar el dinero recaudado para distribuirlo entre la gente pobre, de manera que todos estén en condiciones de sobrepasar dicho umbral. En el vocabulario de los especialistas en política social este método se denomina target efficiency, y alude a un uso de los recursos capaz de abolir la poverty gap, la diferencia existente entre ingreso y umbral de la pobreza. Se trata, empero, de una aproximación algo miope, ya que la target efficiency máxima crea necesariamente una imposición fiscal marginal sobre los ricos, al tiempo que incide en un 100 por ciento sobre los pobres. De hecho, cuando una persona pobre trata de salir de su situación de pobreza o de desocupación a través de un trabajo declarado que le da algo de dinero, se la castiga por su esfuerzo con la supresión de un porcentaje proporcional de los subsidios que recibe. Esto significa que para los ricos la imposición marginal es del 50 por ciento como máximo – o del 40 por ciento en ciertos países- mientras que para los pobres es del 100 por ciento, ya que pierden todo lo que ganan. El único modo de evitar este mecanismo perverso es asegurar incluso a aquellos que disponen de un ingreso primario que no equivale a cero una transferencia de dinero que les permita aumentar su ingreso por encima del umbral de la pobreza. De este modo, es verdad, la target efficiency no será perfecta, pero su imperfección, es decir, la focalización en los pobres, es la condición necesaria de una política inteligente de lucha contra la pobreza que sea, al mismo tiempo, una estrategia contra la exclusión del mercado de trabajo. La fórmula más simple y sistemática para llevar adelante una política de este tipo, si bien no es la única, pasa por el subsidio universal, por la transferencia bruta de una misma cantidad tanto a los que trabajan como a los que no trabajan. De ese modo, quien siendo pobre decidiera trabajar, obtendría un ingreso más alto en relación a los periodos en los que decidiera no hacerlo.
A propósito del trabajo, son muchos los que piensan que una renta básica universal disminuiría la responsabilidad de las personas o incentivaría, incluso, comportamientos irresponsables. Ya en el siglo XIX, el belga Joseph Charlier decía que podía estimular la pereza, y más recientemente, John Rawls, de quien usted se declara deudor en términos teóricos, llegó a afirmar que quienes practican surf todo el día en las playas de Malibú deberían encontrar una manera de satisfacer sus propias necesidades, en lugar de beneficiarse de los fondos públicos. Los “comunitaristas”, por su parte, mantienen que la renta básica acabaría por debilitar los lazos sociales, al reducir el sentimiento de responsabilidad y de solidaridad hacia los otros. Usted, en cambio, insiste en que la renta básica permitiría a cada individuo desarrollar sus capacidades, eliminaría las dependencias, acrecentaría el poder contractual de los trabajadores, y cosas semejantes ¿Nos explica sus razones?
Los sistemas actuales que diferencian el nivel de las prestaciones sociales a partir de la composición del núcleo familiar tienden a conceder más ingresos y beneficios a dos individuos que vivan separados que a los que lo hagan juntos. La individualización vinculada a mi interpretación de la renta básica, en cambio, se traduciría de entrada en un estímulo a la unión, ya que si estos dos individuos quisieran permanecer juntos, o unirse a otros, no serían penalizados. Desde este punto de visto, el subsidio universal constituiría un incentivo a la vida comunitaria y familiar, sobre todo si se compara con sistemas de seguridad social alternativos. Por otra parte, y frente a quienes argumentan que es irrazonable conceder un ingreso sin contrapartida alguna, o sin la garantía de la disposición a trabajar, lo cierto es que la renta básica podría funcionar también como apoyo sistemático a las actividades no asalariadas. Comprendo la preocupación “comunitarista” por una vida colectiva activa y participativa, pero creo que incluso desde esta perspectiva la renta básica universal es una alternativa mejor a las tradicionales políticas “trabajistas”. Hay, en todo caso, otra objeción comunitarista, que apela al ligamen indisoluble existente entre derechos y deberes, que es el que hace posible que una comunidad pueda funcionar de manera eficaz y que me parece importante. También yo, debo decir, creo que los ciudadanos tienen que tener obligaciones, y que en algunos casos estas obligaciones deben tener una adecuada traducción legal. Es más, creo que incluso allí donde estos deberes no estén consagrados jurídicamente, los ciudadanos tendrían la obligación de participar en la vida pública. Lo que ocurre es que, en mi opinión, la renta básica facilitaría el cumplimiento de este deber, de manera que su existencia es perfectamente coherente y compatible con dicho vínculo entre derechos y deberes.
