Neal Lawson · · · · · |
14/12/14 |
¿Está ya muerta la socialdemocracia y, como el proverbial pollo
sin cabeza, damos instintivamente vueltas al patio antes de derrumbarnos
definitivamente? Si está viva la socialdemocracia, resulta difícil saber cómo o
por qué. Examinemos las pruebas.
No hay ningún partido socialdemócrata a la cabeza en ninguna
parte del mundo. Desde luego, hay partidos en el gobierno – como es el caso en
Dinamarca, Suecia, Alemania y Francia, por sí mismos o formando parte de una
coalición – pero esto sucede por accidente o tiende a ser resultado de los
fallos de la derecha. Y en el poder, los socialdemócratas tienden a seguir las
medidas de austeridad o de austeridad light. Ningún partido
socialdemócrata posee un conjunto de ideas intelectuales y organizativas dotado
de contundencia y seguridad que impulse un proyecto político alternativo.
El futuro parece increíblemente sombrío. ¿Por qué?
No es difícil descubrir las razones. La socialdemocracia es una
creación del siglo XIX que logró algunos éxitos en el siglo XX, pero está
irremediablemente mal preparada para el XXI. Esto se debe a que han
desaparecido todas las fuerzas que antaño hicieron fuertes a los
socialdemócratas. La experiencia colectiva de la guerra, la existencia de una
clase trabajadora unificada, organizada y aparentemente en crecimiento, la
inquietante presencia de la Unión Soviética – una amenazadora alternativa al
libre mercado que obligaba a grandes concesiones a los patronos que temían que
se produjeran revoluciones en Occidente – todo ello se combinaba para
garantizar que el capitalismo llegara temporalmente a compromisos históricos
con los partidos socialdemócratas.
A toro pasado, esta ‘época dorada’ debería contemplarse como una
incidencia pasajera, pero los socialdemócratas han seguido confundiéndola con
la norma. Agravan luego este error con efectos demoledores. Al haber perdido
sus fuentes externas de poder, se centran casi enteramente en elegir a los
‘líderes adecuados’ que, creen ellos, restablecerán la ‘era dorada’ desde
arriba. Se trata de una política tecnocrática carente de movimientos, de toda
comprensión del contexto histórico o de la geopolítica que configura la
acciones cotidianas tanto de los políticos como de la gente. Los
socialdemócratas son surfistas sin olas.
Pero el tiempo no se ha quedado quieto. Los respaldos de la
socialdemocracia en el siglo XX no sólo se han evaporado sino que han sido
reemplazados por otras fuerzas hostiles. La globalización y la individualización
actúan como tenazas que restringen aún más las posibilidades de cualquier
renovación socialdemócrata. La globalización – la fuga del capital y la presión
a la baja sobre los impuestos y regulaciones que fomenta – señala la sentencia
de muerte del socialismo en un solo país. Entretanto, el individualismo y la
cultura del turboconsumo hacen difícil la solidaridad social, por decir lo
mínimo. En un mundo así, no solo hemos perdido, afortunadamente, el sentido de
deferencia que hizo posible buena parte de la socialdemocracia paternalista
sino que la buena vida se ha convertido en algo que ha de adquirir el
consumidor solitario y no creado colectivamente por los ciudadanos. La
inacabable formación y reforma de nuestras identidades por medio de un consumo
competitivo destruye el tejido social mismo en el que tiene que enraizarse la
socialdemocracia. Pareciera que hoy en día no hay alternativa. .
La breve mejora de la suerte electoral de los socialdemócratas a
mediados de los años 90 en torno a la Tercera Vía, el nuevo centro y el“clintonismo”se
consiguieron a costa de una mayor erosión de una base electoral a la que cada
vez se ignoraba más. En la errada creencia de que no se podía ir a ningún otro
sitio, su apoyo central se trocó por unos valores y una dependencia centrales
de un disfuncional capitalismo financiarizado, lo cual acabó siendo
espectacularmente contraproducente en 2008, pillándose los socialdemócratas los
dedos en la caja neoliberal.
Esta crisis existencial de la socialdemocracia encuentra su
expresión última en la crisis continuada del capitalismo. Si la meta histórica
de la socialdemocracia consiste en humanizar el capitalismo, entonces la forma
en que se han utilizado las finanzas públicas para rescatar a los bancos a
expensas de aquellos que son víctimas del capitalismo demuestra la
insuficiencia de la posición socialdemócrata.
Allí donde la crisis ha golpeado con más dureza, han caído los
socialdemócratas más abajo y más rápido. Hoy en día apenas existe el PASOK en
Grecia. Al PSOE le va mal en España y le ha superado Podemos en las encuestas,
¡un partido que tiene menos de un año de vida! En Escocia, el laborismo se
enfrenta a su substitución por los nacionalistas. En todos los demás lugares,
los socialdemócratas forcejean mientras barren Europa el populismo y el ánimo
antipolítico.
Todo esto resulta evidente. Pero los socialdemócratas parecen
incapaces de hacer otra cosa que no sea encogerse de hombros y volver a las
mismas ortodoxias. Se dan contra los bordes de los límites fiscales y
regulatorios, pero nunca rompen con las constricciones del neoliberalismo.
