dilluns, 3 d’octubre del 2016

Tres preguntas

Fragment del post d'Antonio Turiel  publicat al seu bloc  Oil Crash


jueves, 29 de septiembre de 2016
.......Dado que en la sala había personas con responsabilidades políticas a un nivel superior al de las que suelen asistir a mis charlas, quise confrontarlas a tres cuestiones concretas, tres preguntas que yo me hago y que veo que ineludiblemente exigirán una respuesta por parte de nuestros poderes políticos durante los próximos años. Estas tres preguntas son incómodas y con consecuencias bastante desagradables, pero no nos va quedar más remedio que hacerles frente en algún momento, y vale más que estemos preparados para ellas, y que hayamos pensado cuál es la mejor respuesta que darles, antes de que el tiempo se agote y por las prisas desemboquemos en malas soluciones.

Estas tres preguntas requieren un análisis más detallado del que se podía hacer en una charla de 45 minutos en la que se habían dicho muchas otras cosas. Mientras que la primera cuestión es relativamente sencilla de entender, las otras dos requieren de la introducción de algunos conceptos no del todo evidentes para el profano en la discusión sobre la energía, y por ello merecían una discusión prolija. Por ese motivo, y por lo trascendental de estas cuestiones, he creído oportuno rescatar esas tres preguntas y plantearlas con más detalle en el post de hoy, por si en algún momento le resultan de utilidad a alguien.

Éstas son las tres preguntas que planteé:

  1. ¿Vamos a invadir Argelia? 
  2. ¿Vamos a apostar por el crecimiento económico como única vía para resolver el problema del desempleo? 
  3. ¿Vamos a apostar por explotar fuentes de energía con bajo rendimiento energético?
En lo que sigue, tomaré cada pregunta y la pondré en su contexto.

1.- ¿Vamos a invadir Argelia?

El problema, por supuesto, no se circunscribe a Argelia; la tentación de resolver el problema de la falta de disponibilidad de recursos manu militari es elevada, y lo será más cuando la opinión pública de los países occidentales cuestione a sus gobiernos por su falta de eficacia a la hora de resolver los graves problemas económicos que nos acucian. Pero el caso de Argelia es emblemático para España, puesto que mi país importa más del 50% del gas que consume de ese país norteafricano. Hace ya algún tiempo que desde Francia (país también interesado en el gas Argelino) se observa con preocupación el progresivo descenso de las exportaciones de gas desde Argelia (que se transporta a través de un gaseoducto que recorre el lecho marino desde Argelia hasta España y después continúa su recorrido por el Levante español hasta la interconexión con Francia). Desde el país galo se ha interpretado que el descenso de las exportaciones obedece primordialmente a la falta de una inversión suficiente en la exploración de nuevos yacimientos, y por eso ha promovido varias iniciativas de financiación de upstream del gas argelino, últimamente incluyendo entre las opciones la quimérica explotación del gas de lutitas o shale gas mediante la económica y energéticamente ruinosa técnica del fracking.

La realidad es mucho más simple: la producción de gas argelino lleva ya mucho tiempo estancada y con cierta tendencia a la baja, y eso ya era así incluso cuando los precios internacionales del gas natural eran elevados. Básicamente, Argelia ha superado su peak natural gas.


Como muestra la gráfica anterior, la producción no sólo no aumenta desde el año 2000, sino, como suele pasar en los países exportadores el consumo interno ha ido subiendo como consecuencia de la progresiva industrialización (una vez superada la cruenta guerra civil de los años 90 del siglo pasado), lo que ha llevado a una caída sostenida de las exportaciones de gas.

Para acabar de agravar la situación en Argelia, la producción de petróleo ya hace mas de 10 años que superó su propio pico productivo, y de nuevo el aumento del consumo interno está favoreciendo un rápido decrecimiento de las exportaciones.