En Salvar la solidaridad, usted habla de la necesidad no solo de “resistir a la erosión de los elementos universalistas, no selectivos, del Estado social”, sino de reforzarlos. Si se analizan los términos que utiliza en su ensayo sobre los fundamentos morales del Estado de bienestar –incluido en el volumen Restructuring the Welfare State-, destaca la centralidad que en su razonamiento ocupa la necesidad de repensar de manera radical los componentes fundamentales de nuestros sistemas de protección social. Esto exigiría que dejaran de ser una red que captura e incluso que inmoviliza a los individuos, para permitir que estos puedan ejercitar efectivamente su propia libertad ¿Cómo alumbrar, en todo caso, lo que en The Second Marriage of Justice and Efficiency ha definido como un nuevo contrato social capaz de conjugar mayor seguridad y mayor flexibilidad?
La justicia no es solo una cuestión de ingreso sino también de poder. Esto comprende la posibilidad de escoger qué hacer con la propia vida, tanto si se trata de dedicar menos horas al trabajo retribuido como de disponer de un acceso más sencillo al trabajo remunerado. Es lo que, en otros términos, he definido como la libertad real de actuar, en el trabajo y fuera de él. Incluso cuando hablamos de un ingreso, esto es, de un recurso monetarizable, las ventajas no se limitan al bienestar material de las personas sino también al uso que podamos hacer de nuestro tiempo. La renta básica universal nos permitiría acceder al trabajo remunerado, desarrollar actividades fuera del trabajo y gozar de un mayor nivel de consumo.  Al ser incondicionada, en efecto, contribuiría a combatir la exclusión del trabajo y a escoger entre trabajos diversos y entre diferentes actividades no estrictamente laborales. Son todos estos elementos los que harían posible un matrimonio con la justicia. Para comprender, por otro lado, su relación con la eficiencia, deberíamos en cambio reconocer que en muchos países la cuestión central reside en la gestión y creación inteligente de capital humano, y que el ingreso es el instrumento que mejor facilita la circulación y la movilidad entre las esferas del trabajo, de la formación y de la familia. Cuando se dispone de un ingreso individual, universal e incondicionado, es más fácil decidir en un momento dado disminuir o interrumpir el ritmo laboral para dedicarse mejor a los hijos, esto es, a la creación de capital humano para las generaciones futuras. O para profundizar la propia formación y adptarse mejor a las estructuras siempre cambiantes del mercado de trabajo. De este modo, se podría trabajar más y, al haber recibido una formación complementaria más avanzada, cambiar más fácilmente de profesión. Se trata, obviamente, de una medida que exige numerosas reformas complementarias en el sistema educativo. Pero creo que la introducción de un ingreso mínimo universal podría constituir la base, el núcleo duro de una política capaz de facilitar una mejor circulación entre las esferas antes aludidas y de afrontar los cambios económicos estructurales y la crisis coyuntural por la que atravesamos.      
A propósito de la crisis, se podría decir que refleja las contradicciones y la debilidad de un modelo económico-cultural, el neoliberal, cuya hegemonía, según algunos, podría estar llegando a su fin. En La renta mínima universal usted afirma que una reflexión seria y rigurosa sobre la renta básica nos ayudaría a repensar las funciones del Estado social frente a la “crisis multiforme” que lo acecha, así como abordar los retos que la mundialización impone a quienes quieran ofrecer una alternativa radical e innovadora al neoliberalismo ¿En qué términos, puestos a ello, constituye la renta básica una alternativa al neoliberalismo?