Actúan como si continuaran existiendo las mismas divisiones de clase, siguen
dando por hecho su núcleo de votantes y se comportan como si el planeta no
fuera finito. Rivalizan por llegar al poder, por empujar palancas que llevan
mucho tiempo oxidadas y detenidas. El bagaje del pasado parece demasiado pesado
para desprenderse de él. Adoptan la definición de Einstein de estupidez: hacer
lo mismo una y otra vez y esperar un resultado distinto.
Así pues, ¿qué hay que hacer? Los socialdemócratas van a tener
que ser valientes – valientes de verdad – o arrostrar la irrelevancia en el
mejor de los casos, o la extinción en el peor. Hay tres retos clave.
El primer reto consiste en redefinir el significado de la buena
sociedad. La socialdemocracia lleva centrada demasiado tiempo en lo material.
Si, queremos una mayor igualdad, pero ¿significa eso cada vez más consumo en
una carrera en la que no se puede vencer? Si el televisor de plasma de los
trabajadores no puede ser lo bastante grande, entonces el capitalismo siempre
gana. Sencillamente, la cinta del consumo competitivo socava cualquier
esperanza de solidaridad social lo mismo que destroza el medio ambiente. En
lugar de más cosas que no sabíamos que queríamos, pagadas con dinero que no
tenemos, para impresionar a gente que no conocemos, los socialdemócratas van a
tener que hablar más de otras cosas: más tiempo, más espacio público, aire
limpio, comunidad y autonomía. Esto sugiere una política de límites al horario
laboral, de democracia y propiedad en el puesto de trabajo, de renta básica y
estrictos controles sobre las emisiones de carbono..
El segundo reto consiste en un desplazamiento radical en
términos de internacionalismo. Si el capitalismo ha rebasado la nación,
entonces la socialdemocracia no tiene otra opción que hacer lo propio. Tiene
que regular y controlar los mercados allí donde dañen a la gente o el planeta.
Sí, esto resulta difícil y, sí, significa entregar soberanía. Pero el poder es
vacuo si se blande a escala nacional cuando las decisiones económicas se toman
en otros países y en otros continentes. Esta política se iniciaría a escala
europea en torno a cuestiones como un salario mínimo en todo el continente y la
armonización de los tipos impositivos empresariales.
El tercer desafío es cultural. Los socialdemócratas van a tener
que dejarlo correr. No hay lugar para vanguardias elegidas, que hacen cosas por
la gente y para sí mismos. Los socialdemócratas van a tener que descubrir su
nueva ubicación como una de las fuentes tan solo de empoderamiento para los
ciudadanos. En lugar de mover palancas políticas, la tarea consiste en crear
plataformas para que la gente pueda cambiar las cosas colectivamente por sí
misma. Se trata de un papel más humilde, pero esencial y enteramente posible en
la sociedad en red en la que Internet se ha convertido en el nexo principal de
la cultura humana. Los partidos tienen que abrirse y desplegarse. Tienen que
verse a sí mismos como parte tan solo de alianzas mucho más amplias en favor
del cambio, no como depósito único de todo el saber y la acción. Los partidos
van a tener que volverse verdaderamente democráticos, restringiendo el poder y
creando programas de colaboración en asuntos como energía, préstamos y nuevos
medios de comunicación.
Estos desafíos son inmensos y la escala de la transformación
enorme. Pensemos en el súbito hundimiento de Kodak y el ascenso de Instagram.
¿Se puede hacer frente a estos retos? Sencillamente, no lo sabemos. Lo que no
debemos es subestimar nuestra capacidad de cambio. El declive no es inevitable.
La energía está ahí, pero los socialdemócratas van a tener que descubrir nuevas
formas de aprovecharla. Todo depende de las decisiones políticas que tomemos.
Se puede construir una nueva alianza política entre los pobres en recursos y
sus alter egos pobres en tiempo. Pero el reloj sigue su tic-tac y estamos
advertidos. .
Neal
Lawson (1963) es
presidente de Compass, un grupo de presión progresista, y miembro de la
consultora de comunicación Jericho Chambers. También pertenece a la junta de
organizaciones como UK Feminista y We own it!. En los años 80 trabajó como
investigador de los sindicatos y fue asesor de Gordon Brown. Colaborador
regular del diario The Guardian y el semanario The New Statesman,
es director de colaboraciones en la revista socialdemócrata Renewal y
miembro asociado del Instituto Bauman de la Universidad de Leeds. Entre sus
libros se cuentan título como Dare More Democracy, The Advertising
Effect (con Zoe Gannon) y All Consuming, este último sobre los
efectos sociales destructivos del consumismo.
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El model de creixement insostenible i il·limitat que ens ha abocat a la crisi econòmica mundial és també la causa de la crisi ambiental en la que estem immersos. Aquest és un model antieconòmic perquè ha deixat ja de ser positiu per a nosaltres. Els beneficis que d’ell n’obtenim no superen el perjudicis que ens comporta en forma de pèrdua irreversible d’espècies i de recursos naturals, de contaminació i degradació ecològica, de costos personals i de injustícia social.
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dimarts, 23 de desembre del 2014
Surfistas sin olas: ¿ha muerto ahogada la socialdemocracia?
Article publicat a la revista Sin Permiso
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