Desde las instancias públicas y privadas españolas y francesas (con la empresa Gas Natural a la cabeza, en el caso de España) existe una constatada dificultad en asimilar que lo que está pasando con la producción de hidrocarburos en Argelia es un fenómeno conocido que debe más a la geología y a la termodinámica que a razones económicas, políticas y sociales, y de ahí la creciente presión para que Argelia liberalice la explotación del petróleo y el gas natural. Si añadimos a la caída natural de la producción de hidrocarburos en Argelia los actuales bajos precios entenderemos que Argelia está ahora mismo situación económica muy delicada: la exportación de hidrocarburos representa más del 90% del total y también más del 90% de la renta nacional. En lo que va de año Argelia acumula un déficit comercial de 11.000 millones de dólares, a añadir a una cantidad similar el año pasado, mientras que el PIB de Argelia pasó de 213.000 millones de dólares en 2014 a 168.000 millones en 2015. Aunque el grado de endeudamiento de Argelia puede parecer envidiable visto con la perspectiva de los países occidentales, el país norteafricano no tiene las posibilidades de éstos para financiar sus déficits (pues en este mundo alguien tiene que producir para que los demás consuman) y eso está provocando un enrarecimiento de la escena política argelina que, a decir de algunos, recuerda a los años previos a la guerra civil que estalló en 1991.

Si, por desgracia, se cumplen las peores previsiones para Argelia, ¿qué va a hacer España? Cuando comiencen las luchas internas por los últimos despojos de la riqueza fósil, ¿qué partido tomará España? ¿Participará en una campaña militar, probablemente del brazo de Francia, para - dirán - "traer la democracia a Argelia" al tiempo que garantizan que no se interrumpa el flujo de gas natural? (y si la industria del país acaba un poco machacada y deja más gas disponible para la exportación tampoco iría mal, ¿verdad?). ¿O comprenderá que lo que está pasando en Argelia es inevitable y que una campaña militar con una cínica excusa no sólo no va a revertir lo inevitable, sino que lo va a agravar?

Desde un punto de vista humanitario, está claro que llevar nuestras armas y soldados a sembrar más terror y dolor más allá de nuestras fronteras es una atrocidad. Desde el punto de vista geopolítico, implicarse en tal tipo de agresión, aparte de desencadenar una nueva crisis de refugiados, inestabilizaría toda una región limítrofe con España y seguramente alimentaría un nuevo rencor contra nuestro país y lo convertiría en blanco de nuevos atentados. Pero incluso dejando todo eso al margen, desde el punto de vista económico es probablemente un error mayúsculo, pues al coste económico y humano de la aventura militar le seguiría, probablemente, el colapso de la delicada industria de hidrocarburos argelina. En ese sentido, creo que el caso de Libia es ejemplar. No recuerdo con qué excusas se decidió que Gadafi había dejado de ser el amigo leal en que se había convertido a principios del siglo XXI para volver a ser el tirano cruel que se le consideraba en los años 80 y 90 del siglo pasado, y tampoco por qué era tan urgente acabar con él. Lo que sí sé es que si el objetivo era hacerse con el control de la producción petrolífera de aquel país (bastante apreciable, sobre todo por que gracias a las décadas de embargo la calidad del crudo libio aún era muy buena) el resultado ha sido un fiasco absoluto.



La penosa evolución reciente de la producción de petróleo crudo en Libia debe mucho a la desintegración social que acompañó la caída de Gadafi, y también a lo exigente que es el mantenimiento de las infraestructuras petroleras, que además se convierten en blanco fácil de las facciones enfrentadas. Un conflicto abierto en Argelia fácilmente acabaría llevando la producción de hidrocarburos de aquel país al mismo pozo donde está ahora la de Libia. Incluso una campaña relativamente exitosa, como la que hizo EE.UU. en Irak a principios de este siglo, conllevó una caída de producción bastante importante de la cual Irak aún no se ha recuperado del todo (y ahora se ve afectado por la implantación del Estado Islámico en su territorio). Por tanto, el resultado más probable de la intervención militar franco-española sería precipitar el problema de la escasez de energía en España y Francia. Incluso siendo cínicos, la militar es una solución completamente errónea y una respuesta absurda que no está a la altura del problema.

