La activista, que deja la coordinación colegiada de Ecologistas en
Acción tras nueve años en el cargo, advierte de la necesidad de explicar
la verdad a la gente: "Los cambios que hay que hacer son de un calado
muy grande y no le van a gustar a todo el mundo""Los
planteamientos de la economía ecologista y feminista son más fáciles de
entender que cuando pretendemos que la mayoría entienda qué es la prima
de riesgo o la Bolsa"
Yayo Herrero (Madrid, 1965) cierra un ciclo al frente de
Ecologistas en Acción, cuya coordinación colegiada ha ocupado durante
nueve años. Ahora, el sistema de renovación de la ONG pone fin a su
mandato, aunque se mantendrá en el organigrama como la encargada de
mediación y resolución de conflictos, una figura que considera
fundamental para lograr la cohesión de una organización.
Herrero entró en la coordinadora de Ecologistas en 2005 cuando, como
ella misma relata, "convocabas una manifestación para cualquier cosa y
éramos 300". Desde entonces la movilización social creció sin parar.
Hoy, toda esa energía está concentrada en lograr entrar en las
instituciones: "Hay que construir un modelo político que esté dispuesto a
dejarse interpelar, exigir y apoyar por la ciudadanía para corregir sus
desviaciones".
Parte del
periodo que ha pasado al frente de Ecologistas en Acción ha coincidido
con un auge de la conflictividad social y movilización. ¿Cómo ha notado
la organización esta situación?
Yo recuerdo
los tiempos en los que convocabas una manifestación para cualquier cosa y
éramos 300. La irrupción de 'V de Vivienda' y de Juventud sin Futuro
fue muy importante. En aquél momento Ecologistas era reconocido por su
capacidad para hacer de bisagra entre grupos y gente muy diferente y con
los partidos. Luego llegó el 15M, que nos hizo rejuvenecer muchísimo
como movimiento porque habíamos interiorizado la derrota. Nos habíamos
convencido de que éramos un movimiento de minorías. Luego llegaron las
mareas, el 25S, resurgió un nuevo movimiento vecinal y estuvimos en todo
eso.
La situación parece haber
virado y la presión en la calle se ha reconducido a una movilización
para entrar en las instituciones.
En este último año se ha producido un trasvase del peso
de la movilización a la construcción de iniciativas electorales y para
una organización como la nuestra que quiere seguir siendo un movimiento
social no es fácil. Hay gente de Ecologistas en los círculos de Podemos,
colaboramos mucho con algunos sectores de IU que están atrapados en
unas estructuras incomprensibles desde fuera. Algunos quieren ocupar la
centralidad del tablero, otros reconstruir la izquierda del tablero y
algunos tenemos la sensación de que nos hemos quedado sin tablero.
El detonante de las movilizaciones fue una profunda crisis económica.
¿Los postulados ecologistas se resienten en una situación así?
Sí. Dicho de una forma muy bruta, en muchas ocasiones se hace un
análisis de la crisis absolutamente miope. Hay muchos siglos de
construcción de una utopía emancipadora desvinculada de la materialidad
de la Tierra, con la idea de que se podía crecer económicamente al
margen de las materias primas y de los ecosistemas que las sostienen o
de la gran cantidad de trabajo que se hace en los hogares.
Cuando empiezas a escuchar a gente muy bien intencionada que plantea
reflotar el sistema sobre modelos productivos de antes de la crisis y
con los mismos parámetros, pero esta vez de buen rollo y sin corrupción,
da mucha pena. Hay gente que no lo ha interiorizado, otros que no lo
saben explicar y parece que a priori no permite
recolectar votos. Si hay un éxito importante en las iniciativas
emancipadoras que están surgiendo y se llegara a gobernar, la cuestión
de la escasez de las materias primas, de una OMC que funciona como
funciona y de unos tratados de libre comercio que te aprisionan y restan
la soberanía estarán ahí. Y no tratarlo ni explicarlo es un riesgo
enorme porque puedes estar generando ilusión sobre un conjunto vacío. Y
la gente no es idiota: las personas nos merecemos un respeto y cuando se
nos explican las cosas las entendemos.
