Giorgos Kallis y el colectivo Research & Degrowth
Podemos es una de las formaciones políticas más
frescas y más prometedoras que la izquierda europea ha visto en décadas.
Para aquellos que creemos que una sociedad igualitaria sólo puede ser
aquella que denuncia la obsesión por el crecimiento, el hecho de que
Pablo Iglesias firmara el manifiesto “la Última Llamada” fue una gran noticia. Aunque alguno pueda pensar que no tan grande, después de enterarnos de que posteriormente Podemos asignó
su programa económico al profesor Vicenç Navarro, quien en una serie de
artículos ninguneó el decrecimiento, a menudo con declaraciones duras.
Preferimos seguir siendo optimistas y constructivos, ya que detestamos
el sectarismo de izquierdas, especialmente cuando algo nuevo y potente
está naciendo. Pero intelectualmente es importante especificar con
precisión de qué trata el decrecimiento, aclarando algunos malentendidos
incluidos en estos concretos textos de Navarro (quien tan buen trabajo
ha hecho durante décadas) y de ahí centrarnos sólo en nuestras
diferencias reales, abriendo la posibilidad de converger.
En primer lugar, es importante señalar que se han producido avances
importantes en el debate acerca del decrecimiento, señalados en la
cuarta Conferencia Internacional sobre Decrecimiento en Leipzig, el
septiembre pasado, a la que asistieron 3.000 personas, avances que
Navarro tal vez no conozca. En la conferencia destacó una convergencia
significativa entre el pensamiento radical de izquierdas y el verde,
simbolizado por el apoyo de las dos fundaciones, Rosa Luxemburgo y
Heinrich Böll. En los textos de Navarro, el Decrecimiento se entiende en
gran medida con referencia a los límites que los recursos naturales
imponen al crecimiento y a la necesidad de adaptar nuestras políticas
económicas a esta nueva realidad. Sin duda, esto forma parte de la
teoría del decrecimiento, pero no es el único ni el principal punto como
hemos explicado en nuestro reciente libro: vocabulary.degrowth.org.
El decrecimiento argumenta no sólo que el crecimiento no es posible,
sino también que es indeseable. Es indeseable porque el crecimiento es
destructivo para el medio ambiente y nos está llevando al borde del
desastre climático. Tiene más costos que beneficios sociales en los
países ricos, se produce a expensas de las comunidades situadas en las
fronteras de las materias primas de donde se extraen los recursos. Y
todo ello no nos hace más felices. El crecimiento tampoco puede
erradicar la pobreza, una pobreza que es relativa y solo puede
solucionarse con la redistribución.
A continuación detallamos los principales errores en los que, en nuestra opinión, cae Navarro:
Primero, critica el decrecimiento por ser malthusiano. Pero lo que él
describe no tiene nada que ver con lo que muchos de los que nos
llamamos “decrecentistas” pensamos. Él dice que una figura de referencia
para el movimiento pro decrecimiento es Paul Ehrlich, el autor en 1968
de “La bomba demográfica”. Acabamos de publicar ese volumen
internacional sobre decrecimiento con más de 50 capítulos y 300
referencias (vocabulary.degrowth.org). Paul Ehrlich se cita una sola vez
y esto, en un texto que sostiene que los decrecentistas no comparten su
malthusianismo “top-down”. Los decrecentistas no se inspiran en
Malthus, sino en los neo-malthusianos anarco-feministas de 1900, con
Emma Goldman, Madeleine Pelletier, etc. Goldman y sus compañeras
reclamaban el control sobre sus cuerpos y no querían producir un
ejército de reserva barato y prescindible de mano de obra para las
fábricas capitalistas ni “carne de cañón” para los militares
imperialistas. Su elección prefiguraba el mundo que querían crear. Por
cierto, apoyadas en Cataluña por Francisco Ferrer y Guardia. Como
escribió Maria Lacerda de Moura de Brasil, “amaos más y no os
multipliquéis tanto”. Del mismo modo, los decrecentistas, hoy,
simplifican sus vidas y reducen el consumo, no para salvarse o salvar un
“planeta” abstracto, sino como un acto político para socavar un sistema
capitalista que se alimenta del consumo. Consumen menos y producen de
manera diferente para crear un mundo más igualitario y más ecológico.
