diumenge, 16 de febrer del 2014

Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica

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jueves, 13 de febrero de 2014

Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica

Después de unos meses alejado del blog, y ahora que tengo más tiempo para escribir, me gustaría resaltar algunos puntos que me parecen interesantes entorno a la discusión entre Vicenç Navarro y Florent Marcellesi (al cual se suman aportaciones muy interesantes como la de Antonio Turiel o Pedro Prieto) que refleja una pugna de relatos entre una izquierda que, partiendo de postulados propios de la izquierda tradicional, intenta ser ecológica y una ecología política que intenta ser de izquierdas sin quedar encuadrada en la línea de pensamiento socialista.

 La izquierda y la ecología

¿A qué me refiero con esa punga? A contraponer que es la escasez energética el detonante de la crisis, como afirma Florent Marcellesi[i] o que por el contrario son las relaciones de poder, la lucha de clases, el factor principal a analizar como afirma Vicenç Navarro[ii].

Esta es una discrepancia importante no porqué debamos establecer qué fue más importante sino porque revelan dos narrativas políticas totalmente distintas que, aunque en la práctica puedan ponerse de acuerdo en muchas decisiones, no analizan las sociedades de la misma forma. Decía Florent, en otro artículo muy interesante sobre ecología política, que: «Frente a los dos sistemas dominantes y antagónicos de los últimos siglos y ambos motor de la sociedad industrial, se afirma una tercera vía ecologista basada en el rechazo al productivismo fuera de la dicotomía capitalista-comunista, es decir, una nueva ideología diferenciada y no subordinada a ninguno de los dos bloques, con un objetivo claro: cambiar profundamente la sociedad»[iii].

Es decir, en un contexto de guerra fría, la ecología política (bebiendo del espíritu de mayo del sesenta y ocho) se conforma como un movimiento anticapitalista (o al menos antineoliberal) y antiestalinista Una posición que con el tiempo llevó a que el lema del Partido Verde Alemán durante su fundación en 1984 fuese «la ecología no está ni a la izquierda ni a la derecha, sino que va hacia delante». Es decir, de no reconocerse en ninguno de los dos bloques URSS-USA, la ecología pasó a no reconocerse en ninguno de los dos bandos (el socialista y el del capital).

Me gustaría aclarar que el término socialista lo utilizo en su concepción más amplia, como toda oposición a la supeditación del trabajo por el capital, y no como asimilación del concepto de socialismo a un determinado régimen político. En mi opinión, ahí reside uno de los desencuentros entre Florent y Vicenç y, en general, entre la izquierda socialista y la ecología política. La siguiente cita de Florent es bastante esclarecedora al respecto: «Dada la magnitud de la crisis ecológica y si se considera que la oposición entre capital y trabajo ya no es determinante sino que lo crucial es la cuestión de la orientación de la producción, postulo que el eje productivista/antiproductivista se convierta en un eje estructurante y autónomo. De hecho, desde una perspectiva ecologista fuerte, no supone diferencia apreciable quién posea los medios de producción, “si el proceso de producción en sí se basa en suprimir los presupuestos de su misma existencia”»[iv].

Es complicado ser marxista si se rompe la línea del tiempo, si (como afirmaba Gorz en Adiós al proletariado) el desarrollo de las fuerzas productivas no genera las bases materiales del socialismo. Y no lo generan no sólo porque sean «destructivas» con el medio ambiente, sino por qué no son neutras. La ciencia y la técnica han sido construidas bajo la lógica capitalista y por lo tanto su sola «apropiación» por la clase trabajadora no basta.

Pero este no es un problema nuevo en la tradición marxista, sino que redunda a favor de otras críticas hacia el sistema productivo. La crítica a la división del trabajo (y la consiguiente teoría de la enajenación) ya fue un buen ariete contra el sistema productivo industrial. Una crítica de carácter humanista que hoy se complementa perfectamente con los argumentos provenientes de la ecología.