¿Realmente queremos eso? ¿Vamos a permanecer pasivos mientras ciertas mentes pensantes encerradas en sus despachos lejos de la realidad deciden que ésta es la manera?  ¿Nuestros representantes políticos van a votar a favor de semejante barbaridad y semejante error? El debate aún no se ha planteado, y probablemente faltan algunos años para que se plantee. Incluso, con un poco de suerte, Argelia esquive ese fatal destino, pero quizá otro país se convierta en blanco. En todo caso, la pregunta seguirá siendo vigente: ¿creemos realmente que la militar es la solución a los problemas energéticos?

2.- ¿Vamos a apostar por el crecimiento económico como única vía para resolver el problema del desempleo?

Esta cuestión no es nueva, y lleva muchísimos años, décadas incluso, planteándose, pero desde un punto de vista diferente al que quisiera comentar. Históricamente se ha discutido muchísimo, y de manera a menudo enconada, sobre la conexión entre crecimiento y creación de empleo. Desde el punto de vista del capital hay la necesidad de contar siempre con un "ejército laboral de reserva" (es decir, cierta cantidad de parados) para garantizar que los salarios sean los adecuados, entiéndase aquí en términos de productividad del capital y para el sostenimiento del propio sistema. Desde el punto de vista del trabajador, se cuestiona cómo se ha repartir la ganancia generada por el trabajo, y en última instancia cuál debe ser la función de la economía y si el capitalismo debería ser sustituido por un sistema económico controlado por los propios trabajadores y no por el capital. Esta cuestión, planteada ya desde los primeros tiempos del socialismo, formó parte de la discusión de los partidos de izquierda hasta la generalización de los partidos socialdemócratas (cosa lógica pues, por definición, la socialdemocracia no cuestiona la economía de mercado ni algunos otros fundamentos del capitalismo). La socialdemocracia reconoce la gran capacidad del capitalismo para generar riqueza (entendida como producción) y bienestar (entendido como acceso a los bienes de consumo) y acepta no cuestionar la organización capitalista de la sociedad a cambio de garantizar unas condiciones laborales y vitales dignas para toda la población, lo que generalmente se conoce como "Estado del bienestar". Esto implica que los partidos socialdemócratas hacen suyos algunos de los objetivos del capital si con ello mejoran las condiciones de los trabajadores, y en particular que la única vía para crear y sostener el empleo es conseguir un crecimiento permanente. Por su lado, los partidos situados en la franja derecha del espectro, también por definición, se alinean aún más con los objetivos del capital.

Como he dicho en la introducción, no voy a entrar en las cuestiones ideológicas, perfectamente aceptables o rebatibles en función de las preferencias personales. Sin embargo, sí que voy a entrar en las cuestiones lógicas, y aquí hay una que es fundamental: si el crecimiento económico es físicamente posible a partir de ahora. Desde una de las primeras entradas de este blog hemos sostenido que la crisis económica no acabará nunca dentro del actual paradigma económico simplemente porque en una situación de descenso energético el crecimiento no sólo no es posible sino que tiene que ser forzosamente negativo. La razón del inevitable declive económico siguiendo el modelo actual es la innegable relación entre el volumen de la economía (medido generalmente por el Producto Interior Bruto o PIB) y su huella material (tanto energética como de otras materias primas y elaboradas). Por ejemplo, la siguiente gráfica (tomada del blog Our Finite World de Gail Tverberg) muestra cómo ha evolucionado el PIB mundial respecto al consumo de energía.
 
Imagen del artículo "is it really possible to decouple GDP growth from energy growth?"
En algunas ocasiones ciertos economistas tratan de argumentar, utilizando estadísticas parciales, que se puede conseguir una desmaterialización fuerte o como mínimo débil de la economía, de manera que se puede llegar a crecer incluso disminuyendo el consumo de energía y/o materias primas, básicamente gracias al ingenio humano y la innovación tecnológica. Pero, como ya discutimos con cierta extensión en este blog, la pretendida desmaterialización de la economía es completamente falsa, y en muchos casos lo que oculta es un proceso de devaluación interna, es decir, de disminución de salarios y destrucción de la clase media. 

