- Pablo Iglesias, que es un populista en el mejor sentido de la palabra, no navega la ola del descontento ciudadano con las velas de la ecología política
- Es cierto que algunas de las cosas que hay que hacer para lograr un encaje sostenible dentro de la biosfera tienen poco de populares, pero, aún así, el ecologismo político y concreto tiene potencial para ser popular
Salvados, 26 octubre, Jordi Évole le pregunta a
Pablo Iglesias si aplicar políticas expansivas para salir de la crisis
no equivale a incentivar el consumismo, a lo que Pablo le contesta: "
no se puede hacer una enmienda a la totalidad del sistema; tú y yo nos
podemos poner de acuerdo en que el capitalismo nos conduce al desastre
ecológico, pero ahora lo importante es dar de comer a la gente".
Este revelador intercambio se produce además en Ecuador, país lider en
redistribución de la riqueza; riqueza que sin embargo sigue vinculada a
la lógica extractivista. No en vano el presidente Correa ha llegado a
acusar a los críticos con la extracción de petróleo en la selva de
"causar el caos" y difundir "mentiras".
Siguiendo este hilo argumental, ¿concluiremos pues que Podemos
es otro afiliado mas a la Iglesia del Crecimiento, fiel devoto del
aumento del PIB como remedio universal de todos los males? No, es mas
complejo. De hecho, el programa económico que debate estos días pone las
bases imprescindibles para una sostenibilidad digna de este nombre.
Medidas como la banca pública o la auditoria de la deuda apuntan a lo
fundamental, que es recuperar el control sobre la planificación
democrática de lo común. Otras medidas, como el defensor de las
generaciones futuras -mas allá del inevitable escepticismo que produce
por su resonancia a cargo de segunda fila- introducen conceptos
revolucionarios y ensanchan el debate. Así pues, en que quedamos, ¿entra
o no la crisis ecológica entre las urgencias que agita Podemos?
Para empezar, lo de las «generaciones futuras» suena equivocamente
lejano. No, este problema no incumbe solo a nuestros nietos. Es cierto
que la crisis ecológica parece aún relativamente alejada de nuestro día a
día, pero esto se debe a que algunos de sus principales efectos
-destrucción del litoral aparte- estan deslocalizados. Por ejemplo, la
soja que alimenta nuestro ganado no arrasa nuestros bosques; y
contabilizarle a los chinos como propias todas sus emisiones de CO2,
siendo la fábrica de occidente, como que no cuela. Así que es una
estrategia injusta, y además, debido a la escala global del problema,
con fecha límite. Por no decir que la crisis ecológica no cuestiona
solamente el modelo de redistribución, sino una inercia económica de
quinientos años. Y ante todo esto -disculpad la contradicción tonta en
los términos- el debate social está bastante verde.
Por eso Pablo Iglesias, que es un populista en el mejor sentido de la
palabra, no navega la ola del descontento ciudadano con las velas de la
ecología política. Obvio, algunas de las cosas que hay que hacer para
lograr un encaje sostenible dentro de la biosfera tienen poco de
populares. Pero cuando Iglesias le dice a Évole, con mas razón que un
santo, que « los ricos son como niños a los que no hay que dejar que se coman todos los caramelos que quieran»...
¿qué opina de los demás? Las golpeadas pero a la vez crecientes clases
medias globales que soñamos con iPhones y trenes de alta velocidad...
¿podemos comernos todos los caramelos que queramos? Me temo que es una
de esas preguntas con respuestas genéricas ecofriendly pero que a la hora de concretar devienen tabú político.
Ojo, nadie le pide a Podemos que no recoja el descontento para
reciclarlo en poder efectivo. Es inteligente, es necesario y es ético,
pero sí podemos pedirles -y pedirnos- un debate público que redifina lo
deseable y lo posible. Igual que en este país nadie es racista, todos
somos ecologistas, pero a la hora de la verdad seguimos orbitando
alrededor de la mitologia productivista socialdemócrata. No es fácil
salirse del esquema. Cuando por ejemplo los mercados nos obligan a
situar la lucha por la sanidad pública en mantener su carácter público y
universal, ¿qué espacio queda para la igualmente importante lucha por
una sanidad preventiva, holística y desmedicalizada? ¿Comer sano y
ecológico, nacer por parto natural o no dejarse la vida en trabajos
sórdidos, no se siguen percibiendo como conquistas secundarias
reservadas a la clase media-alta o a subculturas alternativas? ¿Como
vamos a poner estas cosas sobre la mesa si hay que ser competitivos y
mantener el tipo geopolítico?
Y a pesar de todos
estos obstáculos, el ecologismo político y concreto tiene potencial para
ser popular. A mi entender Pablo Iglesias debería haber contestado que
es tan urgente salir del abismo como hacerlo sin poner en contradicción
justicia social y medio ambiente. Es decir, que para « dar de comer a la gente»
no sirve dar pan para hoy y hambre para mañana; y que el pan y las
rosas se llaman hoy justicia ambiental. Pero en lugar de eso parece
remitirse otra vez a la idea de las etapas. Si antes necesitábamos la
dictadura del proletariado para llegar algún día al paraíso comunista,
ahora parece que necesitamos el crecimiento capitalista regulado para
llegar algún día a un Estado del Bienestar ecológico, autogestionario y,
por fin, relajado. Y sin embargo, hay al menos dos elementos que
cuestionan este enfoque, sin negar por ello lo que también tiene de
razonable.
El primero ya cansa de tanto repetirlo,
pero desgraciadamente es cada vez mas real: la urgencia. No hay tiempo
para una adaptación lenta y progresiva al cambio climático, al declive
de materias primas cruciales o a la pérdida de biodiversidad. No es una
opinión, es un consenso científico. Y es irónico que en una civilización
que pone a la ciencia en un altar este consenso en concreto sea tan
poco escuchado. Lo segundo es que el ecologismo no pide una « enmienda a la totalidad»
sino que el camino se haga al andar. Ya dijo Albert Einstein que no se
puede resolver un problema usando el mismo estado de conciencia que lo
creó. Esa nueva conciencia es el hilo invisible que une fenómenos
dispares como el consumo colaborativo (el de verdad, no el de alquilar a
particulares), las leyes contra la obsolescencia programada que se
están debatiendo en Francia o los circuitos cortos de distribución
alimentaria que proliferan por todo el territorio.
Tal vez ha llegado el momento de resignificar la "austeridad" y crear un
nuevo contrato social basado tanto en el afán de supervivencia como en
el deseo de igualdad. El trato vendría a ser: vamos a garantizarnos
entre todos los comunes básicos: agua, energía, vivienda, trabajo,
comida, cultura... y a cambio nos vamos quitando de los caramelos que se
están cargando ahora el planeta. Pero para llegar a eso hay que empezar
a deconstruir las nociones convencionales de valor, capital, inversión y
riqueza, que no son útiles en esta tarea. Y a popularizar que los
almacenamientos más importantes de valor futuro no son las
urbanizaciones fantasma o las bolsas de gas de esquisto, sino el suelo
fértil con un alto contenido de humus; los bancos de peces, los
reservorios de agua o las construcciones solares pasivas.
En definitiva, si como dice Equo
se pueden crear cientos de miles de empleos en sectores como energía
renovable, rehabilitación de edificios o agricultura ecológica... ¿no
dan mas ganas de enfrentar la casta transnacional y recuperar el
transporte, la comida o hasta el mismísimo tiempo? Quizás es este el
populismo que necesitamos para llegar al buen vivir ibérico.
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