Segundo, sostiene que el decrecimiento es nostálgico de un pasado
romántico que nunca existió. Cita a Serge Latouche que, durante su
trabajo de campo en Laos, descubrió una sociedad que “no estaba ni
desarrollada ni sub-desarrollada, sino literalmente ” a-desarrollada “,
es decir, fuera del desarrollo”. Navarro sostiene que Latouche omite
que Laos era una sociedad feudal. Nos sorprendería que a Latouche, un
antropólogo y economista capacitado, se le escapase que Laos era feudal.
Cuando uno invoca una sociedad diferente para extraer lecciones para la
nuestra, no significa que acepte todo lo que esta sociedad trae
consigo; sólo está postulando posibilidades para la nuestra. El
movimiento a favor de los bienes comunes (Commons), por ejemplo, se inspira en la gobernanza de los bienes comunales que precedieron a los cercamientos (enclosures)
capitalistas. ¿Significa esto que aboga por un retorno al feudalismo y a
las monarquías “por Dios, por la Patria y el Rey” contra el liberalismo
burgués privatizador de bienes comunales? Claro que no. Extraemos del
pasado lo que puede ser útil para hoy: por ejemplo, la idea de los
bienes comunes es útil para repensar la gobernanza de los espacios
públicos en las ciudades o de los espacios digitales en Internet. De
forma parecida, Latouche se basa en Laos para reflexionar sobre la
posibilidad del “a-desarrollo” en nuestra sociedad. Una tercera opción
al dilema desarrollo o subdesarrollo, o crecimiento o crisis.
Como Latouche y otros antropólogos, los decrecentistas rechazan una
marcada distinción entre “un antes” y “un después” (después de
ilustración, modernidad, desarrollo), esta distinción temporal que toma
una expresión geográfico-espacial entre “nosotros, el Occidente
avanzado ” y “ellos, el resto atrasado”. El decrecimiento ve el presente
capitalista como lleno de elementos latentes de un pasado no
capitalista, como las economías del regalo o los mercados de trueque o
los bienes comunes de los parques urbanos; y es allí donde se encuentran
las semillas para un futuro diferente. Los restos de la “economía
moral” como escribió E. P. Thompson, que hay que reavivar.
Tercero, afirma que “ser anticrecimiento, sin más, es una actitud que
refleja un cierto inmovilismo que perjudicará a los mas débiles de la
sociedad” y que “las necesidades de la población mundial son enormes”
por lo que “una enorme redistribución de los recursos será necesaria
pero insuficiente ya que habrá la necesidad de producir más y mejor. ”
No está claro porqué el decrecimiento tiene que promover el inmovilismo.
Lo que es cierto es que el argumento a favor de la redistribución se
fortalecerá más que lo que se consigue en los periodos de bonanza
económica, cuando los problemas se alejan simplemente porqué la marea
sube elevando a la vez el nivel de todos los barcos. En un escenario de
decrecimiento, ciertas actividades decrecerán y otras florecerán,
abriendo oportunidades para nuevos trabajos y la innovación creativa.
Decrecerá el uso de energía de los combustibles fósiles, por ejemplo, y
el uso de muchos materiales. La movilidad social no es una cuestión de
recursos totales, sino de acceso relativo a los bienes comunes, a las
infraestructuras públicas, a la educación y la creatividad; nada de esto
requiere crecimiento económico per se. Si todavía hay
necesidad de “producir más”, Navarro debería decirnos entonces, cuánto
será suficiente, finalmente, para satisfacer las necesidades
democráticas que él tiene en mente. Nuestra economía ha multiplicado el
tamaño de sus fuerzas de producción varias veces desde el tiempo en que
Marx escribía, o incluso Keynes. Sin embargo, todavía no parece ser
suficiente y la pobreza todavía está aquí. Esto podría ser un
recordatorio de que el problema no es que no tengamos suficiente, sino
que todavía no hemos establecido las relaciones de poder necesarias para
una distribución equitativa y asegurar que todo el mundo tenga lo
básico para una vida digna. Extraer y producir más es lo que el
capitalismo sabe hacer mejor. Sólo una sociedad que finalmente se da
cuenta de que ha tenido suficiente y que establece las instituciones
para vivir con lo suficiente, se escapará del capitalismo.
