Que el clima está cambiando ya pocos lo cuestionan. Aunque entre el ejército de negacionistas esté Donald Trump. Y pese a que el súbito aumento de la temperatura acabe con cosechas, amenace con la extinción de especies y ponga en riesgo a la economía global. El calentamiento reducirá las horas de trabajo, la productividad y hará más pobres a los países del sur.
DIEGO HERRANZ
MADRID.- La economía no estará inmunizada contra el cambio climático.
Por mucho que el supuesto freno a la actividad y la manida pérdida de
competitividad estén detrás de los numerosos argumentos económicos que
emanan de los centros de análisis y de poder vinculados especialmente a
movimientos neoliberales y que han configurado durante los dos últimos
decenios la tesis ‘negacionista’ del calentamiento global del planeta.
Así, al menos, lo creen Solomon Hsiang, catedrático en
la Goldman School of Public Policy de la Universidad de Berkeley, su
colega en esta institución docente, Edward Miguel y su homólogo en la
también californiana Stanford, Marshall Burke.
En un reciente estudio, publicado hace unos meses en la prestigiosa revista científica Nature, estos investigadores
anticipan, a partir de las conclusiones de un modelo econométrico cuya
base de datos es la compilación de la evolución y cambios del clima en
166 países desde 1960 hasta 2010, que los ciudadanos que habiten en la
Tierra a finales de este siglo, en 2100, verán cómo su renta personal se
reducirá, de promedio, un 23%.
Un informe de las universidades de Berkeley y Stanford avisa que los efectos
colaterales del calentamiento global podrían obligar a una reconversión en toda regla de la economía internacional
colaterales del calentamiento global podrían obligar a una reconversión en toda regla de la economía internacional
El planteamiento de su informe es rotundo. El calor extremo, al que nos dirige el cambio climático global, dañará seriamente las economías del mundo.
Bajo tal escenario, los cultivos no fructificarán o, en el mejor de los
casos, recortarán considerablemente -en función de las inclemencias
meteorológicas-, sus actividades productivas. De igual forma que los
súbitos incrementos de temperatura transformarán la cultura del trabajo,
con menos horas laborales y, por ende, descensos paulatinos de las
tasas de productividad.
Sin embargo, también en este aspecto, los efectos colaterales del calentamiento global no serán similares en todas las latitudes.
Ni mucho menos. El sur, una vez más, pagará la mayor parte de la
factura. Aunque, como alertan los investigadores del informe, “el
incierto impacto” del viraje climático “podría significar una reestructuración masiva”,
casi una reconversión en toda regla, de la economía internacional,
explica Hsiang. De hecho, las naciones del norte -en especial, Rusia y
las potencias más avanzadas de Europa-, obtendrán beneficios del aumento
de las temperaturas. Es decir, que sus ciudadanos verán enriquecer sus
ingresos per capita. En contraposición a los territorios de América del
Sur y África, cuyos ritmos de crecimiento económico se verán alterados
por el aumento de grados en sus termómetros.
También de media, el 60% de la población más pobre
del planeta, la que se concentran en estas latitudes, terminarán la
actual centuria con un 70% menos de rentas personales. Más
exhaustivamente, el 40% de los ciudadanos con menores ingresos perderán
el 75% de sus actuales ganancias, asegura en otro cálculo el mismo
informe.
En otras palabras, la brecha de la desigualdad en el reparto de la riqueza irá ensanchándose,
como dice el propio Hsiang con una frase lapidaria: “se producirá una
fuerte redistribución de la prosperidad desde las zonas más pobres a las
más ricas”.
Los cambios serán sustanciales. Y no sólo por el incremento del calor. También porque el alza térmica aumentará el número, la intensidad y la periodicidad de las precipitaciones, así
como el de fenómenos catastróficos como los huracanes. O porque con
temperaturas entre 20 y 30 grados ya se reduce de manera palpable la
actividad laboral, la productividad y la rentabilidad de las cosechas en
países como EEUU, advierte el estudio en sus conclusiones prospectivas.
“En la cultura popular, los días de sol son malos para la agricultura”,
incide Hsiang. “Incluso en territorios con altos niveles de vida y
avanzados tecnológicamente”, que podrían paliar esos recesos
productivos.
A tenor de lo que desvela su modelo econométrico,
“jornadas por encima de los 30 grados acarrean un coste en estados
agrícolas estadounidenses de 20 dólares por residente”. En términos de
ingresos. “Y eso, es dinero real”, precisa, dentro de unas predicciones
que hablan de que la repetición de días con temperaturas superiores a los 35 grados en gran parte de Estados Unidos “se elevará dramáticamente” en los años venideros si no se combate el cambio climático. Su diagnóstico, en caso contrario, es rotundo y nítido.
