dimarts, 5 de gener del 2016

¿Por qué lo llaman “incentivos” cuando quieren decir “miedo”?

Article publicat a Infolibre
Actualizada 03/01/2016 a las 18:08  
Según un mito griego poco conocido, un día Sísifo logró llevar su famosa roca hasta la cima. Los dioses, encolerizados, lo obligaron a defender la renta básica universal. Hasta hace apenas un año parecía que la renta básica estaba abriéndose paso en España pero ya está claro que, una vez más, la idea tendrá que esperar para ser por lo menos tomada en serio.

Una de las barreras que impiden toda discusión al respecto es el llamado problema de los “incentivos laborales.” Según un argumento muy extendido, el principal problema de la renta básica es que daña los incentivos al trabajo porque, obviamente, al existir la posibilidad de subsistir modestamente sin trabajar (y, seamos claros, toda propuesta de renta básica realista garantizaría a lo sumo una modesta subsistencia), mucha gente optaría por no trabajar.

El argumento es plausible; tanto defensores como opositores están de acuerdo en que ese efecto es una posibilidad real. Buena parte de los desacuerdos tienen que ver con el posible tamaño de dicho efecto. Pero antes de discutir acerca del tamaño deberíamos discutir sobre el significado. Si el problema de los incentivos laborales es tan grave como dicen los críticos de la renta básica, llama la atención que en toda sociedad moderna hay enormes sectores de la población que viven en una situación similar y nadie ha propuesto hacer nada al respecto: los rentistas. 

Prácticamente todo propietario de una segunda vivienda tiene la opción de recibir un mínimo de subsistencia sin tener que trabajar. Es perfectamente legal y legítimo disfrutar de rentas de este tipo, como es perfectamente legal y legítimo heredar sin trabajar. Sin embargo, nunca nadie ha propuesto ninguna medida para cambiar los incentivos laborales de rentistas y herederos prohibiendo las rentas y las herencias. Afortunadamente, digo yo, porque por razones que no puedo explicar aquí, estoy de acuerdo en que percibir rentas y heredar son derechos legítimosque no se deben suprimir. (Existen buenos argumentos a favor de gravar esos derechos, pero eso es distinto.)

De esta discrepancia infiero que cuando la gente dice preocuparse por los incentivos laborales en realidad está preocupada por otra cosa: la pérdida de control social, el miedo, que arrastramos desde los mismísimos inicios de la Revolución Industrial hace ya más de dos siglos, a que los pobres se desboquen si no están sometidos a la disciplina del mercado laboral. Se trata de un miedo que ha permeado todas las discusiones sobre política social desde los comienzos del capitalismo.

Sociólogos y antropólogos habrá que hablen con mucho más conocimiento que yo sobre el comportamiento de los seres humanos sometidos a privaciones económicas. Pero aceptemos que el problema del control social es una preocupación genuina. En cualquier sociedad moderna y compleja es necesario desarrollar instituciones que se encarguen de disuadir conductas nocivas y de ofrecer a los individuos oportunidades de canalizar sus energías en forma productiva. Ahora bien, la pregunta es si el actual sistema de control social es el mejor posible.

Lo primero que salta a la vista, a la luz de lo dicho hasta ahora, es que nuestros actuales mecanismos de control social son asimétricos: implacables para los pobres pero casi inexistentes para los ricos. Para los pobres, dejar de trabajar, o a veces un descuido en el trabajo, o incluso una enfermedad inoportuna puede ser el inicio de una espiral descendente de consecuencias terribles. En cambio, alguien con suficientes activos en su balance podría en principio darse el lujo de vagar un rato sabiendo que incluso un despido con justa causa no va a significar la ruina absoluta.

Pero no es el único problema. Con tasas de desempleo de dos dígitos está claro que el actual sistema de control social se está quedando pequeño. El mercado laboral, aquel en quien confiamos para asignarle a los ciudadanos tareas útiles y de beneficio social, está siendo incapaz de cumplir esa labor en un porcentaje muy elevado de los casos. Además, es un sistema que cada vez nos cuesta más como sociedad. Como decía el célebre economistaPaul Samuelson, los retornos al capital son el dinero que le paga la sociedad a los dueños de la riqueza nacional para que cumplan con su deber de asignar recursos. La creciente desigualdad muestra que estamos pagando cada vez más por esta labor de asignación de recursos, que es también una labor de control social.

Si el sistema de sanidad diera muestras, año tras año, de que es cada vez más costoso, ineficiente e inequitativo, seguramente habría llamados clamorosos a reformarlo. De hecho, eso es lo que ha ocurrido en Estados Unidos. Pues eso mismo ocurre con nuestro sistema de control social. Por supuesto, dado que el mercado laboral lleva cumpliendo esta tarea por tanto tiempo, conviene que cualquier cambio sea una reforma incrementalque nos permita preservar las cosas buenas que tiene el sistema actual mientras se va experimentando con otras opciones. La renta básica universal es un paso en esa dirección.

El primer efecto de la renta básica, el que más ansiedad genera, eseliminar la desigualdad subyacente en nuestro actual sistema ya que exime a los pobres de la tiranía del control social existente, exención de la que ya disfrutan amplios sectores de la sociedad. Pero este efecto no debe acaparar la discusión. De hecho, creo que un error tanto de defensores como de detractores de la renta básica es que suelen verla únicamente como una herramienta de política social contra la pobreza. En realidad, la renta básica podría ser el primer paso para construir un nuevo sistema de control social más democrático que el que tenemos ahora.

La renta básica permitiría viabilizar muchas formas de organización socialmente productivas que hoy no son posibles porque no cumplen el requisito, excesivamente estrecho, de ser económicamente rentables tales como cooperativas, proyectos colectivos autogestionados, asociaciones vecinales entre otros. Por supuesto, para que los posibles beneficiarios de la renta básica hagan uso de esas oportunidades en lugar de marginarse en la total inactividad, es necesario promover y articular dichas iniciativas. Por esa misma razón, la renta básica debe ser vista como un complemento, no como un sustituto, de ideas tales como las de la garantía de pleno empleo o los presupuestos municipales participativos.

El mercado laboral es un buen sistema de control social: permite que millones de personas se encaminen hacia actividades socialmente productivas. Pero en la sociedad, al igual que en los ecosistemas, el monocultivo tiene sus peligros. Nuestra dependencia exclusiva en el mercado laboral le confiere demasiado poder a los dueños del capital y priva a la sociedad de la oportunidad de decidir en condiciones democráticas y transparentes cómo va a movilizar las energías productivas de sus ciudadanos. Es hora de comenzar a construir contrapesos a ese poder y de generar más diversidad de alternativas.
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Luis Fernando Medina es investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March, realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de Ciencia Política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU) e investiga temas de economía política, teoría de juegos, acción colectiva y conflictos sociales.

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