Cuarto, declara que el decrecimiento no es, políticamente, ni de
derechas ni de izquierdas. No podemos hablar en nombre de todos, pero
nosotros en Research&Degrowth, así como casi todas las 3.000
personas que fueron a nuestra Cuarta Conferencia Internacional, en
Leipzig, se consideran de izquierdas (y la mayoría, radicales de
izquierdas). La conferencia, raramente para un evento científico,
terminó con los 3.000 participantes saliendo juntos del auditorio y
manifestándose en las calles de Leipzig contra el crecimiento y contra
el capitalismo. A esto le siguió un ejercicio de desobediencia civil en
el exterior de una central térmica de carbón. ¿Suena esto a ser
conservador? Serge Latouche escribe que no hay una postura más
anticapitalista que el decrecimiento ya que no sólo critica los
resultados, sino el espíritu del capitalismo. Escapar del crecimiento
implica escapar del capitalismo, pero escapar del capitalismo no
significa escapar del fetichismo del crecimiento, como la experiencia de
los regímenes del socialismo real del siglo 20 nos enseña. De ese tema
podemos aprender mucho de Navarro, un crítico del productivismo en la
URSS como fue él mismo.
Quinto, de forma reiterada, Navarro sostiene en sus textos que el
decrecimiento es una vieja idea, y que todo lo que se puede decir ya se
dijo en los debates de la década de 1970 entre él y Ivan Illich o entre
Paul Ehrlich y Barry Commoner. Los ecologistas ibéricos más viejos han
citado continuamente a Barry Commoner desde 1971 (releamos las páginas
de Mientras Tanto, por ejemplo). Y la mayoría de los miembros de Podemos
ni siquiera habían nacido en los años 70. Los jóvenes tienen derecho a
descubrir por sí mismos los viejos debates y quién sabe si podrían
llegar a nuevas respuestas o, incluso, a nuevas preguntas. La historia
no se repite y cada generación debe tener su propia oportunidad de
hacer historia.
En lo específico de estos debates, Navarro tiene argumentos válidos
en contra del extremo al que podrían llegar las ideas de Ivan Illich
sobre autonomía en los sistemas médicos y de educación. Pero nada es
blanco o negro. Illich sin duda tenía razón en su famosa crítica al
automóvil y en general al afirmar que los sistemas industriales
modernos, basados en expertos, tienen un sesgo de desigualdad inherente,
quitándoles a las personas y colectivos el poder de controlar de forma
autónoma aspectos importantes de sus vidas y sus cuerpos. Lewis Mumford
tambien criticó la “megamáquina” desde mucho antes, y la energía nuclear
“pacífica” desde 1952. No tenemos porqué llegar al extremo la lógica
de la crítica de Illich y proponer el desmantelamiento de tales
servicios públicos. En cambio, podemos inspirarnos en el pensamiento de
Illich para hacer lo que varios colectivos están haciendo hoy en
Barcelona, es decir, auto-organizarse para complementar los servicios
públicos vitales, desde la provisión de alimentos, el cuidado de niños y
la educación, hasta la asistencia primaria de la salud (ver
Cooperativa Integral Catalana, Aurea Social, COS). Estos proyectos no
tienen porque demoler el Estado y cumplir el sueño de Milton Friedman,
como sugiere Navarro que hacen las teorías de Illich. No sabemos que
Illich haya hecho nunca un elogio de Milton Friedman. Por el contrario,
estos proyectos pueden apoyar al Estado mediante la participación de los
ciudadanos en los servicios, en lugar de externalizar y privatizar.
Cuando el estado es reivindicado por una fuerza de izquierdas como
Podemos, son estas iniciativas autónomas las que habrán cambiado el
sentimiento común de la sociedad civil, así como, a la vez que
proporcionan un proyecto de reforma y de control para un sistema del
bienestar coste-efectivo que funcione.
Los decrecentistas no tienen figuras paternas. Les gusta Illich pero
también leen a Gorz que pedía una sociedad dual, con la industria
socializada y los servicios públicos. Si uno viene a nuestras
conferencias, oirá hablar de la bioeconomia de Georgescu-Roegen y Odum,
pero también de Marx, Gramsci, Foucault, Hanna Arendt o Judith Butler.
Estamos creando nuevas ideas mezclando y sintetizando, no dividiendo y
separando en sectas.
Sexto, Navarro rechaza el decrecimiento (o incluso “la prosperidad
sin crecimiento” de Tim Jackson) porque no quiere pedir a las clases
trabajadoras que reduzcan su consumo y porque cree que el crecimiento es
necesario para el estado de bienestar. Estamos de acuerdo con él en que
el apoyo del Estado a la salud y la educación públicas, al cuidado a
las personas y a los bienes comunes, ha sido un gran logro en los
lugares donde se ha dado y debe ser sostenido y ampliado. No deberíamos
olvidar, sin embargo, que en muchos casos los recursos que se utilizaron
para financiar estos servicios han sido, al menos en parte, tomados de
los excedentes obtenidos por el poder occidental colonial del resto del
mundo. Así, a la vez que Gran Bretaña organizaba en National Health
Service y otros logros tras el 1945, otros ingleses al servicio del
mismo estado organizaban la división del Golfo Pérsico en pequeños
principados para el suministro de petróleo barato y otras fechorías.