Pero, no da lo mismo quien posea los medios de producción, incluso si estos han sido tomados antes de su transformación. Porque, ¿acaso Florent cree que Amancio Ortega tiene el mismo interés que él en que el sistema sea sostenible? ¿no puede aceptar el capital un cierto decrecimiento que les permita acumular por desposesión a las clases populares? Si los procesos mediante los cuales satisfacemos nuestras necesidades están privatizados y está aumentando su coste ¿no es importante replantear la propiedad de los medios?

Porque la propiedad establece algo muy importante: la finalidad del sistema productivo. Si la única finalidad de la propiedad privada es la acumulación de capital, es imposible acometer una reforma tan profunda en la estructura económica. Si la finalidad no es el lucro sino cubrir necesidades es cuando es posible replantear la estructura productiva, los criterios de productividad, de eficiencia, etc. Sin obviar que una gran parte de la producción capitalista no responde a necesidades básicas de la población mundial, sino que es producción superflua, redundante y dañina.

Decía Iñaki Valentín, en uno de los artículos de respuesta a Vicenç, que: «No se trata de quién controle la tarta (obviamente estamos de acuerdo en que eso no es baladí y por eso también nos sumamos a las huelgas y a cualquier avance en relación a la redistribución y la justicia social), sino de que la tarta tiene unos límites; unos límites biofísicos y unos límites propiamente económicos»[v].

El problema es precisamente quien reparte la tarta. Quién reparte la tarta, quien posee los medios de producción, es quien determina la estructura de estos (con el apoyo de los Estados). No se puede cambiar la estructura productiva sin replantear su propiedad, su finalidad y sus prioridades. Si el lucro es la finalidad, entonces la sostenibilidad y la equidad no podrán ser más que un «beneficio colateral».

No sólo la oposición capital-trabajo es determinante porque sea crucial en términos de justicia social, sino porque establece la pugna que Florent proponía como relevante: la productivista/antiproductivista.

En esto doy la razón a muchos ecologistas que ven en los discursos socialistas ciertas reminiscencias productivistas aun hoy. Pero lo cierto, es que más allá de que la ecología política tenga reparos en situarse con los socialistas en el eje izquierda-derecha, debe situarse en la dicotomía capital-trabajo. Es decir, con los de abajo o con los de arriba, plantear la ecología política no como una renuncia al socialismo sino como su superación: como la predisposición a plantar batalla contra el capital no sólo por sus implicaciones dentro de las fábricas (que también) sino por como el capital ha configurado el modelo social vigente.

Crecimientos y decrecimientos

Otra crítica interesante es la de Pedro Prieto[vi], pues plantea que el Estado del Bienestar que defiende Vicenç Navarro es a costa de la distribución desigual del consumo energético entre países (70/30, es decir  el 70% de los recursos son consumidos por el 30% de la población).

Pedro dice que arrebatando el poder a las élites lo único que hacemos es suprimir algunos consumos exageradamente altos, pero poco más. Pero, desarticulando a la élite dominante no sólo se suprimen sus excesos opulentos, sino que se elimina toda oposición al cambio necesario.

¿O es que alguien cree que están dispuestos a perder sus privilegios para que se inicie una transacción Norte-Sur de riqueza y recursos tecnológicos? Las elites dominantes perpetúan las desigualdades (no sólo las Norte-Sur, sino también las internas) pues son la base de su privilegio, ahí reside el núcleo de la cuestión. El poder económico y político son inseparables, no se puede arrebatar el uno sin el otro.

La democracia ha sido siempre un movimiento político expropiatorio, quita el poder a la minoría que lo acapara para repartirlo entre la mayoría. En la democratización del sistema productivo (que no es lo mismo que su estatalización) reside la lucha ecologista y la lucha socialista del siglo XXI.
Pero a parte de la lucha de clases, hay otra pugna de fondo entre Forent y Turiel por un lado y Navarro por el otro: ¿Debe decrecer el PIB para que estemos en un decrecimiento real?