¿Tendríamos que dejar de lado el productivismo y comenzar a pensar seriamente en el decrecimiento?
Me gustaría salirme de esa dicotomía
keynesianismo-decrecimiento porque sitúan en una confrontación a gente
que no confronta tanto. El documento de Torres y Navarro
para Podemos tiene elementos que son muy salvables e interesantes desde
el punto de vista ecologista, como estimular sectores que sean
compatibles con el desarrollo de la naturaleza. Que la gente debe tener
empleo, que el Estado tiene que tener un papel fundamental y que el
modelo tiene que ser compensador y distributivo de la riqueza es una
cosa obvia en el momento actual.
De lo que hablamos
nosotros no es de reducir el PIB, sino de que este se tome como una
especie de tótem indicador. Nosotros hablamos del decrecimiento de la
esfera material de la economía porque nuestras sociedades van a tener
que aprender a vivir con menos materiales y energía, con menos cobre,
menos platino, menos litio, menos petróleo... Si a esto le sumamos el
calentamiento global, que básicamente significa un cambio en las reglas
que organizan lo vivo, te encuentras en un momento en que ese
decrecimiento es una obligación. Así que vamos a pensar cómo vamos a
hacerlo para evitar que quienes tengan el poder económico, político y
militar sigan sosteniendo su estilo de vida a costa de una especie de
ecofascismo que expulsa cada vez a más mayorías fuera del terreno.
¿Se puede construir un discurso mayoritario con esta base?
Estoy convencida de que sí. En los últimos años hemos ido a todo tipo
de espacios, desde foros cristianos de base a sindicatos. Y cuando
tienes tiempo para poner estas cosas encima de la mesa la gente lo
entiende. Es perfectamente capaz de entenderlo. Si algo tienen los
planteamientos de la economía ecologista y feminista es que son tan
cercanos y tienen tanto que ver que son más fáciles de entender que
cuando pretendemos que la mayoría entienda qué es la prima de riesgo o
la Bolsa.
Comentábamos antes que
la gente que hace unos años estaba catalizando las movilizaciones
sociales hoy están intentando un proceso de confluencia que no es nuevo
en España pero que parece más cerca de lograrse que nunca. ¿Cuál es tu
valoración de este escenario?
Yo el que más conozco es el de Madrid y me parece muy interesante. Que en Ganemos
se hayan juntado los que se han juntado ya me parece bueno en sí mismo:
gente de partidos políticos que hasta hace unos meses no hablaban ni
entre ellos, gente de las mareas y de los movimientos sociales, personas
que vienen del mundo de la autonomía, etcétera. Hace cinco años era
imposible ni imaginarlo. Ahora es muy importante que se acaben de recoger las firmas necesarias para seguir con el proyecto.
El proceso parece a la vez que está a punto de despegar y de venirse abajo. ¿Qué sensación tiene usted?
Los que ponen siempre más problemas para confluir son los partidos
políticos. Y probablemente empiece ahora una parte delicada. Las declaraciones que hizo el otro día Jesús Montero
[candidato a la Secretaría General de Podemos Madrid] no ayudan. En
Ganemos, por lo que sé, no hay muchas cosas cerradas porque se ha tenido
un enorme respeto a que se fueran dando los pasos que se tenían que dar
dentro de Podemos. Y lo que ya se ha avanzado ha sido con la
participación de gente de Podemos.
Esa confluencia se
alcanzará. Lo contrario rompería con la lógica que ha impulsado
Podemos. También es importante lo que pase en IU, que tiene que abrir
las ventanas.
Otro reto que queda es el de construir
equipos ilusionados. Imagínate que se llega al Ayuntamiento y ves que
está terriblemente endeudado, con contratos atados y con un organigrama
que marea. En esa situación tienes que llegar con ilusión y convencido
de que la gente que te acompaña son tus compañeros, con quien puedes
reírte. Y que si tienes ganas de llorar sea alguien que te quiere y te
aprecia. Cuando se habla de cómo conformar listas o equipos no sé si lo
tienen tan claro.
Estas conversaciones, negociaciones
y debates se producen ahora mismo en un agente externo como es Ganemos.