La crisis actual, al igual que la de los años treinta del siglo XX, es el producto de una serie de fallas institucionales. Lo cierto es que las reformas introducidas tras aquella crisis impidieron que se produjeran otras similares, de la misma manera que hoy tenemos Estados sociales y prestaciones sin los cuales las consecuencias sociales y económicas de lo que está ocurriendo serían mucho más dramáticas. Es innegable, en todo caso, que la crisis actual tiene que ver con instituciones que no han funcionado bien porque no habían sido diseñadas de manera adecuada o porque acabaron transformadas por una doctrina ultra-liberal que exigía menores regulaciones. Es evidente, pues, la necesidad de un mayor control del sistema bancario, del sector inmobiliario y de las aseguradoras, ambos ligados al propio sistema  bancario. Y es evidente, en términos más generales, que hace falta una regulación global en ciertos sectores centrales para el funcionamiento de la economía. En este sentido, es posible hablar de una auténtica crisis del neoliberalismo. La renta básica no podría, desde luego, haber evitado la crisis, sería absurdo afirmarlo. Pero si en algunos países la crisis resulta menos grave precisamente  gracias a ciertas formas de protección social, es indudable que la introducción de una renta básica habría podido mitigar todavía más sus efectos. Las condiciones para la redistribución, sobre todo en el ámbito de la ocupación, habrían sido mejores que las actuales. Querría agregar otro elemento, en todo caso, que considero importante, y que está vinculado a las razones por las cuales a inicios de los años ochenta comencé a interesarme por la renta básica universal. Ya en aquellos años me planteaba cuáles podían ser los instrumentos idóneos para resolver el problema del desempleo, que era muy importante en Europa sobre todo tras la recesión de los años setenta. Todos los economistas sostenían que era necesario un mayor crecimiento, pero para mi y para otros como yo que formábamos parte del movimiento ecologista era absurdo recurrir a una política de aumento del crecimiento, incluso porque en términos realistas habríamos necesitado crecer al 7 u al 8 por ciento anual para resolver el problema. Me parecía, en cambio, que la idea de una renta básica universal podía cumplir dos funciones. Por un lado, podía resultar satisfactoria para aquel sector del movimiento ecologista de izquierda que aspiraba a preservar y cuidar el ambiente y a resolver, al miemos tiempo, los problemas sociales. Por otra parte, podía dar respuesta a quienes reclamaban un nuevo proyecto para la izquierda europea de finales del siglo XX, a quienes sentían la necesidad de tener un horizonte de futuro que no se redujera a un mercado cada vez más poderoso, como pretendían los neoliberales, y que no supusiese un control cada vez mayor del Estado o una apropiación colectiva o estatal de los medios de producción, como sugerían algunos marxistas. Se trataba de dar más poder no al Estado o al mercado, sino a cada individuo, garantizando a todos la supervivencia, y de favorecer, al mismo tiempo, el crecimiento y el desarrollo de esferas de actividad más allá tanto del propio Estado como del mercado. 
En Salvar la solidaridad, escribe que un pensamiento rawlsiano de izquierdas resulta crucial para preservar los espacios de distribución existentes y oponerse con fuerza a la fragmentación de la solidaridad. Pero también afirma que es menester comprometerse con la creación de mecanismos que permitan una amplia redistribución a escala europea. La pregunta, en este punto, sería: ¿cómo resolver esta tensión entre capacidad económica y política, entre la insostenibilidad económica de un generoso estado de bienestar nacional y la insostenibilidad política de un generoso estado de bienestar transnacional? En otros términos, ¿cómo obviar el hecho de que, como usted mismo apunta, cuanto más se amplía el ámbito geográfico político, menores son las posibilidades políticas de llevar adelante cambios económicos?  
Por una parte, están los Estados nacionales, que tienen capacidad política para acometer una distribución más justa, pero que afrontan cada vez más dificultades económicas a causa de la competición fiscal y social del mundo globalizado. Por otra parte, existen entidades políticamente más amplias, como la Unión Europea, que tendrían capacidad económica para operar esta distribución, pero que carecen de capacidad política. Frente a este dilema: ¿qué hacer? No creo que exista esperanza alguna de restaurar la capacidad económica de los Estados nacionales. Existe, no obstante, la esperanza de promover y crear capacidades de actuación política en una escala más elevada. La cuestión es que los mecanismos de redistribución macro regionales no caerán del cielo, de la mente iluminada de un filósofo, ni mucho menos de los ordenadores de los burócratas de Bruselas. Más bien, serán el resultado de una movilización suficientemente fuerte de las asociaciones, organizaciones y entidades que representan y defienden los intereses de los más vulnerables, de aquellos para quien esta redistribución es esencial. La desgracia es que hoy no existe un movimiento paneuropeo, transnacional, verdaderamente cohesionado y fuerte. La lucha de los sindicatos es a menudo fragmentaria, y las confederaciones de partidos políticos de izquierda son débiles. ¿Cómo remediar esta situación? Yo creo que hay actuar en el nivel de las “precondiciones”, favorecer la capacidad de movilización y de coordinación de los lobbies que representan las asociaciones de los más débiles. En este sentido, deberíamos exigir, por ejemplo, la institución de una única capital política europea. La doble sede de Estrasburgo y Bruselas facilita, en mi opinión, la actuación de los lobbies más poderosos, que tienen capacidad para perseguir a los parlamentarios allá donde haga falta y de influir en sus decisiones. Lo más importante, en todo caso, es superar el problema de la diversidad lingüística: una vez más, los actores político-económicos más “sólidos” se pueden permitir intérpretes y traductores de calidad, coordinarse y movilizarse con suficiencia. En cambio, quienes representan las necesidades más difusas de la población no pueden hacerlo. Para que estos límites puedan superarse de manera eficaz y sin costos prohibitivos, haría falta una democratización radical y acelerada de la lingua franca, del inglés, un instrumento de poder importantísimo que constituye una precondición para la factibilidad política de muchas iniciativas. Por otro lado, es menester aumentar la transparencia de las decisiones de las autoridades políticas públicas y de las empresas privadas y asegurar su accesibilidad a todos a través de internet. Finalmente, es un deber cívico, una obligación social alimentar el gran depósito de internet con información confiable, trabajándola con integridad y competencia. Internet representa, de hecho, un instrumento excepcional para dar más poder a quien tiene menos.