Navarro afirma que: «se puede crecer económicamente produciendo prisiones y tanques […] Ser anticrecimiento, sin más, es una actitud que refleja un cierto inmovilismo que perjudicará a los más débiles de la sociedad como ya estamos viendo ahora, cuando las sociedades están decreciendo. La cuestión no es, pues, crecimiento o decrecimiento sino qué tipo de crecimiento, para qué y para quién […] Se tiene que exigir otro tipo de crecimiento, un crecimiento que responda a las necesidades humanas y no a la necesidad de acumular capital, pero esto es muy distinto a paralizar todo el crecimiento »[vii].

Esta es una discusión realmente controvertida. Claro, el debate es complicado porque en el sistema productivo actual cuando aumenta el PIB aumenta el consumo material y de energía (en mayor o menor proporción), pero podría no ser así. Podríamos reducir nuestra producción material y energética y aumentar la producción inmaterial (que sí, es cierto que consume un poco de energía y recursos, pero el balance sería claramente negativo en términos de consumo/PIB).

Cabe destacar que lo que se busca no es una reducción relativa sino absoluta de nuestro consumo material y energético (y de nuestras emisiones). Así pues cuando se habla «descarbonización» o «desmaterialización» de la economía debe hacerse en términos absolutos.

Antonio Turiel responde a Vicenç afirmando que «creo que el profesor se refiere al crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas, algunas de las cuales son materiales y otras son inmateriales [...] no se puede defender que el crecimiento económico, en tanto que comporte una componente material, pueda ser indefinido. Lo que sí que tiene sentido por tanto es discutir cuándo se producirá el momento en el cual el crecimiento no puede proseguir»[viii].

El ser humano tiene necesidades fisiológicas (es decir, lo mínimo para sobrevivir) más una serie de necesidades «básicas» que determina cada sociedad, a partir de las cuales establece lo que se considera como pobreza (que no es lo mismo hoy que hace doscientos años, ni en Catalunya que en Somalia).

A parte, tenemos deseos, que a diferencia de las necesidades no tienen límites biológicos (uno no puede comer 100kg de pollo, pero sí que puede tener 100 millones de euros). Los deseos de riqueza, de poder, de vínculos sociales son infinitos y por lo tanto, si sus mecanismos de satisfacción son materiales, el crecimiento económico sería ilimitado.

José Antonio Medina clasifica los deseos en tres tipos: de carácter hedonista, de vínculo social y de ampliar las posibilidades de acción (es decir, de poder cambiar nuestro entorno)[ix]. En todas las sociedades sus individuos tenían deseos, pero los diferentes sistemas sociales reprimían el exceso de deseos y placeres individuales. En cambio, la sociedad capitalista (especialmente bajo la hegemonía neoliberal) organiza la vida sobre la excitación y el hedonismo constante.

No es sólo un problema económico-ecológico, es también un problema cultural. El deseo de consumo es el que nos integra como individuos normales en esta sociedad. La ofensiva de la cultura neoliberal ha dejado tras de sí sociedades individualistas, una cultura excesivamente egoísta,  consumista y una exaltación del hedonismo constante.

Ante eso es necesario recuperar una crítica a las necesidades, desarticular los mecanismos de insatisfacción del sistema capitalista. Decrecer implica decrecer en «deseos» también, en expectativas de consumo. No desear menos sino desear otras cosas, no materiales, vínculos sociales, culturales, etc.

El problema del PIB en última instancia es que Vicenç Navarro asume que va a crecer por el mero hecho de que la producción material será sustituida por una producción inmaterial, contabilizada y mercantilizada. Yo ahí discrepo, si se opera un cambio profundo en las estructuras productivas el PIB decrecerá (en especial en los países del Norte).

