dilluns, 13 d’agost del 2012

L'experiència Calafou

Article publicat el 13/8/12 a  La Vanguardia  

Hijos del decrecimiento

Nuevas pautas de la economía ecológica | El acceso a la vivienda se garantiza con un derecho de uso ilimitado | Un grupo de jóvenes rehabilita una colonia textil abandonada en la comarca del Anoia | El movimiento de la buena vida crece con nuevos asentamientos y proyectos basados en el rechazo al consumismo | Autoproducción, vida asociativa y venta de comida agroecológica, pivotes de la actividad

Vida | 13/08/2012 - 00:00h
Hijos del decrecimiento
XICÒRIA Cuatro amigos barceloneses (entre ellos, Annaïs Sastre, en la foto), críticos con los transgénicos y la agricultura globalizada, dieron el paso. Se fueron a Montblanc (Conca de Barberà) y venden de forma directa fruta y verdura ecológica, fresca y de temporada, tanto a los clientes que les visitan como a grupos concienciados de consumo de Barcelona Vicenç Llurba
Antonio Cerrillo
La VanguardiaAntes de que llegara la crisis, ya veíamos que esto era insostenible. Comenzamos a interesarnos por el movimiento del decrecimiento en Barcelona, y éramos seguidores del filósofo francés Serge Latouche. Pero al llegar la crisis ya vimos que no era necesario predicar nada, porque el decrecimiento venía solo. De hecho, ya está aquí". Así se expresa Joan Marca, un jardinero en paro de Poblenou que hizo estudios de ingeniero agrónomo y que será uno de los residentes de la colonia textil de Calafou (Vallbona d'Anoia), ahora en proceso de rehabilitación. En esta vieja colonia industrial se está instalando un nuevo grupo de seguidores del movimiento de la buena vida: esa filosofía que practican jóvenes sobradamente preparados pero que han dado portazo a la banca tradicional, que huyen del consumismo devorador de recursos y lo fían todo a la idea de compartir (tiempo, espacio, ocio, economía, amistad).

Joan Marca daba clases de jardinería a personas con minusvalías psíquicas. Pero se cerró el grifo de las ayudas oficiales de las fundaciones que le daban empleo. Él siempre estuvo en los movimientos sociales. Se define como revolucionario, ecologista... y ahora practica el decrecimiento.

En Catalunya se registra un goteo continuo en la formación de nuevos grupos de jóvenes que exploran las posibilidades de la buena vida. Son las nueva generaciones que ya saben que el paraíso no era estar trabajando ocho horas al día y que la felicidad puede venir de la mano de una vida simple con un consumo más sano y ecológico y sin derroches.

La influencia de los partidarios del decrecimiento está siendo "muy importante" en los últimos años en Catalunya, según explica David Llistar, uno de los fundadores del Observatorio de la Deuda en la Globalización, y atento analista de este movimiento. La creación de Infoespai en Gràcia (foco de iniciativas destacadas como la creación de la Cooperativa Integral Catalana, o de apoyo a los mercados de intercambio...); o el hecho de que uno de los teóricos destacados de esta corriente de pensamiento, el francés François Schneider, se haya instalado en Barcelona son algunos factores que han influido. Además, Barcelona acoge a profesores e investigadores en este campo, algunos reconocidos internacionalmente (Joan Martínez Alié, Giorgos Kallis, Federico Demaria, Jordi Pigem, Claudio Cattaneo, Stefano Puddu).

"El decrecimiento ha encontrado un terreno fértil en Catalunya, con corrientes muy diversas que lo enriquecen", dice Llistar, quien destaca la estrecha relación entre el mundo académico, "que ordena y difunde conocimiento en este campo", y los grupos que se encargan de ponerlo en práctica (personas del ecologismo, la preocupación por las desigualdades Norte-Sur, anticapitalistas...). "Estos focos de decrecimiento son muy ricos y fértiles pues se nutren de corrientes de pensamiento en las que se mezclan personas interesadas en la comida sana, los productos ecológicos o alimentos sin rastro de muerte animal con los críticos con las multinacionales y el modelo agroindustrial", dice Llistar. Partidarios de la soberanía energética, las energías renovables o la defensa del territorio, indigenistas o espiritualistas se suman a estos grupos, que tienen diversos grados de autoproducción, formas diversas de vida asociativa y ponen énfasis en la agroecología.

La doble motivación formada por el deseo de obtener alimentos sanos y justos éticamente ha sido lo que ha dado ya sus mejores frutos, pues el origen de las exitosas experiencias de los grupos de productores agroecológicos y los consumidores que practican la vida directa de productos sanos, frescos y de temporada.