De hecho, si se fijan en la gráfica de arriba lo que se observa es que a partir del año 2000 el consumo de energía ha crecido al mismo ritmo relativo que el PIB (y también bajado, durante la recesión de 2008-2009), mientras que antes del 2000 la energía crecía a un ritmo algo más bajo. Es decir, desde el año 2000 la cantidad de energía necesaria para producir un dólar de PIB global es mayor que antes del 2000, contrariamente a lo que se pretende hacer creer con las estadísticas parciales. La razón de este empeoramiento real de la intensidad energética mundial hay que buscarla en la globalización y la deslocalización: al llevar las fábricas a otros países con menores salarios se ha incrementado el gasto energético de transportar las materias primas a la fábrica del mundo, China, y luego transportar los productos finales hasta los consumidores. Y es esa misma deslocalización la que ya estaba presionando los salarios a la baja y favoreciendo la devaluación interna, antes incluso del declive energético. 

¿Qué evolución creemos que tendrá la economía global cuando el descenso energético se empiece a manifestar con fuerza en los próximos años? A tenor de los datos (y de estudios como los de Gaël Giraud), el único rumbo que le espera al PIB es el descenso, a veces puntuado por pequeños repuntes (por introducción de mejoras en eficiencia, particularmente al relocalizar ciertas actividades) pero en general se observará un descenso de la producción. Pero si la producción baja, si se mantuviera la misma cantidad de trabajadores la productividad (por trabajador o por hora) bajaría también, forzosamente. Por tanto, el descenso energético y económico mundial (que acabará arrastrando a España más pronto que tarde) llevaría, si no se cambia el modelo económico y social, a un incremento del paro y a un aumento del número de excluidos socialmente.

Por el momento, nuestros cuadros dirigentes han decidido optar por esperar al crecimiento, cuando todos los indicios razonables muestran no sólo que no vendrá de manera duradera sino que la tendencia general será al decrecimiento. Hablo de tendencia porque por supuesto habrá naturales fluctuaciones estadísticas arriba y abajo a lo largo del camino del descenso, y soy perfectamente consciente de que cada vez que el PIB repunte durante cada vez menos trimestres seguidos se celebrará como "el inicio de la recuperación". Pero al margen del fluctuante camino del PIB hacia su disminución inexorable, lo que parece más claro es que el proceso de devaluación interno y de degradación social continuará su curso. Esto es especialmente peligroso para la estabilidad social, pues justamente los últimos estudios sobre las causas del colapso social de anteriores civilizaciones muestran que el colapso no sólo sobreviene por dificultades de acceso a recursos o ambientales, sino por una tendencia al distanciamiento entre la minoría dirigente y el proletariado interno (por recuperar la expresión de Arnold Tonybee): si se rompe el contrato social por el cual la primera garantiza un nivel mínimo al segundo, el andamiaje social acaba por romperse por pérdida de apoyo en la base.

¿Es esto lo que vamos a contemplar, pasivamente, mientras esperamos que vuelva un crecimiento que a estas alturas seguramente ya es física y lógicamente imposible? ¿No deberíamos empezar a trabajar ya en una organización social diferente, capaz de crear trabajo sin necesidad de crear crecimiento e incluso en decrecimiento? El mayor problema de empezar a investigar tal posibilidad es que implica abandonar las bases fundamentales del capitalismo, y a día de hoy ningún partido político osa cuestionarlas tan abiertamente (incidentalmente, recordemos que el comunismo tampoco es la solución) 


3.- ¿Vamos a apostar por explotar fuentes de energía con bajo rendimiento energético?