Para una izquierda internacionalista, la apuesta para el futuro es cómo
mantener el estado del bienestar sin crecimiento y sin una mayor
explotación del entorno y de los territorios de otras partes del mundo.
Es decir, con una alianza entre el decrecimiento y el movimiento global
de justicia socio-ambiental, reconociendo y pagando parte de nuestra
deuda ecológica al Sur global. Esto podría implicar una reducción del
consumo. Esto no es necesariamente malo si lo que se reduce es
innecesario o es consumo por presumir de estatus social y si se reduce
de manera que la gran carga de la reducción recaiga sobre los ricos.
Séptimo, uno de sus principales argumentos es que hay un crecimiento
bueno y otro malo y, mientras que el crecimiento capitalista es malo,
otro tipo de crecimiento, presumiblemente socialista, puede ser bueno. A
modo de ejemplo, utiliza el trabajo de Barry Commoner que argumentaba
que podemos sustituir productos sucios por limpios y combustibles
fósiles por energías renovables. Suscribimos esto al 100%, pero Commoner
no discutió y mucho menos demostró, que podemos hacer todo esto y tener
todavía un crecimiento de actividad económica del 2 o 3% anual no ya en
las periferias del mundo sino en las propias metrópolis. Navarro
sostiene que podemos crecer construyendo escuelas o curando el cáncer.
Todas estas son actividades formidables, pero es difícil ver cómo van a
hacer crecer la economía año tras año. No tenemos conocimiento de ningún
caso histórico en que una economía permanentemente haya crecido
mediante la construcción de escuelas, sino que se construyeron escuelas
debido al crecimiento. Hasta ahora, el único crecimiento que hemos
conocido es crecimiento cuantitativo de energía y materiales y siempre
ha ido acompañado de más emisiones nocivas y más agresión.
Sí, podemos y debemos invertir en el cuidado de los unos a los otros,
en la producción limpia, en la educación de de niñas y niños y en la
creación artística. Pero, ¿por qué tenemos que enmarcar el florecimiento
de este tipo de actividades maravillosas en los términos cuantitativos y
economicistas del crecimiento? La educación y la salud son buenos en sí
mismos, no porque lleven al crecimiento económico. ¿No deberíamos
enseñar humanidades o curar enfermedades si esto tuviese un coste muy
alto y un efecto negativo sobre el crecimiento? Nos parece bien que haya
sectores de la economía que florezcan (la educación, el cuidad, la
salud, la agricultura orgánica, la rehabilitación de viviendas) mientras
le economía en conjunto decrece. Navarro ha declarado explícitamente
que cuando habla de crecimiento no está pensando en el PIB sino en el
bienestar. Abolamos el PIB, entonces, y no discutamos nunca más si
estamos creciendo o no. Centrémonos en las buenas políticas que nos
lleven al bienestar y en en sus indicadores concretos.
Finalmente, estamos de acuerdo con sus palabras: “la solución pasa
por un cambio en estas relaciones de poder, con la democratización del
Estado que originaría no solo una nueva redistribución …”. Sí, la
democratización es clave para las soluciones futuras. Pero el poder no
es sólo algo que está “allá afuera” que transformaremos mecánicamente y
luego democratizaremos el Estado y generaremos una nueva redistribución.
El poder también reside en la colonización de nuestro imaginario
por conceptos y principios que han causado estragos a nuestro alrededor
y han justificado la desigualdad y la destrucción en nombre del
progreso. El crecimiento es el rey de estos conceptos. Y el desarrollo
uniformizador (denunciado por Arturo Escobar, Gustavo Esteva, Wolfgang
Sachs…) es el emperador. Es ya tiempo de inciar el proceso de echar el
“crecimiento” y el “desarrollo” al basurero de la historia.
L'autor ha eliminat aquest comentari.
ResponEliminaEste texto es magnífico, radicalmente revolucionario. El señor Navarro con sus rancios postulados socialistas y su retórica del progreso como maná de la civilización debería ir haciendo sitio, mejor mañana que pasado.
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