Si el efecto invernadero sigue su curso actual
“obligará a los gobiernos a modificar sus políticas y a los mercados a
adaptarse a la transformación de los ciclos financieros y de negocios”, avisan sus mediciones, realizadas mediante métodos de Big Data y con nuevas aplicaciones de precisión informática.
Burke, su colega de investigación, habla en términos más absolutos. Para 2100,
hay un 63% de probabilidades, si no se corrigen las previsiones de
aumento de temperatura global del planeta, de que el PIB mundial se
contraiga un 10% respecto de su riqueza actual. Un retroceso
económico que será superior al 20% si el calentamiento resulta más
intenso. La proyección del estudio apunta a una posibilidad del 51%. De
igual forma que señala hasta un 12% de opciones de que se recorte a la
mitad del valor de la actividad económica global. “El coste de no hacer
nada será desorbitado”, añade.
A su juicio, entre las iniciativas gubernamentales para paliar el efecto invernadero, destacan la imposición
a las emisiones de CO2, el establecimiento de normas de eficiencia
energética o los subsidios a las energías renovables. “Los análisis
de costes y beneficios que hemos realizado sobre la implantación de
medidas de desarrollo sostenible dentro de una agenda oficial de
preservación del Medio Ambiente eran hace años mucho más caras en
comparación con los precios actuales que, en muchos casos, resultan ser
especialmente baratos”.
La temperatura global, entre tanto, sigue dando muestras inexorables de calentamiento. En
EEUU el caluroso septiembre pasado se movió casi un grado centígrado
(en concreto 0,9 equivalente a 1,62º F) por encima de la media de todo
el siglo XX, el mes de septiembre con mayor calor en 136 años, según
atestigua la Noaa (National Oceanic and Atmospheric Administration). A
un ritmo más intenso que el previsto en las conferencias sobre cambio climático para la conclusión de la presente década.
2016 fue el más caluroso jamás
registrado desde 1880, eleva a tres el número de años de subidas
consecutivas de temperatura y deja en 16 el número de periodos anuales
con récord de calentamiento en el siglo actual
También la NOAA, en cooperación con la Nasa y la UK Met Office, acaban de publicar otro informe demoledor. El pasado año fue el más caluroso jamás registrado
-disponen de mediciones desde 1880- después de firmar el tercer periodo
anual consecutivo de subidas de temperatura. Además, 16 de los 17 años
más calurosos se han producido en el siglo actual. En paralelo, los
científicos que suscriben el documento indican que la Tierra nunca había
experimentado tanto calor en alrededor de 150.000 años ni jamás había
tenido tantos niveles de CO2 en la atmósfera desde hace 4 millones de
años. De manera que el impacto del cambio climático sobre la población se hará notar más pronto y con mayor ferocidad de lo previsto, alertan.
Antes de apuntar que “el 90% de los factores del calentamiento en 2016 fue por el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero”, señaló Gavin Schmidt, director del Instituto Goddard para Estudios del Espacio, inserto en la estructura de la Nasa. “Y 2017 también será muy caluroso”, presagió.
Sin embargo, ninguna de estas predicciones parece que vaya a modificar el pensamiento de Donald Trump al respecto.
El presidente de EEUU, que acaba de asumir el cargo, siempre se ha
mostrado jocoso e irónico ante tales augurios. Por muy científicos que
sean.
Trump piensa que “el concepto de
calentamiento global fue creado por las autoridades chinas con el único
propósito de reducir la competitividad industrial de EEUU” y se ha
rodeado de un gabinete de negacionistas climáticos
Su idea, lanzada en noviembre de 2012 en su cuenta
de Twitter –“el concepto de calentamiento global fue creado por las
autoridades chinas con el único propósito de reducir la competitividad
industrial de EEUU”, escribió- parece que tiene continuidad ahora que se
ha instalado en la Casa Blanca. No por casualidad, en su gabinete hay voces que han contribuido decididamente al negacionismo climático.
Todos ellos, en puestos clave si cumplen su amenaza de interrumpir los
avances en la protección ecológica. Scott Pruitt, al frente de la
Agencia de Protección Ambiental (EPA, según sus siglas en inglés),
escribió en mayo de 2016, siendo fiscal general de Oklahoma, que “los
científicos siguen sin ponerse de acuerdo” ni con el calibre ni con la
prolongación del cambio climático, y mucho menos con sus consecuencias
sobre la humanidad, lo que hace estéril el debate.
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