Esta cuestión es más sutil, la más sutil de las tres. Dado lo que se ha comentado en la pregunta anterior, parecería que incluso aceptando la necesidad de reorganizarnos socialmente lo mejor que podemos hacer ahora mismo es apostar por poner a punto tantos sistemas que nos proporcionen energía como sea posible, tanto a corto plazo para preparar la transición como a medio plazo para facilitar la misma. Sin embargo, el incremento de la producción de energía bruta no significa necesariamente un incremento de la producción de energía neta; más incluso, llegados a cierto punto la producción bruta aumentará mientras que la neta disminuirá. Las consecuencias de apostar por aumentar la producción energética a toda costa sin pararse a valorar si es de la suficiente calidad tiene consecuencias que no son tan visibles, pero que pueden ser tan catastróficas como el mero descenso energético.

El concepto clave de esta discusión es la Tasa de Retorno Energético (TRE). La TRE es la relación entre la energía bruta producida por una fuente a lo largo de su vida útil respecto a la energía consumida para la producción. De ese modo, una fuente de alto rendimiento energético tiene una TRE muy elevada, en tanto que fuentes de menor rendimiento tienen TREs cada vez más cercanas a 1. El valor 1 representa el momento en el que no se gana energía ni se pierde con la explotación de un determinado recurso energético. Un valor de TRE inferior a 1 quiere decir que el sistema no es una fuente de energía, pero aún así podría ser interesante como sistema de almacenamiento de energía (por ejemplo, con el hidrógeno o los biocombustibles) o para la producción de formas de energía de alta calidad (por ejemplo, electricidad); en todo caso un valor de TRE inferior a 1 implica pérdida energética en la transformación y por tanto (con algunos matices) no es un caso que deba considerarse al hablar de fuentes de energía.

El concepto de la TRE ha sido discutido en medios académicos desde hace algún tiempo. Hay cierta controversia sobre el método de cálculo empleado para la estimación del valor de la TRE de un sistema dado (por ejemplo, hace ya unos años que colea una polémica por la estimación que dieron Pedro Prieto y Charles Hall para el caso de la fotovoltaica española). Parte de esa discusión tiene que ver con la definición de los contornos de los sistemas, qué debe incluirse y qué no como gasto energético y, relacionado con ello, qué energía en particular debería de ser contabilizada tanto en el denominador como en el numerador. Por último, se discute también cuál es el valor límite de la TRE media que permiten mantener una sociedad (la TRE media de las fuentes de energía de una sociedad es una media ponderada, y se define como la suma de las energías proporcionadas por todas sus fuentes dividido por la suma de las energías consumidas en la producción de todas esas fuentes).

Al margen de estas cuestiones técnicas, y de si podemos o no conocer con suficiente exactitud el valor de la TRE, lo que es indiscutible es que cuando se comienzan a explotar fuentes con un rendimiento energético menor se tienen que desviar cada vez más recursos a la mera producción bruta de energía. Incluso aunque no sepamos evaluar correctamente la TRE para diagnosticar el problema, esa mayor necesidad de energía en la producción quiere decir que cada vez se destinan más recursos y trabajo de personas a la mera producción de más energía bruta, y que queda menos energía para otras cosas, eventualmente para poder mantener ciertas actividades que hoy consideramos esenciales.


Déjenme recuperar una figura que presentaba Louis Arnoux en la serie de tres posts que republicamos aquí traducidos.




La tabla resume una visión bastante extendida (si bien no unánimemente aceptada) de las consecuencias que tiene para una sociedad usar fuentes de energía con determinadas TREs demasiado bajas. Lo que es discutible en esta tabla no son tantos los efectos de la disminución de la TRE media, sino cuáles son los valores límite para que se puedan sostener las diversas cosas que forman parte de lo que consideramos el Estado de Bienestar; hay quien opina que se puede mantener un sistema educativo y sanidad teniendo una TRE media de 5, mientras que otros consideran que como mínimo debería ser de 10, o incluso más elevada. Pero al margen del valor numérico preciso, todo el mundo (al menos, el académico) está de acuerdo que a medida que la TRE media disminuye se pierde acceso a servicios sociales hoy en día considerados logros irrenunciables.