¿Puede darse la confluencia en otro escenario?
Lo que está en juego es la voluntad política. ¿Queremos juntarnos con
otros y otras para construir ese cambio de modelo? ¿Queremos hacerlo en
diálogo con los movimientos sociales? ¿Creemos que además de una lista
electoral hace falta un movimiento de base que sea contrapoder y
presione para que hagamos las cosas que hay que hacer en la institución?
Yo estoy segura de que Felipe González no quería ser lo que fue de
mayor; o que muchos sindicalistas no querían ser lo que son. No hay
persona humana que esté libre de derivas y trayectorias. La única manera
de paliar eso es construir un modelo político que esté dispuesto a
dejarse interpelar, exigir y apoyar por la ciudadanía para corregir sus
desviaciones. Por eso el planteamiento inicial de Ganemos me gustaba,
porque se hablaba de la lista y a la vez se apostaba por un movimiento
municipalista.
¿No vale con llegar a las instituciones para que todo cambie?
Los cambios que hay que hacer son de un calado muy grande y no le van a
gustar a todo el mundo. Dentro del 99% hay unas diferencias de clase
enormes. No hablamos solo de aplicar reformas fiscales para el 1% que
todo el mundo piensa que es cualquiera menos él, sino que son para todo
el mundo. Muchas de las cosas que hay que hacer van a depender de que la
gente las quiera y de que estén dispuestas a defenderlas y apoyarlas en
la calle, por eso creo que construir el movimiento de esa manera es
necesario.
¿Qué necesita Ganemos Madrid para cuajar?
Tengo la sensación de que está en un estado más lento de lo deseable
esperando a que Podemos se decida. Espero y deseo que Podemos Madrid
plantee cuanto antes qué quiere construir. Y también me parece que tiene
que haber personas concretas que sirvan de referentes.
Barcelona tiene ese liderazgo en la figura de Ada Colau. ¿Quién podría ser en Madrid?
A mí lo que más envidia me da de Barcelona es el equipo que tienen tan
sólido y tan plural. En Madrid yo no conozco una persona que lo englobe
todo, pero hay muchas personas activistas que tienen una trayectoria
importante pero que no tienen una proyección mediática que las haga ser
conocidas.
En nueve años han pasado muchas cosas, ¿qué diferencia la Ecologistas en Acción de entonces y la actual?
En lo interno lo que más destacaría es que estamos mucho más
cohesionados. Ya tenemos 16 años y eso se nota. Hemos aprendido a
conceder mucha importancia y a dedicar mucho tiempo a la resolución de
conflictos internos. Yo dejo la coordinación de Ecologistas pero sigo en
la organización encargada de la parte de mediación y resolución de
conflictos. No es que salgan muchos, pero para tener una organización
cohesionada hay que abordarlos para que nadie sienta que ha perdido.
¿Qué tipo de conflictos surgen en una organización como Ecologistas?
Son diferencias de posición. Tenemos muchos grupos territoriales y, por
ejemplo, una determinada obra puede afectar a dos zonas con visiones
distintas. Ecologistas es una organización hiperplural, con grupos muy
conservacionistas y otros que vienen de la ecología política, que tenían
visiones encontradas en el tema de la energía eólica o del uso de
agrocombustibles. Es fundamental llegar a una posición de consenso;
aunque se tarde en llegar.
¿Por qué las organizaciones intentan que desde fuera la sensación sea de que no existen disputas y conflictos?
Si tú empleas tiempo para el debate, en pié de igualdad,
limpio y sincero, la postura a la que llegas al final es mucho mejor
que a la que hubieran llegado las partes por separado. Tendrá más
matices y se llega a una postura mucho más defendible y con la que la
gente se siente más cómoda. Eso sí, lleva tiempo y hay que armarlo bien.
En lo externo, ¿qué cambios aprecia?
El movimiento ecologista ha jugado un papel importantísimo en mucho de
lo que estamos vivienda. Ecologistas en Acción ha estado en la mayor
parte de los procesos judiciales que han hecho aflorar los escándalos de
corrupción, que han permitido evidenciar cómo se trasvasaban cantidades
ingentes de dinero público a constructoras vía sobornos y que han
desvelado cómo se han invertido cantidades tremendas en proyectos sin
contenido social.