Al disminuir la producción material, deberá disminuir la jornada laboral. Será fuera del mundo del trabajo donde se producirán muchos de los bienes sustitutorios de esta producción material desaparecida (en forma de mayores vínculos sociales, mayor tiempo libre, proyectos vecinales, etc.). No tiene por qué ser producción mercantil. No tiene sentido que el profesor Navarro diga que «exigir que el mundo deje de crecer es equivalente a negar la posibilidad de mejorar», pues sólo deja una vía abierta a la mejora de las sociedades: el crecimiento económico mercantilizado.

Reductio ad Malthus

Vicenç afirma que vincular el decrecimiento con la necesidad de reducir el PIB es malthusiano, porque implica que la población algún día llegará a su capacidad máxima y colapsará.

Pero eso solo es cierto si se asume que la única dimensión posible de crecimiento de la especie es material (es decir que sólo podemos mejorar en términos materiales o de número de individuos, que no es posible un progreso no-material).

Claro, Vicenç se queja de que dichos discursos, aunque se hagan con buena intención, sirven a intereses malthusianos. Obviamente los medios de comunicación pueden desvirtuar cualquier discurso, centrando el problema de los límites de recursos en la necesidad de practicar controles demográficos o exterminar a media población. Lo que el señor Navarro no ve es que sus discursos basados en «la infinitud de recursos» son fácilmente manipulables también por el sector «tecnoentusiasta» del laissez faire.

La tasa de retorno energético (TRE; es decir la relación entre la energía que nos proporciona una fuente y la energía que debemos gastar para conseguirla) ha disminuido de 100 unidades a 20[x] en el caso de los yacimientos de crudo. Es decir, queda menos petróleo y además es menos energético. Difícilmente se puede mantener una estructura social compleja con un TRE inferior a 10[xi] unidades, pues se deberían dedicar demasiados recursos para producir la energía necesaria.

Las energías renovables no nos podrán dar ni de lejos tanta energía como la que nuestro sistema productivo (que no nosotros) consume. Lo que no quiere decir que sobre gente en el mundo, sino que debe revisarse la estructura productiva.

Vicenç Navarro, en mi opinión, se equivoca al descartar el aumento del precio del petróleo como uno de los factores desencadenantes de la crisis del 2008 escudándose en que esto es una mera crisis más, en la enésima pugna entre capital-trabajo. La producción material y la producción de energía no dejan de ser dos caras de la misma moneda. La contradicción capital-trabajo escapa de la fábrica. Al privatizar los recursos naturales se proletariza al mundo. La contradicción capital-tierra y la contradicción capital-trabajo son indisociables la una de la otra.

Como dijo Marx: «La producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador»[xii].


Referencias


[[i]] Marcellesi, F. (09-10-2013). La crisis económzca es también una crisis ecológica. Público.
[[ii]] Navarro, V. (06-02-2014). Los errores de las tesis del decrecimiento económico. Público.
[[iii]] Marcellesi, F. (2008). Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde. Cuadernos Bakeaz(85).
[[iv]] Ibíd. p.10.
[[v]] Valentín, I. (20-10-2013). Una respuesta más a la crítica de Vicenç Navarro. Decrecimiento.info.
[[vi]] Prieto, P. (08-08-2014). De progresistas y biofísica económica. Crisis Energética: respuesta a los retos energéticos del siglo XXI.
[[vii]] Navarro, V. (29-08-2013). El movimiento ecologista y la defensa del decrecimiento. Público.
[[viii]] Turiel, A. (07-02-2014). Revista de prensa: Vicenç Navarro en Dominio Público, 6 de Febrero de 2014. The Oil Crash (crashoil.blogspot.com).
[[ix]] Marina, J. A. (2007). Los arquitectos del deseo. Ed. Anagrama.
[[x]]Turiel, A. (s.f.). Tasa de Retorno Energética y progreso tecnológico. The oil crash (crashoil.blogspot.com).
[[xi]] Turiel, A. (05-06-2010). El EROEI de diversas sociedades históricas. The Oil Crash (crashoil.blogspot.com).
[[xii]] Marx, K. (2003). El capital: crítica de la economía política (Tomo I). Siglo XXI editores (p.613).

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