El problema de la TRE media en disminución es que cada vez se consagran más recursos a la mera producción de energía, y eso acaba suponiendo el retorno a formas de explotación del trabajo humano rayanas en el esclavismo. Hay un par de cuadros que a Ugo Bardi le gusta mencionar al hilo de esta discusión que creo que son bastante ilustrativos, y que se encuentran bajo estas líneas.

El primero se llama "L'Alzaia", de Telemaco Signorini. En él se ve un grupo de hombres unidos con un arnés a unas cuerdas de las que tiran con todo su cuerpo, como si fueran animales de tiro. Los hombres seguramente siguen un camino de sirga, y lo que están jalando es una barcaza que no aparece en el cuadro.

"L'Alzaia", de Telemaco Signorini


El segundo cuadro es "Transportista de barcaza del Volga, y se ve el mismo tipo de escena, sólo que en este caso sí que se ve el barco (y también es más patente la expresión de desolación de los que jalan de él)

"Transportistas de barcaza del Volga", de Ilya Repin


En la época de estos cuadros se usaban los ríos para transportar todo tipo de mercancías, y algunas veces lo que se transportaba era simplemente carbón. A pesar de que ya se conocía la máquina de vapor, el carbón que se extraía en ciertas zonas de Europa (como Italia) era de poca capacidad calorífica (y por tanto de baja TRE), y si se usara para alimentar un motor a vapor la mayoría del carbón se quemaría simplemente para el transporte de la gabarra que lo llevaba. Por tanto, para que saliera a cuenta transportarlo para su uso final, era preferible descoyuntar unos cuantos seres humanos arrastrando la gabarra. De ese modo, los destinatarios finales de ese carbón aún podían aprovechar el poder calorífico de ese carbón de menor calidad.

Ése es justamente el riesgo de explotar fuentes energéticas de baja TRE: que la producción total de energía puede aumentar, creando la falsa sensación de progreso, mientras que se va desmontando todo el Estado del Bienestar por falta de energía neta para mantener los lujos que éste proporciona. Al tiempo, con la caída de la TRE media se precisa que cada vez más gente trabaje en las actividades relacionadas con el aprovechamiento energético y en condiciones cada vez más penosas para que sea cada vez una proporción más minoritaria de la sociedad quien pueda aprovechar sus ventajas. Desde el punto de vista del rendimiento del capital, la estrategia de aumentar la producción de energía aunque sea a costa de usar fuentes de TRE cada vez más baja puede proporcionarle beneficios, con tal de que se eliminen los usos discrecionales de la energía (el Estado del Bienestar) y eventualmente se mejore la productividad por trabajador a base de empeorar sus condiciones laborales (trabajo semiesclavo).

¿Vamos a apostar por aumentar la producción energética bruta con fuentes de rendimiento cada vez más bajo? Es decir, ¿vamos a apostar por el desmantelamiento del Estado del Bienestar y de las condiciones laborales de la mayoría para crear un monstruo que necesita cada vez más energía para automantenerse, como si la generación de energía por la generación de energía fuera un fin en sí misma y no un medio? ¿O vamos a intentar generar menos energía bruta total pero con mejor rendimiento, de modo que no se esclavice a un mayor número de personas para alimentar el monstruo energético, y vamos a darle a la energía neta resultante el mejor aprovechamiento posible, aunque eso signifique suprimir las tasas de interés a las que el capital está acostumbrado?

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Como digo, no podemos evitar las cuestiones que he planteado, y no responderlas explícitamente es una forma de escoger una respuesta. Una que es básicamente continuar en la misma dirección que llevábamos, la cual, dadas las circunstancias y por las razones que he expuesto más arriba, es probablemente la del desastre. Dejar de mirar a otro lado e intentar encarar estas cuestiones mientras todavía estamos a tiempo me parece una cuestión prioritaria.

Salu2,

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