¿Ha sido sencillo poder implicarse en tantos casos?
Los grupos locales, a veces de cinco personas, se han revisado toda la
documentación, han hecho alegaciones y han planteado denuncias donde es
difícil hacerlas. Denunciar en Madrid la Marina Isla de Valdecañas
es bastante más fácil que hacerlo en El Gordo [Cáceres, municipio donde
se sitúa el complejo turístico] para que te acaben echando del pueblo
tus vecinos y vecinas. que han interiorizado los mitos de que todos
estos atropellos se hacen para crear puestos de trabajo. Aunque seamos
un país récord en infraestructuras y en paro.
Ha sido
muy difícil oponerse a estas cosas. Somos una organización muy
cohesionada y con la autoestima alta, pero nos llamaban cavernícolas y
catastrofistas. Ahora la gente ha interiorizado que no somos
catastrofistas, sino que vivimos en la catástrofe.
¿Y ha servido para algo?
Cuando vas a un círculo de Podemos o una asamblea de
Ganemos o IU, a un espacio donde se junta gente, es muy fácil que salga
el asunto del pico del petróleo y de la crisis energética; que se hable
de cambio climático y de los límites físicos del planeta. Esto hace
cinco o seis años no salía en ningún sitio. Y ha sido gracias al
movimiento ecologista.
También hemos podido abrir el
diálogo entre el ecologismo y el feminismo o el sindicalismo, de tal
manera que al final te das cuenta de que es la voracidad de los negocios
quien se está cargando el empleo decente, los ecosistemas e intenta
recluir los trabajos que sostienen cotidianamente la vida a la esfera
del hogar y sus relaciones patriarcales de por medio.
En algunos de esos casos, como el que menciona en Extremadura o el
desdoblamiento de la carretera de los pantanos en Madrid, la Justicia
les ha dado la razón pero no se han ejecutado las sentencias. ¿Tiene
sentido destruir parte de una carretera una vez que se ha construido
aunque se declare ilegal?
Podríamos llenar
paredes de sentencias ganadas y no ejecutadas. La M30 es una vía ilegal,
ganamos la sentencia y mira la de coches que pasan por ahí. Salvo en
casos como el del Bernabéu, donde el juez ha decretado una paralización
cautelar, lo que suele suceder es que ganas el juicio en primera
instancia, el tribunal impone una fianza para paralizar cautelarmente la
obra mientras se resuelven los recursos y, si no la puedes pagar, nada.
En el caso de la Marina Isla de Valdecañas era una fianza millonaria.
Tú ganas la sentencia pero tienes que poner dinero para que, si al final
el empresario es el que gana en un órgano superior, no haya perdido
ningún tipo de inversión en ningún momento. Es la misma lógica del caso
Castor o del tratado de libre comercio que negocian la UE y EE UU.
Yo esto lo veo como el tema de la impunidad y la memoria histórica.
Cuando nos planteamos desenterrar a las personas que están en las fosas
no vamos a recuperar su vida, pero hay un tema de dignididad. Para
nosotros, cuando se gana una sentencia y esta no se ejecuta asentamos
esa idea de impunidad; de que aquí no pasa nada aunque te saltes la ley.
¿Y cuál ha sido la cruz de estos nueve años?
No hemos conseguido conectar con el imaginario colectivo de la gente,
con las ideas de progreso, riqueza y bienestar que las personas tenemos
metidas en la cabeza. Para la mayoría de la gente siguen siendo las
mismas que le vienen muy bien al capital. Ahí tenemos un esfuerzo muy
grande que hacer.
La campaña de Podemos y su salida a
la política me ha dado mucho que pensar porque hay que reconocer que el
esfuerzo que hicieron Pablo [Iglesias] o Íñigo [Errejón] ha ido muy
directamente a conectar con preocupaciones que tenía la gente. Eso no lo
hemos sabido hacer, aunque es verdad que no es lo mismo conectar con la
preocupación por la corrupción cuando era visible y estaba demostrada
que conectar con otras menos tangibles como el cambio climático.
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