"Nosotros estábamos en un grupo de consumo ecológico en Barcelona y el Vallès, hasta que decidimos dar el salto y producir nosotros mismos los alimentos", dice Annaïs Sastre, de la asociación Xicòria, un grupo de cuatro miembros (dos hombres y dos mujeres que rondan los 30 años) que se dedica desde hace cuatro años a la huerta, las plantas medicinales, los árboles frutales (todo ecológico) y la educación ambiental en Montblanc (Conca de Barberà). El grupo de amigos (crítico con los alimentos transgénicos) siempre se quejaba de los efectos de la globalización y la comida basura ("compramos fruta a 30 céntimos de China y en Lleida se tira porque a los agricultores no les pagaban..."), hasta que decidieron crear un "estructura económica justa". Ahora el balance es positivo. En el pueblo aún se extrañan de que hayan durado tanto. Ahora ya se han consolidado, aunque ha sido duro; nunca imaginaban el enorme esfuerzo inversor que supone (tractores, riegos..) para alguien ajeno al mundo agrario.

"La gente viene a la finca; nos pagan por adelantado por la cesta de productos frescos y de temporada y nos conoce, aunque también vendemos a grupos de Barcelona", dice Annaïs Sastre, orgullosa de haber rescatado variedades como la mongeta del metro, de medio metro de largo. "Es importante conservar esta biodiversidad, pues estas semillas llevan grabadas la memoria histórica que las hace adaptarse a las dificultades", dice Annaïs Sastre. Y es como si hablara de su propia adaptación a su nuevo ambiente rústico.

Entre los ejemplos de comunidades decrecentistas destaca la de Cal Cases, una cooperativa de vivienda en cesión en Santa Maria d'Oló (Bages), ocupada por 13 familias y 30 miembros. Esta comunidad surgió del ateneo Rosa de Foc de Gràcia, y es como una verdadera ecoaldea holandesa o danesa, dado su sistema de funcionamiento tan organizado. El grupo intenta desarrollar al máximo el autoabastecimiento alimentario y energético, fomenta un nuevo modelo de vida en comunidad basado en valores contrarios a la especulación inmobiliaria, el rechazo a la propiedad privada, la crianza compartida de los hijos. La elección del modo de vivienda se basa en los estatutos de la asociación Sostre Cívic, de manera que el acceso a la vivienda se garantiza como un derecho de uso ilimitado sin que esté prevista la compra-venta, lo que hace desaparecer todo interés especulativo. La vida compartida hace que los costes por persona en gastos de vivienda y alimentación bajen drásticamente, lo cual reduce la necesidad de depender de salarios altos o tareas asalariados pocos deseables.

Uno de los proyectos decrecentistas más ambiciosos es la rehabilitación de la antigua colonia textil de Calafou, en Vallbona d'Anoia (Anoia). El plan en marcha consiste en recuperar este lugar como un enclave residencial para llevar una vida colectiva y desarrollar nuevas actividades industriales (en el campo de la "soberanía tecnología", los desarrollos informáticos libres o de fabricación de cerveza ecológica...) que pivotarán sobre una economía poco dineraria y más basada en las donaciones, el intercambio y la venta directa de productos a las redes de consumidores de los productos que se hagan, explica Dídac Costa, sociólogo y uno de sus promotores.

El proyecto ha sido promovido también por una cooperativa que ha desembolsado 400.000 euros (préstamos de la banca ética Fiare) para comprar toda la propiedad, que incluye, además de las casas de los obreros de la vieja colonia, otros espacios (naves, iglesias en estado muy precario). Sus cooperativistas adquieren un derecho de uso ilimitado y heredable. En total, hay 27 casitas (apartamentos de unos 55 metros), por lo que cada uno de los socios o familias han pagado 17.000 euros, a razón de 170 euros al mes). Personas de profesiones y dedicaciones diferentes componen la cooperativa, cuyos miembros (desde profesores de arquitectura, paletas, fontaneros o jardineros en paro) están ahora en plena fase de rehabilitación de la colonia. "La idea es que a largo plazo la gente venga a vivir aquí y trabaje aquí. Queremos crear una colonia decrecentista y autosuficiente", añade Costa.

"Siempre he sido de los que pensaba que nuestra vida no puede cerrarse en el círculo vicioso casa-trabajo y trabajo-casa. El proyecto de Calafou resuelve los obstáculos que supone la propiedad privada y nos da margen para pensar en un proyecto a largo plazo", dice Lluís Gómez i Bigordà, un programador de 37 años que también espera trasladarse a esta colonia.

"Calafou, Cal Cases o Xicòria son proyectos donde la gente pone en práctica la propuesta de Latouche de 'descolonizar el imaginario'; es decir, no se trata de hacer una economía más sostenible o más justa, sino que tiene que ver con un cambio radical de pensar para salir de los estrechos márgenes de una vida que gira en torno a la economía y el economicismo", dice Federico Demaria. "Son personas que se dedican a construir una realidad diferente con pocos recursos económicos y muchas ganas de vivir mejor".


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