Como hemos visto, por renta básica universal, usted entiende un “ingreso otorgado por una comunidad política a todos sus miembros, de manera individual, sin control de los recursos ni exigencias de contrapartidas”. En esta definición hay algunos problemas. Por un lado, establecer los límites geográficos de la comunidad política. Por otro, estipular las condiciones de pertenencia a la misma y, en términos más generales, una teoría de la justicia que resulte adecuada. Usted defiende la necesidad de pensar alguna forma de justicia global y de contribuir al “advenimiento lento, caótico pero urgente de las primeras formas de democracia planetaria”. Consciente del carácter “parcialmente utópico” de dicha democracia planetaria, en Salvar la solidaridad sostiene, en cambio, que deberíamos promover una suerte de “patriotismo solidarista”. Y en su ensayo International Distributive Justice sugiere, contra las tesis de quienes piensan que no puede haber justicia global sin un orden socio-económico global, sin instituciones democráticas o estructuras de alcance global, adoptar una “concepción minimalista de los requisitos necesarios y suficientes de la justicia global”. ¿Nos explica mejor el vínculo entre patriotismo solidarista y justicia social global?
Defiendo esta concepción minimalista de la justicia para dar sentido al concepto de justicia global, pero eso no significa negar la necesidad de alguna forma de funcionamiento democrático global. Se trata, en realidad, de una objeción a las posiciones de quienes, como Thomas Nagel o Ronald Dworkin, entienden que el concepto de justicia igualitaria solo tiene sentido si existe una comunidad democrática. Ciertamente, un marco democrático de este tipo aumentaría las probabilidades de avanzar hacia la realización de esta concepción. Pero la ausencia de una democracia global no nos impide pensar la justicia en términos globales. Por lo que respecta al futuro inmediato y al más lejano, creo que las instituciones más adecuadas para conseguir democracia y justicia en diferentes escalas deberían ser del tipo “cappuccino”: en la escala central va la base fuerte de café, la que da “solidez” a la estructura institucional en su complejidad, ya que sin café no habría cappuccino. Pero como tampoco este existiría sin leche y sin cacao, estos ingredientes se distribuyen de modo descentralizado, en el nivel nacional, en el caso de una estructura de tipo europeo, o en el regional, a partir de los municipios, de las asociaciones, y así sucesivamente. El hecho de que las exigencias de estabilidad de la arquitectura institucional y la necesidad de evitar la competencia en el plano fiscal y social demanden una fuerte centralidad incluso en los países federales, con competencias diferentes en ámbitos más descentralizados, no debería impedirnos imaginarnos formas de articulación más ambiciosas, más originales y experimentales. Estas formas de articulación deberían estar moldeadas a partir de circunstancias y ámbitos concretos. El campo de la sanidad, por ejemplo, podría operar de manera mucho más descentralizada. En todo caso, la estabilidad del conjunto solo se reforzará si quienes contribuyen a la redistribución se sienten implicados y comprometidos con una comunidad que lleva adelante un proyecto original. Y si, junto a esa base fuerte y amplia de redistribución para todos, existen instrumentos suplementarios y más circunscritos de solidaridad, que promuevan, justamente, un patriotismo solidarista. En otros términos, pienso que es posible estar convencido de la importancia de tener instituciones de distribución a nivel europeo, e incluso mundial, que representen una base para todos, y al mismo tiempo adherir a proyectos de cohesión social más ambiciosos en un ámbito más circunscrito. Todo esto, en cualquier caso, será posible cuando, en lugar de realizar aproximaciones oportunistas, podamos madurar la adhesión orgullosa a una comunidad política en la que vida sea mejor gracias a la participación común en un proyecto social. 

Philippe Van Parijs, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesor de filosofía política en la Universidad de la Nueva Lovaina.